—¿Quieres parar de jugar? —le dije, enojado, mientras cerraba los dedos de mi mano izquierda en torno a su muñeca y empezaba a tirar de ella de vuelta hacia el descapotable—. Esto va en serio. No seas tan infantil.
—Me estás haciendo daño en el brazo.
Yo sabía que no era cierto y también sabía que aquella chica era la causa directa de cuatro muertes, o tal vez cinco; y sin embargo, convertí el férreo sostén de su muñeca en poco más que un apretón amistoso. Volvió conmigo de buena voluntad hasta el descapotable, donde, sin soltar todavía su muñeca, encendí los faros. Kilcourse estaba tendido bajo el brillo de los faros, encogido boca abajo, con una rodilla doblada bajo el cuerpo.
Puse a la chica directamente ante la luz.
—Ahora quédate aquí —le dije— y pórtate bien. Al primer movimiento, te pego un tiro en una pierna.
Y lo decía en serio.
Encontré la pistola de Kilcourse, me la eché al bolsillo y me arrodillé junto a él.
Estaba muerto y tenía un agujero de bala por encima de la clavícula.
—¿Está…? —le temblaba la voz.
—Sí.
Lo miró y se estremeció un poco.
—Pobre Fag —murmuró.
He dicho ya por escrito que se trataba de una mujer bella y allí, bajo la cegadora luz blanca de los faros, era mucho más que eso. Era alguien capaz de provocar ideas locas incluso en la mente de un atrapaladrones de edad mediana e imaginación escasa. Era…
En cualquier caso, supongo que por eso la miré con mala cara y dije:
—Sí, pobre Fag y pobre Hook y pobre Tai y pobrecito mensajero del banco de Los Ángeles y pobre Burke.
Era la lista, hasta donde yo sabía, de los hombres que habían muerto amándola.
No se indignó. Alzó sus grandes ojos grises, me dirigió una mirada que no supe desentrañar y su adorable rostro oval, bajo aquella mata de cabello moreno —que yo sabía falso—, se llenó de tristeza.
—Supongo que no creerás… —empezó.
Pero yo ya tenía bastante. La incomodidad me llegaba hasta la médula.
—Venga —le dije—. De momento, dejaremos aquí a Kilcourse y el descapotable.
Ella no dijo nada, pero fue conmigo hasta el coche grande de Axford y se quedó sentada en silencio mientras yo me ponía los zapatos. En el asiento trasero encontré una bata para ella.
—Será mejor que te eches esto por encima de los hombros. No hay parabrisas. Va a hacer frío.
Obedeció la propuesta sin decir palabra, pero cuando conseguí maniobrar para pasar junto al maletero del descapotable y tomar de nuevo la carretera hacia el este, me puso una mano en el brazo.
—¿No volvemos al White Shack?
—No. A Redwood City, a la cárcel del condado.
Durante más de un kilómetro y medio supe sin mirarla que ella estaba estudiando mi perfil, más bien regordete. Luego puso su mano de nuevo en mi antebrazo y se acercó tanto a mí que noté el calor de su aliento junto a mi mejilla.
—¿Puedes parar un momento? Hay algo… Unas cuantas cosas que te quiero contar.
Detuve el coche en un espacio de suelo duro y despejado a un lado de la carretera y me volví un poco en el asiento para quedar más directamente encarado hacia ella.
—Antes de que empieces —le dije—, quiero que entiendas que vamos a seguir aquí mientras hables del caso de Pangburn. En cuanto te vayas a cualquier otro asunto… Reemprendemos nuestro viaje a Redwood City.
—¿Ni siquiera te interesa el caso de Los Ángeles?
—No. Está cerrado. Hook Riordan, Tai Choon Tay y los Quarre fuisteis responsables a partes iguales de la muerte del mensajero, aunque fuera Hook quien se encargó de matarlo. Hook y los Quarre murieron en la noche de nuestra fiesta en la calle Turk. A Tai lo colgaron el mes pasado. Y ahora te tengo a ti. Teníamos pruebas suficientes para colgar al chino y contra ti tenemos más todavía. Eso ya está hecho, terminado, completado. Si quieres decirme algo sobre la muerte de Pangburn, te escucho. Si no…
Avancé una mano hacia el contacto.
Me detuvo la presión de sus dedos en mi brazo.
—Sí que te lo quiero contar —dijo en tono serio—. Quiero que sepas la verdad. Me llevarás a Redwood City, ya lo sé. No creas que espero…, que tengo ninguna esperanza absurda. Pero me gustaría que supieras la verdad de este caso. No sé por qué me ha de importar especialmente tu opinión, pero…
Su voz fue menguando hasta la nada.