Hablé con McCloor en el hospital. Estaba boca arriba en la cania, con un par de almohadas bajo la cabeza. Aparte de la piel, pálida y tensa en torno a la boca y los ojos, nada hacía pensar que tuviera mucho dolor.
—Me has hecho polvo, tú —dijo cuando me vio entrar.
—Lo siento —contesté—, pero…
—No me quejo. Me lo merecía.
—¿Por qué mataste a Holy Joe? —pregunté como quien no quiere la cosa mientras acercaba una silla a su cama.
—Uh, uh, te equivocas de bocina.
Me eché a reír y le expliqué que yo estaba en la sala con Joe cuando pasó todo.
McCloor sonrió y dijo:
—Ya me parecía que te había visto antes. O sea que fue allí. No me fijé en tu careto, solo en que no movieras las manos.
—¿Por qué lo mataste?
Apretó los labios, me clavó los ojos, pensó y dijo:
—Mató a una conocida mía.
—¿Mató él a Sue Hambleton? —pregunté.
Estudió mi cara un instante antes de contestar:
—Sí.
—¿Cómo lo averiguaste?
—Joder —contestó—. No me hizo falta. Me lo dijo Sue. Dame un pito.
Le di un cigarrillo, sostuve la llama encendida y objeté:
—Eso no encaja del todo con las demás cosas que sé. ¿Qué pasó exactamente y qué dijo ella? Puedes empezar por la noche en que le diste una paliza.
Se quedó pensativo, dejando que el humo saliera serpenteando lentamente por la nariz, y luego dijo:
—No le tendría que haber pegado en el ojo, eso es cierto. Pero el caso es que había pasado toda la tarde fuera y se negaba a decirme dónde había estado y tuvimos una pelea por eso. Eso fue… ¿El sábado por la mañana? Después de la pelea me fui y pasé toda la noche en un antro de la calle Army. Volví a casa hacia las siete de la mañana siguiente. Sue se encontraba fatal, pero no me dejó llamar a un médico. Era un poco extraño, porque estaba muerta de miedo.
McCloor se rascó la cabeza con gesto meditativo y de repente tragó una gran bocanada de humo, aspirando prácticamente todo lo que quedaba del cigarrillo. Soltó el humo a la vez por la boca y la nariz y me dirigió una mirada apagada a través del humo. Luego, en tono brusco, añadió:
—Bueno, la palmó. Pero antes de morir me dijo que Holy Joe la había envenenado.
—¿Dijo cómo lo había hecho?
McCloor meneó la cabeza.
—Yo le estaba preguntando qué le pasaba y no conseguía sacarle nada. Entonces empezó a lloriquear que la habían envenenado. «Me han envenenado, Babe», gemía. «Arsénico. El maldito Holy Joe», dijo. Y luego no dijo nada más y ya no pasó mucho rato hasta que la palmó.
—¿Sí? ¿Y qué hiciste entonces?
—Salí a la caza de Holy Joe. Lo conocía, pero no sabía dónde vivía y no lo encontré hasta ayer. Tú estabas allí cuando llegué. Ya conoces esa parte. Había pillado un cacharro y lo dejé aparcado en la calle Turk para la huida. Cuando volví al coche había un poli plantado cerca. Imaginé que se había dado cuenta de que era un coche robado y estaría esperando a ver quién lo cogía, así que lo dejé allí, me monté en un tranvía y me fui a la estación. Ahí abajo me encontré un montón de polis y tuve que saltar al agua en China Basin, nadar hasta un embarcadero, volver saltar para nadar hasta otro porque me había pillado un vigilante y al fin colarme entre el cerco, pero solo para tener otro golpe de mala suerte. No habría parado ese taxi si no llega a tener la bandera subida.
—¿Sabías que Sue planeaba dejarte y largarse con Joe?
—No me consta —respondió—. Sabía perfectamente que me la estaba pegando, pero no sabía con quién.
—¿Qué hubieras hecho de haberlo sabido? —pregunté.
—¿Yo? —Me dedicó una sonrisa lobuna—. Lo mismo que hice.
—Matarlos a los dos —concluí.
Se frotó el labio inferior con un pulgar y preguntó con voz tranquila:
—¿Crees que maté a Sue?
—La mataste.
—Me lo merezco —dijo—. Será que con la edad me estoy volviendo idiota. ¿Qué coño hago aquí hablando con un maldito poli? Eso nunca ha servido más que para fastidiar a la gente. Bueno, pues ya se las puede empezar a pirar, compañero. Se me acabó la saliva.
Y era cierto. No conseguí arrancarle ni una palabra más.