No volví a ver a Inés hasta que se la llevaron de vuelta al este para que le cayera la cadena perpetua en la casa grande de Massachusetts. Ninguno de los policías que entraron a toda prisa en el apartamento aquella noche me conocía. Para cuando sí llegó alguien que podía reconocerme ya nos habían separado, lo cual me concedió la oportunidad de arreglarlo todo de tal manera que nadie revelara mi identidad a la mujer. La parte más difícil de la representación fue evitar que me sacaran en los periódicos, pues tuve que testificar en la vista preliminar para explicar las muertes de Billie, Mandíbula Grande, Maurois y el Niño Fulanito. Pero lo conseguí. Por lo tanto, que yo sepa, la mujer oscura sigue pensando que soy Jerry Young, traficante de licores.
El Viejo habló con ella cuando se la iban a llevar a San Francisco. Sumando lo que pudo sonsacarle, más lo que supimos gracias a nuestra sucursal de San Francisco, la historia va como sigue:
Un joyero de Boston llamado Tunnicliffe tenía un empleado de confianza llamado Binder. Binder se prendó de la mujer oscura llamada Inés Almad. La mujer oscura, a su vez, tenía un par de amigos taimados: un francés llamado Maurois y un bostoniano que se llamaba Carey, o Cory, pero era conocido como el Niño Fulanito. De una combinación como aquella podía surgir cualquier cosa.
Y lo que surgió fue un plan. El leal Binder —entre cuyas funciones se contaba abrir la joyería por la mañana y cerrarla por la noche— tenía que escoger las piedras preciosas sin engarzar más valiosas que el joyero hubiera comprado para la campaña de vacaciones, llevárselas una noche y entregárselas a Inés. Ella tenía que convertirlas en dinero.
Para enmascarar el robo de Binder, el Niño Fulanito y el francés tenían que atracar la joyería a la mañana siguiente, en cuanto abriese. En la tienda solo estarían Binder y el guardia nocturno, que no se habría percatado de la ausencia de las piezas más valiosas. Los atracadores se llevarían lo que pudiesen. Además de lo que se llevaran, cobrarían doscientos cincuenta dólares por cabeza y, si más adelante los pillaban, podían contar con que Binder no los identificaría.
Ese era el plan tal como lo conocía Binder. Había aspectos que ni siquiera sospechaba.
Entre Inés, Maurois y el Niño había un acuerdo distinto. Ella tenía que largarse a Chicago con las piedras en cuanto se las diera Binder y esperar allí a Maurois y al Niño. El francés y ella se daban por satisfechos con largarse y dejar colgado a Binder. El Niño insistió en la necesidad de seguir adelante con el atraco y matar al tonto de Binder. Sabía demasiado sobre ellos, según el Niño, y hablaría por los codos en cuanto se diera cuenta de que lo habían traicionado.
El Niño se salió con la suya y le pegó un tiro a Binder.
Luego se había producido aquel lío de cuádruples y séxtuples traiciones que había traído la calamidad para los tres: los acuerdos particulares de la mujer con el Niño y con Maurois —para citarse con uno en San Luis y con el otro en Nueva Orleans— y su huida con el botín a San Francisco.
Billie era un testigo inocente, o casi. Un leñador que Inés había encontrado por ahí y al que había escogido como una especie de protección contra las partes duras del camino que había emprendido.