CAPÍTULO XVI

OTRA SORPRESA

(Martes, 21 de mayo, a las 10:30 de la mañana)

La aterradora acusación sobrevino como un golpe paralizador. Transcurrieron unos minutos antes de que pudiese rehacerme lo suficiente para comprender la lógica que encerraba. Era la consecuencia natural de la historia urdida por el propio Vance la tarde en que conoció a la muchacha.

En posesión de pocos detalles de aquel rústico encuentro e ignorando totalmente el cuento ideado por nuestro común amigo, Markham debió recordar en el acto la conversación sostenida en el Bellwood Country Club y la forma en que Vance había expresado sus ideas extravagantes respecto a la manera de deshacerse de Bellinzi.

También Heath, atontado por la declaración de Gracia Allen, tuvo forzosamente que rememorar la escena de la noche del viernes, y no está fuera de razón presumir que en aquellos momentos sospechaba de la inocencia de Vance.

Este mismo se quedó confundido por el momento. Asuntos triviales debieron borrar de su pensamiento el episodio entero de Riverdale, pero ahora se daba súbita cuenta de que la acusación de Gracia podía adquirir el aspecto de una posibilidad.

Markham se acercó a la joven con semblante severo y el ceño fruncido.

—Es una grave acusación la que acaba de formular, miss Allen —dijo.

Su acento áspero indicaba las intangibles dudas acumuladas en lo más recóndito de su mente.

—¡Markham, Markham! —dijo Vance, no sin cierto enojo—. Haz el favor de mirar en torno. Esta no es la sala de audiencia.

—¡Sé perfectamente dónde me hallo! —replicó el Fiscal obstinadamente—. Permíteme que lleve yo ahora este asunto… tan cargado de dinamita. —Se volvió a la muchacha y le preguntó—: Explíqueme por qué cree que mister Vance ha matado a Benny «el Buharro».

—Yo no he dicho eso. Es decir, no hago más que repetir una cosa que no sale de mi imaginación, como se figuran ustedes. —Aunque era evidente que la muchacha no tomaba en serio la situación, la seriedad de Markham la turbaba—. Fue el propio mister Vance quien lo dijo. Se le escapó tal declaración cuando nos encontramos en Riverdale por primera vez, junto a la carretera y debajo de la gran pared blanca que la bordea. Sucedió eso en la tarde del sábado cuando yo estaba con… no, quiero decir cuando fui allí con…

Markham se dio cuenta de su nervosidad y sonrió para tranquilizarla.

—No se asuste, miss Allen. No hay motivo para tanto, únicamente deseo que me explique las cosas tal y conforme ocurrieron.

—¡Oh! —exclamó ella, con más animación en la voz—. ¿Por qué no me ha dicho antes que era eso lo que quería?… Bien, voy a contárselo todo, ce por be. Sepa que fui a Riverdale el sábado por la tarde. Ese es día de fiesta en la fábrica. Mister Dobson es una bellísima persona, ¿no sabe usted? Bueno, pues, como decía, fui a Riverdale en compañía de mister Puttle, que es uno de nuestros dependientes. A propósito: yo no le tengo por uno de los mejores de la casa. ¿Qué opinas de esto, Jorge? —Se volvió a Burns, pero sin esperar su respuesta, prosiguió—: Jorge quería que fuera con él a otro sitio cualquiera; pero me pareció preferible dejar que me acompañara mister Puttle, ya que también pensaba convidarme por la noche a cenar. Y pensé que podría enfadarse si no iba con él a Riverdale, con lo cual me quedaría sin la cena prometida. Por ello no fui con Jorge. ¿Tengo o no tengo razón? Sea como quiera, así fue cómo me encontré en Riverdale. Voy por allá a menudo porque es un rincón muy tranquilo y precioso. ¡Lástima que sea tan largo el camino desde Broadway! Luego mister Puttle se empeñó en buscar un convento de monjas…

—Le ruego, miss Allen —dijo Markham interrumpiéndola, sin perder la compostura—, que me diga cómo dio la casualidad de encontrar allí a mister Vance y lo que él le explicó.

—Justamente iba a eso. Mister Vance entró en escena saltando el muro de la carretera. Yo le pregunté qué había estado haciendo. Me contestó que venía de matar a un hombre. Torné a preguntarle cómo se llamaba su víctima y dijo que Benny «el Buharro».

