UNA PISTA OCULTA

Al oír el estremecedor gruñido y mirar los ojos relucientes, Ricky intentó gritar. Abrió los labios y volvió a cerrarlos, pero por ellos no salió el menor rumor. ¡Aún más al fondo de la cueva relucían otro par de ojos, todavía más grandes que los primeros!

Ricky huyó aterrado de la caverna y bajó, casi corriendo, la pendiente rocosa. Llegó abajo sin aliento y corrió hacia Pete y el viejecito.

—¡Allí arriba, en la caverna! —gritó, señalando la rampa rocosa—. ¡Está lleno de animales salvajes!

Pete y el viejo vaquero colocaron las manos sobre la frente para protegerse los ojos del sol, mientras miraban hacia arriba. Mientras lo hacían, una enorme fiera salió de la cueva y descendió por el otro lado de la montaña.

—¡Por mil lazos de vaquero! —exclamó el viejo—. Tienes razón, Ricky. Es un puma. Puede que sea el que yo he estado persiguiendo estos días.

—¡Pero hay otro en la cueva! —declaró, enfático, Ricky—. ¡Y es un millón de veces más grande!

Pete y Viejo Papá sonrieron al exagerado Ricky, que ya estaba sacudiendo el polvo de sus pantalones. Éstos se habían desgastado mucho por la parte del asiento, a causa del roce que había sufrido contra la roca.

—¡Huy! —gritó Ricky, llevándose un dedo a la boca.

—¿Qué te pasa? —preguntó Pete.

—¡Una astilla! —rezongó Ricky—. ¿Cómo se me habrá clavado en los pantalones?

—No creo que haya sido al bajar por la roca —se burló Pete.

Mientras, Viejo Papá había sacado de sus alforjas los bocadillos que les había preparado la señora Blair.

—Es hora de comer —anunció, mientras se sentaba en la roca.

Pero Ricky tuvo que ocuparse antes en extraer la astilla de su dedo.

Después de comer los bocadillos y beber la leche fría que llevaron en un termo, los tres subieron a los caballos y emprendieron el regreso al K Inclinada.

—Hemos descubierto muchos misterios, pero aún queda uno muy extraño —dijo Pete—. Las huellas del jeep desaparecidas y los ladrones de antílopes, desaparecidos también.

—Es que se han valido de alguna jugarreta y nosotros tenemos que descubrir cuál es —repuso el anciano.

—¿Pueden ser los ladrones los que enciendan esas luces en lo alto de la montaña? —preguntó Pete.

—¿Por qué iban a cometer esa tontería? —repuso el viejo vaquero—. No creo que quieran que nadie sepa que están allí.

Cabalgaron en silencio durante un rato, pensando cada uno de ellos en las luces misteriosas y en los ladrones desaparecidos. Cuando llegaron al valle, Ricky miró fijamente el rostro tostado y rugoso de Viejo Papá y dijo, en tono firme y concentrado:

—Usted debe de conocer todos los escondites de estas montañas, ¿verdad?

Sacudiendo negativamente la cabeza, el anciano repuso:

—Hay muchos que no conozco. —Viejo Papá detuvo su caballo y señaló hacia el camino por el que habían llegado—. ¿Veis aquel repliegue en las colinas? Es la entrada al Cañón de los Cuatreros. Asciende por la ladera de la montaña y llega hasta el Valle Secreto.

—¡Zambomba! ¡Qué emocionante! —exclamó Pete—. ¿De verdad ha habido alguna vez cuatreros?

—Ya lo creo. Yo mismo salí en su persecución. Pero tres de ellos lograron escapar de nuestro grupo, que hacía una batida por los montes, y nunca pudimos encontrarles.

—¿Y usted cree que se escondieron en el Cañón de los Cuatreros o en el Valle Secreto? —preguntó Ricky.

—Es muy posible. Y voy a hablaros de otra cosa que desapareció en estas montañas y jamás ha vuelto a encontrarse.

Mientras continuaban cabalgando por el valle hacia la carretera, Viejo Papá habló a los niños de un arcón de monedas de oro que había sido escondido en la montaña.

—Se supone que los asaltantes de diligencias se lo llevaron y nunca se volvió a saber del arcón.

—¡Canastos! —gritó Ricky, sin poder contener su emoción—. Cuéntenos más cosas sobre los cuatreros.

—Eran hombres muy duros. Una noche de «luna llena» me aproximé a su campamento. Empezaron a sonar tiros. Todos los bandidos aullaban y reían y asustaron a mi caballo. Un momento después me encontré «recogiendo mariposas».

