Ante el asombro de Ricky y Holly, la caravana de caballos y galeras siguió avanzando y cruzó la verja del K Inclinada.
—¡Canastos! ¡Hay que advertir al señor Blair! —resolvió Ricky.
Él y Holly corrieron a la casa y encontraron al señor Blair que salía ya al porche en compañía de los niños mayores. Detrás de todos iban las dos madres, Sue y Cindy. El ranchero sonreía ampliamente.
—¡Señor Blair! —llamó Ricky—. ¿Va usted a comprar todos esos caballos?
El hombre se echó a reír, contestando:
—No, Ricky. Éstos son mis invitados. Ahí está la sorpresa de que os he hablado.
En aquel momento la galera que iba delante se detuvo y dos hombres saltaron a tierra. Iban vestidos con ropas de montar y vistosas camisas color naranja. Cuando uno de los hombres se volvió a indicar con la mano a las demás galeras que se detuviesen, todos pudieron ver, en la espalda de la camisa, las siguientes palabras: «fuerzas del sheriff de Salt Creek».
El nerviosismo se apoderó de todos y los niños hicieron docenas de preguntas, mientras los recién llegados bajaban de las galeras y se aproximaban. El que iba delante tendió la mano al señor Blair para cambiar con él un fuerte apretón.
—Bien venidos al K Inclinada —dijo el ranchero, que se volvió a los Hollister, añadiendo—: Éste es mi amigo Rex Hill. Está al frente de las fuerzas reclutadas por el sheriff de Salt Creek.
Viendo la cara de perplejidad de Ricky, el señor Blair sonrió declarando, amablemente:
—Ahora estoy dispuesto a contestar a algunas de vuestras preguntas.
Mientras Bunky y Gina contenían la risa, viendo el asombro de sus invitados, su padre explicó a los Hollister que en el Oeste existían muchos grupos, siempre deseosos de competir entre sí.
—A eso se han reducido, actualmente, lo que antes se llamaba fuerzas de batida del sheriff.
—Eso es —asintió Rex Hill, apoyando una mano en el hombro de Pete y de Pam—. Mañana celebraremos una fiesta en las tierras de Elkton.
—¿Con quién compiten ustedes? —preguntó la señora Hollister.
—Hay otros tres buenos equipos —contestó el señor Hill—. Los Sólidos Jinetes de Idaho, la Patrulla Montada de Utah y las Espuelas Plateadas de Nevada.
—¡Carambola! —exclamó Ricky, algo tristón—. ¡Y yo que me creía que venían ustedes a ayudarnos a detener a los malos!
Al oír aquello, los demás jinetes que se habían reunido en torno a los niños, tuvieron que contener la risa. Uno de ellos, patizambo y de burlona sonrisa, dijo:
—Yo no sabía que quedasen hombres malos en las Ruby, Ken.
—Éste es Mike Armónica —informó Rex Hill, dirigiéndose a la señora Hollister. Y con un guiño burlón, afirmó—. Mike es el hombre ideal para acampar junto al fuego.
El señor Blair explicó que los recién llegados ejercitarían a sus caballos en el K Inclinada y que, aquella noche, los jinetes dormirían en catres, en el edificio de los peones.
—Luego regresarán a la ciudad para participar en la gran exhibición.
Pam miró hacia el edificio de los vaqueros. A la entrada se encontraba Dakota Dawson. Al ver a Pam, el hombre dio media vuelta, bruscamente, y montando en su caballo que se hallaba a poca distancia, se alejó hacia las montañas.
A toda prisa, Pam se acercó a contar al señor Blair lo que había visto.
—Me parece que tiene miedo a los hombres del sheriff —añadió la niña.
—No lo creo —respondió el ranchero—. Dakota tiene que ir a buscar unas reses que ha visto extraviadas en los prados esta mañana.
Pero Pam siguió convencida de que había algo sospechoso en el misterioso vaquero. Mientras los hombres del sheriff empezaban a desenganchar los caballos de los carromatos, para llevar los animales al corral, Pam se llevó a un lado a Pete, para comentar:
—Si Dakota tenía que ir a buscar esas reses, ¿por qué no fue más temprano?
—A lo mejor deseaba ver a los hombres de Salt Creek —repuso Pete—. Si Dakota es el hombre a quien vimos salir de la oficina del sheriff, puede que conozca a estas gentes.
—Pero, si les conoce, ¿por qué no les ha saludado? —insistió Pam—. A mí me parece que está asustado de ellos.
Cuando los caballos estuvieron recogidos, él sol ya había desaparecido por completo detrás de las montañas y empezaba a soplar un vientecillo desagradable.
Mientras los niños hablaban con los hombres del sheriff, Viejo Papá salió del edificio de los peones. Holly corrió a su encuentro, diciéndole:
—¿En dónde se había metido?
—Estaba preparando las cosas para estos hombres —repuso el viejecito, que luego se inclinó para preguntar al oído de Holly—. ¿Quieres divertirte un rato?
—Claro. ¿Qué hago?
—Ven conmigo. Pero antes trae a los demás niños.
A los pocos minutos los cinco Hollister, Bunky y Gina habían salido detrás de Viejo Papá hasta un claro cercano al hoyo de la barbacoa.
—¿Qué os parece si me ayudáis a preparar una hoguera campestre? —propuso el anciano.
—¡Estupendo! —repuso Pete—. ¿Qué tenemos que hacer?
—Sólo recoger leña.
Los niños se separaron, veloces como conejos asustados, para buscar, cada uno por su cuenta, tallos y ramitas secas. Pete y Bunky fueron hasta una pila de leña y volvieron con los brazos llenos de madera bien cortada.
—Lo estáis haciendo pero que muy bien —dijo Viejo Papá.
