VII

A las nueve, cuando llegué al despacho, uno de los oficinistas acababa de descodificar un texto que había llegado por la noche, de un agente de Los Ángeles enviado a Nogales. Era un telegrama largo y sustancioso.

Decía que Tom-Tom Carey era muy conocido a lo largo de la frontera. Había estado implicado en el tráfico que cruzaba la línea: armas hacia el sur; alcohol y, probablemente, droga e inmigrantes hacia el norte. Justo antes de partir, hacía una semana, había hecho algunas averiguaciones acerca de un tal Hank Barrows. La descripción de ese Hank Barrows encajaba con la del H. F. Barrows cortado a tiras y muerto tras precipitarse por la ventana del hotel.

El agente de Los Ángeles no había conseguido averiguar demasiado sobre Barrows, aparte de que procedía de San Francisco, adonde al parecer había regresado después de pasar apenas unos días en la frontera. El agente no había descubierto nada nuevo sobre el asesinato de Newhall: todo seguía apuntando a que había muerto por oponer resistencia a los patriotas mexicanos que pretendían capturarlo.

Dick Foley llegó a mi despacho cuando yo estaba leyendo las noticias. Me dejó terminar y me dio su contribución a la historia de Tom-Tom Carey:

—Lo seguí desde aquí. Al hotel. Arlie en una esquina. Las ocho. Carey sale. Garaje. Su coche, sin conductor. Trasera del hotel. Mudanza. Dos bolsas. Sale por el parque. Arlie detrás en coche canijo. Mi barcaza detrás de Arlie. Bajamos avenida. Salimos por carretera de campo. A solas. Arlie pisa a fondo. Se acerca. ¡Bang! Carey para. Suenan dos armas. Fin de Arlie. Carey vuelve a la ciudad. Hotel Marquis. Se registra como George F. Danby, San Diego. Habitación 622.

—¿Registró Tom-Tom a Arlie después de cargárselo?

—No. Ni lo tocó.

—¿Entonces? Llévate a Mickey Linehan. No perdáis de vista a Carey. Mandaré alguien a relevaros a última hora de la noche, si puedo, pero hay que seguirlo las veinticuatro horas del día hasta que…

Como no sabía que pasaría luego, me callé.

Me llevé la historia de Dick al despacho del Viejo y se la conté, con un resumen de mis conclusiones.

—Arlie disparó primero, según Foley, así que Carey puede alegar defensa propia, pero por fin tenemos un poco de acción y no quiero hacer nada para frenarla. Así que me gustaría mantener en silencio un par de días lo que sabemos de ese tiroteo. No mejorará nuestra relación de amistad con el sheriff del condado si se entera de lo que estamos haciendo, pero creo que merece la pena.

—Si es lo que quieres… —convino el Viejo, al tiempo que contestaba una llamada telefónica.

Habló por el auricular y luego me lo pasó. Era el sargento Hunt.

—Flora Brace y Grace Cardigan se han fugado justo antes del amanecer. Lo más probable es que…

No estaba de humor para detalles.

—¿Han desaparecido del todo? —pregunté.

—De momento, no tenemos ninguna pista, pero…

—Ya me darás los detalles cuando nos veamos. Gracias.

Colgué.

—Angel Grace y la Gran Flora se han fugado de la prisión local —informé al Viejo.

Sonrió con cortesía, como si no le afectara particularmente la noticia.

—Estabas celebrando que empezara la acción —murmuró.

Mi mueca de mal humor se convirtió en sonrisa antes de balbucear:

—Ya, puede ser.

Volví a mi despacho y telefoneé a Franklin Ellert. El abogado del ceceo dijo que me recibiría encantado, así que me fui a su oficina.

—Bueno, ¿y qué progrezoz ha hecho? —preguntó con interés cuando me hube sentado a su mesa.

—Algunos. Cuando mataron a Newhall había otro hombre en Nogales, llamado Barrows, que también se fue a San Francisco poco después. Carey siguió a Barrows. ¿Leyó la noticia del hombre al que encontraron caminando por la calle desnudo, lleno de cortes?

—Cí.

—Era Barrows. Luego entra en la partida otro tipo, un barbero llamado Arlie. Estaba espiando a Carey. Anoche, en una carretera solitaria hacia el sur, Arlie disparó a Carey. Carey lo mató.

Al viejo abogado se le salieron los ojos un par de centímetros más.

—¿En qué carretera? —jadeó.

—¿Quiere la ubicación exacta?

—¡Cí!

Acerqué su teléfono de un tirón, llamé a la agencia, pedí que me leyeran el informe de Dick y pasé al abogado la información que me pedía.