Pete se echó a reír y dijo al viejecito:

—Viejo Papá, tendrá usted que contarnos eso de otro modo, porque en el lenguaje del Oeste no lo entendemos.

El anciano vaquero les dijo que «luna llena» era conducir ganado durante la noche y «recoger mariposas» era un modo de explicar que un jinete era arrojado al suelo desde su montura.

Cuando se aproximaban a la verja del rancho, el viejecito murmuró, pensativo:

—Tendremos que decirle al señor Blair que hemos visto a Dakota junto al árbol marcado. Pero no mencionéis esto delante de los demás.

Tanto Pete como Ricky estuvieron de acuerdo con el anciano y el mayor de los hermanos repuso:

—Además, no estaría bien hacer que todos sospechasen de él, sin tener pruebas de que obra mal.

Cuando llegaron a la casa encontraron a todos saboreando limonada y pastas en el pórtico. Viejo Papá y los dos chicos desmontaron y explicaron todo lo sucedido. Al oír los misteriosos detalles sobre los neumáticos del jeep, la señora Blair dijo que había que avisar inmediatamente a la policía de Elkton. Pero su marido no estuvo de acuerdo con ella.

—Todas estas cosas incomprensibles están ocurriendo en el K Inclinada —dijo el ranchero—. Si un grupo de hombres del sheriff viene a hacer una batida por las montañas, podemos poner en peligro a nuestros invitados.

—¡Ya sé lo que podemos hacer! —anunció Pete—. ¿Por qué no nos reunimos todos y hacemos una excursión por las montañas? A lo mejor encontramos alguna pista.

Bunky y Gina consideraron estupenda la idea, pero su padre sonrió, sacudiendo la cabeza:

—No conozco un hombre más experto en la vida campestre que Viejo Papá. Pero una excursión de esa clase me parece un poco peligrosa.

Pete quedó algo desencantado al oír aquello y miró hacia las Montañas Ruby.

—Si tuviéramos mejores pistas… —murmuró—. Entonces podría merecer la pena hacer la excursión.

Mientras Viejo Papá llevaba los caballos al corral, Pete preguntó:

—¿Dónde podríamos encontrar más información sobre el Valle Secreto y el Cañón de los Cuatreros?

Viejo Papá abrió la puerta de la cerca para que los animales entrasen y después de reflexionar un largo rato sobre la pregunta replicó:

—No quedan demasiados veteranos que puedan contar cosas sobre tiempos pasados. Pero sí hay algunos libros en la biblioteca.

—Entonces iremos a mirarlos —resolvió Pete—. ¡Pam! —llamó el chico inmediatamente, corriendo hacia su hermana.

Sin perder tiempo contó a su hermana sus planes de ir a buscar a la biblioteca todos los datos posibles sobre los ladrones ocultos en las montañas Ruby.

—Muy bien, Pete —repuso la niña—. De todos modos las chicas pensábamos ir a la biblioteca mañana por la mañana.

Pam siguió explicando que Cindy les había hablado de las pruebas para el papel de heroína en una comedieta del Oeste que iban a representar los niños de la población en la biblioteca.

—Cindy nos va a llevar a verla y seguramente no le importará que los chicos vayáis también.

Aquella noche, después de la cena, Pete, Ricky y Viejo Papá se llevaron aparte al señor Blair para decirle que habían visto a Dakota Dawson junto al árbol marcado con una X.

—Admito que resulta un poco sospechoso —dijo el ranchero—, pero yo tengo confianza en Dakota. La X de que habláis pueden haberla hecho, para señalar su camino, los cazadores que errabundean por nuestras propiedades.

A pesar de todo, el señor Blair prometió vigilar a Dakota para comprobar si se dedicaba a más actividades que el trabajo en el rancho.

A la mañana siguiente Cindy se puso al volante de una de las camionetas del K Inclinada para llevar a los Hollister y a los dos hermanos Blair a la biblioteca de Elkton. La biblioteca era un edificio pequeño, de ladrillo rojo, situada en una calle sombría del centro de la población. Seguida de todos los niños, Cindy subió las escaleras y se dirigió a una señora muy guapa, de cabello negro, que se sentaba ante un gran mostrador.

—Señorita Fell, le presento a los hermanos Hollister —dijo Cindy—. Son del Este y han venido aquí a resolver un misterio.

—¡Caramba! ¡Qué emocionante! —exclamó la bibliotecaria estrechando la mano a cada uno de los niños.

