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—Era un… —Carraspeó y volvió a empezar con la mirada gacha—. Raymond Elwood nos trajo aquí la primera vez. Nos pareció divertido. Pero Hador era un diablo. Te decía cosas y tú las creías. No lo podías evitar. Te decía cualquier cosa y te la creías. Quizás estuviéramos drogadas. Siempre nos daban un vino tibio y azulado. Debía de contener drogas. Si no, no hubiéramos podido hacer todo eso. Nadie podría. Él se presentaba como sacerdote. Sacerdote de Alzoa. Enseñaba a liberar el espíritu de la carne por medio de… —Se le quebró la voz. Se echó a temblar—. ¡Era horrible! —siguió hablando tras el silencio que Pat y yo le habíamos respetado—. Pero le creías. Eso es todo. Si no se entiende eso, no se puede entender nada. Enseñaba cosas que no podían ser. Pero él afirmaba que sí eran y tú te lo creías. O tal vez… No sé, tal vez fingías creerlo porque estabas loca y tenías droga en la sangre. Volvimos una y otra vez durante semanas, meses, hasta que la repulsión, que un día u otro tenía que llegar, nos alejó de aquí.

»Dejarnos de venir. Ruth y yo… Irma también. Y entonces descubrimos quién era él. Exigía dinero, más dinero del que ya le habíamos pagado mientras creíamos, o fingíamos creer, en su secta. No podíamos darle todo el dinero que pedía. Le dije que no se lo daríamos. Nos mandó fotografías en las que aparecíamos… Tomadas durante las… Cuando estábamos aquí. Eran fotos que no, que no se, que no se podían explicar. ¡Y eran de verdad! ¡Nosotras lo sabíamos! ¿Qué íbamos a hacer? Dijo que mandaría copias a nuestro padre, a todos nuestros amigos, a nuestros conocidos, si no pagábamos.

»¿Y qué podíamos hacer, salvo pagar? Conseguimos el dinero. Se lo entregamos: más y más y más. Y luego ya no teníamos más, ni podíamos conseguirlo. ¡No sabíamos qué hacer! No se podía hacer nada, salvo… Ruth e Irma querían matarse. Yo también lo pensé. Pero convencí a Ruth para que no lo hiciera. Le dije que nos iríamos. Que me la llevaría, que la mantendría a salvo. Y entonces… ¡Entonces pasó esto!

Dejó de hablar y se quedó mirando al suelo, a sus pies.

Volví a mirar al hombrecillo muerto, tan raro con su gorro negro y su ropa. Ya no le manaba sangre del cuello.

No fue difícil encajar las piezas. Hador, el muerto, sacerdote autoproclamado de vaya usted a saber qué, organizaba orgías como pretendidas ceremonias religiosas. Elwood, su compadre, le llevaba mujeres con dinero y buenas familias. Una habitación con buena iluminación para tomar fotos y una cámara escondida. Contribuciones de las adeptas mientras fueran fieles a la secta. Y luego, chantaje con la ayuda de las fotos.

Dejé de mirar a Hador y me concentré en Pat Reddy. Él seguía mirando al muerto con el ceño fruncido. Fuera de la habitación no se oía nada.

—¿Tienes la carta que tu hermana escribió a Elwood? —pregunté a la chica.

Ella llevó una mano al regazo y arrugó un papel que tenía allí guardado.

—Sí.

—¿Dice con toda claridad que pensaba matarse?

—Sí.

—Eso aclararía las cosas con el condado de Contra Costa —dije a Pat.

Él movió su cabeza destrozada en señal de asentimiento.

—Debería —convino—. Dudo que pudieran demostrar que la mató ella, incluso sin la carta. Y con ella ni siquiera la llevarán a juicio. Es una apuesta segura. La otra es que tampoco tendrá problemas por este disparo. Saldrá del juicio libre y hasta puede que le den las gracias.

Myra Banbrock se apartó de Pat con un respingo, como si él la hubiese abofeteado.

En aquel momento, yo era un empleado de su padre. Tenía que ver las cosas desde su lado.

Encendí un cigarrillo y estudié lo poco que alcanzaba a ver de la cara de Pat, entre la mugre y la sangre. Pat es un buen tío.

—Oye, Pat —lo adulé, aunque procuré que mi voz no delatara que lo estaba adulando—. La señorita Banbrock puede ir a juicio y, como tú dices, salir libre y hasta premiada. Pero para eso tendrá que usar todo lo que sabe. Tendrá que mostrar todas las pruebas. Necesitará tener las fotografías que tomó Hador, o al menos todas las que podamos encontrar.

»Algunas mujeres se han suicidado por culpa de esas fotos, Pat. Al menos dos, que sepamos. Si la señorita Banbrock va a juicio tendremos que hacer públicas sabe Dios cuántas fotos de otras mujeres. Tendremos que dar a conocer cosas que pondrán a la señorita Banbrock, y vete a saber a cuántas chicas y mujeres más, en la misma posición que ha llevado al suicidio al menos a dos mujeres.

