LA PIEL DEL OSO

El telegrama de Max Rhinewien me obligó a volver de Santa Barbara. Me fulminó con la mirada por encima de su vaso de bicarbonato de soda y preguntó:

—¿Y dónde estabas?

—¿Dónde me mandaste el telegrama? Estaba intentando acabar una obra de teatro.

—¿Se puede convertir en película?

—¿Por qué no? Tu compraste los derechos de La ley del Soviet, ¿no? Y solo era una lista de bibliografía.

—Da lo mismo —dijo—. El título era bueno, en cualquier caso. Oye, Bugs, necesito que vayas a Serrita y…

—Nada que hacer. Aún me quedan nueve días y quiero terminar esa obra.

—Es un favor que te pido, Bugs. No te tomará más de una semana, te lo prometo. ¿Tanto te fastidia por una semana? Luego te tomas tus nueve días… O tómate diez, o dos semanas, si quieres. No te lo pediría si no estuviera en un lío. Dios mío, sería la última persona del mundo en interferir con tu obra. Pero quizá sea mejor para ti. A lo mejor, cuando vuelvas a ella tendrás la mente más despejada… Ya sabes, una perspectiva mejor. Tienes algunos problemas que todavía no has podido aclarar, ¿verdad? Bueno, pues si te alejas de ellos un tiempito y dejas que trabaje tu subconsciente y…

Nunca se me ha dado muy bien discutir con Max.

—De acuerdo. Iré.

—Gracias. Qué bien, sabía que podría contar contigo. ¿Has visto el guión de ¡Vamos al Oeste!?

—No.

—Bueno, yo dije desde el principio que le faltaba algo, pero no fui capaz de saber exactamente qué hasta anoche. No es una mala historia, ese Blaine tiene algo, pero necesita una sola cosa. ¿Y sabes qué es? Un poquito de sexo.

—¿Me estás diciendo que vas a poner sexo en un western? —pregunté.

—¡Sí!

Le dije que no con un movimiento de cabeza.

Me clavó su mirada.

—No lo ves, ¿verdad? Supongo que mucha gente no lo vería, pero concédeme un poco de tiempo y me darás la razón. Y verás como se proyectarán las del oeste en las salas de primera categoría, y no solo en las de barrio y en los pueblos. Escúchame, Bugs, ¿Sol Feldman es idiota?

—Hasta donde yo sé, no.

—Exacto. Hasta donde sabe todo el mundo. Bueno, pues da la casualidad de que ayer mismo me enteré de que va a poner un montón de sexo en La pista del perrito.

—Pues déjale que lo haga. ¿Por qué no te esperas a ver qué tal…?

Golpeó la mesa con la palma de la mano.

—Ya sabes que ese no es mi estilo —dijo—. Yo tengo que ser siempre el primero en llegar. Ya lo sabes. Y podemos estrenar una o dos semanas antes que él sin problemas.

—Por mí está bien. La criatura no es mía. ¿Qué quieres que haga?

—Quiero que metas sexo en ¡Vamos al Oeste! Que siga siendo decente, claro, pero le metes un poquito de eso. Tú eres el que mejor puede hacerlo. Tendrás que irte ahora mismo. Coges un avión y te pones a trabajar el material mientras ellos van avanzando, porque ya llevan un par de días de rodaje, pero tú sabrás hacerlo. Lawrence Blaine, el tipo que escribió el guión, está con ellos y podrás decidir entre obligarle a ayudarte o mandarlo para casa, como tú quieras. Y con Fred no tendrás ningún problema.

—Esa parte me parece bien —le dije—, pero dime una cosa: ¿cómo piensas volver sexy a Betty Lee Fenton?

—¿Y por qué no? Siempre que lo mantengas decente, claro. No es una tullida. Se puede exhibir si alguien le dice cómo, ¿no? Además, no tienes por qué depender de ella. Hay otras chicas por ahí: Ann Meadows y Gracie King y… Y si quieres contratar a alguien más, adelante. Mandaré a Danny Finn contigo. He pensado que podrías meterlo con algo así como que es un pianista borracho y Gracie, por ejemplo, está a punto de abrir un salón de baile en ese pueblo minero y tiene algunas chicas y… Bueno, ya sabes, ya le darás unas cuantas vueltas.

