SORPRENDENTE AVENTURA
(Sábado, 18 de mayo, a las 5,30 de la tarde)
Miss Alíen se inclinó hacia Vance y le miró con impulsiva ansiedad.
—Bueno, ya se me olvidaba interrogarle —manifestó—. Me muero de ganas de saber lo que hacía detrás de esa pared. Supongo que algo muy emocionante. Yo soy romántica. ¿Y usted? ¿Lo es también? Quiero decir si le gusta el amor, la emoción y las aventuras. Para mí constituye un episodio sensacional hallarme aquí, junto a ese elevado paredón. No sé por qué me parece que detrás de él tienen que suceder cosas sensacionales, extraordinarias. Por el mero gusto de construirlos no se suelen levantar muros así.
—No, rara vez se edifican por gusto —Vance sacudió la cabeza con fingida gravedad—. Por regla general, cuando se levantan tan altos e inaccesibles es para impedir que se acerque uno a la propiedad o, en ocasiones, para retener a la gente prisionera.
—¡Eso es! Así, tenía yo razón. Y ahora dígame —suplicó miss Allen a Vance— ¿qué rara aventura ha ocurrido ahí dentro?
Vance dio una fuerte chupada a su cigarro.
—Pues, la verdad —manifestó con cómica seriedad—. Temo decir una palabra… A propósito, ¿qué clase de aventuras son las que le agradan a usted?
—¡Oh, las más excitantes, las más peligrosas, las más sombrías, las que están impregnadas del espíritu de la venganza! Algo así como el crimen… un crimen pasional.
—¡Eso es! —Vance se dio una palmada en la rodilla—. Ahora puedo referirle todo lo ocurrido porque sé que me comprenderá —bajando la voz, agregó en tono confidencial, impresionante—: ¡Cuando me ha visto saltar, de manera tan poco elegante, esa pared, acababa de cometer un asesinato!
—¡Oh, qué interesante! —exclamó miss Allen.
—¡Qué interesante! —Yo observaba que miss Allen se separaba algo de Philo Vance.
—Por eso corría de aquel modo —concluyó mi amigo.
—¿Habla en serio? —Miss Allen volvía a sentirse a sus anchas—. Bien. Prosiga.
—Bien mirado, se trata de un hecho altruista —siguió diciendo Vance, que, al parecer, disfrutaba con la narración de aquel cuento fantástico— llevado a cabo en beneficio de un amigo, para librarle de determinada venganza.
—El vengador será, ciertamente, una mala persona. Estoy segura de que merecía la muerte y de que usted ha llevado a cabo una noble acción… a semejanza de los héroes de la antigüedad. Ellos no aguardaban a que llegase la policía para hacer justicia ni tampoco seguían el curso de la Ley y otras mojigangas por el estilo. Montaban a caballo, le aflojaban las riendas, y lo arreglaban todo ¡así! —ella castañeteó los dedos y no pude por menos de pensar en la alusión sarcástica de Markham, motivada, la tarde anterior, por un gesto impulsivo de Vance.
Él la contempló con sombría sorpresa.
—Los niños y los locos… —comenzó a decir.
—¿Qué? —la muchacha arrugó el entrecejo.
—Nada, nada —Vance rio por lo bajo—. Continúo mi confesión espeluznante. Sabía yo que el vengador era persona peligrosa y por lo tanto que peligraba la vida de mi amigo. Así, vine aquí poco después de mediodía, y ahí detrás, en mitad del umbrío bosque que oculta esa cerca, le di muerte… Celebro que me dé usted la razón.
La historia apresuradamente urdida se basaba en la conversación sostenida la noche anterior con Markham y encajaba bien con la inesperada demanda de aquella muchacha, amante de aventuras sensacionales.
—¿Cómo se llama de nombre y apellidos el hombre asesinado? —quiso saber después—. Supongo que los tendrá feísimos, repulsivos. Siempre he albergado la convicción de que las gentes poseen nombres y apellidos adecuados a su modo de ser. Es como la numerología… aunque no del todo. Llevar un número par de letras en el apellido no es lo mismo que llevar un número impar. Esto significa algo. Me lo ha dicho Delfa.
—¿Cuáles le gustan a usted más?
—¿Cuáles? Veamos. Me gustan, me gustan… Burns es muy bonito, ¿no le parece?
—Si, desde luego —Vance sonrió con agrado—. A propósito: Burns es un apellido escocés.
—¡Pues lo que es él no tiene nada de ese país! —protestó con calor la muchacha— Es de una generosidad extrema.
—¡No, no! Usted me ha entendido mal —se apresuró a asegurarle Vance—. Iba a decir que en idioma escocés «burns» significa arroyo o riachuelo.
—¿Agua? Eso es diferente. Ya veo cómo tenía razón —cantó ella con voz musical—. Y a continuación agregó en un tono sentencioso: —¡Agua! Eso es Jorge. No bebe nunca… licores, se entiende. Dice que el alcohol le daña el olfato y que después no podría oler bien.
