HACIA LA LIBERTAD
El sonido de una llave que giraba en la cerradura lenta y cuidadosamente sacó a Phil del sueño entrecortado en que había caído. El ruido se detuvo. No veía nada. Al notar un roce en la planta del pie desnudo, dio un salto tan convulso que tembló toda la cama.
—Shhh.
Una mano fría y suave le tocó la mejilla. Phil susurró:
—¿Romaine?
—Sí. No te muevas mientras corto las cuerdas.
Las manos de mujer pasaron por debajo de sus brazos y las de Phil quedaron liberadas. Un poco más de tanteo en la oscuridad y los pies estaban sueltos. Se incorporó de repente y sus rostros chocaron en la oscuridad y casi sin pensar la besó. Ella se pegó a él por un instante. Luego se apartó unos centímetros.
—Primero nos tenemos que dar prisa.
—Claro —asintió él—. ¿Y ahora qué hacemos?
—Bajar a la planta baja, por la parte delantera y esperar hasta que oigamos a los perros por detrás. Mijail los llamará a la parte trasera con algún pretexto y los retendrá mientras nos escapamos del patio.
Puso un revólver pesado en la mano de Phil.
—¿Pero los perros no están encerrados?
—No.
—Anoche sí lo estaban —insistió Phil—. Si no, yo no hubiera llegado.
—¡Ah, sí! El tío Boris te estaba esperando y los tuvo en el garaje hasta que llegaste.
—¡Oh! —O sea que había hecho justo lo que se esperaba de él—. Bueno, si Mijail va con nosotros, ¿por qué no bajamos y cogemos a tu tío y lo arreglamos todo?
—¡No! Mijail no nos ayudaría a hacer eso. Ni siquiera pudo hacer nada cuando mató a su hermano delante de él. Sus antepasados fueron siervos, esclavos de los de mi tío, y no tendrá el valor suficiente para desafiarlo. Si hemos de contar con su ayuda tendrá que ser en secreto. Si llega a un punto en que se ve obligado a escoger, permanecerá con mi tío.
—De acuerdo, vamos. —Plantó los pies descalzos en el suelo y se echó a reír—. No he visto mis zapatos desde que entré por la ventana. Me voy a divertir mucho corriendo descalzo por ahí.
Ella le tomó una mano y lo guio hacia la puerta. Prestaron atención, pero no se oía nada en absoluto. Avanzaron hasta el vestíbulo y hacia las escaleras. Una luz eléctrica en lo alto de la escalera emitía un suave brillo. Se quedaron quietos mientras Phil se subía a la barandilla y desenroscaba la bombilla para sumir sus pasos en la oscuridad. Al pie de la escalera se detuvieron de nuevo y Phil apagó también la otra luz. Luego ella lo guio hacia la puerta de entrada.
Tras ellos, en algún rincón de la oscuridad, se abrió una puerta. Un ruido de algo arrastrado sobre el suelo. Los tonos melifluos de Kapaloff:
—Chicos, será mejor que volváis a vuestras habitaciones. La verdad es que no hay nada más que hacer. Si avanzáis hacia la puerta, se os verá a la luz de la luna que brilla ahí fuera. Por otro lado, se me ha ocurrido empujar una silla por el pasillo, un poco más allá de donde me encuentro, de tal modo que si me atacáis en silencio será inevitable que choquéis con ella y me deis alguna pista de en qué dirección he de mandar mis balas. Así que no tenéis verdaderamente más opción que regresar a vuestras habitaciones.
Pegados a la pared, Phil y Romaine no dijeron nada, pero en sus corazones nació una esperanza remota. Kapaloff soltó una risilla y aniquiló sus esperanzas:
—No hace falta que esperéis nada de Mijail. Vuestra huida no significa nada para él, aunque confiaba en que os encargaseis de la venganza que él mismo no puede ejecutar porque es demasiado servil. Así que os habrá prestado un arma, supongo, y os ha mandado al vestíbulo. Luego ha hecho ver que oía un ruido, convencido de que yo saldría a ver qué pasaba y quedaría a merced de vuestras balas. Por suerte, conozco un poco la mente de los campesinos. Así que, cuando ha dado un respingo y ha fingido que oía algo que había escapado a mis oídos, más finos que los suyos, lo he tumbado con mi pistola y he venido aquí, sabiendo ya qué podía esperar. Y ahora os tengo que pedir que volváis a vuestras habitaciones.
Phil empujó a la chica hacia abajo, hasta que quedó tumbada en el suelo, cerca de la pared. Se tumbó delante de ella y se esforzó por disolver la oscuridad con sus ojos. Kapaloff estaba también en el suelo, en algún lugar por delante de ellos; ¿pero a qué pared se había pegado? En una habitación, la voz habría delatado en parte su ubicación; en cambio, en aquel pasillo estrecho se perdía todo sentido de dirección. Parecía que todos los sonidos procedieran simplemente de la noche.
Les llegó de nuevo la voz culta del ruso.
—¿Sabéis una cosa? Estamos a punto de hacer el ridículo. Esto de aguantar en la oscuridad estaría muy bien si no fuera porque me da la sensación de que los dos somos excepcionalmente pacientes. En consecuencia, cabe la posibilidad de que esto tenga una duración absurda.
Phil rebuscó en los bolsillos con la mano que no estaba ocupada por la pistola. En uno del chaleco encontró varias monedas. Lanzó una por el pasillo; golpeó una pared y cayó al suelo.
Kapaloff se echó a reír.
—Yo estaba pensando lo mismo. Pero no es fácil imitar el sonido de una persona en movimiento.
Phil maldijo en voz baja. ¡Tenía que haber algún modo de salir de aquel agujero! La parte delantera del vestíbulo, tal como había dicho Kapaloff, estaba demasiado iluminada; y no parecía haber otras salidas, salvo por la escalera, sin pasar por delante del ruso. Él podía correr ese riesgo, pero había que tener en cuenta a la chica. No tenía la menor duda de que Kapaloff dispararía. Romaine reptó hasta su lado.
—Si subimos —le dijo—, estamos atrapados.
—¿Se te ocurre algo?
—¡No! —Luego, Romaine añadió con un toque de ingenuidad—: Pero aquí contigo no tengo miedo. —Le agarró un brazo—. Creo que se ha ido. Da la sensación de que aquí ya no hay nadie.
—¿Y eso qué significa?
—¿Los perros, quizá?
Phil pensó en aquellos cuerpos veloces y aquellas mandíbulas babosas que había visto en el patio y se echó a temblar.
—Espérame aquí —ordenó.
Empezó a arrastrarse en silencio hacia la parte trasera del vestíbulo. Cuando le parecía que ya había recorrido unos treinta metros, su mano tocó la silla que había mencionado Kapaloff. La apartó con mucho cuidado y siguió avanzando. Sus dedos tocaron el marco de una puerta… Allí se terminaba el recibidor.
Murmuró hacia la chica:
—Se ha ido.
Ella acudió a su lado.
—¿Intentamos salir? —preguntó él.
—Sí. Será mejor por detrás.
Ella echó a andar delante de él, le tomó de la mano y lo guio hacia la siguiente habitación.