Tras ponerse en pie a toda prisa, Pete volvió a correr detrás de Marshall que pedaleaba furiosamente, descendiendo por el sendero arenoso. El chico llevaba el manillar con una sola mano, pues con la otra sostenía la pieza de metal.
De pronto la rueda delantera de la bicicleta se hundió en un hoyo lleno de arena y la máquina quedó inmóvil, lo que hizo saltar a Marsh por encima del manillar. Con gran estrépito, el chico cayó al suelo, donde quedó tendido de costado.
—¡Ahora podremos atraparle! —gritó Ricky con entusiasmo.
El pecoso corría detrás de Pete, seguido de cerca por los demás niños. Un momento después todos rodeaban al caído, que se levantó lentamente, cogiéndose con la mano izquierda el brazo derecho. Y Pete se inclinó a recoger la pieza metálica que había quedado junto a la bicicleta.
—¡Ya te tenemos! —gritó Randy, triunfante.
Al notar que Marsh hacía muecas de dolor, Sharon preguntó:
—¿Te has hecho daño?
El chico movió afirmativamente la cabeza, mientras decía:
—Me he golpeado sobre una piedra puntiaguda.
Pam vio que Marsh tenía el codo desollado y algo inflamado y dijo amablemente:
—Deja que te ayudemos.
—Lo que habría que hacer es darle un puñetazo —protestó Ricky.
—¡Chist! —reprendió Pam—. Si se ha hecho daño, debemos ayudarle. Pete, ¿tienes un pañuelo limpio?
—Sí —contestó su hermano, sacando del bolsillo un pañuelo limpio y planchado.
Pam lo tomó y vendó con él el codo herido de Marsh, que viéndose tratado tan amablemente se sintió algo aturdido.
—Muchas gracias —dijo.
—Yo sigo pensando que se necesita mucha frescura para querer quitarnos esto —declaró Pete.
—Yo sólo quería ayudaros —replicó Marsh, tímidamente.
—¿Llamas ayudar a estar espiándonos? —gruñó Ricky.
Marsh agachó la cabeza y confesó que, efectivamente, había estado observando a los niños y vio cuando Pam descubrió las huellas de la mona.
—Creí que borrar las huellas era una manera de vengarme.
—Si vuelves a hacernos más jugarretas, lo lamentarás —advirtió Pete—. Holly estuvo a punto de herirse cuando trepó al roble, buscando a «Lady Rhesus».
—Lo siento mucho —afirmó Marsh, que parecía hablar sinceramente—. Creí que sería Pete, y no Holly, quien subiría.
—¿Y cómo pensabas ayudarnos, llevándote la pieza de metal? —preguntó Sharon.
Marsh explicó que deseaba ser ayudante de los hombres que trabajaban en los proyectiles.
—Espero llegar a ser un astronauta.
—Pues ésa no es manera de hacerlo —reprendió suavemente Pam.
Luego, la amable niña levantó del suelo la bicicleta y Pete la sostuvo mientras Marsh subía al sillín.
—Hasta la vista —dijo Marsh, muy avergonzado.
Pam estuvo mirando al chico hasta que desapareció en la carretera principal.
—Yo creo que Marsh está arrepentido de verdad —dijo.
—No estoy tan seguro yo —repuso Pete, moviendo la cabeza—. Tendrá que demostrarme que es sincero.
Los niños se encaminaron al motel más próximo y desde allí Pete telefoneó a su tía. Después que el muchachito le habló de su descubrimiento, la tía dijo:
—Buen trabajo. Pete. Voy a llamar a tu tío. Seguramente irá en seguida a recoger esa pieza de metal para llevarla al laboratorio. Pero no cabréis todos en el «Insecto». Esperadme donde estáis que yo iré también.
Tía Carol, en la furgoneta, y tío Walt, en el «Insecto», llegaron casi al mismo tiempo.
—¿Qué te parece esto? —preguntó Pete a su tío, tendiéndole la pieza de metal—. ¿Puede ser importante?
Tío Walt dio vueltas a la pieza en sus manos, estudiándola con suma atención.
—Pete, no cabe duda de que esto es una pieza del viejo «Thuzzy». ¡Puede que con esto resolvamos el misterio de por qué se incendió! Llevaremos la pieza al laboratorio.
Al oír a todos los niños pedir que tío Walt les dejase ir con él, tía Carol dijo:
—Los más pequeños vendréis conmigo.
Holly, Sue y Ricky obedecieron sin protestar.
Pete, Pam, Sharon y Randy entraron en el «Insecto». Diciendo adiós a los demás, se encaminaron al sur, en dirección a la Base Aérea Patrick.
La carretera avanzaba bordeando el océano que se encontraba a la izquierda. A la derecha había grupitos de casas y detrás de ellas podía verse brillar, de vez en cuando, el agua del río Banana. Diez minutos más tarde empezaron a aparecer los edificios de la base.
—¡Zambomba! ¡No creí que esto fuese tan grande! —exclamó Pete.
Barracas bajas y altos edificios ocupaban una amplia extensión, y tras todo esto, a lo lejos, se elevaban los hangares de un aeropuerto.
—Es como una ciudad de verdad —comentó Randy, mientras su padre conducía a través de las puertas, penetrando en los terrenos del puesto militar.
