UN ESPÍA

De repente el barco langostinero varió de rumbo y giró en torno al «Zafiro». Corto se sintió preocupado.

—¡Apártense de aquí! —gritó, moviendo repetidamente los brazos—. Necesitamos pescar.

Pero el «Golfo de las Tormentas» siguió dando vueltas y más vueltas en torno a la embarcación más pequeña.

—Intenta obligarnos a marchar —dijo Pete, hablando con Pam.

—Puede que sea lo mejor —repuso la niña—. Cuanto antes demos el muelle a tío Walt, mejor.

Los Hollister dijeron a Corto que les convendría regresar pronto a Puerto Cañaveral y el hombre accedió de buena gana, diciendo que, después de todo, la actitud del «Golfo de las Tormentas» no les permitiría seguir pescando.

—Además, ya llevamos una buena pesca.

Poco después el «Zafiro» regresaba al muelle, dejando en la lejanía al «Golfo de las Tormentas». En cuanto llegaron al puerto, Pete y Pam dieron las gracias al pescador y corrieron a una cabina telefónica, situada en un extremo del muelle. Pete marcó el número de casa de los Davis, donde la señora Hollister se mostró muy sorprendida de que los niños regresaran tan pronto, y les contó todo lo relativo al estornino exótico.

—¡Zambomba! ¡Pues escucha esto!

Pete relató cuánto había ocurrido durante su excursión por el mar y pidió el número telefónico de tío Walt en Cabo Cañaveral.

Cuando su madre se lo hubo dado, el chico colgó y llamó a la oficina de su tío, en la base de lanzamientos.

—El señor Davis está muy ocupado —contestó un secretario—. No se puede hablar con él, al menos en una hora.

Cuando Pete habló con Pam de esto y del incidente del estornino exótico, la niña se puso nerviosa. No había tiempo que perder. Pero, sin tío Walt, no podían entrar en el laboratorio de la Fuerza Aérea Patrick para entregar el muelle.

—Tendremos que esperar —dijo Pete, empezando a pasear inquieto.

—Pero ¿y si el barco de Alec Ferguson llega y nos detienen? —dijo Pam.

Sin embargo, el barco langostinero no era más que un punto en el horizonte.

Transcurrieron diez minutos. Los niños oyeron un fuerte ruido y un fogonazo iluminó el cielo.

—¡Proyectil! ¡Proyectil! —gritó Pam.

Un largo cohete se elevó por el espacio, con una llamarada color naranja, a modo de cola, con la que parecía estar diciendo adiós a la tierra por última vez.

Tanto Pete como Pam tuvieron el cuello levantado al máximo, hasta que el proyectil desapareció de la vista. Entonces Pete, sonriendo, comentó:

—«Thuzzy» vuelve a navegar por el espacio. No me extraña que no pudiéramos comunicar con tío Walt. Debía de estar ocupado en su «pájaro».

Pam volvió a entrar en la cabina telefónica, y esta vez pudo comunicar con su tío.

—Hola, Pam —saludó el señor Davis alegremente—. ¿Habéis visto el proyectil?

—Sí. Pete y yo estábamos en Puerto Cañaveral.

—Entonces, desde allí habréis tenido un buen espectáculo. «Thuzzenelda» puede que no regrese a la tierra en un millón de años, si regresa. —Tras una breve pausa tío Walt preguntó—: ¿Qué querías, hijita?

Pam cuchicheó por el teléfono:

—Creo que hemos encontrado otra pista.

—¿Dónde?

—En el océano.

A continuación, Pam le explicó brevemente cómo habían obtenido el muelle de alambre y tío Walt dijo:

—Esperadme en donde estáis. Voy a ir a buscaros.

Quince minutos más tarde, el empleado de la base llegaba en su «Insecto», cubierto todavía con el duro casquete usado por las personas que trabajan en los puentes de control de lanzamiento.

—Déjame ver ese muelle, Pete —pidió el tío, abriéndole la puerta para que el chico pudiese acercarse.

Pete le entregó el pañuelo, que el tío Walt abrió con precaución. Después de observar unos momentos el muelle, el señor Davis declaró:

—Pam, has conseguido un pez de tres millones de dólares. Voy a llevar esto inmediatamente al laboratorio. Subid al coche.

