UNA VOZ MISTERIOSA

El «tesoro» que Pete sostenía en su mano era de la medida de un plato de sopa. Su color era de un blanco grisáceo y sus bordes estaban dentados.

—¡Es maravilloso! —declaró Pam—. ¿Dónde lo habéis encontrado?

Pete dijo que el pedazo de metal se encontraba enterrado en la arena, bajo el agua, y que sólo un pequeño borde quedaba a la vista.

—Parecía una concha. Casi paso de largo.

—Puede que sea un gran descubrimiento —declaró Randy, orgulloso—. Vamos a llevárselo en seguida a papá.

—¡Esperad! Nosotros también tenemos noticias —dijo Sharon, apoyando una mano en el hombro de Pete.

Ya continuación habló a todos de las pequeñas huellas de mono que habían visto y de la voz misteriosa que oyeron sonar en la cabaña del pescador.

—Entonces, ¿creéis que ha sido la mona quien ha dejado esas huellas? ¡Canastos! —gritó Ricky.

Pete estaba indeciso, no sabiendo si sería mejor ir inmediatamente a telefonear a su tío, o examinar las huellas encontradas. Al fin decidió:

—Ya que estamos aquí, enseñadnos antes esas huellas.

—Ya veréis —murmuró Sharon, unos momentos más tarde—. Esas huellas pequeñitas están por aquí.

—No las veo —anunció Holly, después de buscar con interés.

—Ni yo —concordó Ricky, poniéndose a cuatro pies, para buscar mejor.

También Pam se arrodilló en la arena, buscando las pisadas. Un momento después la niña anunciaba tristemente:

—Ya no están.

—¿Cómo habrá pasado esto? —preguntó Randy—. Si hace un momento estaban aquí…

Pete frunció el ceño. No podía comprender aquello. Miró en todas direcciones, diciendo:

—Puede que Alec Ferguson os haya visto aquí y haya salido a borrar las huellas, mientras vosotros os alejabais.

—¿Como una de esas personas malas que quisieran hacer desaparecer todas las pruebas? —preguntó Sharon.

—Eso es. ¿Quién iba a hacerlo, si no?

—A lo mejor lo ha hecho «Marshalmeja» —sugirió Holly—. No sabemos si nos estaría vigilando.

—Es verdad —concordó Pam—. ¿Veis esto? Parece que alguien ha estado aplastando la arena con los pies.

Mientras los mayores hacían comentarios, deseosos de resolver el misterio, Sue fue acercándose a la cabaña. Sin que los demás la vieran, la pequeñita se acercó de puntillas a una de las ventanas bajas, con la esperanza de ver dentro a «Lady Rhesus».

Pam fue la primera en darse cuenta de lo que ocurría.

—¡Oh! ¡Mirad dónde está Sue!

En aquel mismo momento la morenita Sue se separó de la ventana y corrió desesperadamente a reunirse con los demás niños. Tropezó y cayó al suelo, pero volvió a levantarse sin pérdida de tiempo.

—¡Huy! ¡Todo es misterioso! —dijo sin aliento—. ¡Hay una cosa que da saltos! ¡Lo he visto! ¡Lo he visto!

—¿Qué era? —preguntó Pete.

—Era la sombra de un mono.

¿Sería todo imaginaciones de Sue? ¿O sería cierto que la monita estaba dentro de la cabaña, saltando de un lado a otro?

—Lo mejor será que vayamos todos a ver —propuso Pete.

—Pero ¿no te acuerdas de Alec Ferguson? —dijo Randy, asustado—. ¡Yo no quiero ver otra vez a ese hombre malo!

—Hay que arriesgarse —declaró gravemente Pete—. No podemos desperdiciar una pista tan buena.

Pete hizo situar a los demás en puestos estratégicos, para que pudieran servir de vigilantes, sin quedar cerca de la cabaña. Luego él volvió hacia la playa para esconder la preciosa pieza de metal entre unas plantas. Al volver habló con Pam, a media voz:

—Voy a acercarme y miraré por la ventana. Tú grita si alguien abre la puerta o viene hacia la cabaña.