Le afectó mucho. Se levantó de un salto. El sudor brillaba en los surcos de su cara arrugada.

—¡La ceñorita Newhall eztá allí zola! ¡Ezo eztá a menoz de un kilómetro de zu caza!

Fruncí el ceño y me devané los sesos, pero no supe qué hacer.

—¿Y si mando un hombre que cuide de ella? —sugerí.

—¡Magnífico! —Su cara de preocupación se despejó hasta el punto de quedar solo cincuenta o sesenta arrugas en ella—. Prefiere quedarce allí a pazar el duelo por la muerte de zu padre. ¿Mandará a alguien eficaz?

—Comparado con él, el peñón de Gibraltar es una hoja en el viento. Deme una nota para que él se identifique. Se llama Andrew MacElroy.

Mientras el abogado garabateaba la nota volví a usar su teléfono para llamar a la agencia y decir a la telefonista que buscara a Andy y le dijera que quería hablar con él. Comí algo antes de volver a la agencia. Cuando llegué, Andy me estaba esperando.

Andy MacElroy era un hombre como una roca: no muy alto, pero ancho y duro de cuerpo y de cabeza. Un hombre triste y melancólico con menos imaginación que una calculadora. Ni siquiera estoy seguro de que supiera leer.

Pero no me cabía duda de que si le mandabas hacer algo, hacía lo que le mandabas y nada más que eso. No hubiera sabido hacer lo contrario.

Le entregué la nota del abogado para que se la mostrara a la señorita Newhall, le dije adónde debía ir y qué debía hacer y me olvidé de los problemas de la señorita Newhall.

Esa tarde supe de Dick Foley y Mickey Linehan en tres ocasiones. Tom-Tom Carey no hacía nada demasiado emocionante, aunque había comprado dos cajas de cartuchos del 44 en una tienda de artículos deportivos de la calle Market.

Los vespertinos llevaban retratos de la Gran Flora Brace y de Angel Grace Cardigan con la noticia de su huida. El texto se alejaba tanto de los hechos probables como suele ser norma en las noticias de los periódicos. En otra página se relataba el descubrimiento del cadáver de un barbero en una carretera solitaria. Le habían disparado en la cabeza y en el pecho, cuatro tiros en total. Los oficiales del condado opinaban que había muerto al oponer resistencia a un asalto y los bandidos se habían ido sin robarle nada.

A las cinco se presentó Tommy Howd en mi despacho.

—El tal Carey quiere volver a verle —me dijo el muchacho de las pecas.

—Que pase.

El moreno entró con su caminar tranquilo, preguntó qué tal, se sentó y se lio un cigarrillo marrón.

—¿Tiene algún plan especial para esta noche? —preguntó después de encenderlo.

—Nada que no pueda aplazar por algo mejor. ¿Celebra una fiesta?

—Ajá. Se me había ocurrido algo así. Una especie de fiesta sorpresa para Papadudel. ¿Se apunta?

Me tocaba a mí decir:

—Ajá.

—Le recogeré a las siete en Van Ness, esquina Geary —dijo con su hablar arrastrado—. Pero ha de ser una especie de fiesta privada: usted, yo… Y él.

—No. Hay otro que también ha de venir. Irá conmigo.

—No me gusta. —Tom-Tom Carey movió lentamente la cabeza, con gesto de amable preocupación, mientras fumaba—. Los sabuesos no pueden ser más que yo. Ha de ser uno contra uno.

—No seremos más —le aclaré—. El tipo que vendrá conmigo no estará más de mi lado que del suyo. Y a usted le convendrá no quitarle el ojo de encima, como tampoco haré yo, y asegurarse de no darle la espalda siempre que pueda evitarlo.

—Entonces, ¿para qué lo quiere traer?

—Hay cosas que no se pueden explicar.

El moreno volvió a fruncir el ceño, ahora con cara de pocos amigos.

—La recompensa de ciento seis mil dólares… No tengo ninguna intención de compartirla con nadie.

—Me parece bien —convine—. No llevaré conmigo a nadie que la vaya a reclamar.

—Le tomo la palabra. —Se levantó—. Y tendremos que vigilarlo, ¿entonces?

—Si queremos que todo vaya bien, sí.

—Supongamos que se interpone, que nos crea algún problema. ¿Nos lo podemos cargar, o solo podemos pedirle que se porte bien?

—Él sabrá qué riesgos quiere correr.

—Me parece bien. —Su rostro duro recuperó el buen humor cuando ya se volvía hacia la puerta—. A las once en punto, Van Ness con Geary.