II

Desde la oficina del abogado me fui a la comisaría central y, tras unos minutos de búsqueda, di con un policía que había llegado al cruce de Clay con Kearny pocos segundos después del atropello de Newhouse.

—Salía de la comisaría y vi un autobús que doblaba la esquina de la calle Clay —me dijo el agente, un grandullón de pelo pajizo a quien llamaban Coffee—. Luego vi un grupo de gente que se reunía y me acerqué y me encontré con el tal John Newhouse tumbado en el suelo. Ya estaba muerto. Media docena de personas habían visto el atropello y una había tomado nota de la matrícula del coche. Lo encontramos vacío al doblar la esquina de la calle Montgomery, mirando hacia el norte. Cuando el coche golpeó a Newhouse iban dos tipos dentro, pero nadie se fijó en su pinta. Y cuando lo encontramos estaba vacío.

—¿En qué dirección caminaba Newhouse?

—Hacia el norte por la calle Kearny, y ya había recorrido tres cuartas partes del cruce con Clay cuando lo atropellaron. El coche también iba en dirección norte por Kearny y giró hacia el este al llegar a Clay. Puede que no todo fuera culpa de los que iban en el coche, según los que vieron el accidente. Newhouse cruzaba la calle mirando un papel que llevaba en la mano. Encontré algo de dinero extranjero, billetes, en su mano; o sea que supongo que eso es lo que miraba. El teniente me dice que era un billete holandés: cien florines, según él.

—¿No averiguó nada acerca de los que iban en el coche?

—¡Nada! Interrogamos a todos los que encontramos en las cercanías de las calles California y Kearny, donde se robó el coche, y Clay y Montgomery, donde lo abandonaron. Pero nadie recuerda haberles visto montar en el coche, o bajarse de él. No lo conducía el dueño, supongo que será cierto que se lo habían robado. Al principio pensé que igual había algo oscuro en ese accidente. El tal John Newhouse tenía un morado en el ojo de dos o tres días antes del choque. Pero seguimos esa pista y descubrimos que había tenido un ataque de corazón o algo parecido unos días antes y, al caer, se había dado un golpe en el ojo contra una silla. Luego se había pasado tres días en casa, enfermo, y acababa de salir, apenas media hora antes del accidente.

—¿Dónde vive?

—En la calle Sacramento… Bien lejos. Tengo su dirección en algún sitio.

Fue pasando páginas de un cuaderno mugriento y luego me dio el número de teléfono de la casa del muerto y los nombres y direcciones de los testigos del accidente, a los que había interrogado.

Como con eso se liquidaba toda la información que tenía para mí, lo dejé.