VII

Estuve diez minutos llamando al timbre de Pangburn sin obtener respuesta. El ascensorista me dijo que le parecía que Pangburn no había estado en casa en toda la noche. Dejé una nota en su buzón y me fui a las oficinas de la empresa ferroviaria, donde acordaron avisarme si alguien intentaba recobrar un billete sin usar del trayecto Baltimore-San Francisco.

A continuación me fui a las oficinas del Chronicle, busqué en sus archivos la información del tiempo durante el mes anterior y anoté las cuatro fechas en que se había dado una lluvia continua, noche y día. Con esa nota me fui a las oficinas de las tres compañías de taxi principales de la ciudad.

Era un recurso que otras veces me había funcionado bien. El apartamento de la chica quedaba a cierta distancia de la línea del tranvía y yo contaba con que alguna de aquellas noches habría salido, o habría recibido visita. En cualquiera de los dos casos, era muy probable que ella, o el visitante, hubieran preferido tomar un taxi en vez de caminar hasta el tranvía. En los registros diarios de las compañías de taxi tenía que figurar cualquier llamada desde su dirección y el destino del trayecto solicitado.

El recurso ideal, por supuesto, hubiera sido revisar los registros relativos a todo el tiempo en que la chica había tenido alquilado el apartamento. Sin embargo, ninguna compañía de taxi habría aceptado la carga de semejante trabajo si no era una cuestión de vida o muerte. Bastante me había costado persuadirlos para que entretuvieran a sus secretarias con aquellos cuatro días escogidos.

Al salir de la última compañía de taxi volví a visitar a Pangburn, pero no estaba en casa. Luego pasé por casa de Axford, pensando que tal vez el poeta hubiera pasado allí la noche, pero me dijeron que no era así.

Más adelante, aquella misma tarde, recogí las copias de la foto de la chicas y los papeles con su caligrafía y mandé una de cada por correo a Baltimore. Después volví a pasar por las tres compañías de taxi y recogí la información. En dos no tenían nada. En los registros de la tercera había dos llamadas desde el apartamento de la chica.

Habían llamado una noche de lluvia para llevar a un pasajero hasta los apartamentos Glenton. El pasajero, obviamente, tenía que ser la propia chica o Pangburn. Otra noche habían recibido una llamada a las doce y media para llevar a un pasajero al hotel Marquis.

El taxista que se había ocupado de aquella segunda llamada apenas se acordaba cuando lo interrogué, pero creía recordar que había llevado a un hombre. Abandoné la pista por un tiempo; el Marquis no es un hotel muy grande para tratarse de San Francisco, pero sí demasiado grande para que resultara útil ponerme a repasar todos sus clientes hasta dar con el que buscaba.

Pasé toda la tarde tratando de dar con Pangburn, sin éxito. A las once llamé a Axford y le pregunté si tenía idea de dónde podía encontrar a su cuñado.

—Hace días que no lo veo —respondió el millonario—. Se suponía que iba a venir a cenar anoche, pero no apareció. Mi mujer ha intentado hablar hoy un par de veces con él por teléfono, pero no lo ha conseguido.