—¿No probó algo así la Paramount con Gene Palette en Guerra de caravanas, hace tres o cuatro años? No la vi, pero me dijeron…

—¿Y qué? —preguntó Max—. ¿Acaso lo que tú vas a escribir se parecerá a lo de otros? Es que cuento con eso, con el toque Parish, esa mirada que tú tienes y a la que nadie es capaz ni de acercarse.

—Sigue —le dije—. Me apuesto algo a que eso se lo dices a todos los escritores. ¿Tienes una copia del guión?

—La señorita Shepherd te la dará. Te lo agradezco mucho, Bugs. —Agitó un puño en mi dirección—. Así, ¿lo ves?, pero bien decente.

Contesté que por supuesto y volé por encima de las montañas con Danny Finn para llegar a Serrita.

Me encontré a Fred Le Page en su tienda —además de servir de residencia para la compañía, las tiendas hacían de campamento de la caballería americana en la película—, ensayando un fundido tuerto con una chica morena.

(Un fundido tuerto es cuando un personaje que ha sido rechazado mira de reojo, con miedo o con un reproche en la mirada, hacia la cámara o al culpable del rechazo, y se larga). Fred me recibió con los brazos abiertos.

—¡Hola! ¿Qué haces aquí?

—¿No te ha mandado Max un telegrama?

Su sonrisa se desvaneció.

—Quizá. He dejado de leer sus telegramas. Me volvía loco.

—Pues qué bien —opiné—. El director de una ópera llena de caballos se vuelve temperamental.

Tuvo la decencia de fingir que se avergonzaba.

—Bueno, si estuvieras en mi lugar… —Se interrumpió—. Eh…, ¿conoces a Kitty Doran? Este es Bugs Parish.

La chiquita morena exhibió sus hoyuelos y me tendió una mano.

—¿Qué tal?

Fred gruñó:

—Venga, ¿cuál es la mala noticia?

Cuando se lo dije, se subió hasta el techo de la tienda y se quedó allí. Yo ya esperaba que gritara hasta reventarse la cabeza, por supuesto, pero hizo una representación verdaderamente grandiosa.

—Ya conoces a Max —dije, con la intención de calmarlo, en cuanto pude abrir la boca—. Se entera de que a Feldman le ha dado por el sexo al aire libre y hemos de tener sexo al aire libre. Quizá cambie de opinión antes de…

—Precisamente por eso —aulló—. Volverá a cambiar de opinión y me obligará a repetir tomas de toda una semana, y ya llevo tres días de retraso. ¿Qué sentido tenía mandarnos aquí, para empezar? Y sin ningún preparativo. He tenido que hacerlo todo yo. ¿Qué pretende? ¿Acabar con mi carrera? Y si es así ¿por qué no me manda directamente a filmar peliculitas de cantantes?

Fred solo era un director del montón, pero se ganaba el sueldo gracias a su costumbre de tener enlatadas las películas un poquito antes de lo previsto y por un poquito menos de lo presupuestado, y lo sabía bien.

—No te culpo por los chillidos —le dije—. Veamos lo que has rodado y salvaremos todo lo que se pueda.

—Ya sé que no es culpa tuya —dijo—. Pero, por Dios, Max me está volviendo loco.

Apareció Betty Lee Fenton, nuestra chiquita de las camisas de cuadros, y dijo:

—Hola, Bugs. Oye, ¿Max va a meter a ese Finn en la película? Ya sabe que no me gusta trabajar con él.

—Danny es un buen cómico, digas lo que digas.

Hizo una mueca.

—Es que hay mucho que decir.

—¿Qué tal se te da el sexo decente?

—¿Qué?

—No me refiero a esta noche, ni nada de eso; me refiero a la película.

—¿Qué es esto? ¿Una escena cómica?

Moví la cabeza arriba y abajo para asentir.

—Y Fred está ahí, rodando por el suelo de la risa. El nuevo título de la película es Vamos al Oeste… con sexo.

Entonces le tocó a ella.

—Tendría que haberlo sabido —chilló—. Desde que dejé que Max me convenciera para subirme a un caballo y pegar cuatro tiros, se cree que puede hacer cualquier cosa conmigo. Pues resulta que no puede, y tal vez lo descubra ahora mismo. Si él está loco, yo no. ¿No se da cuenta de que mi público tiene derecho a verme en la clase de personaje que espera de mí? ¿Acaso intenta algo así la Fox con Janet Gaynor? Claro que no. Sheeban tiene demasiado sentido común. Max es un estúpido.

