XVII

Luego empezó a hablar muy rápido —como habla la gente que teme ser interrumpida antes de terminar su historia—, sentada con el torso ligeramente inclinado hacia delante, de tal modo que el bello óvalo de su rostro quedaba muy cerca del mío.

—Cuando hui de la casa de la calle Turk aquella noche, mientras tú luchabas con Tai, tenía la intención de largarme de San Francisco. Tenía un par de miles de dólares, suficiente para llegar a donde quisiera. Luego pensé que eso era precisamente lo que esperabais que hiciera y que lo más seguro para mí sería quedarme aquí. A una mujer no le cuesta demasiado cambiar de aspecto. Tenía el pelo corto y rojo, la piel blanca y llevaba ropa alegre. Me limité a teñirme el pelo, compré estas extensiones que lo hacen parecer más largo, me puse algo de color en la cara y compré ropa oscura. Luego alquilé un apartamento en la avenida Ashbury, bajo el nombre de Jeanne Delano y me convertí en una persona distinta por completo.

»Sin embargo, aunque sabía que era perfectamente irreconocible dondequiera que fuese, me sentía más cómoda si me quedaba un tiempo en casa y, para pasar los ratos, estuve leyendo bastante. Así fue como di con el libro de Burke. ¿Lees poesía?

Moví la cabeza para decir que no. Un coche que iba en dirección de Halfmoon Bay se hizo visible justo en ese momento; era el primero que veíamos desde que habíamos salido de White Shack. Ella esperó a que pasara antes de seguir hablando, todavía muy rápido.

—Burke no era ningún genio, claro, pero en sus poemas había algo que… Algo que se me metió por dentro. Escribí una notita para decirle cuánto me habían gustado y se la mandé a su editorial. Pocos días después recibí una carta de Burke y descubrí que vivía en San Francisco. Antes no lo sabía.

»Intercambiamos varias notas y luego me preguntó si podía venir a verme y al final quedamos. No sé si me enamoré de él o no, incluso al principio. El caso es que me gustaba y, entre el ardor de su amor y el halago de que un poeta bastante conocido se convirtiera en mi pretendiente, llegué a creer que lo quería. Le prometí casarme con él.

»No le había contado nada de mí, aunque ahora sé que para él eso no hubiera cambiado nada. Pero me daba miedo decirle la verdad y, como tampoco pensaba mentirle, no le dije nada.

»Entonces Fag Kilcourse me vio un día por la calle y me reconoció a pesar del pelo nuevo, la piel y la ropa. Fag no tenía mucho cerebro, pero sus ojos lo veían todo. No lo culpo. Actuó según su código. Me siguió hasta casa y subió a mi apartamento; le dije que me iba a casar con Burke y me convertiría en una ama de casa respetable. Fue una tontería. Fag era corto. Si le llego a decir que me estaba acercando a Burke para pelarlo, Fag me hubiera dejado en paz y se hubiera mantenido al margen. Pero cuando le dije que había dejado los chanchullos, que me había vuelto rarita, ya tuvo bastante. Ya sabes cómo son los timadores: en este mundo todo el mundo es un timador como ellos o una posible víctima. De modo que si yo ya no era una timadora, Fag podía considerarme como futura presa.

»Se enteró de las conexiones familiares de Burke y entonces me lo planteó: veinte mil dólares, o me entregaba. Se había enterado del golpe de Los Ángeles y sabía que me buscabais en serio. Así que no tuve otra salida. Sabía que no podía esconderme de Fag, o huir de él. Le dije a Burke que necesitaba veinte mil dólares. No creía que tuviera tanto dinero, pero pensé que podría conseguirlo. Tres días más tarde me dio un talón por esa cantidad. En aquel momento yo no sabía de dónde lo había sacado, pero aunque lo hubiera sabido daba lo mismo. Lo necesitaba.

»Pero esa noche me dijo de dónde venía el dinero; que había falsificado la firma de su cuñado. Me lo contó porque, después de pensárselo, le había entrado miedo de que al descubrir la falsificación me pillaran con él y me considerasen culpable en la misma medida que él. Estoy bastante podrida, pero no tanto como para dejarle ir a la cárcel por mí sin saber siquiera qué estaba pasando. Le conté toda la historia. Ni pestañeó. Insistió en que le pagara el dinero a Kilcourse para que yo quedara a salvo y empezó a planear en virtud de mi seguridad.

»Burke daba por hecho que su cuñado no lo denunciaría por falsificación, pero para estar más seguro insistió en que yo me mudara y volviese a cambiar de nombre y me mantuviera en la sombra hasta que supiéramos cómo reaccionaba Axford. Pero esa noche, cuando se fue, hice mis propios planes. Sí que me gustaba Burke: me gustaba demasiado para dejar que hiciera de cabeza de turco sin intentar al menos salvarlo, y no confiaba demasiado en la bondad de Axford. Eso fue el día dos. Si no ocurría algún accidente, Axford no tenía que descubrir la falsificación hasta que le llegara el extracto de talones cobrados a principios del mes siguiente. Eso me daba casi un mes para prepararlo todo.

