XII

Eran ya más de las ocho de la mañana cuando volví a la ciudad. Desayuné y luego fui a la agencia, donde el Viejo estaba repasando el correo de la mañana.

—Se ha terminado —le dije—. Papadopoulos sabía que Nancy Regan era la heredera de Taylor Newhall. Cuando le hizo falta un escondrijo, al salir mal el atraco a los bancos, consiguió que ella lo llevara a la casa de campo de su familia. La tenía atrapada con dos ganchos distintos: convencida de que era un viejo zoquete maltratado, sentía lástima por él; además, aunque su intención fuera inocente, era cómplice factual de los atracos.

»Poco después, papá Newhall tuvo que ir a México en viaje de trabajo. Papadopoulos vio que era una oportunidad. Si se cargaban a Newhall, la chica heredaría millones y el viejo ladrón se los podría quitar. Mandó a Barrows al otro lado de la frontera, a pagar a unos bandidos mexicanos para que lo mataran. Barrows cumplió, pero habló demasiado. Dijo a una chica de Nogales que tenía que regresar “a Frisco para cobrar un montón de dinero de un viejo griego” y que luego volvería y le compraría el mundo entero. La chica pasó la palabra a Tom-Tom Carey. Carey calculó varias veces dos más dos y la respuesta sumaba más de doce. Siguió a Barrows hasta aquí.

»Angel Grace estaba con él la mañana en que se presentó ante Barrows para averiguar si el “viejo griego” era Papadopoulos y, en ese caso, dónde podía encontrarlo. Barrows estaba tan aturdido por la droga que cuando el moreno sacó a relucir la navaja en la conversación tuvo que recortarlo de arriba abajo para que empezara a notar el dolor. La talla asqueó a Angel Grace. Tras intentar en vano frenar a Carey, se fue. Y cuando leyó en los periódicos de la tarde cómo había terminado su trabajo, intentó suicidarse para impedir que aquellas imágenes siguieran reptando por su mente.

»Carey se enteró de todo lo que sabía Barrows, pero Barrows ignoraba dónde se escondía Papadopoulos. Papadopoulos se enteró de la llegada de Carey… Ya sabe cómo se enteró. Mandó a Arlie para detener a Carey. Carey no dio ni una oportunidad al barbero… hasta que empezó a sospechar que Papadopoulos podía estar en la casa de los Newhall. Se acercó en coche y permitió que Arlie lo siguiera. En cuanto descubrió adónde se dirigía, Arlie se acercó con la intención de detenerlo a cualquier precio. Justo lo que quería Carey. Mató a Arlie, volvió a la ciudad, me avisó y me llevó con él para rematar la faena.

»Mientras tanto, Angel Grace había trabado amistad en la cárcel con la Gran Flora. Ella sabía quién era Flora, pero Flora no la conocía a ella. Papadopoulos había preparado una fuga para Flora. Es más fácil huir en pareja que a solas. Flora se llevó a Angel consigo y la acercó a Papadopoulos. Angel fue por él, pero Flora la dejó fuera de combate.

»Flora, Angel Grace y Ann Newhall, alias Nancy Regan, están en la cárcel del condado —resumí—. Papadopoulos, Tom-Tom Carey y Jack Counihan están muertos.

Paré de hablar y encendí un cigarrillo sin ninguna prisa, mirando con atención tanto el cigarro como la cerilla. El Viejo cogió una carta, la dejó sobre la mesa sin leerla, cogió otra.

—¿Muertos al intentar arrestarlos?

En su suave voz solo había la insondable amabilidad habitual.

—Sí. Carey mató a Papadopoulos. Poco después disparó a Jack. Mickey, que no sabía nada de nada, aparte de que el moreno nos estaba disparando a Jack y a mí mientras hablábamos en un aparte, disparó a Carey y lo mató. —Las palabras se me enredaban en la lengua, se negaban a salir bien—. Ni Mickey ni Andy sabían que Jack… Solo usted y yo sabíamos que… Sabíamos exactamente lo que estaba haciendo Jack. Flora Brace y Ann Newhall lo sabían, pero si dijéramos que en todo momento se limitó a cumplir órdenes nadie podrá negarlo.

El Viejo asintió con un movimiento de su cara de abuelete y sonrió, pero por primera vez en los muchos años que hacía que lo conocía, supe lo que estaba pensando: que si Jack hubiese salido con vida nos habríamos enfrentado a la desagradable alternativa de dejarlo ir o aceptar una mancha en el historial de la agencia cuando se supiera que uno de nuestros empleados era un criminal.

Tiré el cigarrillo y me levanté. El Viejo también se puso en pie y me tendió la mano.

—Gracias —dijo.

Le estreché la mano y lo entendí, pero no tenía nada que confesar, ni siquiera con mi silencio.

—Las cosas han salido así —dije, a plena consciencia—. Yo he jugado las cartas de tal manera que pudiéramos beneficiarnos si se daba alguna oportunidad, pero las cosas han salido así.

Mostró su conformidad con una sonrisa benigna.

—Me voy a tomar un par de semanas de vacaciones —le dije desde la puerta.

Estaba cansado, agotado.