Fred le dijo:

—Bueno, por el amor de Dios, no empieces a refunfuñar.

Ella la tomó con él. No se llevaban muy bien:

—Oiga, señor Lubitsch, he tenido…

—Venga, venga, amiga —intervine—. Estás gritando sin ver la herida. A lo mejor…

—Claro que estoy gritando —se volvió contra mí—. ¡Tienes toda la razón! Y ahora mismo le voy a gritar a Max por conferencia.

Y se largó.

Kitty Doran dijo en tono puritano:

—No me parece razonable.

Fred le dijo:

—¿Qué? ¡Ah! Eh…, será mejor que te largues, Kitty. Tenemos trabajo.

—Fenomenal. —Le sonrió con la cara iluminada y luego se acercó a mí—. Estoy terrible, terriblemente encantada de haberle conocido, señor Parish, y espero… Bueno, adiós, Freddy.

Se despidió de los dos moviendo una manita y se fue.

—¿Qué es eso? —pregunté a Fred.

—No le pasa nada, solo es una cría que salió un par de veces en mi última película. Le he dado un papel pequeño en esta. —De pronto pareció que lo asaltaba una idea—. A lo mejor se lo podemos agrandar un poco. Es bastante buena.

—Tiene que serlo, si necesita consejos particulares para hacer un fundido tuerto.

—Solo es una cría sin experiencia, claro —reconoció—. Pero ya verás. No crees que haya alguna oportunidad de cambiar eso que la Fenton llama su caracterización, ¿verdad?

—No, cuento con Ann para el papel principal…

——Claro —dijo—. Y también podemos darle más papel a Kitty. Está verde, pero se deja dirigir muy bien y…

—¿Qué carajo está pasando? —le pregunté.

Me miró con el ceño fruncido.

—¿Ahora vas a empezar con eso? Cualquier otro director puede escoger una chica y destacarla gracias a su capacidad para reconocer el talento, pero en mi caso ha de ser porque me he enamorado de la chica y me está tomando el pelo. Ann y tú tendríais que trabajar juntos.

—¿Ann cree que tu Kitty no tiene talento?

—Ann solo lleva la contraria. ¿Qué pasa con las mujeres? Mira, Bugs, no digo que esta cría sea la Hepburn; solo digo que tiene algo. ¿Qué sabes tú? No la has visto trabajar. Espérate hasta que la veas.

Me pareció bastante razonable.

—De acuerdo, Freddy —le dije—. Trae al guionista y empecemos a maltratar su obra maestra.

Esa noche me senté a cenar al lado de Ann y luego salimos a pasear por un cañón.

—¿Qué le pasa a todo el mundo? —pregunté.

—No me había dado cuenta —dijo—. La fiebre del rodaje, supongo.

—Claro, pero se supone que eso no llega hasta que ya llevas un par de semanas y vosotros solo estáis aquí desde… ¿Cuándo? Desde el domingo, y ya os habéis divido en grupos bien cerrados que van por ahí mirando mal a los del grupo contrario.

—Bueno, Fred ha estado de mal humor y supongo nos ha contagiado.

—¿Qué le pasa? —pregunté.

Ella se rio, aunque no parecía muy contenta.

—Todo empezó con los indios. Alguien tuvo la gran idea de mandarnos a este infierno porque nadie había usado nunca a estos indios para una película. Ya sabes a qué me refiero, ¿no? Simples, naturales, sin contaminar, todo ese rollo. ¡Qué gran idea! Como nunca habían trabajado en una película, nuestros hermanitos pieles rojas no tenían ni idea de lo que ganan los extras. Solo sabían lo que leen sobre Garbo y Gable y empezaron a ponerse etiquetas con precios que iban de cien dólares para arriba. Luego, una vez resuelto eso, descubrimos que no tenían caballos y la mayoría no sabían montar, así que tuvimos que conseguir caballos y enseñarles. Después Fred intentó filmar sin maquillarlos de indios, algo más natural, y tuvo que volverlo a filmar todo. Un montón de tiempo y dinero malgastado, y ya sabes cómo se pone Fred con el presupuesto y la planificación. —Dimos unos diez pasos en silencio y luego dijo—: Y después vino lo de la guapita.

