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El Viejo se quedó sentado escuchándome, golpeteando suavemente la mesa con la punta de su lápiz largo y amarillo y mirándome con aquellos ojos de un suave color azul, detrás de sus gafas con montura al aire. Una vez puesta al día mi historia, preguntó:

—¿Cómo está MacMan?

—Ha perdido dos dientes, pero el cráneo está íntegro. Saldrá dentro de un par de días.

El Viejo asintió y siguió preguntando:

—¿Qué falta por hacer?

—Nada. Podemos interrogar otra vez a Peggy Carroll, pero sería raro que le sacáramos nada más. Aparte de eso, ya tenemos prácticamente todos los informes.

—¿Y a qué conclusión llegas?

Me removí en la silla antes de contestar:

—Suicidio.

El Viejo me sonrió con educación, pero con cara de escepticismo.

—A mí tampoco me gusta —refunfuñé—. Todavía no estoy en condiciones de escribirlo en un informe. Pero si sumamos toda la información que tenemos, el único resultado posible es ese. El papel matamoscas estaba escondido detrás de los fogones. Nadie cometería la locura de esconderle algo de esa manera a una mujer, en su propia cocina. En cambio, la mujer sí podría hacerlo.

»Según Peggy, Holy Joe tenía el papel de arsénico. Si la que lo escondió fue Sue, se lo había pasado él. ¿Para qué? Habían planeado largarse juntos y solo esperaban a que Joe, que estaba a dos velas, consiguiera dinero. A lo mejor tenían miedo de Babe y habían conseguido el veneno para cargárselo si descubría su plan antes de que se largaran. A lo mejor pensaban administrárselo antes de irse.

»Cuando empecé a hablar de asesinato con Holy Joe, él creyó que el que había muerto era Babe. Quizás estuviera sorprendido, pero lo que le extrañaba era que hubiera pasado tan pronto. Mayor fue su sorpresa cuando supo que también había muerto Sue, pero ni siquiera eso lo sorprendió tanto como ver a McCloor vivo en su ventana.

»Ella murió maldiciendo a Holy Joe, sabiendo que estaba envenenada y prohibiendo a McCloor que llamara a un médico. ¿Eso no podría significar que se había vuelto contra Joe y en vez de darle el veneno a Babe se lo había tomado ella? El veneno estaba escondido. Pero incluso si Babe lo hubiera encontrado, no me lo imagino envenenando a nadie. Es demasiado bruto. Salvo que la pillara intentando envenenarlo y se lo hiciera tragar ahí mismo. Pero eso no explicaría el arsénico que apareció en su cabello, consumido al menos un mes antes.

—¿Y tu hipótesis del suicidio resuelve eso? —preguntó el Viejo.

—Quizá —respondí—. No empiece a buscarle agujeros a mi historia. Bastantes tiene tal como está. Pero si esa vez se suicidó no hay nada que impida pensar que ya lo había intentado antes. Por ejemplo, hace un mes, después de una pelea con Joe. Quizá fracasó en el intento, pero consumió lo suficiente para que lo encontráramos en su cabello. No hay ninguna prueba real que demuestre que consumió arsénico entre hace un mes y anteayer.

—Ninguna prueba de verdad —objetó en tono suave el Viejo—, salvo el resultado de la autopsia: envenenamiento crónico.

Nunca he sido partidario de permitir que las especulaciones de los expertos me corten el paso.

—Ese resultado se basa en la reducida cantidad de arsénico que encontraron en sus restos, inferior a una dosis mortal. Pero la cantidad que aparece en tu estómago cuando mueres depende de la que consigas vomitar antes de morir.

El Viejo me sonrió con rostro benevolente y preguntó:

—Pero no estás, según acabas de decir, en condiciones de escribir un informe con esa teoría. ¿Qué te propones hacer mientras tanto?

—Si no hay nada más en marcha, me voy a casa, a fumigarme el cerebro con Fatimas e intentar aclarar todo esto en mi cabeza. Creo que conseguiré un ejemplar de El conde de Montecristo y me lo tragaré. No lo he leído desde que era un crío. Parece que el libro estaba envuelto con el papel matamoscas con la intención de que el bulto tuviera el tamaño suficiente para quedar encajado entre la pared y los fogones y así no se cayera. Pero puede que hubiera algo dentro del libro. Le echaré un vistazo, en cualquier caso.

—Yo lo hice anoche —murmuró el Viejo.

—¿Y? —le pregunté.

Sacó un libro de un cajón de su escritorio, lo abrió por una página que tenía marcada con un papel y me lo tendió, señalando un párrafo con su índice rosado.

—«Supongamos que tuvieras que tomar un miligramo de este veneno el primer día, dos miligramos el segundo y etcétera. Bueno, al cabo de diez días habrías tomado un centigramo; a los veinte, aumentando otro miligramos llevarías ya trescientos centigramos. Es decir, una dosis que podrías soportar sin mayor inconveniente, pero que resultaría muy peligrosa para cualquier otra persona que no hubiese tomado las mismas precauciones que tú. Bueno, entonces, al cabo del mes, al beber agua de la misma garrafa matarías a la persona que bebiera esa agua y tú en cambio apenas percibirías que el agua llevara alguna sustancia venenosa por alguna pequeña molestia».

»Eso es —concedí—. Eso es. Les daba miedo irse sin matar a Babe, estaban seguros de que los iría a buscar. Ella intentó inmunizarse contra el envenenamiento por arsénico acostumbrando a su cuerpo a dosis cada vez mayores. De este modo, llegado el día de envenenarle la comida con una buena cantidad, ella podría comer también sin correr un gran peligro. Enfermaría, pero no moriría y la policía no podría acusarla porque ella también habría probado la comida envenenada.

»Todo encaja. Después de la pelea del lunes por la noche, cuando mandó la nota a Joe instándole a organizar la fuga lo antes posible, ella quiso acelerar su proceso de inmunidad, aumentó las dosis preparatorias demasiado rápido e ingirió una cantidad excesiva. Por eso maldijo a Joe al final: porque el plan era de él.

—Puede que se tomara la sobredosis con la intención de acelerar el proceso —convino el Viejo—. Pero no necesariamente. Hay gente que puede cultivar la capacidad de ingerir dosis grandes de arsénico sin problema, pero al parecer es una especie de don natural, relacionado con alguna peculiaridad constitucional. En condiciones normales, a cualquiera que lo probase le ocurriría lo mismo que a Sue Hambleton: se envenenaría lentamente hasta que el efecto acumulativo bastara para causarle la muerte.

A Babe McCloor lo colgaron seis meses después por matar a Holy Joe Wales.