UNA CURIOSA ADVERTENCIA

A pesar de los gritos de los niños, el «Golfo de las Tormentas» prosiguió su camino, fuera del Puerto Cañaveral. Los dos marineros siguieron tirando de «Proye» hasta que sacaron al animal del enredijo.

Luego entregaron el animal a Turk. Y éste… ¡de un fuerte manotazo lanzó a la pobre perrita al agua!

—¡Oooh! —exclamó Pam, condolida.

Por unos momentos, «Proye» desapareció de la vista. Luego volvió a emerger, nadando furiosamente hacia el puerto.

—¡Está demasiado lejos! ¡Pobre «Proye»! ¡No va a poder llegar! —murmuró Pam, con lágrimas en los ojos.

—¡Mi pobre perrita! —se lamentó tía Carol.

En aquel momento llegó Corto al muelle y se aproximó a Pete, preguntando:

—¿Qué ha sucedido?

Pete señaló al pequeño bulto marrón que se advertía en las aguas, nadando con desespero.

—Ven. Yo tengo una barca de remos —dijo Corto.

Corrió al «Zafiro», seguido de Pam y Pete. En la parte posterior de la embarcación pesquera había una barquita con cabida para dos personas.

—¡Saltad! —ordenó el marinero, inclinándose por la borda para mantener firme la barquita.

Pete y Pam obedecieron y en cuanto estuvieron en la barca cogieron los remos, en tanto que Corto desataba la cuerda que la unía al «Zafiro».

Todos los demás presenciaron las maniobras muy emocionados.

—¡De prisa! ¡Más de prisa! —animó Ricky a sus hermanos, mientras oía el chapoteo de los remos.

Hasta entonces, la perrita había estado batallando por mantener la cabeza sobre las aguas. Finalmente pareció aturdirse y empezó a nadar en círculo.

Pete y Pam remaron enérgicamente y pronto llegaron junto a la perrita de sus primos. Pete se inclinó por la borda y agarró a «Proye» por el collar para meterla en la barca. La perrita aullaba y se estremecía. Al acariciarla, Pam notó los fuertes latidos del corazón del pobre animal.

—¡Pobrecita! —se compadeció Pam que con la perrita en brazos fue a sentarse en la parte posterior de la barca, mientras Pete se hacía cargo de los remos.

A los pocos minutos la barca volvía a estar amarrada tras la embarcación pesquera y «Proye» se encontraba a salvo en el muelle.

¡Con qué alegría recibieron todos a la perra! El animal parecía sentirse dichoso, con tantas muestras de cariño, y ladraba sin cesar, dando saltos alrededor de tía Carol, que declaró:

—¡Esos hombres se acordarán de mí, cuando vuelva a verles!

—Será mejor que nos pongamos ya en marcha, si queremos conseguir alguna pesca —dijo Corto—. ¿Está preparada mi tripulación?

—Sí, patrón —repuso Pete, con un marcial saludo.

—Yo también estoy dispuesta —sonrió Pam.

—Ahí llega el resto de mi tripulación —anunció Corto, mientras tres hombres, vestidos con toscas ropas y calzados con botas, bajaban de un viejo coche.

—Adiós y buena suerte —les deseó tía Carol.

Marsh se despidió de Pete con una afectuosa palmada, diciéndole:

—A ver si pescas un pez bien gordo.

—Preferiría encontrar el cono del proyectil —declaró Pete, con una sonrisa.

Él y Pam subieron a bordo del «Zafiro» y muy pronto la embarcación pesquera levantaba oleadas de espuma, en su avance por las aguas del Atlántico. Marsh, Ricky y las dos señoras estuvieron despidiéndoles con la mano hasta que la embarcación estuvo muy lejos. Entonces subieron a sus coches y volvieron a casa.

«Proye» se había recobrado totalmente del susto que pasara en el agua, cuando tía Carol detuvo la furgoneta a la entrada de su casa.

«Blanco» estaba descansando a la sombra del coche y «Proye» no tardó en hacerse amiga del hermoso perro blanco. Los dos animales empezaron a correr por el jardín, mientras Ricky y su tía entraban en la casa.

—Tenemos compañía —anunció la señora Hollister cuando los recién llegados entraron en la salita.

El señor Jeep, que estaba sentado en una cómoda butaca, se puso en pie para saludarles.

—¡Hemos tenido una gran aventura! —dijo saber Ricky, que a continuación contó todo lo sucedido en el Puerto Cañaveral.

—¡Nunca habría pensado que pudiera haber personas tan crueles! —declaró la señora Hollister, estremecida.

—Crueles es el calificativo que merecen —concordó el señor Jeep.

Entonces el ex policía contó que, después de haber consultado con el jefe de policía, había recibido el encargo de investigar en la cabaña del pescador.

—Me había imaginado que esas gentes eran inofensivas, pero ahora creo que sus niños han desenmascarado a verdaderos delincuentes.

—¡Canastos! —exclamó Ricky.

El señor Jeep explicó que había ido a casa de los Davis con la esperanza de poder hablar con Pete y Pam antes de que los dos hermanos salieran de pesca.

—Pero creo que tengo ya información suficiente. De modo que iré a echar un vistazo a la cabaña ahora mismo.