Markham lanzó un suspiro de impaciencia.

—¿No puede contarme otras cosas respecto a… el incidente?

—Sí, señor. Como ya he manifestado, mister Vance franqueó de un salto el muro al que yo daba la espalda, sentada como estaba… ¡Ay, no, perdón! Yo no estaba sentada. Acababan de lanzarme un cigarrillo, ese mismo que se halla ahora sobre la chimenea, sobre el vestido que llevaba puesto, y como me quemaba, me hallaba de pie sacudiéndome la falda cuando oí caer a mister Vance. Me pareció que tenía una prisa extraordinaria. Yo le conté el incidente del cigarrillo y me dijo que no era imposible que me lo hubiera lanzado él encima; yo opinaba que había sido arrojado desde un automóvil en marcha que acababa de pasar muy de prisa por el camino. Mister Vance me aconsejó que me comprara un traje nuevo y dijo que no me costaría nada, porque él lamentaba mucho lo ocurrido… y a continuación se sentó sobre la hierba y se fumó, uno tras de otro, varios cigarrillos. —Después de tomar aliento, siguió diciendo, cada vez más de prisa—: Fue entonces cuando le pregunté lo que había estado haciendo al otro lado del muro y me contestó que acababa de matar a un sujeto muy malo apodado el Benny el Buharro. Me dijo que este Buharro se había escapado de presidio y que pensaba matar a un amigo suyo. Quiero decir a un amigo de mister Vance. Este venía despeinado y con el traje en desorden, de manera que parecía efectivamente haber matado a alguien. Yo misma me asusté al tenerle delante y estuve así cierto tiempo. Al cabo conseguí sobreponerme…

Gracia se detuvo un momento y miró a Vance de arriba abajo como haciendo una comparación mental de su aspecto en aquellos momentos y en el pasado.

—Bien, ¿dónde habíamos quedado? ¡Ah, sí!… En que huía con una prisa terrible, porque, según me comunicó, no quería que nadie se enterara de lo que acababa de hacer. Sin embargo, me lo dijo. En seguida adivinó que podía confiar en mí. Ignoro por qué le importaría tanto encubrir su crimen, pensando como pensaba que había obrado bien y salvado a su amigo de un peligro. Sea como fuera, me rogó que no le dijera a nadie lo que había pasado y se lo prometí.

Como ahora mismo acaba de preguntarme qué significa eso de un hombre muerto en Riverdale, infiero que ya no tengo por qué guardar el secreto y por ello le digo a usted lo que sé sobre ese asunto.

El asombro de Markham aumentaba a medida que la joven iba hablando. Cuando al acabar su relato miró en torno en demanda de aprobación, el Fiscal del distrito se volvió a nuestro amigo.

—¿Es verdadera esa historia, Vance?

—Mucho me temo que lo sea.

Vance se encogió de hombros.

—Pero, ¿por qué, cómo se te ocurrió contarle ese cuento?

—¡Qué sé yo! Quizá tuviera la culpa la estación. En la primavera, ya sabes…

—Pero —interrogó la muchacha—, ¿no va usted a arrestarle?

—¿Yo?… No… —Markham titubeaba, visiblemente.

—¿Por qué no? —insistió ella—. ¡Ah, ya me figuro la causa! No puede detenerle porque es un detective. También yo lo creí así… en cierta ocasión. Pero el domingo se lo pregunté a un agente de policía y me dijo que, naturalmente, se puede detener a un detective.

—Sí —afirmó Markham, sonriendo—; se le puede detener cuando se sabe que ha infringido una ley. Pero tengo mis dudas con respecto a mister Vance.

—¿Aunque él mismo lo haya confesado? ¿Quién mejor que él puede saberlo? En principio, tampoco yo creí que fuera culpable. Pensé que me estaba contando una historia romántica, porque sabía que me gustan muchísimo. Luego, usted mismo acaba de oírselo decir, ha declarado muy formal que, sirviéndose de un cigarrillo, ha asesinado a un hombre en Riverdale, el sábado pasado. Y lo que es ahora no parecía estar contando una novela. No era esa su manera de hablar y de moverse…

Se interrumpió bruscamente para mirar a mister Burns. A juzgar por su expresión, acababa de ser asaltada por una nueva idea.