—Muy bien. Pero date prisa.

Pete avanzó con sigilo hacia la casucha. De repente dio un salto y quedó acurrucado tras unos matorrales. Esperó un rato y como no se oía nada se arrastró unos pasos hasta la ventana y fue levantándose lentamente, hasta que sus ojos quedaron a la altura del repecho de la ventana.

Los ojos del chico inspeccionaron el sombrío interior de la cabaña. Todo lo que pudo ver fue un catre, una mesa vieja, dos sillas desvencijadas y una lámpara con la pantalla rota. En el suelo había una alfombra deshilachada y varios periódicos. Pero no se advertía el menor signo de personas o animales.

Podían haber sido imaginaciones de Sue. Apenas acababa Pete de hacerse esa reflexión cuando oyó una voz sonora.

—¿Qué? ¿Tiro este pájaro?

A Pete empezó a latirle con fuerza el corazón. Debía de haber un empleado de la base de proyectiles en la cabaña del pescador. Pero ¿dónde? Pete se preguntó si debía marcharse o quedarse a oír más.

—¿Quién hay ahí? —preguntó la voz profunda.

Pete retrocedió inmediatamente, muy apurado, y en seguida echó a correr, al mismo tiempo que hacía señas a los demás para que se alejasen de allí. Cuando estuvieron lejos de la cabaña, Pam preguntó sin aliento:

—¿Qué has visto, Pete?

—No he visto a nadie. Pero había una persona. Algún empleado de la base de proyectiles. Le he oído hablar.

—A lo mejor Alec Ferguson comparte su casa con alguno de los hombres de Cabo Cañaveral —dijo Sharon—. He oído decir a mamá que es difícil encontrar apartamentos para alquilar.

—No creo que un empleado de la base viva en esa cabaña tan vieja —declaró Pete.

—¿Qué le ha pasado a «Lady Rhesus»? —se interesó Sue—. ¿La has visto?

—No —repuso Pete—. Debe haberte parecido a ti que era la mona, pero no creo que lo fuese.

Sue se sintió muy ofendida al ver que nadie la creía y valerosamente se tragó las lágrimas que se agolpaban en sus ojos.

—Pues yo «sabo» que «Lady Rhesus» está allí —afirmó—. Y el hombre de la base la meterá en un cohete y la mandará a la luna.

Mientras Pam abrazaba a la pequeña, deseosa de consolarla, Pete se encaminó a los matorrales en donde había escondido la pieza metálica. Muy nervioso, el muchachito fue apartando el verde ramaje, pero todo resultó inútil.

—¡No está! —gritó—. ¡Se lo han llevado!

Pete miró a un extremo y otro de la playa. A lo lejos vieron un chico que corría.

—¡Ése es quien lo ha atrapado!

—¡Parece Marsh! —dijo Randy.

—¡No hay que dejarle escapar! —gritó Pam, echando a correr tras el chico.

Impulsado por los deseos de recobrar aquella importantísima pista, Pete corrió por la arena tan veloz como un antílope. Pronto pudo ver claramente que el chico que corría delante era Marshall Holt.

—¡Párate! ¡Devuélveme eso! —ordenó Pete a gritos.

Marsh volvió un momento la cabeza y en seguida reanudó la carrera, a más velocidad. Un momento después se desviaba de la playa y embocaba un sendero arenoso.

A poca distancia pudo ver Pete una bicicleta apoyada en el tronco de una palmera. Marshal saltó al sillín. Pete estaba a sólo unos palmos del chico.

—¡He dicho que te detengas! —gritó Pete, mientras Marsh empezaba a pedalear.

Sin saber cómo detenerle, Pete se lanzó de un salto hacia la rueda trasera. ¡Por sólo unos centímetros de distancia no alcanzó la bicicleta, y cayó de bruces en el camino!