Creía que avanzaba en silencio entre dos filas de vagones, pero llevaba menos de seis metros cuando una luz me iluminó la cara y una voz seca me ordenó:
—¡Alto ahí!
Me quedé quieto. Salieron algunos hombres entre los vagones. Uno de ellos me llamó por mi nombre y añadió:
—¿Qué hace aquí? ¿Se ha perdido?
Era Harry Pebble, un agente de la policía.
Dejé de contener el aliento para contestar:
—Hola, Harry. ¿Buscas a Babe?
—Sí, hemos registrado los mercancías.
—Está aquí. Lo acabo de seguir desde la calle.
Pebble maldijo y apagó la linterna.
—Ten cuidado, Harry —le aconsejé—. No juegues con él. Va muy armado y hoy ya se ha cargado a uno.
—Sí que voy a jugar —prometió Pebble.
Luego dijo a uno de sus hombres que se acercara a los demás para advertirles de que McCloor había entrado y después se fuera a pedir refuerzos.
—Lo mantendremos rodeado hasta que vengan —dijo.
Me pareció una manera sensata de plantearlo. Nos dispersamos y esperamos. En una ocasión Pebble y yo hicimos volverse a un vagabundo larguirucho que intentaba colarse entre nosotros en la plataforma y uno de nuestros hombres recogió a un crío aterrorizado que intentaba escapar. Por lo demás, no ocurrió nada hasta que llegó el teniente Duff con un par de coches cargados de polis.
La mayor parte de nuestra fuerza formó un cordón en torno a la plataforma. Los demás la fuimos recorriendo en grupos pequeños, registrando vagón por vagón. Recogimos a unos pocos vagabundos que antes se le habían escapado a Pebble y a sus hombres, pero no encontramos a McCloor.
No dimos con ningún rastro suyo hasta que alguien tropezó con un poli de la estación acurrucado a la sombra de un vagón góndola. Tardamos un par de minutos en reanimarlo y luego no podía hablar. Tenía la mandíbula partida. Sin embargo, cuando le preguntamos si le había pegado McCloor movió la cabeza en señal de asentimiento y cuando le preguntamos en qué dirección se había fugado movió una mano débil para señalar hacia el este.
Avanzamos y registramos el corralón de Santa Fe.
No encontramos a McCloor.