Pocos minutos después de haber encendido unas cuantas ramitas, la hoguera empezó a crecer hasta resultar gigantesca. Ya era de noche en el valle y los hombres del sheriff se reunieron en torno a la hoguera. La señora Hollister y la señora Blair, en compañía de Cindy, salieron de la casa y las llamas temblorosas iluminaron sus rostros alegres.
De pronto empezaron a sonar las alegres y agudas notas de una armónica que estaba tocando Mike. Al poco rato todos cantaban «Alégrate, ternero huérfano». Después de ésta se cantaron casi todas las canciones del Oeste.
Viendo que todos seguían alegremente el ritmo con los pies, Sue, que había estado en brazos de su madre, saltó al suelo e improvisó una extraña y graciosa danza. Cuando concluyó la canción todos aplaudieron y Rex Hill se acercó y cogió a Sue en brazos.
—Creo que tendremos que adoptarte como mascota —dijo—. ¿Qué os parece, muchachos?
Todos los hombres del sheriff de Salt Creek aplaudieron y lanzaron gritos vaqueros.
Entonces Sue tiró del vaquero por una oreja y haciendo girar los ojos traviesamente, declaró en un cuchicheo:
—Seré tu mascota si «queres» hacerme un favor.
—¿Qué favor?
—Ayúdanos mañana a buscar a esos malotes.
—Tendremos que ir a nuestras casas mañana por la noche —le contestó Rex Hill—. Pero podemos regresar más tarde. Recorreremos estas montañas hasta que oscurezca y te garantizo que encontraremos a cualquier hombre malo que esté escondido por aquí.
Sue dio al señor Hill un rápido beso y saltó al suelo para correr al lado de su madre. Pete, que estaba al lado de Bunky, le dijo a media voz:
—¡Qué suerte! Si todos estos hombres nos ayudan, resolveremos el misterio en seguida.
Después de que se hubieron cantado varias canciones más y, cuando la hoguera se convirtió en un montoncillo de cenizas, el grupo se disolvió.
Mientras regresaba a la casa, Pam vio en la oscuridad la silueta de una mujer que se encaminaba al bosque.
—¿Eres tú, mamá? —preguntó la niña.
—No, hija. Yo estoy aquí.
La señora Hollister* caminaba directamente detrás de su hija, seguida de la señora Blair y de Cindy.
—Entonces, ¿quién es esa mujer que hay allí? —murmuró Pam, con extrañeza.
—¿Dónde?
—Acaba de desaparecer entre los bosques. Estoy segura de que era una mujer.
Al oír el tono apurado de su hermana, Pete acudió a su lado y preguntó:
—¿Crees que había alguien espiándonos?
—Había alguien que no era ni Cindy, ni la señora Blair, ni mamá.
Cuando Bunky se enteró de lo que pasaba fue corriendo a la casa y volvió con una linterna. Pero por mucho que buscaron entre los árboles y arbustos, no descubrieron nada. Al fin Pete se dio por vencido.
—Puede que no fuese más que una sombra —sugirió Cindy, mientras entraban en la casa.
Sin embargo, aquella noche Pam se acostó pensando todavía en la silueta que había desaparecido con tanto misterio.
Por la mañana todos se levantaron temprano. Los Hollister visitaron la escuela dominical a donde acudían Gina y Bunky. Al volver encontraron a los hombres del sheriff de Salt Creek montados y dispuestos a marchar a Elkton.
—¡Adiós! ¡Adiós! —gritaron los niños, mientras los jinetes de camisa color naranja se ponían en camino.
—Recuerda que eres nuestra mascota, Sue —dijo Rex Hill—. Esperamos verte en los terrenos de la competición.
Inmediatamente después de la comida especial del domingo, los niños Blair entraron en el coche de su familia para marchar con sus padres a la exhibición. Los Hollister iban a viajar tras ellos.
—¿Viene usted con nosotros, Viejo Papá? —preguntó amablemente Pam, antes de subir a la furgoneta.
—No. Tengo que quedarme a cuidar del rancho. Ya os veré luego —dijo el viejecito.
Cuando llegaron a los terrenos de la exhibición, todos subieron a los graderíos, que se llenaron rápidamente. Se oyeron cuchicheos excitados cuando una voz anunció por el altavoz:
—Les presentamos primeramente a los Sólidos Jinetes de Idaho.
En aquel momento, un hombre con camisa roja y sombrero de vaquero, con una bandera blanca y roja salió a caballo a la pista. Le seguía, una larga fila de jinetes con camisas rojas. Primero cabalgaron en círculo, y al poco se dividieron formando dos aros. Luego avanzaron de cuatro en cuatro, después de ocho en ocho. Todas sus maniobras eran precisas y ágiles.
—¡Canastos! ¡Es precioso! —declaró Ricky—. ¡Ojalá los hombres del sheriff lo hagan igual!
Apenas había desaparecido la polvareda levantada por los Sólidos Jinetes de Idaho cuando salió a la pista la Patrulla Montada de Utah. Iban todos vestidos de negro con sombreros blancos. Cuando éstos concluyeron su actuación, galoparon ante los graderíos las Espuelas Plateadas de Nevada. Éstos vestían calzones azules y camisas de un tono plateado.
Los niños estuvieron tan entretenidos contemplando las proezas de cada grupo que no se enteraron de nada más… ¡Qué sorpresa les produjo ver desfilar elegantemente a los hombres del sheriff de Salt Creek! Marchaban lentamente porque… ¡al frente de todos cabalgaba muy orgullosa la chiquitina Sue Hollister! Vestía pantalones de montar y una linda camisa color naranja, de su medida. En una mano llevaba un sombrero de vaquero con el que saludaba a los espectadores.