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«NO ME TEMBLARÁN LAS MANOS»

Dieron tres pasos en la oscuridad y entonces se encendieron las luces y Phil se encontró incapaz de moverse, con los brazos retenidos por el fuerte abrazo de Mijail. Kapaloff le quitó el revólver de la mano y le sonrió a la cara.

—El veleidoso Mijail, a quien ahora veis aliado de nuevo conmigo, tiene la cabeza dura. Ya me temía yo que mi golpe no lo dejaría quieto demasiado tiempo. Podéis imaginar que ahí en el vestíbulo me encontraba en una situación nada envidiable: vosotros delante y mi errático compatriota detrás. Cuando ya no aguantaba más he vuelto aquí para resucitarlo y sumarlo de nuevo a mi causa.

Mijail soltó a Phil y dio un paso atrás. Kapaloff siguió hablando con un alegre remedo de queja.

—Entenderá enseguida, señor Truax, que no puedo seguir así. Unos cuantos días más en este plan y acabaré destrozado. Soy un tipo sencillo y no soporto esta distracción. Ya ha visto a Romaine. ¿Acepta mis condiciones?

Phil se sacudió la sensación de disgusto consigo mismo por haberse dejado capturar de nuevo tan fácilmente y decidió seguir con el mismo juego que ya había probado antes: farolear hasta que llegara el dolor verdadero. Sonrió y negó con la cabeza.

—Me temo que nunca nos pondremos de acuerdo.

Kapaloff suspiró.

—Esta vez me encargaré yo mismo del ritual, así que no espere que un rapto de ternura lo interrumpa. Por mucho que le lleve en el corazón, no me temblarán las manos.

Entonces habló la chica. Su voz sonó tensa vibrante. Los dos hombres se volvieron hacia ella. Se dirigía a Mijail en ruso. La voz sonó cada vez más grave hasta convertirse en poco más que un murmullo y adquirió un tono de súplica urgente. Una tensión creciente iba apretando los labios de Mijail, que adoptaba una postura cada vez más rígida. Con los ojos fijos en un punto de la pared opuesta, Phil se fijó en Kapaloff y vio que su mirada se columpiaba entre su sobrina y Mijail. La voz de la chica seguía canturreando y el rostro de Mijail se empezó a humedecer. Su boca era una línea recta y fina, a punto de quebrarse por la tensión. Romaine siguió hablando y de repente, cuando mencionó el nombre de Serge, Phil entendió lo que estaba pasando. Estaba apelando abiertamente a Mijail, recordándole la muerte de su hermano, provocando su desesperación. El hombre tenía los ojos dilatados y la cicatriz que cruzaba la nariz era un vívido tajo, como si se la hubiera hecho el día anterior. Los músculos de la frente, del mentón y del cuello sobresalían como verdugones; el aire siseaba al salir por sus fosas temblorosas. Y la voz de la chica seguía. Phil volvió a mirar a Kapaloff. Su rostro lucía una sonrisa sardónica de entretenimiento expectante. Dijo unas pocas palabras en tono suave y burlón, pero ni la chica ni Mijail le prestaron atención. La voz de la chica siguió zumbando: ahora era un canto monótono. Mijail abrió sus manos grandes y cayeron entre sus dedos algunas gotas de sangre de las heridas que se había hecho al clavarse las uñas en las palmas. Se volvió poco a poco para encararse con la mirada de su amo. Le sostuvo la mirada un segundo, pero el legado de servilismo era demasiado fuerte. Bajó la mirada y, con gestos de incomodidad, balanceó el peso de su cuerpo de un pie al otro.

La chica no le concedió ningún respiro. Las sílabas salían de sus labios en un torrente y la voz se volvió aguda y altisonante de repente. Pese a que aquel lenguaje no le resultaba familiar, Phil sintió que su pulso se adecuaba al ritmo de aquel tono. Los hombros de Mijail se mecieron lentamente, al tiempo que una espuma blanca se le asomaba por las comisuras. Luego, toda humanidad desapareció de su rostro. Un gruñido metálico rechinó en las profundidades de su pecho. Sin volverse, sin mirar, saltó hacia el hombre que había matado a su hermano. No hubo ningún intervalo que el ojo pudiera discernir. Estaba de pie, meciéndose, mirando al suelo con ojos saltones e inyectados en sangre. Luego estaba encima de Kapaloff y rodaban ambos por el suelo. ¡Sin ninguna transición apreciable!