Al día siguiente saqué todo mi dinero del banco y le mandé una carta a Burke para decirle que tenía que irme a Baltimore y dejé un rastro claro que llevaba hacia allí, con maletas y cartas y todo eso, de lo cual se encargó un colega de allí. Luego me fui a lo de Joplin y lo convencí para que me acogiera. Avisé a Fag que estaba allí y cuando vino a verme le dije que esperaba tener el dinero en uno o dos días.

Desde entonces bajó casi cada día y yo le iba dando largas de un día a otro y cada vez era más fácil. Pero se me estaba acabando el tiempo. Pronto empezarían a llegar devueltas las cartas de Burke a la dirección falsa que le había dado y yo quería estar cerca para impedir que hiciera cualquier tontería. Pero tampoco quería ponerme en contacto con él hasta que pudiera devolverle los veinte mil para que corrigiese la falsificación antes de que Axford se enterara al ver el extracto de sus talones.

»Fag era cada vez más fácil de manejar, pero aún no lo tenía colocado donde lo quería. No estaba dispuesto a renunciar a los veinte mil dólares —que, por supuesto, yo retuve durante todo ese tiempo— si no le prometía que me quedaría con él para siempre. Pero yo seguía creyendo que estaba enamorada de Burke y no quería atarme a alguien como a Fag ni aunque fuese por un ratito.

»Entonces Burke me vio por la calle un domingo por la noche. Me descuidé y circulé por la ciudad con el descapotable de Joplin, ese que hemos dejado atrás. Y, por pura mala suerte, Burke me vio. Le conté la verdad, toda la verdad. Y él me contó que acababa de contratar a un detective privado para que me buscara. Para algunas cosas era como un crío: no se le había ocurrido que el sabueso desenterraría el hueso del dinero. Pero yo sí sabía que lo del talón falsificado se descubriría en uno o dos días como mucho. ¡Lo sabía!

»Cuando se lo dije a Burke se quedó deshecho. Toda su fe en la clemencia de su cuñado se desvaneció. No podía dejarlo tal como estaba. Se lo hubiera contado todo a la primera persona que se encontrase. Así que me lo llevé a lo de Joplin. La idea era retenerlo allí unos cuantos días, hasta que viéramos cómo iba la cosa. Si no aparecía nada sobre el talón en el periódico podíamos dar por hecho que Axford quería mantener el asunto en secreto y entonces Burke podría volver a casa e intentar librarse. En cambio, si los periódicos lo sacaban todo, Burke tendría que buscarse un escondrijo permanente, y yo también.

»El martes por la tarde y el miércoles por la mañana los periódicos daban mucho espacio a su desaparición, pero no mencionaban el talón. La cosa pintaba bien, pero esperamos otro día para estar más seguros. A esas alturas Fag Kilcourse ya estaba enterado de todo y yo había tenido que pasarle los veinte mil dólares, pero aún tenía la esperanza de recuperarlos, o al menos una buena parte, así que seguía tirando de él. Pero me costaba mucho quitarme de encima a Burke porque empezaba a creer que tenía algún derecho sobre mí y los celos lo volvían malvado. Pero hice que Tin-Star lo asustara un poco y me pareció que Burke estaría a salvo.

Esta noche, uno de los hombres de Tin-Star ha subido a decirnos que un tipo llamado Porky Grout, que llevaba un par de noches pasando por el local, había hecho algunos comentarios que podían implicar que tenía algún interés en nosotros. Me han señalado quién era y me he arriesgado a mostrarme en la zona pública del negocio y me he sentado en una mesa que quedaba cerca de la suya. Era un vulgar canalla, como supongo que sabes, y en menos de cinco minutos estaba en mi mesa y media hora después yo ya sabía que te había chivado que Burke y yo estábamos en el White Shack. Eso no me lo ha dicho abiertamente, pero sí me ha contado lo suficiente para que yo adivinase el resto.

»He subido y se lo he contado a los otros. Fag se inclinaba por matar al instante a Grout y Burke. Pero yo se lo he quitado de la cabeza. No nos iba a servir de nada y Grout estaba en un punto en que hubiera saltado al mar por mí. Creía que había convencido a Fag, pero… Al final hemos dicho que Burke y yo nos iríamos con el descapotable y que cuando tú llegaras Porky Grout haría ver que estaba colocado y señalaría a un hombre y una mujer, los primeros que encontrase a mano, como si los hubiera confundido con nosotros. Yo me he retrasado para coger una capa y unos guantes y Burke ha salido solo al coche y… Fag le ha pegado un tiro. ¡Yo no sabía que lo iba a hacer! ¡Se lo hubiera impedido! ¡Créeme, por favor! No estaba tan enamorada de Burke como había creído antes, pero has de creer que después de todo lo que había hecho por mí no hubiera dejado que le hicieran ningún daño.

»Después de eso se trataba de quedarme con ellos tanto si me gustaba como si no, y eso he hecho. Hemos convencido a Grout para que te dijera que los tres estábamos en la veranda trasera cuando han matado a Burke y hemos conseguido que unos cuantos más sostuvieran la misma historia. Entonces has subido tú y me has reconocido. También es mala suerte que tuvieras que ser tú: ¡el único detective de San Francisco que me conocía!

»Ya conoces el resto: Porky Grout ha subido detrás de ti y ha apagado la luz y Joplin te ha retenido mientras los demás salíamos corriendo hacia el coche; y luego, cuando te acercabas a nosotros, Grout se ha ofrecido a entretenerte mientras huíamos, y ahora…