Mientras avanzaban en dirección sur, por la carretera principal, tío Walt iba adelantando a cuantos coches podía, con objeto de ganar tiempo. Cuando llegaban a la playa de Cocoa, Pete miró por la ventanilla. Un coche blanco y rojo iba tras ellos, manteniéndose continuamente a poca distancia del «Insecto», que seguía abriéndose paso velozmente entre el tráfico.

—Tío Walt, ¿ese coche nos sigue adrede? —preguntó Pete.

—No lo creo —respondió su tío, después de observarlo durante unos segundos.

—¿Es de la policía?

—No. Parece un reportero. Probablemente se dirige a toda prisa a Patrick, para obtener las últimas informaciones sobre el «pájaro» que acabamos de lanzar.

Mientras Pete y Pam miraban atrás, el conductor de aquel coche sonreía, y una vez incluso saludó alegremente a Pam que, muy aturdida y sonrojada, miró nuevamente hacia delante.

A una milla al norte de la entrada a la Base Patrick de las Fuerzas Aéreas, los coches fueron deteniéndose hasta quedar todos inmóviles. Tío Walt asomó la cabeza por la ventanilla para ver qué sucedía.

—Una reparación en la carretera. ¡Mira que ocurrir esto cuando tenemos tantísima prisa!…

Mientras la hilera de coches iba prolongándose, Pete vio una apisonadora que iba alisando una masa oscura recién extendida sobre una amplia extensión de la carretera. Tanto el tráfico que llegaba del norte como el del sur era regulado por un policía, situado en un trecho arenoso, inmediato a la carretera central, quien obligaba a los vehículos a avanzar de uno en uno. Viendo a su tío asir nervioso el volante, Pete se ofreció a adelantarse a pie, para decir al oficial la mucha prisa que tenían.

—De acuerdo, Pete. Inténtalo.

El muchacho salió del coche y corrió a lo largo de la hilera de coches, hasta que llegó al oficial que llevaba el uniforme de policía militar. Pete le dijo que su tío se dirigía a la base para solucionar un asunto urgente.

—Está bien, hijo. Me encargaré de que tu tío llegue inmediatamente.

El oficial hizo sonar un silbato y detuvo las dos hileras de tráfico. Luego hizo señas a tío Walt para que avanzase entre las dos filas de vehículos. El coche que iba detrás se apresuró a seguir al señor Davis.

—Gracias —dijo tío Walt, saludando al oficial mientras se detenía a recoger a Pete.

Imaginando que los dos coches iban juntos, el policía hizo un saludo y los dejó pasar.

—Ese hombre tiene la frescura de seguirnos —dijo Pam, molesta.

—Los reporteros suelen hacerlo —repuso tío Walt, riendo y sin dar importancia al hecho.

Poco después el «Insecto» cruzaba la puerta principal y el coche que le seguía desapareció en una calle lateral de la Base. El señor Davis encontró un trecho donde aparcar detrás del edificio del laboratorio y salió del coche.

—Esperadme aquí —dijo a los dos hermanos y con un guiño, añadió—: y no juguéis con el claxon.

—No lo haremos —prometió Pete y siguió con la vista a su tío que, un momento después, desapareció en el interior de los laboratorios.

Mientras esperaban, Pete y Pam hablaron de la sorpresa que habían tenido cuando fueron con el señor Jeep a investigar en la cabaña de Ferguson. ¿Dónde habría aprendido el estornino exótico aquel lenguaje sobre proyectiles?

—A lo mejor el pájaro pertenece a un empleado de la base y Ferguson lo usa para asustar a los niños y evitar que se acerquen a su casa —sugirió Pam.

—Pero ¿y lo de «Lady Rhesus»? —reflexionó Pete—. Alec Ferguson debió de quedarse con la mona por alguna razón.

La nota con escritura invisible era lo más extraño de todo, dijeron los dos hermanos. Si iba a suceder algo aquel mismo día, ¿qué cosa podía ser? Pete comentó si la extraña actitud del «Golfo de las Tormentas» no tendría algo que ver con la misteriosa nota.

