XI

Dos días después todo se aclaró para mayor satisfacción de la policía, la prensa y el público. El Silbo había aparecido en una calle oscura, asesinado horas antes por un navajazo en la espalda en un ajuste de cuentas entre elementos del tráfico ilegal de alcohol, según contaban. Encontraron a Hoo Lun. Apareció el chino de los dientes de oro que había abierto la puerta a Lillian Shan. Aparecieron otros cinco. A los siete, junto a Yin Hung y el chófer, les cayó al fin la cadena perpetua. Eran todos hombres del Silbo y Chang los sacrificaba sin pestañear. Tenían tan pocas pruebas de la implicación de Chang como yo, así que no hubieran podido devolverle el golpe ni siquiera si llegan a saber que la mayor parte de la pruebas contra ellos me las había proporcionado el anciano.

Tan solo la chica, Chang y yo sabíamos algo sobre la participación de Garthorne, así que este se salvó y quedó en libertad para pasar la mayor parte de su tiempo en casa de la chica.

Yo no tenía pruebas que pudiera asociar con Chang, ni fui capaz de conseguir ninguna. Pese a todo su patriotismo, hubiera dado el ojo derecho por encerrarlo. Eso sí hubiera sido una gran noticia. Pero al no poder echarle el lazo, me había tenido que contentar con llegar a un acuerdo por medio del cual él me entregaba todo, salvo su propia figura y la de sus amigos.

No sé cómo acabó Hsiu Hsiu, la esclava chillona. Merecía salir bien librada. Tal vez yo pudiera haber vuelto a ver a Chang para preguntarle por ella, pero me mantuve aparte. Chang se había enterado ya de que la medalla de la foto era falsa. Recibí una nota suya:

Saludos y grandes amores para el desvelador de todo secreto: alguien en quien se combinaron el fervor patriótico y la estupidez inherente y, con la resultante ceguera, rompió una herramienta muy valiosa, confía en que el destino del tráfico mundano nunca ponga su débil cerebro contra la irresistible fuerza de voluntad y el deslumbrante intelecto del emperador de los desenmascaradores.

Pueden interpretarlo como quieran. Pero yo conozco al hombre que la escribió, y no me importa admitir que he dejado de comer en restaurantes chinos y que me daré por contento si nunca más tengo razones para volver a ese barrio.