Pete preguntó a la señorita Fell si podía examinar algún libro que hablase de las montañas Ruby y ella le acompañó hasta una estantería y le mostró varios volúmenes, muy bien conservados. Pete eligió uno y sentándose a una mesa empezó a leer, con mucha atención.

—¿Os divertís en Nevada? —preguntó la señorita Fell al regresar junto a los demás niños.

La pequeñita Sue que había estado mirando, como embobada, una gran esfera terrestre de plástico que se encontraba junto al mostrador, al oír la pregunta se apresuró a notificar:

—Yo ya he pescado un pez.

—¿De verdad? ¿Dónde?

—En el estanque del K Inclinada —repuso Sue con los ojitos resplandecientes de orgullo—. ¡Y era así de grandísimo!

La chiquitina extendió enormemente los brazos y al hacerlo ¡dio un golpe a la bola del mundo, que se vino al suelo!

—¡Oh! —gritó Sue, aterrada—. ¡He «rompido» el mundo!

Cuando se inclinó para levantarlo, de la bola de plástico salió un taponcito metálico. Al momento se produjo un fuerte siseo y la esfera empezó a desinflarse.

—¡Pero mira lo que has hecho, Sue! —reprendió Holly, estremecida.

—No os preocupéis —dijo la señorita Fell, acercándose al globo terráqueo que se había convertido en un rebujito lamentable—. ¿No veis ese tubito de plástico que sale por el Polo Norte? Por aquí llenaremos de aire al pobre mundo y todo se arreglará.

Estas palabras hicieron tranquilizar y reír a todos. Bunky ofreció:

—Yo lo hincharé.

Después que Bunky hubo dado varios soplidos poderosos, la bola del mundo adquirió su forma redondeada. Luego el niño introdujo en el tubo el taponcito metálico y la señorita Fell colocó la esfera en su sitio.

—No ha ocurrido nada —dijo, sonriendo a Sue. Y volviéndose a Cindy, añadió—: ¿Estas niñas van a tomar parte en las pruebas de Laurie?

—Yo sí —respondió Pam.

—Muy bien. El ensayo comenzará dentro de quince minutos en los sótanos. En la biblioteca infantil.

Mientras Pete seguía hojeando los antiguos libros, los demás bajaron las escaleras hasta el sótano. Allí había ya media docena de niñas, aproximadamente de la edad de Pam. Entre ellas estaba Millie Simpson.

—¡Qué lata! —rezongó Ricky.

Pero antes de que pudiera decir más, Pam, muy seria, le hizo señas de que se callase.

Ante el mostrador se sentaba una señorita joven, que revisaba una pila de papeles. Cindy la presentó diciendo que era la señorita Rondo, ayudante de biblioteca.

La señorita Rondo explicó a los recién llegados que los niños de la población iban a representar la comedia «Dulce Laurie de Primavera».

—Primavera es un pueblecito montañés y Laurie es el nombre de la heroína. Deseo que vosotras, las niñas, reviséis vuestros papeles.

Entregó a cada una de las aspirantes a protagonista un papel impreso y pidió al resto de los niños que guardasen silencio, mientras las posibles «Lauries» estudiaban.

Entretanto, Pete cogía un pequeño volumen de la estantería. Se titulaba «El Oro de los Cuatreros» y su subtítulo era «Aventura en las Montañas Ruby». Leyendo, leyendo, Pete llegó a un capítulo encabezado por la frase: «Misterio sin resolver». Allí hablaban de un cofre de oro que fue robado de una diligencia que iba a California. Uno de los ladrones había confesado que escondió el cofre en el Valle Secreto. Pero nunca pudo ser hallado.

«Debe de ser el cofre de oro del que habló Viejo Papá», pensó Pete y tan nervioso se puso que, sin pensarlo, se acercó al mostrador de la señorita Fell y señalando el interesante capítulo, dijo:

—He encontrado lo que buscaba. Apuesto algo a que en el Valle Secreto existe algún escondite que nadie ha descubierto, hasta ahora.

—Tal vez tengas razón, Pete. Las montañas guardan muchos secretos —repuso la bibliotecaria.

—¡Zambomba! ¡Cuánto me alegro de haber encontrado este libro, señorita Fell! Ahora tengo una pista estupenda y voy a ir al Valle Secreto.

Cuando ya Pete se encaminaba a la estantería para dejar el libro, la bibliotecaria comentó, sonriente:

—Puede que tengas compañía.

Pete quedó confuso.

—¿Quién? —preguntó.

—Son dos. Un muchacho que se llama Terry Bridger y un hombre llamado Dawson.