—¿Puedo ir con usted? —preguntó Ricky, suplicante.

—¿Y yo? —se apresuró a inquirir Holly.

Sue saltó a las rodillas del señor Jeep y mirándole a la cara, preguntó:

—¿Me llevarás contigo?

Randy y Sharon se pusieron tristones, pero no dijeron ni una palabra. Su madre, que comprendió lo que estaban pensando, dijo:

—Sé que os gustaría ir también con el señor Jeep, pero los dos tenéis una hora de clase de música.

—Ya lo sé, mamá —repuso Randy, obediente.

Sharon no dijo nada; se limitó a inclinar la cabeza, comprensivamente.

El señor Jeep miró a la señora Hollister, como pidiendo consejo, y con una sonrisa, comentó:

—Me consta que estos jóvenes detectives pueden serme muy útiles, pero temo que este trabajo resulte peligroso.

—¡Tendremos mucho cuidado! —prometió Ricky—. ¿Verdad que sí, Holly?

—Está bien —accedió la madre—. Ricky y Holly pueden ir con usted, señor Jeep. Pero Sue debe quedarse en casa.

En el mismo momento a la chiquitina empezó a temblarle violentamente la barbilla. Por fin estalló en lágrimas, mientras declaraba:

—¡Los «probecitos»… detectives… pequeños… nunca pueden divertirse! ¡Yo «tamién» quiero ir!

En aquel instante llamaron a la puerta y al poco entraba la señorita Mott, con «Lady Rhesus» sentada en su hombro.

—¡Dios mío! ¿Qué terrible cosa ha sucedido? —preguntó la artista viendo las lágrimas de Sue.

La mona saltó del hombro de su dueña y después de dar una carrerita por el suelo, saltó a los brazos de Sue. La señora Hollister explicó a qué se debía el llanto de la pequeña.

—Sue —dijo la señorita Mott, sonriendo—, estoy segura de que tú te divertirás mucho más trabajando como niñera de una mona.

La chiquitina dejó de llorar al instante y, abriendo enormemente los ojos, preguntó:

—¿Eso que dices es como ser niñera de un bebé?

—Exactamente lo mismo —repuso la señorita. Mott—. Tengo que salir unos días de la ciudad, para acudir a una exhibición de arte y he pensado que tal vez a vosotros, los pequeños, os gustase cuidar de «Lady Rhesus».

Sue bajó en seguida de las rodillas del señor Jeep. Con la mona aferrada a su hombro, la pequeña corrió a abrazar a la mujer.

—¡Seré una niñera de mona, señorita Mott! —declaró.

Tía Carol intervino, diciendo:

—Podrás ser la dueña absoluta de la mona espacial durante unas cuantas horas.

Ahora que Sue ya quedaba satisfecha, Ricky y Holly se despidieron de su madre con un beso y salieron en compañía del señor Jeep. El vehículo del ex policía marchó hacia la playa de Cocoa, se internó en la arena y fue a detenerse muy cerca de la cabaña de Alec Ferguson.

—Ahora, niños, os quedaréis detrás de mí hasta que yo compruebe si hay algún peligro —dijo el señor Jeep, que luego echó a andar entre las dunas hacia la cabaña del pescador. Llamó sonoramente a la puerta y al momento una voz gritó:

—¡Fuera! ¡Lárguese!

El señor Jeep dijo que era un representante de la ley y añadió:

—Necesito hablar con usted.

No obtuvo respuesta.

—¿Qué va a hacer ahora, señor Jeep? —preguntó Ricky, que permanecía a un lado, asiendo de la mano a Holly.

—Sea quien sea, tengo que entrar y hablar con él —declaró el hombre con determinación.

Mientras los dos hermanos esperaban, con los ojos redondos de inquietud, el señor Jeep fue a la ventana. Pero la encontró cerrada. El hombre fue a su coche y volvió con un destornillador. No hizo más que forcejear un par de ves y la ventana quedó abierta. Pero en el mismo momento en el interior de la cabaña sonó un prolongado zumbido.

—¿Es… una alarma contra robo? —preguntó Ricky.

—Eso pienso —repuso el señor Jeep, que ya estaba saltando al interior.

—¡No hay nadie aquí! —anunció al cabo de un momento, asomando la cabeza por la ventana.

En aquel instante volvió a sonar la voz, diciendo:

—Contamos. Tiempo.

A aquellas palabras siguieron unos prolongados silbidos. El señor Jeep giró sobre sus talones, buscando muy sorprendido, la procedencia de la voz. Los niños se acercaron corriendo a la ventana y Holly, poniéndose de puntillas, miró al interior. ¡No se veía a nadie!

—¡Seré idiota! —exclamó entonces el policía—. Mirad esto.

El hombre cruzó la estancia para ir a detenerse ante una jaula que pendía de una barra de hierro y quedaba medio oculta en las sombras. En el interior de la jaula había un pájaro negro.

Al ver aproximarse al señor Jeep, el pájaro abrió el pico y dijo:

—¡Fuera! ¡Lárguese! ¡Contamos! ¡Acaba con ese pájaro!

Holly y Ricky quedaron con la boca abierta.

—¡Es un pájaro que habla! —exclamó Holly.