Pat me miró con el ceño fruncido y se frotó la sucia barbilla con un pulgar más sucio todavía.

Respiré hondo y me la jugué.

—Pat, tú y yo hemos venido para interrogar a Raymond Elwood, después de seguir su rastro hasta aquí. A lo mejor sospechábamos que tenía alguna relación con la banda que asaltó el banco de San Luis el mes pasado. A lo mejor sospechábamos que manejaba lo que desapareció de las sacas de Correos en el asalto de Denver, hace dos semanas. En cualquier caso, íbamos tras él sabiendo que tenía mucho dinero sin procedencia aparente y una agencia inmobiliaria que nunca había vendido una casa.

»Hemos venido a interrogarlo a propósito de alguno de esos casos que te acabo de mencionar. Un par de negrazos de ahí arriba nos ha atacado al saber que éramos sabuesos. Todo lo demás ha comenzado a partir de ahí. Este asunto de la secta es algo con lo que hemos tropezado, algo en lo que no teníamos un interés específico. Hasta donde sabemos, toda esa gente que nos ha atacado lo hacía porque son amigos del tipo a quien queríamos interrogar. Hador era uno de ellos y, cuando luchaba contigo, le has disparado con su propia arma, que, por supuesto, es la misma que la señorita Banbrock ha encontrado en la caja fuerte.

A Reddy no parecía gustarle nada mi sugerencia. La mirada que clavó en mí era decididamente amarga.

—Eres ridículo —me acusó—. ¿Qué se consigue con eso? Así no libramos a la señorita Banbrock. Está aquí, ¿no? Y todo lo demás saldrá por sí solo, como el hilo de un carrete.

—Pero es que la señorita Banbrock no ha estado aquí —le expliqué—. Quizás el piso de arriba esté lleno de polis a estas alturas. O quizá no. En cualquier caso, tú vas a sacar de aquí a la señorita Banbrock y la vas a dejar en manos de Dick Foley, que la llevará a su casa. Ella no tiene nada que ver con esta fiesta. Mañana, ella, el abogado de su padre y yo subiremos a Martínez y haremos un trato con el fiscal del condado de Contra Costa. Le demostraremos que Ruth se suicidó. Si alguien es capaz de relacionar al Elwood que ojalá esté muerto ahí arriba con el Elwood que conocía a estas chicas y a la señorita Correll, ¿qué más da? Si no llegamos a juicio, cosa que conseguiremos al convencer a la fiscalía de Contra Costa de que no pueden acusarla de matar a su hermana, tampoco saldremos en la prensa y nos evitaremos un lío.

Pat se quedó quieto, con el pulgar todavía en la barbilla.

—Recuerda —le insté— que no lo hacemos solo por la señorita Banbrock. Es por un par de muertas, y por una manada entera de mujeres vivas que sin duda se relacionaron con Hador por propia voluntad, pero no por ello dejan de ser seres humanos.

Pat sacudió la cabeza en señal de terquedad.

—Lo siento —dije a la chica, con falsa resignación—. He hecho todo lo que podía, pero le estoy pidiendo demasiado a Reddy. No creo que pueda culparlo por no atreverse a correr el riesgo de…

Pat es irlandés.

—No te rajes tan rápido —me dijo en tono brusco, atajando mi hipocresía—. Pero… ¿por qué he de ser yo quien ha disparado a Hador? ¿Por qué no puedes ser tú?

¡Ya era mío!

—Porque —le expliqué— tú eres policía y yo no. Es más fácil que lo dejen pasar si le ha disparado un agente de paz fiable, condecorado y pies planos. Yo he matado a casi todos esos pájaros de ahí arriba. Deberías hacer algo para demostrar que tú también estabas aquí.

Solo era una parte de la verdad. Mi idea era que, si Pat se lo atribuía, ya no le sería tan fácil desentenderse luego, pasara lo que pasara. Pat es buen tío y yo me fío de él en cualquier caso, pero te puedes fiar igualmente de cualquiera si lo tienes bien pillado.

Pat refunfuñó y sacudió la cabeza, pero dijo:

—Estoy arruinando mi carrera, no me cabe duda —gruñó—. Pero lo voy a hacer. Solo una vez.

—¡Así se habla! —Me acerqué a un rincón para recoger el sombrero de la chica—. Te espero aquí mientras la dejas en manos de Dick y vuelves. —Entregué el sombrero a la chica y le di algunas instrucciones—. Reddy te entregará a un hombre con el que vas a volver a casa. Quédate ahí hasta que llegue yo, cosa que haré tan pronto como pueda. No digas nada a nadie, salvo que yo mismo te he dicho que no hables. Eso incluye a tu padre. Dile que yo te he pedido que ni siquiera le digas dónde me has visto. ¿Lo entiendes?

—Sí, y…

Después está bien pensar en la gratitud, pero cuando hay trabajo pendiente roba mucho tiempo.

—¡En marcha, Pat!

Se fueron.