Kapaloff descargó una vez la pistola, pero Phil no pudo ver dónde había dado la bala. Rodaron una y otra vez: Mijail era un bruto enloquecido y manoteaba a ciegas con el afán de aferrar el cuello de su oponente; Kapaloff, luchando con todos los trucos que le brindaba su fría mente y tan poco inquieto como si se tratara de un juego. Por encima del hombro de Mijail, cruzó su mirada con la de Phil y le dedicó una mueca de disgusto. Luego se retorció para liberarse, giró para ponerse en pie, lanzó una patada al rostro de su asaltante, que apenas empezaba a levantarse, y desapareció en la oscuridad del pasillo. La patada lanzó a Mijail hacia atrás, pero se levantó de inmediato, soltó un bramido y se lanzó en pos de Kapaloff.

Phil recogió el arma que se le había caído a Kapaloff —el mismo revólver que este le había quitado antes— y se volvió hacia la chica. Se estaba tapando la cara con las manos, presa de un temblor violento. Phil le dio una sacudida.

—¿Dónde está el teléfono?

Ella intentó hablar dos veces y al fin lo consiguió:

—En la habitación de al lado.

Él le dio una palmadita en la mejilla.

—Llama a la policía y espérame aquí.

Romaine se agarró a él un instante, quejosa, pero luego recuperó la compostura, sonrió para exhibir su valentía y fue a la habitación contigua.

Phil salió hasta la puerta del pasillo y escuchó. De algún punto de la escalera le llegó el sonido de un roce y luego la risa burlona de Kapaloff. Resonó un disparo como un trueno. Mijail bramó. Phil avanzó a tientas hacia el pie de la escalera y empezó a subir. Desde arriba le llegó el sonido de una pelea y la respiración áspera de Mijail. Dos disparos. Un cuerpo cayó y se deslizó escaleras abajo. Phil había llegado ya al segundo piso y seguía subiendo hacia el tercero. El cuerpo que descendía resbaló hacia él. Supo que era Mijail porque iba farfullando. Desde el rellano superior le llegó la risa de Kapaloff. Mientras reafirmaba las piernas para detener la caída de Mijail, Phil alzó el revólver y disparó hacia la oscuridad. Unas llamaradas naranjas se precipitaron hacia él; una bala le quemó la mejilla; otras golpearon cerca de su cuerpo. Luego el hombre que seguía a sus pies se puso a tirar de él tratando de agarrarle el cuello. Soltó un grito junto a la oreja de Mijail con la intención de forzarle a comprender que su enemigo estaba allí arriba, que estaba atacando a un aliado. Pero los dedos tenaces se fueron abriendo camino hacia arriba sobre el pecho de Phil y terminaron por cerrarse en torno a su cuello. Sintió que le faltaba el aliento. En un intento desesperado por sacar fuerzas de flaqueza golpeó con la pistola aquella cara que no alcanzaba a ver en la oscuridad y se retorció para liberarse. Los dedos resbalaron, quisieron aferrarse a él, fallaron, y Phil arrancó a trompicones, escaleras arriba, dejando atrás algo que antaño fuera un hombre pero ahora era un ser rabioso que trepaba en la noche con el corazón lleno de muerte, incapaz ya de entender la diferencia entre amigos y enemigos.

Phil llegó a lo alto de la escalera y como la oscuridad le impedía darse cuenta, quiso subir otro escalón, tropezó y cayó en el distribuidor. Justo cuando él caía, la pistola de Kapaloff escupió y arrancó una lluvia de escayola. Mijail gruñía en la parte alta de la escalera. Phil rodó, lanzándose hacia un costado, y se pegó al laminado de madera que forraba la parte baja de la pared, justo a tiempo para dejar paso al loco, que cargaba adelante. Resonaron dos disparos más, pero el cuerpo amplio de Mijail se interpuso de tal modo que a Phil solo le llegó el débil reflejo de los fogonazos. Luego se alzó una voz bestial con un bramido de enloquecida victoria, una refriega, un gruñido tan débil que bien podía haber sido un suspiro, el ruido de cuerpos pesados al caer… Silencio.

Phil se puso en pie y avanzó con cautela hacia el rellano. Sus piernas tocaron un cuerpo. Había algo líquido, caliente y pegajoso, bajo sus pies descalzos. Avanzó a trompicones y abrió la primera puerta que encontró. Buscó el interruptor de la luz y lo accionó. Luego se dio media vuelta y miró hacia el rellano, gracias a la luz que entraba por la puerta abierta…

Cerró los ojos, avanzó a tientas y bajó hacia la habitación en que lo esperaba la chica.