XI

Nunca he sido capaz de decidir si a la hora de la verdad me habría presentado en el banco de los testigos para afirmar y jurar que Sherry estaba vivo en el momento de asentir, y que lo había hecho de manera voluntaria, en el supuesto de que tal afirmación hubiera resultado necesaria para condenar a Ringgo.

No me gusta el perjurio, pero sabía que Ringgo era culpable y lo tenía pillado.

Por suerte, no tuve que tomar esa decisión.

Ringgo se creyó que Sherry había asentido y luego, cuando Marcus lo confesó todo, la única opción que le quedó fue declararse culpable y probar suerte.

No nos costó demasiado sonsacarle la historia a Marcus. Ringgo había matado a su querido capitaine. Fue fácil convencer al muchacho negro de que la ley le iba a proporcionar su mejor venganza.

Cuando Marcus terminó de hablar, Ringgo también quería hacerlo.

Permaneció en el hospital hasta el día antes de su juicio. El cuchillo que Marcus le había clavado en la espalda le había dejado una parálisis permanente en una pierna, aunque aparte de eso se recuperaba bien.

Marcus había recibido tres balas de Ringgo. Los doctores le sacaron dos, pero les dio miedo la tercera. A él no parecía preocuparle mucho. Para cuando lo mandaron al norte a empezar una sentencia indeterminada en San Quintín por su participación en el asesinato de Kavalov parecía estar tan sano como siempre.

Ringgo nunca se terminó de convencer del todo de que yo ya sospechaba de él antes del último momento, cuando entré cargando por la puerta del bungalow.

—Claro que sí, desde el principio —dije, en defensa de mis virtudes como sabueso—. Nunca me creí que Sherry estuviera pirado. Era un canalla duro, con pinta de cuerdo. Y no me pareció que fuera la clase de hombre que se preocupara demasiado por cualquier desgracia que pudiera ocurrirle. Yo estaba dispuesto a creer que quería arrancarle el cuero cabelludo a Kavalov, pero solo si había algún beneficio que obtener. Por eso yo me había ido a dormir y había permitido que le cortaran el cuello al viejo. Había supuesto que Sherry solo lo quería asustar para dejarlo listo para una buena extorsión. Bueno, al descubrir que en eso me había equivocado, empecé a mirar alrededor.

»Hasta donde yo sé, su esposa era la heredera de Kavalov. Por lo que pude ver, imaginé que ella estaba tan enamorada que quedaba completamente en sus manos. De acuerdo, usted, en tanto que marido de la heredera, era el que más podía beneficiarse de la muerte de Kavalov. Era quien quedaba al mando de su fortuna cuando él muriese. A Sherry solo le beneficiaba su muerte si estaba asociado con usted.

—Pero ¿no le desconcertaba que me hubiese roto el brazo?

—Claro. Podía entender una lesión falsa, pero aquella parecía haber llegado demasiado lejos. Sin embargo, cometió un error que me ayudó. Fue demasiado cauteloso a la hora de imitar el corte de un zurdo en el cuello de Kavalov. Para hacerlo se puso a la altura de la cabeza, de cara al cuerpo, y no al revés. Pero la curvatura del tajo le delató. Lo de tirar el cuchillo por la ventana tampoco fue una gran idea. ¿Cómo se lesionó el brazo, entonces? ¿Por accidente?

—Puede llamarlo así. Habíamos arreglado esa pelea para que encajara en el resto del teatro y a mí me pareció que tendría su gracia pegarle de verdad. Y lo hice. Y resultó más duro de lo que yo creía, tanto que respondió partiéndome el brazo. Supongo que por eso mató también a Mickey. Eso no estaba previsto. Sinceramente, ¿sospechó que estábamos conchabados?

Asentí.

—Sherry había preparado ese teatro para usted, había hecho todo lo posible por atraer las sospechas y luego, el día antes del asesinato, se había ido corriendo a buscarse una coartada. No podía ser de otra manera; tenía que estar trabajando con usted. Estaba claro, pero no podía demostrarlo. No lo conseguí hasta que le traicionó lo mismo que había hecho posible todo este juego: el amor que su esposa profesa por usted la mandó a encargarme que lo protegiera. ¿No será eso que llaman ironías de la vida?

Ringgo sonrió apesadumbrado y dijo:

—Hacen bien en llamarlo así. Sabe lo que pretendía hacerme Sherry, ¿no?

—Me lo puedo imaginar. Por eso insistía en someterse a juicio.

—Exacto. El plan consistía en que él se largara y siguiera adelante, con su coartada lista por si lo detenían, pero manteniéndose en libertad el máximo tiempo posible. Cuanto más tiempo pasaran dándole caza, menos probabilidades había de que buscasen por otro lado y más frías estarían las pistas cuando descubrieran que no había sido él. Ahí me engañó. Se hizo detener y su abogado contrató a ese tal Weeks para disuadir al fiscal de abandonar el caso. Sherry quería que lo juzgaran y absolvieran para quedar liberado. Y entonces me tuvo por el cuello. Estaba legalmente exonerado para siempre. Yo no. Me tenía atrapado. Se suponía que se iba a llevar cien mil dólares por su participación. Kavalov había dejado a Miriam algo más de tres millones. Sherry exigió la mitad. En caso contrario, dijo, iría al fiscal del distrito y haría una confesión completa. No podían hacerle nada. Ya lo habían absuelto. Me colgarían a mí. Qué maravilla.

—Hubiera sido más razonable darle el dinero —le dije.

—Tal vez. En cualquier caso, supongo que hubiera podido dárselo si no llega a ser porque Miriam empezó a estropearlo todo. No había otra posibilidad. Pero al volver de su oficina ella se fue a ver a Sherry, convencida de que podría convencerlo para que se largara. Y él soltó algo que le hizo sospechar que yo había tenido algo que ver en la muerte de su padre, aunque ni siquiera ahora termina de creerse que yo le cortara el cuello.

»Me dijo que usted vendría al día siguiente. Lo único que podía hacer era ir a ver a Sherry para tener una buena confrontación esa noche y dejarlo todo arreglado antes de que llegara usted a husmear en todo. Bueno, pues eso hice, aunque no avisé a Miriam de que iba para allá. La confrontación no estaba funcionando muy bien, había demasiada tensión, y cuando Sherry le oyó ahí fuera creyó que habría venido con amigos… y algún especialista en fuegos artificiales.

—¿Y cómo te metiste en un lío así, para empezar? —le pregunté—. Como yerno de Kavalov tampoco te habría ido nada mal, ¿no?

—Sí, pero era agotador esto de estar acuclillado en aquel agujero con él. Era joven y todavía podía vivir mucho tiempo. Y tampoco era fácil llevarse siempre bien con él. No tenía nunca la seguridad de que no fuera a levantarse un día y echarme a patadas, o cambiar el testamento, o alguna estupidez por el estilo.

»Luego coincidí con Sherry en San Francisco y nos pusimos a hablar de todo, y salió su plan. Sherry tenía buen cerebro. En ese negocio de El Cairo del que le hemos hablado, él y yo habíamos hecho muchas cosas de las que el comodoro no tenía por qué enterarse. Bueno, he sido un bobo. Pero tampoco se crea que lamento haber matado a Kavalov. Lo que lamento es que me hayan pillado. Le había hecho todo el trabajo sucio desde que me recogió, siendo yo un chico de diecinueve, y a cambio yo había sacado bien poco, excepto la esperanza de que, como me había casado con su hija, era probable que su dinero me acabase cayendo cuando muriera… Si no le daba por gastárselo en otra cosa.

Lo colgaron.