—¿Esa chica? ¿La Doran?

—Sí. ¿La conoces?

—La he conocido antes de la cena.

—Claro, si has visto a Fred la tienes que haber visto a ella.

—¿Por qué no tachas a ese tipo de tu lista, Ann? —le dije—. ¿Para qué quieres perder el tiempo con él cuando puedes tener a un tipo como yo?

—Probablemente porque soy una bobalicona —contestó—, pero eso no lo puede evitar ninguno de los dos. ¿Es muy grande el papel que Fred quiere que le des en el guión nuevo?

—Dependerá de lo que sea capaz de hacer. ¿Es buena?

—¡Pésima! —Me tomó de un brazo—. Lo es de verdad. No es solo que esté celosa; aunque lo estoy, y mucho. Oh, Bugs, qué le voy a hacer si estoy loca por ese tipo.

—Tal vez nada —contesté—, pero tampoco necesito oírlo demasiadas veces.

Me dio un apretón en el brazo y dijo:

—Lo siento. —Como si estuviera pensando en otra cosa. Al rato, preguntó—: ¿Te parece guapa?

—Lo es.

—¿Más guapa que yo?

—¿Qué tontería es esta? —pregunté.

—Lo siento —repitió—. Tengo que hablar con alguien. Tú eres el único que sabe lo que siento de verdad por Fred. Yo… Pensaba que a lo mejor podrías ayudarme.

—¿Quieres decir ayudarte a recuperarlo?

—Sí.

—Qué buen trabajo para mí. No solo estás loca por él; estás loca y punto. Además, ¿cómo sabes que él no está enamorado de verdad de esa chica y ha acabado del todo contigo?

—No seas tonto —dijo con absoluta seguridad—. Ya sabes cómo pierde la cabeza por cualquier carita nueva y lo poco que le dura.

—Entonces, la respuesta es fácil. Solo tienes que esperar.

Contuvo el aliento.

—Tengo miedo. Siempre tengo miedo de que esta vez se meta tanto en el lío que no pueda… Que a lo mejor ya no quiera salir de él.

Pensé que eso sería fantástico y dije:

—No puedo hacer nada al respecto, pero ya veré.

Me apretó el brazo.

—Gracias, Bugs. Sabía que…

—Será mejor que esperes a ver si tienes algo que agradecerme. Volvamos. Me quedan un par de horas de trabajo.

Al día siguiente descubrí que Fred tenía razón y Ann se equivocaba a propósito de la capacidad de Kitty Doran. Su papel en la escena que interpretaban era bastante simple y hubo que explicarle cómo se hacía todo, pero una vez explicado consiguió hacerlo con una especie de falsa naturalidad y una viveza que resultaban muy eficaces.

Cuando cortaron, Fred se acercó a mí.

—¿Y? —preguntó con una sonrisa.

—No está mal —dije—. ¿Es fotogénica?

Se echó a reír.

—Espérate a ver los copiones. ¡Eh, Lew! —El cámara se unió a nosotros. Fred dijo—: Bugs quiere saber qué tal se lleva la Doran con las cámaras.

—Fácil de manejar —dijo Lew—. ¿Qué tal un póquer esta noche, Bugs? —Si termino a tiempo… A lo mejor.

—Ah, hola, señor Parish —dijo Kitty Doran.

—Hola —contesté.

Uno de los chicos me entregó un telegrama de Max Rhinewien:

TRAS REFLEXIÓN CREO TIENES RAZÓN ACERCA INCONVENIENCIA CAMBIAR CARACTERIZACIÓN FENTON STOP ¿HAS VISTO COMILLAS CÓMETELOS VIVOS CIERRA COMILLAS? SUGIERE ESCENAS DE PELEAS ENTRE SERPIENTES O ARAÑAS O A LO MEJOR UNA SERPIENTE QUE SE COMA UNA RANA COMO SÍMBOLO DEL MAL ATACANDO AL BIEN STOP VARIOS CIENTOS DE VISONES IRÁN DE CAMINO SOBRE LA NIEVE HACIA LOS CUARTELES DE INVIERNO DE YELLOWSTON SI CONSIGUES ENCAJARLO STOP MEJORES DESEOS STOP.

Se lo pasé a Fred.

