Antes de ir a los apartamentos Glenton para averiguar por qué Pangburn no me había confesado lo de los veinte mil dólares pasé por la agencia para ver si había llegado algo de Baltimore. Una de las secretarias acababa de descifrar un telegrama. Decía lo siguiente:
Equipaje llegó a estación Mt. Royal el día 8. Retirado mismo día, imposible rastrear. En 215 calle North Stricker está orfanato Baltimore. No conocen a la chica. Continuamos esfuerzo por encontrarla.
El Viejo volvía de comer cuando yo salía. Volví a entrar hasta su despacho y me quedé un par de minutos.
—¿Has visto a Pangburn? —me preguntó.
—Sí. Ahora mismo estoy trabajando en lo suyo, pero creo que es un fiasco.
—¿De qué se trata?
—Pangburn es el cuñado de R. F. Axford. Conoció a una chica hace un par de meses y se prendó de ella. Tiene pinta de que es una curranta. Él no sabe nada de ella. El primer día del mes, él consiguió veinte mil dólares de su cuñado y se los pasó a la chica. Ella se largó, diciéndole que la habían llamado de Baltimore, y le dejó una dirección falsa que resulta ser de un orfanato. La chica mandó sus baúles a Baltimore y le envió algunas cartas desde allí, pero cualquier amigo pudo haberse encargado de recoger sus cosas y reenviar las cartas. Claro que para embarcar los baúles necesitaba un pasaje, pero eso sería un coste menor para una operación de veinte mil dólares. Pangburn me ha escondido cosas; no ha dicho ni palabra del dinero. Supongo que le da vergüenza ser un blanco tan fácil. Ahora mismo me voy para allá, a darle con el bate.
El Viejo me dedicó esa sonrisa suya tan suave que podría significar cualquier cosa y me fui.