—Recuerde que oler es su oficio. Tiene que saber oler los distintos perfumes para conocer cuál de ellos podrá venderse a un precio elevado y cuál no; cuál tiene la fragancia adecuada a una vampiresa y cuál sirve, únicamente, para perfumar el jabón de un hotel. A su modo es muy ingenioso. Él solo ha ideado el llamado «In-O-Scent». Por ello mister Dobson, nuestro jefe, le puso a la nueva fábrica el nombre de Jorge. Bueno, no es que sea exactamente el mismo nombre, pero comprende lo que quiero decir, ¿eh?
El orgullo brillaba en sus pupilas.
—Y, como ve —siguió diciendo—, su apellido consta de cinco letras; sí, sí, puede contarlas, digo la verdad. Vea: B..U..R..N..S.. También consta el mío de ese número. ¿No es curiosa la coincidencia? Pero esto significa algo… algo importante. Lo dice la ciencia. El cinco me traerá buena suerte; el seis, desgracia. Delfa dice que el seis puede serme fatal.
—Mister Puttle tiene seis letras en su apellido —insinuó Vance, dirigiéndole una mirada digna de Puck.
—Así es. Ya he pensado en ello… Bien, se me olvidaba otra vez preguntarle cómo se llama el hombre a quien de manera tan valiente acaba de matar.
—Tiene un nombre muy feo. Le llaman Benny el Buharro.
La muchacha inclinó varias veces la cabeza. Al parecer, le comprendía muy bien.
—Sí, efectivamente, es muy feo —dijo—. Y tiene ¿veamos? siete letras. El siete es un número cabalístico. El Destino o cosa parecida.
—Lo condenaron a veinte años de cárcel —dijo Vance, reanudando su ingenioso relato—; pero logró escapar ayer, antes de cumplir la condena, y volvía a Nueva York con ánimo de quitarle la vida a mi amigo.
—En tal caso, mañana mismo aparecerá la noticia en todos los diarios y se dirá quién le mató.
—¡Caramba! No me gustaría —Vance fingió preocupación—. Sé que he realizado una proeza, pero, la verdad, no quisiera ser descubierto. ¿Puedo confiar en usted? ¿No dirá nada a nadie?
—No tema.
Vance barajó un suspiro descomunal y se puso lentamente en pie.
—Bien, ahora voy a esconderme —confió a la joven— antes de que se entere del crimen la Policía. ¡Sólo Dios sabe si no andará tras de mí dentro de una hora!
—¡Es tan cándida la Policía! —comentó ella, sonriendo—. No sé cómo se las arregla para poner de continuo a las gentes en aprieto. ¿Sabe que si todos fuéramos buenos, no tendría razón de existir?
—No… o…
—¿Y que, de no existir, tampoco tendríamos que molestarnos en ser buenos?
—Oiga —murmuró Vance—. ¿No será usted un filósofo disfrazado?
Ella pareció sorprenderse.
—Ahora no voy disfrazada —dijo ingenuamente—. Lo hice en una ocasión, cuando era niña. Entonces me vestí de hada.
Vance mostró una sonrisa de admiración.
—No necesita de ese traje —insinuó—. Jamás necesitará disfrazarse, querida, para pasar por un hada de las más encantadoras… ¿Tiene inconveniente en estrechar la mano de este aprendiz de «villano»?
Ella colocó su mano en la de él.
—No es usted un villano de verdad. Lo que ha hecho ha sido matar a una mala persona. ¡Ah!, muchas gracias por el vestido —agregó—. ¿De veras piensa regalármelo?
—De verdad —Su acento sincero disipó las últimas dudas que hubiera podido concebir la muchacha—. Le deseo buena suerte con mister Puttle… ¡y con mister Burns!
Gracia nos dijo adiós con la mano mientras descendíamos por la carretera polvorienta hasta el punto en que estaba estacionado el coche. Al doblar el primer recodo miré atrás —Vance se ocupaba a la sazón en encender un segundo Régie— y vi en compañía de la muchacha a un gallardo joven que sin duda era mister Puttle, el dependiente de la perfumería. Calculé que acababa de regresar con las manos vacías después de buscar en vano el convento.
—¡Qué sorprendente criatura! —murmuró Vance, tras de poner el pie en el estribo y mientras el coche arrancaba—. Seguramente cree a medias mi dramatización de los recelos de Heath y el conflicto de Markham. ¡Es una ingenua, Van! O quizá un carácter naturalmente perspicaz y soñador que lucha por vivir en las nubes de este sórdido mundo, y que debe su existencia a la elaboración de los perfumes. ¡Increíble combinación de circunstancias! Mezclado a todo ello están la primavera, las visiones heroicas… y un amor incipiente.
Le miré con expresión interrogadora.
—Sí. Así como suena. Bien claro nos lo ha dado a entender —insistió Vance—. Pero temo que al final se conviertan en agua de borrajas esas largas caminatas con mister Puttle desde el Broadway. Ya te habrás dado cuenta de que esa chica se perfuma con un producto elaborado por mister Burns, aunque incidentalmente corretee con Puttle por las afueras. Considerando todo esto, creo que el favorito de la Suerte, su niño mimado, el ganador de la Copa en lid de amores será ese creador y elaborador de los sutiles perfumes de Arabia.