—Betty Lee Fenton ha triunfado con sus aullidos como siempre, cosa que nos va muy bien.

—Sí que nos va bien —convino, y leyó el telegrama—. Casi no nos iba a costar nada conseguir que esa boba pareciera algo más que una madre superiora con un hábito más ligero. Y no me vas a meter animalitos en esta peli, ¿eh, compañero?

—No, señor —contesté—. Me gustan menos las serpientes que un veneno y no estoy acostumbrado a los búfalos. ¿Seguro que quieres esa escena de natación en el lago de la que hablábamos antes?

—Sí. Es el contexto natural para Kitty.

—De acuerdo, me voy a trabajar un rato. Cuando termines con Danny Finn me lo mandas. Se acuerda de los gags del viejo Ray Griffith mejor que yo, y vamos a necesitar unos cuantos.

Kitty Doran se cruzó conmigo cuando estaba a cinco pasos de mi tienda.

—Oh, señor Parish, ¡qué contenta estoy! Freddy dice que va a escribir un personaje de verdad para mí en la película.

—Dependerá —le contesté— de si eres capaz de sostenerlo.

Me miró con los ojos como platos.

—Pero… Pero Freddy dice que lo estoy haciendo bien. ¿Es solo porque…? ¿Por qué le gusto? Dígame qué hago mal, señor Parish. Dejaré de hacerlo. De verdad. En serio, tengo tantas ganas de… ¿Lo hago muy mal?

—No.

—Pero ¿no lo hago muy bien?

—No lo sé. Lo que he visto estaba bien, pero aún no he visto lo suficiente. —Ah, entonces creo que…— Se rio. —O sea, espero no decepcionarlo. O sea, según la opinión de Freddy—. Entró en la tienda antes que yo. —¿Me puede decir cuál será mi personaje?

—Aún no está decidido. Probablemente serás la que se queda descolgada de la expedición. Mañana te irás a nadar y te rodearán los indios, o los de la caballería, o algo así, y no podrás recoger tu ropa… Este tipo de historia.

—A mí me parece bien —dijo.

Lo dejé estar.

—Usted es amigo de Ann Meadows, ¿verdad? —me preguntó—. Ayer le vi con ella.

—Sí.

—Me odia, ¿verdad?

—Está enamorada de Fred.

—Ya lo sé, pero yo no tengo la culpa si le gusto.

—Ella cree que sí. Cree que te lo estás ligando para abrirte paso en el mundo del cine.

—Bueno, ¿y qué? —preguntó—. ¿Acaso no le dio también a ella su primera oportunidad?

—Puede ser, pero da la casualidad de que está enamorada de él.

—Bueno, a mí también me gusta mucho.

—No es lo mismo.

Estaba delante de mí y vi que le temblaba el labio inferior.

—Supongo que le pareceré una sucia golfilla, señor Parish, pero, sinceramente, deseo tanto abrirme camino en el mundo del cine que supongo que estoy dispuesta a hacer cualquier cosa para conseguir una oportunidad.

—¿Puedo contar con ello?

—Se está burlando de mí —me dijo—, pero sí.

—Al menos me parece sincero. Y ahora, vete; tengo trabajo.

—Pero…

—Largo. Tengo trabajo.

Se rio y me tendió una mano.

—Me cae bien. ¿Le puedo llamar por su nombre de pila? Es Chauncey, ¿no?

—Ajá, pero no nos conocemos lo suficiente para eso. Llámame Bugs.

—Bugs —dijo ella—. Y gracias.

Seguí pensando en ella unos minutos cuando se fue y luego me instalé ante la máquina de escribir. Al cabo de una página y media llegó Ann.

—No pares —me dijo—. No te quiero interrumpir.

Se sentó y encendió un cigarrillo. Tenía la cara roja de enojo.

—No pasa nada —le dije—. ¿Qué ha pasado?

—El señor Le Page y yo acabamos de tener una bronca. Me ha acusado de escaquearme delante de la cámara y yo le he dicho lo que pienso de él y me he largado del plato.

—Al fin y al cabo —le recordé—, estamos haciendo una película.

—Me importa un pito la película.

—Ese no es el espíritu de Pagliacci. El espectáculo debe continuar aunque nuestros corazones…

Tiró el cigarrillo al suelo y lo pisoteó.

