LA CAZA DEL ANTÍLOPE

—¡Millie Simpson es una presumida! —afirmó Ricky que a continuación explicó lo ocurrido en la tienda de refrescos de Elkton.

—Sí. Esas cosas son las que suele hacer Millie —declaró Bunky—. Mirad. Su madre se va en el coche. Vendrá a recoger a Millie cuando haya terminado la lección.

Mientras el niño hablaba, Pete y Pam llegaron al rancho con el capataz.

—Viejo Papá, quiero que conozcas al resto de los Hollister —dijo Bunky—. Éstos son Pete y Pam.

—Hola, amigos —saludó el anciano, llevándose una mano al ala de su sombrero—. Espero que mi hijo os haya atendido bien.

—Nos ha estado enseñando a cabalgar y a echar el lazo —repuso Pete.

Y Bronco declaró:

—Los dos son buenos alumnos.

Viejo Papá sonrió de manera que sus ojos quedaron ocultos entre un millón de arruguitas, y advirtió a los niños:

—No olvidéis nunca esto que voy a deciros: echando la cuerda antes de hacer el lazo no se atrapa la res.

A Pam le gustó aquella frase.

—¿Quiere usted decir que no deben hacerse las cosas hasta que se está bien preparado? —preguntó.

—Eso es. Por ejemplo, no debéis intentar aclarar ningún misterio, hasta que conozcáis estos terrenos.

En aquel momento llegó junto a ellos Millie, con pantalones de montar y un látigo en la mano.

—Bronco —dijo, en tono exigente—, quiero que hoy me dé la lección Cindy.

—Hola, Millie. Voy a presentarte a los Hollister.

Millie miró de arriba abajo a cada uno de los niños visitantes y repitió:

—Quiero que hoy me dé la lección Cindy.

—Eso va a ser imposible —repuso Bronco, sin hacer caso de los malos modales de Millie—. Cindy está trabajando en la biblioteca.

—Entonces hoy no quiero practicar.

—Es cosa tuya —contestó Bronco.

Pero Pam intervino, diciendo:

—Yo montaré contigo, Millie.

—¡Bah! —masculló Millie, levantando muy digna, la cabeza—. ¿Y quién ha dicho que tú sepas montar?

—Lo digo yo —anunció Bronco con voz tranquila—. Pam está más adelantada que tú, Millie. Puede darte una buena lección.

Sin contestar, Millie dio media vuelta y se alejó. Pero al ver que su madre se había marchado, se detuvo, titubeó y al fin volvió junto a los demás, mirando al suelo muy mohína.

—Lo pensaré —dijo con la suficiencia de una reina.

Pam entonces avanzó unos pasos, hasta ella, para decir:

—¿Por qué no somos amigas, Millie?

—Claro —intervino Ricky—. Si hasta tenemos un regalo para ti…

Antes de que Pete y Pam comprendieran lo que estaba sucediendo, Millie alargó la mano y Ricky le entregó el sapo cornudo. En el mismo instante Millie soltó al animalito, dando un alarido tan penetrante que Ricky estuvo seguro de que lo habrían oído en todo Elkton.

—¡Aaaay! ¡Me ha mordido! —aulló con todas sus fuerzas Millie.

—¡Pero Ricky! —protestó Pam, mientras su hermano se inclinaba a recoger al animalito—. ¿Por qué lo has hecho?

—Porque Millie me es muy simpática —repuso malicioso el chiquillo con los ojos muy brillantes.

Millie se puso más roja que un pimiento y durante varios segundos contuvo la respiración. Luego se tiró al suelo y empezó a patear y a gritar furiosamente. Sue se llevó tal susto que empezó a llorar, diciendo:

—¡Pobrecita! ¡Si está casi «morida»!

—No, guapa. No es eso —tranquilizó Gina a la pequeñita—. Lo único que pasa es que Millie ha cogido otra de sus rabietas.

Al oír el alboroto las dos señoras salieron de la casa. Mientras la señora Blair intentaba calmar a Millie, la señora Hollister corrió a la cocina y volvió con una toalla húmeda.

—¿Verdad que eso se llama histerismo? —preguntó Ricky, como persona muy informada—. ¡Y total por un pobre sapo cornudo!…

Cuando quedó agotada de tanto rabiar, Millie se levantó, sollozando, mientras la señora Hollister le lavaba suavemente la cara con la toalla.