Se detuvieron junto al bordillo, ante un gran edificio blanco.
—Quedaos aquí hasta que yo vuelva —dijo tío Walt—. No tardaré.
—Sí, papá —repuso Randy, yendo a colocarse en el asiento del conductor.
Tan pronto como el empleado de la base hubo desaparecido en el interior de los laboratorios, Randy se volvió a Pete, que se sentaba tras él, proponiendo:
—Vamos a jugar a las carreras de autos.
—Sí, Randy. Tú serás el conductor y yo tu mecánico.
Entusiasmado, Randy se agarró al volante.
—Que todo el mundo se sujete con fuerza y se imagine que estamos en la playa de Daytona, donde se celebran carreras de autos.
Pam y Sharon se hicieron guiños risueños, mientras Randy declaraba que él sabía ir tan de prisa como quería, mientras no hubiera coches que le cerrasen el paso.
—¡Raaamf! ¡Raaamf! ¡Raaamf! —decía el pequeño, procurando imitar el ruido de los coches de carreras. Al mismo tiempo se ladeaba a un costado y a otro, haciendo girar el volante a izquierda y derecha.
—¡Paso, paso! ¡Tengo que abrirme camino entre ese embotellamiento!
Randy estaba divirtiéndose tanto, que los demás rieron alegremente.
—¡Da más marcha, Randy! —aconsejó Pete, siguiendo el juego—. ¡A ver si pasas a ése que va delante de nosotros!
—No querrá quitarse del paso —rezongó Randy—. Voy a tocar la bocina.
El niño apoyó el dedo en el claxon, que resonó con fuerza sobresaltando a los que pasaban. Pero cuando Randy separó la mano, el ruido continuó. El pequeño se mostró preocupado.
—¡No deja de sonar! —se lamentó.
Pete se inclinó por encima del respaldo del asiento delantero y estuvo manipulando en el botón, pero no consiguió nada. Varias caras asomaron por las ventanas del laboratorio y la gente de la calle miró con fijeza al «Insecto».
Un grupo de hombres subía por la acera y Pete vio que en la solapa llevaban una chapita de plástico donde se leía: «PRENSA». Seguramente eran reporteros. Uno de ellos corrió al coche y preguntó a Pete:
—¿Os ocurre algo?
—No podemos conseguir que deje de sonar la bocina.
—Yo os ayudaré —se ofreció el hombre—. Abrid la cerradura de la cubierta del motor.
Randy lo hizo en seguida, el hombre levantó la cubierta y desconectó unos hilos. La bocina dejó de sonar.
—Muchas gracias —dijo Pete.
—Me alegro de haber podido ayudaros —repuso, sonriendo—. Me llamo Willard, del «Globo» de Chicago.
—Nosotros somos los hermanos Hollister —dijo Pete, señalando a su hermana—. Y éstos son nuestros primos, Sharon y Randy Davis.
—Mi padre trabaja en los proyectiles —hizo saber orgullosamente, Randy.
—En ese caso, él sabrá arreglar la avería del claxon —dijo el señor Willard—. Hasta la vista, niños.
Mientras el hombre iba a unirse a los otros reporteros, Sharon dijo:
—¿Sabes una cosa, Pam? Creo que estos periodistas están aquí por un motivo especial.
—¿A qué te refieres?
Sharon se acercó más a Pam para decirle al oído:
—Seguramente va a ser lanzado un gran proyectil y estos hombres han venido para poder dar la noticia a sus periódicos.
Antes de que Pam hubiera podido contestar, tío Walt salió de los laboratorios y se acercó al coche, preguntando:
—¿Era nuestra bocina la que he oído sonar?
—Sí, papá —confesó Randy, avergonzado—. Creo que he roto algo.
—No te preocupes —contestó el padre, riendo—. Eso ha sucedido ya otra vez.
Cuando Pete dijo que el señor Willard había desconectado los hilos, tío Walt levantó la cubierta y manipuló unos minutos en las conexiones.
—Prueba ahora, Randy.
El pequeño oprimió la bocina.
—Bien… Ahora va bien —dijo el padre, yendo a ocupar su puesto ante el volante.
—Tío Walt, ¿qué les ha parecido esa pieza de metal? —preguntó Pete, mientras el motor se ponía en marcha.
—Tenemos que felicitarte, Pete —sonrió el tío, y añadió que los técnicos habían considerado la pieza metálica como una buena pista—. ¡Ahora podremos averiguar por qué se hizo pedazos el pobre «Thuzzy»!
—¡Qué suerte! —exclamó Randy.
Mientras el «Insecto» se alejaba de la base de las Fuerzas Aéreas y tomaba la carretera principal, Pam se inclinó hacia el asiento delantero para decir:
—Tío Walt, ¿va a lanzarse otro pájaro al espacio, esta noche?
En el primer momento el tío quedó asombrado, pero se echó a reír.
—¿Quién te lo ha dicho? Quiero decir que cómo se te ha ocurrido pensar eso, Pam.
—Como hay tantos periodistas… Sharon ha creído que sería por eso.
Tío Walt se limitó a sonreír y quedó silencioso durante varios minutos. Al fin murmuró:
—No puedo comunicaros los secretos oficiales. Pero ¿qué os parece si celebramos una fiesta en la playa esta noche?