—Corta el rollo, Bugs. No estoy para bromas. Estoy harta. ¿Sabes lo que ha hecho?

—¿Kitty?

—Sí. Le ha dicho que yo te he intentado convencer para que no agrandes su papel más allá de lo necesario.

—Lo cual, en cierta medida, es cierto, ¿no? —pregunté.

Me miró con suspicacia.

—No lo es. ¿No se lo habrás dicho?

—No. Te estás portando como una tontorrona, Ann.

—Supongo que sí —dijo con tristeza—, pero… ¿a quién le importa? Tendría que… —Se interrumpió al ver que entraba Danny Finn y, antes de salir, dijo—: Hola, Danny; nos vemos, Bugs.

Danny soltó un chasquido con los labios y dijo:

—Esa tipa me podría gustar. Tengo un gag de indios buenísimo, Bugs. Escucha.

Lo escuché y le dije:

—No, Groucho se enfadaría. Lo usó en Sopa de ganso.

—Pero si Sopa de ganso no va de indios.

—Es el mismo gag. Quiero algo para una escena de baño en un lago en la que usaremos a Kitty Doran.

—La Doran, ¿eh? —Un nuevo chasquido—. Esa tipa me podría gustar. ¿Y qué tal este? Lo usó Eddie Sutherland en una de las películas de Oakie.

Me lo contó.

—Sí, quizá podamos usarlo, pero córtale el doble enredo ese del final. Bueno, vamos a ver qué más podemos hacer.

Teníamos otros cinco gags —dos de la primera época de Sennett, uno de Chaplin, uno de El desfile de las estrellas y otro que había usado prácticamente todo el mundo— cuando llegó Fred después de todo el día de rodaje. Betty Lee Fenton y Kitty Doran iban con él.

Betty Lee se detuvo en la puerta el tiempo suficiente para preguntar:

—¿Sabes algo de Max?

—Claro —contesté—. Tu virginidad está a salvo.

—Ya me lo parecía —dijo. Y se largó.

Danny la miró partir, chasqueó los labios automáticamente y murmuró:

—Esa tipa me…

—¿Qué tenéis, chicos? —preguntó Fred. Y cuando le contamos los seis gags opinó—: Supongo que servirán.

Danny se fue.

Fred bostezó y se tendió en mi catre.

—¿Te ha hablado Ann de nuestra bronca?

—Sí.

—No sé qué hacer con ella —se quejó—. No me deja en paz.

—Ha sido una vergüenza —dijo Kitty.

Nadie le hizo ningún caso.

—Se puede reducir su participación —dije—. Giley no tiene por qué enamorarse de ella.

—Algo tenemos que hacer —gruñó—. Está acartonada. ¿Por qué tiene que sacar su mala leche en la película?

Kitty dio una palmada.

—Oh, Freddy, ¿no podría tener yo esa escena de amor con Wiley? Sé que puedo hacerla. Por favor.

—Se podría escribir así —dije.

Nos miró a los dos con mala cara.

—Max no lo permitiría. Le quedaría grande el papel. Necesitamos un nombre.

—Max quiere sexo —dije—. Aquí lo tienes.

—¡Freddy, por favor! —arrulló ella—. ¡Por favor, cariño! Al menos, pruébame.

Él negó con la cabeza.

—Max se pondría furioso.

—Bueno, algo tengo que hacer —dije—. ¿Qué?

—¡Por favor, cariño! —dijo Kitty.

Él me miró.

—Yo te defenderé delante de Max —dije.

Se levantó del catre de un salto.

—¡De acuerdo, caramba! ¡Adelante!

Kitty se echó a reír de la alegría y le rodeó el cuello con sus brazos. Yo dije:

—Desapareced, tontorrones, esto significa que me voy a pasar la noche entera trabajando.

Kitty volvió sola unos minutos antes de la medianoche.

—Es que tenía que venir a darle las gracias —dijo—, porque le debo esta maravillosa oportunidad y estoy tan excitada que sé que esta noche no voy a pegar ojo. ¿Puedo ver qué ha escrito para mí? ¿Solo una ojeadita, Bugsy?

—Deja de hablar así —le dije—. Si me vuelves a llamar Bugsy darás un paso atrás para reunirte con la gente que me tiene que llamar señor Parish.

