Esa misma tarde el faraón vino con un papiro plegado en la mano. Su rostro brillaba de felicidad. Ella echó una extraña mirada al mensaje y se preguntó si tendría éxito su idea e irían las cosas según sus previsiones. El rey extendió el papiro. Ella lo leyó con ojos alegres. Estaba dirigido al gobernador de Nubia, el príncipe Karafanro, de parte de su primo, el faraón de Egipto. En él le confesaba sus preocupaciones y su deseo de que preparase un ejército bien armado sin despertar la curiosidad de los sacerdotes ni suscitar sus temores. Le pedía asimismo que mandara a su vez una carta de socorro, con un mensajero fiel, solicitando refuerzos para defender las fronteras del sur y reprimir una fingida rebelión supuestamente desencadenada por las tribus de Masayo y que se estaba propagando por aquellas tierras.
Rhadopis lo volvió a doblar diciendo:
—El mensajero está listo.
—Y también el mensaje —dijo el rey sonriendo.
El rostro de Rhadopis pareció a la vez contemplativo y soñador. Preguntó:
—¿Cómo recibirán el mensaje de Karafanro?
A lo que respondió el faraón con seguridad:
—Sacudirá el corazón de todos, hasta el de los sacerdotes. Los gobernadores harán llamamientos para reclutar soldados por todas partes del país. El ejército en el cual delegamos nuestra esperanza no tardará en acudir bien equipado.
—¿Y tendremos que esperar mucho? —preguntó ella con entusiasmo.
—Un mes es lo que tardará el mensajero en ir y volver.
Pensó un rato, luego contó con los dedos y dijo:
—Si mi intuición acierta, su vuelta coincidirá con la fiesta del Nilo.
El rey se rio y dijo:
—Eso es un buen augurio, Rhadopis. La fiesta del Nilo es la fiesta de nuestro amor. Será la fiesta del éxito y de la tranquilidad.
Ella deseó lo bueno sabiendo que no tenía que perder una esperanza apreciada en aquel día considerado como el día del nacimiento de su amor y felicidad. Se convenció de que la coincidencia de la vuelta del mensajero con el día de la fiesta no era pura casualidad sino una sabia disposición por parte de un dios que bendecía su amor y guardaba sus esperanzas.
El rey le echó una mirada de admiración, la besó en la cabeza y le dijo:
—¡Qué cabeza tan preciosa!… Una cabeza que no ha dejado de maravillar a Sufajatib. Se ha quedado asombrado por la idea que tu cabeza produjo, y no ha podido decir más que: «¡Vaya solución tan fácil para un problema tan difícil!». Es como si fuera una flor primorosa saliendo de un tronco retorcido y ramas trenzadas.
Rhadopis pensaba que el rey había guardado el secreto y que nadie conocía el asunto, ni siquiera su fiel visir Sufajatib.
—¿El visir sabe nuestro secreto? —le preguntó.
—Sí, pues Sufajatib y Tahu son como mi espíritu y mi corazón. No les escondo nada —respondió tranquilamente.
El nombre de Tahu resonó en sus oídos. Su rostro se ensombreció y asomó la preocupación a sus ojos.
—¿Y lo sabe también el otro? —preguntó.
—¡Qué recelosa eres, Rhadopis! Has de saber que no tengo secretos para ellos.
—Mi precaución, señor, no se extiende a una persona en la que confiáis de esa manera.
No obstante, recordó a Tahu en su última despedida. Su voz ronca volvió a resonar en sus oídos mientras gritaba enfadado, rabioso y desesperado. Se preguntó si aún estaría resentido. Sin embargo, las preocupaciones no pudieron abrirse camino para apoderarse de su corazón, pues se olvidaba hasta de sí misma en los brazos de su amante.
***
A la mañana del día siguiente llegó el mensajero Benamón ben Bassar envuelto en una túnica y con una tiara en la cabeza que le cubría hasta los oídos. Tenía las mejillas rosadas y los ojos relucientes con la luz de la alegría celestial. Se prosternó a los pies de Rhadopis en silencio y con sumisión y besó los bordes de su vestido en señal de adoración. Ella jugueteó con su pelo y le dijo cariñosamente:
—Nunca olvidaré, Benamón, que por mí has rehusado a la paz y a la tranquilidad.
Él levantó su hermoso e inocente rostro y le dijo con voz entrecortada:
—Por vos todo lo difícil se convierte en fácil. Que los dioses me ayuden a soportar la despedida.
—Volverás feliz y hermoso, y olvidarás con las alegrías del futuro todas las tristezas del pasado —dijo ella sonriente.
—Feliz es quien lleva un maravilloso sueño dentro que le hace compañía en su soledad y alivia la sed del camino.
Le sonrió agradablemente, cogió el mensaje plegado y se lo dio diciendo:
—No hace falta que diga que pongas mucho cuidado… ¿dónde lo vas a guardar?
—En el pecho, señora, debajo del cinturón.
Ella le dio otro papiro más pequeño diciendo:
—Toma este otro mensaje. Dáselo al gobernador Ana. Él te ayudará y te indicará la primera caravana que salga.
La despedida fue calurosa. Él tragó saliva y se puso nervioso. Parecía agitado y turbado. Ella le dio la mano. El joven vaciló, luego se la cogió entre las suyas, temblando como si tocara fuego. Se la llevó al corazón y ella sintió su calor y sus latidos. Luego se dio la vuelta y anduvo hasta que desapareció por la puerta. Rhadopis lo despidió con una mirada inquieta y una boca que balbucía vehementes deseos.
¡Cómo no!, pues había ceñido al corazón del joven una esperanza de la que dependía su vida.