XI

EL ALMA DESNUDA DE IZZARD

—¡Izzard es una tapadera! Toda esta maldita ciudad es un bicho raro. Alcohol: esa es la respuesta. El tipo al que me he cargado esta tarde, el que usted creía que era mi padre, fue el inventor de la treta. El nitrato de sodio se consigue hirviendo nitrato en tanques con bobinas calientes. A él se le ocurrió que una planta de procesamiento de nitratos sería una buena tapadera para una destilería ilegal. Y se le ocurrió la idea de que si pones a toda una ciudad a trabajar en la misma dirección es imposible que el juego se detenga en ningún momento.

»Ya puede imaginarse cuánto dinero circula en este país en manos de hombres que estarían encantados de invertirlo en una fábrica de alcohol indetectable. No solo maleantes, quiero decir, sino también hombres que se consideran honestos. Imagínese una cifra, la que sea, y luego multiplíquela por dos y todavía estará alejado de la respuesta verdadera por unos cuantos millones de dólares. Hay hombres que… Bueno, el caso es que Ormsby se trajo su estratagema al este y consiguió buenos apoyos: un accionariado capaz de reunir dinero suficiente para construir una docena de ciudades.

»Ormsby, Eider y Brackett eran los chicos que manejaban la partida. Yo tenía la misión de asegurarme de que no engañaran a los accionistas; luego, hay una manada de lugartenientes fiables: como Fernie, MacPhail, Hernán —el jefe de correos— y Harker —otro médico que se las cargó la semana pasada— y también Leslie, que se hace pasar por rector de la iglesia. No hubo ningún problema para conseguir la población que queríamos. Corrió la voz de que la ciudad nueva era un lugar en el que cualquier maleante estaría a salvo siempre que hiciera lo que se le decía. Las barracas de todas las ciudades de Estados Unidos, y la mitad del extranjero, se vaciaron. Todos los maleantes que vivían con la pasma en sus talones y eran capaces de pagarse el billete de autocar, aparecieron por aquí y encontraron cobertura.

»Claro, con todos los delincuentes del mundo traídos aquí por el viento, empezaron a aparecer también los sabuesos; pero no nos costaba manejarlos y, en el peor de los casos, siempre podíamos permitir que la ley se hiciera cargo de algún hombre de vez en cuando. Sin embargo, por lo general no nos costaba demasiado ocuparnos de los detectives. Tenemos bancos, rectores y médicos, y jefes de correos y hombres prominentes de toda clase, tanto para liar a los sabuesos con falsas pistas como para, si es necesario, colgarles una falsa acusación. En la cárcel del estado encontrará gente que llegó aquí —en la mayor parte de casos, como agentes de narcóticos, o vigilantes de la ley seca— y se metieron en un lío antes de darse cuenta de lo que estaba pasando.

»¡Dios! ¡Nunca ha habido una apuesta como esta! No podía fallar, salvo que nosotros mismos la estropeásemos. Y eso hemos hecho. ¡Nos quedaba grande! Había demasiado dinero y… ¡Se nos subió a la cabeza! Al principio éramos legales con los propietarios. Hacíamos el alcohol y lo sacábamos de aquí: salía en coches cargados hasta arriba, en camiones, solo nos faltaba sacarlo con tuberías; y ganábamos dinero para los propietarios y para nosotros. Entonces se nos ocurrió la verdadera idea… ¡la más grande! Seguíamos haciendo aguardiente, pero se nos ocurrió una gran idea para nuestro propio beneficio. Los propietarios ni se enteraron de eso.

»Primero, pusimos en marcha el fraude del seguro. De eso se encargó Eider con tres o cuatro ayudantes. Entre ellos se hicieron agentes de seguros de la mitad de compañías del país y luego empezaron a empapelar Izzard con pólizas. Hombres que nunca habían vivido pasaban exámenes médicos, contrataban un seguro y después eran asesinados: a veces los asesinaban sobre el papel, a veces sustituían a algún hombre que hubiera muerto de verdad, y también en alguna ocasión había que matar a uno o dos hombres a discreción. ¡Todo sobre ruedas! Teníamos los agentes de seguros, los médicos, el juez, el enterrador y todos los oficiales de la ciudad. Teníamos la maquinaria suficiente para forzar cualquier acuerdo que nos interesara. Usted estaba con Kamp la noche en que lo mataron. Esa sí era buena. Él era el detective de una compañía de seguros: ya empezaban a sospechar. Vino y fue tan inocente que se fio del correo para enviar sus informes. No hay muchas cartas de extraños que pasen por la oficina de correos sin que alguien las lea. Leímos sus informes, nos los quedamos y los sustituimos por otros falsos. Luego nos cargamos al señor Kamp y le cambiamos el nombre en los papeles para que cuadrara con una póliza de la misma agencia para la que trabajaba. Qué broma tan retorcida, ¿no?

»El fraude de los seguros no se limitaba a las personas: coches, casas, muebles, todo lo que fuera susceptible de figurar en un seguro entraba en la artimaña. En el último censo, repartiendo a los individuos con cuya complicidad podíamos contar, uno por casa, una lista que ellos rellenaban con cinco o seis nombres, conseguimos censar una población que al menos quintuplicaba la real. Eso nos concedía espacio para un montón de pólizas, un montón de muertos, un montón de propiedades aseguradas, un montón de todo. Nos granjeó tanta influencia política en el condado y en el estado que nuestra jugada se vio reforzada al cien por cien y la partida se volvió más segura.