—Lo siento, Bugs, es que estoy tan contenta que no sé lo que hago. —Empezó a bailotear por la tienda—. A Freddy le gusta que lo llame Freddy.

—¿Le gustaría saber que estás aquí?

Se echó a reír.

—Entonces quizá sea mejor que me quede hasta tarde, hasta que estemos seguros de que se ha ido a dormir y no me puede ver saliendo de aquí. ¿Puedo ver lo que ha escrito?

—Tú misma.

Leyó las páginas nuevas del guión atentamente y luego dijo:

—Me gusta. Creo que está bien. Pero, mire, tengo una idea. Conozco un bailecito precioso. Se lo voy a enseñar y ya me dirá si no le parece que se podría incluir en esa escena en la hoguera. O sea, podría bailar en torno al fuego.

—Claro —convine—. Podríamos tener cuarenta o cincuenta esclavos nubios que te traigan en un carruaje de plata y mientras bailas en torno al fuego podemos soltar una bandada de cisnes.

Hizo un puchero.

—Ya se está riendo de mí otra vez, pero déjeme enseñárselo. Es una danza preciosa.

Me lo enseñó y era una danza preciosa. Se lo dije:

—Es una danza preciosa.

—¿Y me la dejará hacer?

—No.

—Qué malo es. Supongo que le parecerá que soy una cerda asquerosa, pero le quiero pedir otra cosa, otro favor. Freddy ha sido muy amable conmigo, pero él dirige sobre todo westerns, ¿no?

—Bueno, la mayoría de sus películas han sido cosas de hombres al aire libre, sí.

—Eso creía yo. Bueno, ¿usted me ayudará con las escenas de amor? Estoy tan ansiosa por hacerlo bien y como usted escribe esas cosas yo creo que sabrá más que él. ¿Me ayudará?

—Claro, pero en esta etapa del juego no te hará ningún bien que Fred se haga la idea de que lo estás puenteando. Él…

—Ya lo sé, pero lo podemos hacer con mucho tacto, ¿verdad? Lo último que quisiera sería herir sus sentimientos.

—Tu sensibilidad te honra —le dije—. Y ahora sería mejor que…

—Ah, no, no me puedo ir hasta que estemos seguros de que Freddy se ha ido a la cama. Me podría ver. Me voy a acurrucar en este rincón y no le molestaré ni un poquitito.

Así que le escribí una escena de amor con Ted Wiley, el galán, y la filmamos casi a contraluz contra la hoguera y la dirigí yo y aunque esté mal que lo diga yo salió tan bien como cuando lo hizo Murnau por primera vez contra el cielo en Amanecer. Y todos menos Ann estuvieron de acuerdo en que Kitty era todo un descubrimiento.

Ann me llevó aparte y me dijo:

—He visto sobreactuar a un montón de gente, pero…

—Lamento mucho oírle decir eso, señorita Meadows —contesté—. Creía que éramos todos grandes artistas trabajando juntos en una gran obra de arte.

Arrugó hasta la frente.

—Oye, Bugs, ¿de qué vas? En serio.

—Estoy consiguiendo cosas… para todos.

Me miró con suspicacia.

—Me extraña.

Me persigné.

—¿Cómo?

—Haciendo simplemente lo que todo el mundo quiere. Es un plan bonito. Tú quieres recuperar a Fred. Lo tendrás. Fred y Kitty quieren una oportunidad en el cine. Ella la tendrá. Betty Lee quiere mantener su caracterización virginal. La mantendrá. Yo no quiero nada. Como suele suceder, nada obtendré.

—Pero ¿cómo voy a recuperar a Fred con eso?

—¿No crees que abandonaría hasta a su madre si ella le retrasara la planificación, o si le hiciera gastar más de lo presupuestado? Bueno, si ponemos la carga sexual en Kitty, le va a robar la película del todo a la Fenton. Por mucho que tus celos te impidan verlo, ella no lo hace mal y cuando la Fenton vea la película acabada se dará cuenta y se pondrá a aullar a su manera refinada, como siempre. Max tiene demasiada pasta apostada en ella para permitir que la entierre una desconocida, y el personaje de Kitty está escrito de tal manera que si se quitan las escenas más importantes también habrá que quitar las menores y habrá que poner algo en su lugar. Y eso significa más dinero y más tiempo. ¿Y a quién va a culpar Fred de eso, si no es a mí y a Kitty? A mí no me puede hacer nada: a ella la puede sacar de su corazón y de su película. Por otro lado, tú tienes una participación menor en todo ese lío y es probable que todavía te quiera y…