Con semblante grave se volvió a Markham:

—Su obligación es arrestar a mister Vance —dijo con firme acento—, aun cuando no sea culpable. Yo no creo en ello, en el fondo. Se ha mostrado tan amable conmigo… Pero, ¡es igual! ¡Hay que arrestarle! Quiero decir que usted tiene que fingir que cree que él ha matado a ese hombre de Riverdale. Luego se le arreglarán todas las cosas a Jorge. Yo sé que a mister Vance no le preocupa mi acusación… ¿Verdad que no, mister Vance?

—¡En nombre del cielo! ¿Adónde quiere ir a parar? —interrogó Markham.

Vance sonrió.

—Comprendo perfectamente lo que desea, Markham. —Volvióse a miss Allen y agregó—: Sepa que mi arresto no favorecerá en nada a mister Burns.

—¡Oh, sí, sí! —insistió ella—. ¡Sé que debe ser así! Porque le siguen adonde quiera que va. Y Jorge ha apostado que se trata de algún detective. Y los agentes de policía que rodean su hotel le miran de un modo raro. También yo apostaría lo que no tengo a que una infinidad de gente le considera culpable después de haberle visto entrar en el hotel para volver a salir en el coche celular. Jorge me lo ha explicado todo y dice que le disgusta lo indecible. Ya no es lo que era. No puede dormir a pierna suelta, y no tiene el olfato de antes. ¿Cómo va a trabajar en ese estado?… Usted no puede figurarse lo terrible que ello es, mister Vance. Pero si le detuvieran a usted, todos le achacarían el hecho criminal y no molestarían más a Jorge; y él podría volver al trabajo y ser como era. Luego, más adelante, cuando se descubra al verdadero criminal, quedará todo arreglado para todos —Miss Allen se detuvo a cobrar aliento; después concluyó rápida y resueltamente—: He aquí la razón de querer yo que se detenga a mister Vance. Y si no lo hacen ustedes, voy a dirigirme a la Prensa y a contar todo lo que él me dijo referente a Benny el Buharro y cómo no se le ha dado muerte en el café Domdaniel, sino en otro punto retirado. Verán cómo sale impreso. Cuenten además con que mister Puttle se hallaba escondido tras del tronco de un árbol, mientras yo hablaba con mister Vance, y oyó toda la conversación. Y en caso de no creer lo que yo diga, se creerá lo que diga él. Y si tampoco así le creyeran, se procederá a un careo de los dos y saldrá en la Prensa; estoy segura. Y todo el mundo se interesará tanto por la culpabilidad de un hombre tan conocido como mister Vance, que ya no volverá a ocuparse de Jorge. ¿Comprenden lo que quiero decir?

En sus ojos brillaba la celosa resolución de un cruzado y en sus frases desordenadas latía la apasionada voluntad de ayudar al hombre a quien amaba.

—¡Por Dios, jefe! —exclamó vivamente Heath—. Usted acaba de decir que había dinamita aquí. ¡Vaya si la hay!

Vance se movió, como aletargado, en la silla y miró a Heath con una sonrisa de ironía.

—¡Vea en lo que me han metido, sargento —dijo—, su celo y la labor de mister Tracy!

—¡Bien lo veo!

Heath se acercó a miss Allen. Su turbación era casi cómica.

—Oiga, señorita —balbuceó—. Escúcheme un minuto. Se equivoca usted. Mezcla unas cosas con otras. Nosotros no sabemos que se haya cometido un asesinato en Riverdale. No sabemos nada de eso, ¿entiende? únicamente conocemos el crimen cometido en el café. Y la víctima de ese delito no ha sido el Buharro. Ha sido su hermano de usted… —Súbitamente se interrumpió, muy sobresaltado, y la sangre se le subió al semblante—. ¡Mil diantres! ¡Caramba, lo siento, mister Vance!…

Vance se levantó rápidamente y corrió al lado de miss Allen, que se había tapado el rostro con las manos, movida por un espasmo de risa irrefrenable.

—¿Mi hermano? ¿Mi hermano? —Serenándose tan de prisa como se había dejado llevar de su risa, declaró—: No me crea tan boba, señor sargento.

Vance dio un paso atrás.

—¿Qué quiere decir con eso, miss Allen?

—¡Que mi hermano está preso!