»Encontrarás una manzana tras otra de casas en las que, más allá de lo que se ve en las ventanas de la fachada delantera, no hay nada. Costó dinero levantarlas, pero lo íbamos ganando mientras tanto y, cuando llegue la hora de recogerlo todo, darán unos beneficios maravillosos.

»Luego, una vez armado el fraude de los seguros, empezamos el juego de la promoción. En Izzard hay cientos de empresas que no son más que una dirección en un membrete, pero se han vendido a su nombre acciones y bonos canjeables de un extremo a otro de Estados Unidos. Y han comprado bienes, previo pago, para luego enviarlos a donde fuera con tal de deshacerse de ellos, aunque fuera perdiendo dinero, y han vuelto a hacer pedidos cada vez mayores hasta alcanzar con los proveedores una deuda cuya suma le parecería mareante. ¡Fácil! ¿No ve que disponían del banco de Brackett para darles cualquier referencia financiera que necesitaran? No tenía ninguna dificultad: ir aumentando la deuda cuidadosamente hasta llegar al punto más alto posible. Luego, malvender toda la mercancía y… ¡bingo! Un incendio quema toda la ciudad. Se supone que las mercancías se han quemado; los caros edificios de los que se habló a los inversores de fuera están supuestamente destrozados; los libros, los registros, todo quemado.

»¡Qué gran golpe! A mí me ha costado un montón mantener a raya a los propietarios, intentar mantenerlos ajenos a la sorpresa que les íbamos a dar. Demasiado suspicaces están para alargarlo más todavía. Pero ahora ya está todo maduro para el golpe final: el incendio que se declarará en la fábrica y arrasará toda esta sucia ciudad. El día elegido es el próximo sábado. Ese día, Izzard se convertirá en poco más que un montón de cenizas; y un montón de pólizas de seguro listas para el cobro.

»El pueblo llano no sabrá nada de los detalles del montaje. Los que sospechan algo cogen el dinero y guardan silencio. Cuando la ciudad empiece a echar humo se encontrarán cientos de muertos entre las ruinas, cada uno con su seguro, y se demostrará la muerte de otros cientos, también asegurados, cuyos cuerpos no van a aparecer.

»¡Nunca ha habido una apuesta igual! Solo que nos quedó grande. En parte, por mi culpa; pero hubiera estallado de todos modos. Siempre liquidábamos a cualquiera que llegase a la ciudad con pinta de ser demasiado honesto o demasiado listo, y si alguien manifestaba alguna duda nos asegurábamos doblemente de que no pisara la oficina de correos, la estación del tren, la oficina de telégrafos o el locutorio. Si la compañía ferroviaria, la telefónica o la de telégrafos, enviaban a alguien nuevo a trabajar aquí y no conseguíamos que viera las cosas como nosotros queríamos, nos las arreglábamos para convertirle la ciudad en un sitio desagradable, y generalmente huía a toda prisa.

»Entonces la compañía de telégrafos envió a Nova y yo me colé por ella. Al principio solo era que me gustaba su pinta. Aquí teníamos toda clase de mujeres, pero precisamente ninguna era de mucha clase, y Nova era distinta. He tenido mi porción de guarrería en el mundo, pero siempre he sido bastante maniático en mis gustos con las mujeres. Yo… Bueno, todos, Brackett, Ormsby, Eider, toda la panda, querían cargarse a Nova. Pero yo se lo quité de la cabeza. Les dije que la dejaran en paz y que yo la convencería para la causa enseguida. De verdad que me creía capaz. Yo le caía bien, o eso parecía, pero no pude llegar más allá. No conseguí avanzar. Los otros se impacientaron, pero yo seguí aplacándolos, diciéndoles que todo iría bien, que si era necesario me casaría con ella y así tendría que callarse. No les gustó. No era fácil impedir que se diera cuenta de lo que estaba pasando porque trabajaba en la oficina de telégrafos, pero lo fuimos consiguiendo.

»El próximo sábado era el día escogido para los grandes fuegos artificiales. Me lo avisó Ormsby ayer. Me dijo con toda claridad que si no le cerraba la boca a Nova, se la iban a cargar. No sabían cuánto había podido averiguar y no querían correr ningún riesgo. Le dije que si la tocaba lo mataría, pero sabía que no podría convencerlos. Hoy me ha llegado el chivatazo. Me he enterado de que han dado la orden para cargársela esta noche. He ido a su oficina para enfrentarme con ellos. Estaba Brackett. Ormsby se me ha quitado de encima, ha negado haber dado ninguna orden que implicara a la chica y ha servido copas para los tres. La bebida tenía mala pinta. He esperado, a ver qué pasaba. Brackett se la ha bebido de un trago. Estaba envenenada. Ha salido a morirse fuera y yo me he cargado a Ormsby.

»¡Toda la trama destruida! Era demasiado para nosotros. Cada uno intenta cortarle el cuello al otro. No he podido encontrar a Eider, pero Fernie me ha intentado disparar desde una ventana; y él es la mano derecha de Fernie; bueno, o lo era, porque ahora es un fiambre. Creo que lo que tengo en el pecho es definitivo. Yo ya estoy listo. Pero usted puede sacar a la chica de aquí. ¡Tiene que hacerlo! Eider seguirá con el plan previsto. Intentará acabar la matanza por su cuenta. Hará desaparecer la ciudad esta misma noche. Para él, es ahora o nunca. Intentará…

Un alarido hendió la oscuridad:

—¡Steve! ¡Steve! ¡Steve!