—Me da pena esta niña —dijo Pam a Pete, hablando en un cuchicheo—. No tiene hermanos ni hermanas con quienes jugar. Por eso es tan rara.

Viejo Papá, que oyó las palabras de Pam, declaró:

—Lo que yo creo que le hace falta a esta niña es una ración de palos.

—Es casi hora de comer —anunció la señora Blair—. Será mejor que entréis todos y os preparéis para sentaros a la mesa.

Pam se acercó y pasó un brazo sobre los hombros de Millie.

—Ven, Millie. Después de comer, montaremos juntas. Ya verás cómo será estupendo y muy divertido.

Esta vez Millie no protestó. Y cuando terminaron de comer se marchó con Pam al corral. Las dos niñas esperaron a que Bronco volviese de los pastos a donde habían sido llevados los caballos. El vaquero ensilló un animal para Millie y Pam volvió a montar en el pinto.

Las dos niñas dieron un paseo a caballo por el interior de la cerca, sobre la cual estaba sentado Bronco, cuidando de que nada sucediese durante la lección.

Entre tanto Bunky y Gina salieron con su madre a hacer algunos recados. La señora Hollister quedó unos momentos observando a Millie y, al fin, dando un suspiro, volvió a la casa.

Pete, Ricky, Holly y Sue, siguiendo a Viejo Papá, fueron alegremente a sentarse a la sombra de un álamo.

—Viejo Papá, ¿se sabe algo más sobre los cachorros de antílope que están siendo robados? —preguntó Pete.

—Hace unos pocos días que esos desvergonzados ladrones no dan señales de vida —repuso el vaquero, mientras mordisqueaba una brizna de hierba seca—, pero si continúan robando en el valle, pronto nos quedaremos sin un sólo antílope.

—¿Y por qué no les detienen? —preguntó Pete.

—Por aquí no contamos con suficiente policía ni carceleros. Y esos ladrones de antílopes son unos truhanes muy escurridizos.

—A lo mejor tienen un buen escondite en la montaña —sugirió Holly.

—Tal vez —asintió Viejo Papá—. Pero nadie ha podido encontrar su pista.

—Cuéntenos cosas sobre los antílopes —pidió Ricky.

Viejo Papá explicó que el hombre blanco nunca había oído hablar de los antílopes hasta que, en 1806, Lewis y Clark regresaron de su expedición a la costa del Pacífico.

—Por entonces había unos cuarenta millones de antílopes en las tierras de pastos del Oeste, desde Méjico al Canadá.

Pete lanzó un silbido de admiración.

—¿Y cuántos quedan ahora? —quiso saber el muchachito.

—Quedan algunos, pero son muy pocos —repuso Viejo Papá—. Por eso se intenta repoblar las manadas.

El anciano siguió explicando que los antílopes llamados «pronghorns» a causa de sus cuernos muy pequeños, eran los cuadrúpedos más veloces de todo el continente.

—¡Cómo me gustaría ver un antílope bebé! —dijo Holly, soñadora.

—Puede que lo veas antes de lo que imaginas —repuso el viejecito.

Aquella tarde tenían que ir a visitarle dos empleados del departamento de Caza y tal vez quisieran localizar un antílope y mostrarlo a los niños.

En aquel momento los niños oyeron alboroto en el corral.

—¡Detenedle! ¡Detenedle! —gritaba Millie.

Viejo Papá y los niños corrieron al cercado. Dentro, el caballo de Billie brincaba enloquecido, mientras la niña se aferraba a las riendas con terror.

Bronco Callahan saltó de la cerca y corrió hacia el desbocado animal. Al mismo tiempo Pam hizo avanzar a su pinto hasta que se colocó junto al de Millie y de este modo pudo asirlo por las riendas.

—¡Quieto! —ordenó Pam.

Y el caballo de Millie cesó de dar brincos. El capataz se había acercado ya y ayudó a desmontar a Millie.

—¿Qué ha pasado? —quiso saber.

—Él no quería hacer lo que yo le mandaba y tuve que pegarle con el látigo —explicó Millie.

—¡Ésa no es manera de tratar a un animal! —reprendió Bronco, con el ceño fruncido, lo que hizo que Millie se echase a llorar.

