II
LA LENGUA VASCA

SITUACIÓN ACTUAL

Lo que constituye el rasgo distintivo más saliente de la identidad vasca es, sin duda, el vascuence o eusquera. Así que parece conveniente dedicar algunas páginas a dicha lengua.

En el actual estatuto de autonomía para el País Vasco, el eusquera ostenta el rango de lengua propia y cooficial de dicha región, junto al castellano o español. En Navarra solo es cooficial en algunas comarcas del norte, y carece de oficialidad de cualquier tipo en la Vasconia francesa.

Hoy por hoy, la lengua vasca es minoritaria en todos los territorios históricos de la región. No siempre fue así. A mediados del siglo XIX, se expresaba habitualmente en eusquera más de la mitad de la población. El descenso porcentual de hablantes nativos se debió a la modernización acelerada del país desde la década de 1870-1880, tanto en la Vasconia española como en la francesa. La nacionalización de los campesinos mediante la escolarización obligatoria y el servicio militar en la España de la Restauración y la Francia de la tercera república supuso la implantación del castellano y del francés en unos ámbitos rurales que, hasta entonces, habían vivido inmersos en sus hablas vernáculas. Por otra parte, la industrialización de las provincias costeras en la Vasconia española trajo consigo una masiva inmigración de gentes de otras regiones españolas —primero a la zona minera de Vizcaya; más tarde, a la siderurgia de la ría del Nervión y, posteriormente, a los focos industriales de Guipúzcoa— que favoreció la rápida expansión del castellano, mayoritario ya en ambos territorios desde comienzos del XX. Es cierto que tanto el ascenso político del nacionalismo como la oficialidad del eusquera han redundado en un incremento de la población vascohablante en la comunidad autónoma vasca y en Navarra; pero, aunque en términos absolutos hay actualmente más hablantes del eusquera que en cualquier otro periodo histórico, en términos relativos sucede lo contrario: nunca el porcentaje de vascohablantes fue tan bajo como en nuestros días.

En la comunidad autónoma vasca, quienes emplean de modo habitual el eusquera no representan más allá del 20% de la población (en torno a 430.000 personas). En Navarra el porcentaje se reduce a la mitad, que supone unos 65.000 hablantes, la mayoría en la zona septentrional del territorio. En la parte francesa, conservan activamente la lengua vasca unos 70.000 individuos (un cuarto de la población). Se calcula que conoce y entiende la lengua cerca de un millón de vascos (de los casi tres a que asciende la población total de Vasconia), pero no todos ellos lo usan. No quedan ya hablantes monolingües del eusquera, condición que hace siglo y medio era aún la de la mayoría de los vascófonos.

Desde 1968, la variedad literaria unificada de la lengua vasca (el euskara batua) se ha ido imponiendo como lengua vehicular en todos los niveles de la enseñanza, en las administraciones públicas y en los medios de comunicación, consiguiendo de esta forma cierto arraigo en la cultura urbana. Existen diarios, emisoras de radio y cadenas públicas de televisión en eusquera. El número de vascohablantes urbanos es hoy muy superior al de los que siguen viviendo en aldeas o caseríos. Durante la mayor parte de su historia, la situación fue precisamente la contraria. El nombre mismo de la lengua lo da a entender así: vascuence deriva de un adverbio latino, vasconice, que significa “[hablar] a la manera de los vascones”, por oposición a romance (del adverbio latino romanice: “[hablar] a la manera de los romanos”). Los romanos, entendiendo por tales a toda la población romanizada, con independencia de su origen, vivían en las ciudades y sus alfoces; los vascones no romanizados, en los campos. La oposición euskera / erdera (o euskara / erdara) reflejaría la antiquísima distinción, ya conocida en el mundo clásico, entre la lengua del pagus y la lengua del vicus; es decir, la lengua de los aldeanos y la de los vecinos de los pueblos.

ESTRUCTURA

El eusquera es una lengua aglutinante, en la que las relaciones gramaticales se marcan mediante morfemas añadidos a las raíces nominales (sustantivos y adjetivos) y pronominales. Nada excepcional, en tal sentido. El latín, el griego, el alemán, casi todas las lenguas eslavas y el rumano poseen sistemas de declinaciones, y no por ello son menos perfectas que las lenguas flexivas como el castellano, el catalán, el italiano, el inglés o el francés, pese a lo que opinaran sobre el particular algunos ilustres lingüistas del XIX bajo la influencia del evolucionismo.

La fonología del eusquera es muy semejante a la del castellano: posee cinco fonemas vocálicos —/a/, /e/, /i/, /o/ y /u/— al que se añade en los dialectos septentrionales otro más, /ü/, de realización semejante a la de la /u/ francesa. