UNA EXTRAÑA CAPTURA

Atónitos, Holly y Ricky siguieron mirando por la ventana, al extraño y negro pájaro hablador.

—¿Es un cuervo? —preguntó Ricky.

—No. Es un estornino tropical —replicó el señor Jeep—. Mi abuela tenía uno. Se reconoce que es un estornino de este tipo por esa señal blanca de la cabeza.

En seguida, el hombre buscó por toda la estancia para averiguar la causa del extraño zumbido. Al fin vio un conmutador cerca de la puerta.

—Debe de ser esto —dijo—. Una alarma contra robo. ¿Por qué tendrá esto el señor Ferguson?

En cuanto el señor Jeep movió el interruptor, cesó el zumbido. El señor Jeep volvió a saltar por la ventana y se reunió con los niños, comentando con desaliento:

—No puedo arrestar a un pájaro porque no me deje entrar en su casa.

También aturdidos, Ricky y Holly murmuraron a un tiempo:

—¡Y nosotros que nos creíamos que era un hombre el que hablaba!

Holly sacudía tan nerviosamente la cabeza que sus trencitas saltaban sin cesar a su espalda. Los niños volvieron al coche con el señor Jeep que, mientras se sentaba al volante, comentó:

—Todavía no acabo de convencerme de que estas gentes no estén complicadas en algún asunto poco honrado.

—Es verdad —asintió Holly—. Me acuerdo de la pluma negra que «Lady Rhesus» llevaba en la mano cuando la encontramos. ¡Seguro que era de este pájaro!

—¿Ves cómo la mona estuvo en la cabaña del pescador? —exclamó Ricky—. Y no fue honrado que se quedase con ella.

—Os llevaré a casa e iré a informar al jefe de policía —dijo el señor Jeep—. El próximo movimiento lo habrá de hacer la autoridad.

—Por favor, háblenos de los estorninos tropicales —pidió Holly, mientras embocaban la carretera en dirección a Cocoa.

El señor Jeep explicó que aquellos pájaros se encontraban en la India y algunas regiones del Asia meridional. Los antiguos, aprovechando que aquel ave tenía la facultad de imitar la voz humana, les enseñaban a hablar y les tenían en casa como animales domésticos.

—Pero nunca había oído a uno de estos pájaros con una voz tan profunda —admitió el hombre.

Aunque el misterio de la voz extraña había quedado resuelto, todos concordaron en que la manera de actuar del pescador de langostinos era muy rara.

Cuando llegaron a casa de los Davis, el señor Jeep dejó a los dos hermanos y se dirigió a la playa de Cocoa. Ricky y Holly se turnaron, muy nerviosos, en dar explicaciones a su madre y su tía sobre el estornino exótico.

—Encuentro muy misterioso que hayan enseñado a un pájaro a hablar de proyectiles —declaró la señora Hollister.

En aquel mismo momento, Pete y Pam estaban hablando con Corto en la embarcación pesquera. Habían dejado muy lejos Puerto Cañaveral y avanzaban sobre las olas del océano, no lejos de las costas de Florida.

—¿Cómo sabe usted dónde tiene que pescar? —preguntó Pete—. ¿Puede encontrar en cualquier parte la clase de pesca que busca?

Corto explicó que la pesca moderna se efectuaba valiéndose de medios científicos.

—Venid al camarote y allí veréis el sondeador —dijo.

Pete y Pam bajaron con el hombre un corto tramo de escaleras hasta una pequeña habitación. Estaba llena de toda clase de instrumentos y cartas marinas. En un extremo había un instrumento con una superficie de cristal, de forma circular.

—Es un sondeador sónico de profundidad —informó Corto—. Gracias a esto sabemos la profundidad de las aguas sobre las que navegamos. Mirad aquí.

Un pequeño punto de luz se movía en torno a una escala graduada, que marcaba las profundidades del océano.

—Ahora estamos sobre veinte metros de profundidad —dijo Pete—. Es bastante.

Los niños recordaron que la pesca que Corto deseaba se encontraba en hoyos muy profundos.

—Cuando el sondeador de profundidades nos indique dónde hay una depresión, allí nos detendremos a pescar.

El pescador siguió diciendo que en algunos grandes barcos de pesca había sondeadores de profundidad que mostraban, incluso, la presencia de los peces nadando abajo.

De repente el punto luminoso se desvió.

—Estamos en una hondonada —dijo Pete—. ¿Vamos a detenernos aquí?

—Sí. Lo haremos.

Corto llamó al timonel. La embarcación se detuvo y giró con lentitud, para quedar precisamente sobre la hondonada.

Las cañas colocadas en cuatro extremos tenían ya puesto el cebo conveniente y los plomos hicieron descender el anzuelo con gran rapidez. Cada uno de los pescadores sostenía la caña con la mano poco tensa. La caña de Corto sufrió una sacudida. Con toda rapidez, el patrón de la embarcación empezó a enrollar el hilo. Al mismo tiempo, otros tres hombres notaron que en sus anzuelos también habían picado.

Pronto de las cañas empezaron a caer sobre cubierta gruesos salmonetes que saltaban y se retorcían hasta que se les libraba de los anzuelos.

Pete estaba a punto de pedir que le dejasen probar suerte, cuando en el horizonte vio otra embarcación, que pronto reconoció como un barco langostinero.

—¿Tú crees que será el de Ferguson? —preguntó Pete a su hermana.

Corto, que les oyó, dijo:

—En el camarote hay unos gemelos. Id a buscarlos y podréis ver quiénes son.

Pete corrió en busca de los gemelos. Al regresar apoyó los codos sobre la borda y enfocó con los gemelos sobre la embarcación que seguía avanzado hacia ellos.

—¿Qué ves? —preguntó Pam.

—Desde luego es un barco langostinero, pero no puedo ver a los tripulantes.

—Déjame que mire yo —pidió Pam.

—Ten —repuso Pete, entregándole los gemelos.

Pam observó la embarcación que seguía aproximándose, mientras Corto y sus hombres seguían depositando salmonetes sobre la cubierta.

—Oye, Pete —llamó Corto—, échanos una mano y ve recogiendo el pescado en este cajón, mientras nos encaminamos a otra hondonada.

Corto abrió un gran cajón rectangular, cuyo fondo estaba cubierto de hielo. Pete se puso a la tarea de ir echando los resbaladizos peces al interior.

Su hermana continuaba observando la embarcación langostinera y al cabo de un rato informó:

—¡Pete, es el «Golfo de las Tormentas»! Y ahora puedo ver a los marineros.

—¿Qué están haciendo?

—Alec Ferguson tiene unos prismáticos y mira hacia aquí.

—¡Oooh! ¿Pensará que le estamos siguiendo?

Todos los salmonetes capturados se encontraban ya en el fondo del cajón. Pete se secó las manos en una toalla colgada cerca de la escotilla y volvió a coger los gemelos.

—Ahora el que nos mira es Turk —dijo el chico.

Observó que el «Golfo de las Tormentas» había virado ligeramente, avanzando en sentido paralelo al «Zafiro». Inmediatamente fue a informar a Corto, que estaba consultando la profundidad de la próxima hondonada.

—Me gustaría saber qué hace por aquí esa gente —comentó el pescador—. Esta zona es demasiado profunda para que puedan encontrar langostinos.

Pete, que no apartaba los ojos del sondeador de profundidades, anunció de pronto:

—Corto, estamos sobre un promontorio del fondo.

—Qué raro…

Inmediatamente llamó Corto al timonel y le ordenó que diera la vuelta. Las olas se estrellaron contra la proa, mientras el «Zafiro» cambiaba de rumbo. Corto continuó observando el instrumento. Y de nuevo el punto luminoso ascendió.

—¿Por qué ocurrirá esto? —preguntó Pete.

—Puede que debajo de nosotros se encuentre el casco de algún viejo barco naufragado.

—¿Podría ser una parte del proyectil que se destruyó? —inquirió Pam.

Corto dijo que no lo creía probable. Las embarcaciones del gobierno habían sondeado todos aquellos alrededores, después de ocurrir el incidente.

—Han dragado el fondo y han hecho descender a varios buzos para que buscasen entre las arenas.

—Pero pudieron pasar de largo, sin verlo.

—Otra hondonada —dijo Corto—. Me alegro de que tu observación nos haya hecho virar, Pete.

De nuevo se echaron al fondo las redes. Y una vez más los peces picaron repetidamente.

—¿No podríamos pescar también Pam y yo? —preguntó Pete.

—Claro que sí —contestó Corto—. En el camarote encontraréis un par de cañas.

Los dos hermanos se apresuraron a buscar las deseadas cañas y a colocar el cebo en los anzuelos. Luego, de pie junto a la borda, echaron los anzuelos al agua.

Pete fue quien primero consiguió un pez, que luchó furiosamente por libertarse. Pam acudió en ayuda de su hermano y le ayudó a capturar el pez.

—¡Es una buena pieza! —declaró el chico, acudiendo a enseñársela a Corto.

Entre tanto, Pam volvió a coger su caña, que había soltado para ayudar a Pete. De repente el hilo se puso tenso y la caña empezó a combarse con el peso de la pieza capturada.

—¡Pete, he atrapado un pez muy gordo!

Pam intentó enrollar el hilo, pero el peso que se había cogido al anzuelo era excesivo para sus delicadas muñecas.

—Voy a ayudarte —se ofreció Pete.

Pero ni entre los dos consiguieron nada; por el contrario, el hilo estaba cada vez más tenso.

—¡Zambomba! —exclamó el chico—. ¡Has debido de pescar un monstruo!

—¡Puede que sea otra tortuga como la que alcanzó Ricky cuando ibais en la barca!

—¡Pues ésta no se escapará! —pronosticó Pete, y redobló sus fuerzas, para sacar la presa de Pam.

¡Crass! La caña se rompió por la mitad.

Antes de que Pete se hubiera repuesto de su sorpresa, Corto saltó a su lado y logró coger el trozo de caña unido al hilo; éste había quedado flojo y Corto pudo tirar de ello sin dificultad, para entregársela a Pete.

—¡Oh! —murmuró Pam, con desencanto—. El monstruo se ha escapado.

—¿Qué cree que podía ser, Corto?

—Probablemente un tiburón o un salmón gigante.

—Siento mucho que se haya roto la caña —dijo Pete.

Y Pam añadió:

—Pero le pagaremos lo que cueste otra.

—No os preocupéis por eso —les dijo Corto amablemente—. La caña era vieja y probablemente estaba reseca. No se ha perdido gran cosa.

Corto volvió a tomar su caña y Pete empezó a recoger el hilo de la caña rota. Estaba muy enredado, y enganchado en el anzuelo encontró un muelle de alambre. Una expresión de perplejidad se dibujó en la cara de los dos hermanos.

—Resulta que no era un pez lo que había picado —dijo Pam que preguntó, muy excitada—: ¡Pete! ¿Crees que sería el cono del proyectil?

—¡Chist! No grites tanto. No debemos permitir que nadie más que los hombres de la base se enteren de esto.

Pete sacó su pañuelo para envolver con ello el muelle y guardarlo en su bolsillo. A los dos hermanos les latía apresuradamente el corazón. ¡Cuánto deseaban correr junto a tío Walt para darle aquella pista!

Pam se inclinó para decir a su hermano, al oído:

—Tendríamos que volver. Si de verdad fuese él cono del proyectil… Estoy nerviosa, Pete.

Los dos habían estado tan ocupados hasta aquel instante que se habían olvidado de la otra embarcación. Pam aspiró profundamente el aire marino, mientras contemplaba el agua. Lo que vio le hizo ahogar un grito.

—¡Pete, la embarcación de Ferguson viene hacia aquí!

—Debe de estar describiendo círculos alrededor de nosotros.

Haciéndose sombra con las manos a los ojos, Pete contempló el «Golfo de las Tormentas» que avanzaba sobre las olas de un azul verdoso. Ahora, los hombres de cubierta resultaban perfectamente visibles. Uno de ellos tenía un catalejo ante los ojos.

Al ver aquello, Pam sintió miedo. ¿Habrían visto los hombres del barco langostinero el muelle que Pete había envuelto y guardado en su bolsillo?

De ser así, ¿pensarían también en el cono del proyectil y lo encontrarían?…

Mientras los Hollister observaban, el «Golfo de las Tormentas» seguía avanzando hacia el «Zafiro». Pam empezó a sentirse aterrada.

—¡Pete, van a embestir esta embarcación!