Pam desmontó también y acompañó a la llorosa Millie al interior de la casa donde la niña se secó los ojos. A los pocos minutos llegó su madre, y Pam y la señora Blair quedaron un rato en el pórtico, viendo al coche alejarse.

—Millie es buena —dijo Pam, que sentía lástima por la otra niña—. Pero necesita de alguien que sea amigo suyo.

Al cabo de unos momentos penetró en el rancho un camión que fue a detenerse delante de la casa. Viejo Papá se acercó al vehículo y Pete, Ricky, Holly y Sue fueron tras él. De más lejos llegaron corriendo Bunky y Gina. Del camión salieron dos hombres.

—¡Hola, Jack! ¿Qué hay, Smitty? —les saludó Viejo Papá.

El que se llamaba Jack era alto y musculoso. Smitty era bajo y flaco. Los dos llevaban gemelos colgados del cuello. En la parte trasera del camión, los Hollister pudieron ver dos grandes redes circulares, sujetas a postes de tres metros de altura.

Cuando se hubieron hecho las presentaciones, Jack dijo:

—Nos dirigimos a marcar algunos «pronghorns» más. Creímos que tal vez le gustase acompañarnos.

—¿Podemos ir también? —preguntó Holly.

Smitty se echó a reír, contestando:

—Llevaremos a todos los que quepan en la parte posterior del camión.

—¡Zambomba! —dijo entusiasmado Pete, corriendo a la casa para pedir permiso a su madre.

—Si os acompaña Viejo Papá, podéis ir —accedió la señora Hollister—. Pero tened mucho cuidado con Sue.

—¡Gracias, mamá!

Gina y Bunky también rogaron que les dejasen ir.

—Muy bien. ¡Arriba todo el mundo! —ordenó Smitty, mientras se sentaba al volante.

Viejo Papá se sentó entre los dos hombres y Sue encima del viejecito. Los demás niños se instalaron en la parte trasera del vehículo. Éste se puso en marcha por el serpenteante camino del rancho hasta desembocar en la carretera principal que cruzaba el valle. A medio camino, Smitty llevó el camión a través de los matorrales.

Recorrieron unos cuantos metros y al fin se detuvieron. Entonces Jack bajó del camión y utilizó los gemelos para observar la llanura en toda su extensión.

—¡Smitty, ahí veo un par de antílopes! —anunció al cabo de un rato.

Rápidamente, volvió al camión y dio instrucciones al conductor que llevó lentamente el camión a través de aquella zona llena de matorrales. Al poco Smitty detuvo el vehículo. Entre él y Jack cogieron las dos grandes redes de la parte posterior y avanzaron de puntillas entre los matorrales.

Los niños bajaron del coche y miraron a todas partes, muy extrañados.

—No veo nada —dijo Ricky, en son de protesta.

—Eso ocurre porque los animales se mantienen muy agazapados cerca del suelo —les dijo Viejo Papá.

Los niños echaron a andar tras los dos hombres con todo el sigilo posible. Al cabo de un rato Pam susurró:

—¡Mira, Pete! ¡Allí veo uno!

Cuando Jack y Smitty la oyeron, avanzaron a buen paso hacia el lugar, levantando bien las redes y… ¡Plop! Las redes descendieron sobre dos jóvenes antílopes.

Los niños se acercaron a mirar de cerca.

—¡Qué cosa tan curiosa! —exclamó Ricky—. ¡Y qué cabeza tan grande tienen!

—¡Qué ore jotas! —dijo Sue, en una alegre cantinela.

Con mucho cuidado, los dos hombres libraron de las redes a los atemorizados animalitos y aplicaron hierros al rojo en sus orejas.

—¡Oh! ¡No les hagan daño! —protestó Pam.

—Es necesario para identificarlos —aseguró Smitty.

Después explicó que marcaban a los animales para poder conocer los movimientos de la manada.

—Eso va incluido en nuestro programa de conservación de la especie.

Sue y Holly se agacharon para acariciar a los animales, mientras Jack decía:

—Calculo que deben de tener tres días de vida.

Pete, que había estado mirando a la lejanía, gritó de repente:

—¡Miren! ¡Allí hay otro vehículo!

—¡Los ladrones de cachorros! —exclamaron Smitty y Jack, mirando a través de los gemelos—. ¡Se llevan un recién nacido!