—Puede que nunca lleguemos a enterarnos de la verdad —suspiró Pam—. Pero deseo que, al menos tío Walt, tenga suerte con lo que averigüe en el laboratorio.

Pam miró entonces por la ventanilla al coche que estaba a su lado y ahogó una exclamación.

—¡Pete, mira!

—¿Qué pasa?

—Ése es el hombre que nos siguió.

Al oír a la niña, el desconocido, que había estado medio agazapado junto a la rueda posterior derecha del «Insecto», se levantó de un salto y mientras acariciaba la insignia de su solapa, se aproximó, sonriente:

—Hola. Lamento haberos asustado. —Metió la cabeza por la ventanilla para explicar—: Me pareció que teníais el neumático flojo y me he agachado a comprobarlo.

—¿Se está deshinchando? —preguntó Pete.

—No. No. Está bien. —El hombre carraspeó, antes de añadir—: Me llamo Bittley. Soy del «Record», de San Luis. Periodista, ya sabéis…

—Lo hemos visto por su insignia. ¿Nos ha seguido usted desde el Puerto Cañaveral? —preguntó Pete.

—Pues, sí. Os he seguido —repuso sin rodeos el hombre.

Pete empezó a sentirse incómodo bajo la mirada del desconocido. Los ojos entornados del hombre iban de Pete a Pam y de Pam a Pete, repetidamente.

—¿Está usted buscando al señor Davis? —preguntó Pam al hombre, que no parecía deseoso de marcharse.

—Estaba buscándoos a vosotros —repuso el señor Bittley con una nerviosa carcajada—. Habladme del pez que habéis estado a punto de capturar. Será un buen artículo para mi periódico.

Algo en la actitud del hombre hacía que Pete sintiera sospechas. Intentó cambiar de tema.

—¿Por qué no informa usted sobre el lanzamiento del proyectil, señor Bittley? —preguntó.

—Eso es ya una rutina. No tiene gran importancia. Habladme de ese pez. ¿Estaba muy cerca de la superficie cuando se os escapó?

El hombre dirigía la pregunta a Pam, mirándola fijamente.

—¿Cómo se ha enterado usted? —se extrañó la niña.

—Corto me lo han contado, al poco de separarse de vosotros. ¿Qué era lo que os quedó enganchado en el anzuelo?

—Se lo he dado a tío Walt… —murmuró Pam que al momento se mordía los labios, temiendo haber dicho demasiado.

—¿Y él lo ha llevado al laboratorio?

—No le diremos nada más —dijo Pete, indignado.

Sabía que Corto no podía haber dicho nada sobre el muelle porque no lo había visto. No cabía duda de que el hombre estaba mintiendo y podía ocurrir que estuviera relacionado con Ferguson, Turk y los demás hombres de la barca pesquera. ¿Qué convendría más, despedir de una vez al señor Bittley o entretenerle, hablando, hasta que llegase tío Walt?

Antes de que Pete tomase una decisión, tío Walt salió a toda prisa de los laboratorios. Al verle, el señor Bittley echó a correr y desapareció entre los coches de un aparcamiento situado al otro lado de la calle.

Con una amplia sonrisa, el señor Davis entró en el coche, acomodándose tras el volante.

—¡Niños, lo habéis descubierto! —exclamó.

—¿El cono del proyectil? —preguntó Pete, casi a gritos.

—Sí. Las Fuerzas Aéreas inician la búsqueda inmediatamente y nosotros vamos a ayudar.

Pete y Pam quedaron tan emocionados que apenas podían hablar. Pero, mientras el «Insecto» se ponía en marcha, Pete habló a su tío del curioso señor Bittley.

—¡También él sabe que se trata del cono del proyectil! ¿Qué haremos?

El señor Davis repuso que había tiempo para buscar a Bittley que sin duda era un impostor, y no un periodista.

—Pero estoy seguro de que la policía le detendrá más tarde —dijo—. Tenemos que ir a toda prisa a Puerto Cañaveral.

Tío Walt condujo hacia la salida principal. Los tres pasajeros oyeron un fuerte estallido.

El «Insecto» patinó sobre la superficie arenosa y se volcó sobre un lateral.