—Tal vez —dijo ella lentamente—, pero no me gusta. Estás siendo malicioso y podrías haber…

—Claro. Estoy siendo malicioso, pero yo también me tengo que divertir. Además, muchos sacan buenas lecciones de esta historia. Max aprende que no debería intentar meter sexo en una del oeste; Fred, que si sus dioses son Presupuesto y Planificación, debería atenerse a ellos. Kitty, que no hay que vender la piel del oso antes de cazarlo. Y a lo mejor aprendéis todos que yo no soy solo un tontaina simpático.

Ella meneó la cabeza.

—Hay más de lo que me estás diciendo, y no me gusta.

Había más.

Diez días después, terminé mi trabajo con el guión y volví a Hollywood, aunque, por supuesto, no directamente a Santa Barbara y a mi obra de teatro. Max Rhinewien había comprado una comedia húngara que según él necesitaba más aforismos y me convenció para que me encargase de la adaptación. Eso me llevó unas cuatro semanas y al final para escaparme de él me tuve que largar.

Llevaba ocho días en Santa Barbara cuando me llamó Ann:

—¿Bugs? —me dijo—. Creo que deberías saber que tu plan ha funcionado tan bien que Kitty Doran se está muriendo en el hospital St. Martin’s. —Y colgó.

Kitty no se estaba muriendo. Tenía la boca y la garganta quemadas, pero le habían sacado el veneno del cuerpo antes de que pudiera hacerle efecto. Levantó un poco la cabeza y me dedicó una sonrisa dolorida cuando entré en la habitación del hospital.

—¿Qué carajo ha pasado aquí? —le pregunté—. No importa. No intentes hablar.

—Puedo hablar —dijo—. Bugs, han sacado todas mis escenas de la película y cuando le pedí explicaciones a Freddy estuvo súper desagradable y dijo que Ann Meadows le había contado que era lo que tú buscabas.

—Olvídate. Lo arreglaremos.

—Pero es que era mi oportunidad para hacerlo bien y ahora… —Empezó a llorar.

—Basta ya. En cuanto estés curada tendrás otra oportunidad. Tengo un guión original con un personaje para ti que nadie va a cortar y…

Se incorporó en la cama.

—¿De verdad?

—Ajá —respondí, improvisando a medida que avanzaba, aunque sin esforzarme demasiado—. Es sobre un chico y una chica y otra chica y a lo mejor otro chico.

Me sonrió como si le estuviera pasando Romeo y Julieta.

—¡Eres adorable, Bugsy! ¿Cuánto crees que tardaré en volver a tener la boca bien?

—No se arreglará nunca mientras no cortes el rollo con eso de Bugsy. Mírame. ¿De verdad querías quitarte la vida, o era solo una interpretación?

Ella agachó la cabeza.

—Yo… Yo… Bueno, no te enfades. La verdad es que no sé, Bugsy… Quiero decir, Bugs. Yo al principio creía que iba en serio, pero luego supongo que más o menos lo he escupido. A lo mejor… al principio iba en serio, vale, pero cuando ya había empezado se me ocurrió que a lo mejor estaría bien también si no lo intentaba. Oye, Bugs, ahora dime tú una cosa. Cuando me hiciste esa trampa, que fue una trampa muy sucia, ¿no sería un poco porque creías que me gustaba Freddy y yo te gustaba un poco y tú creías que no podías…?

—No seas tonta —dije—. Solo eras una pieza muy pequeña en el engranaje. Yo pretendía algo que no tenía nada que ver contigo y entonces tú me metiste en ese lío y —sabe Dios por qué— se me ocurrió que tenía que hacer algo al respecto. Estoy dispuesto a darte un empujón hacia arriba, pero escúchame bien esto: no estoy liado contigo ahora, nunca lo he estado y nunca lo voy a estar.

—Tampoco hace falta ser tan desagradable —dijo.

—Esto no es ser desagradable. Es hablar claro.

—¿Me…? ¿Me das un beso?

—¿Para qué? Claro, si quieres…

—Ah —dijo—. Entonces todo irá bien.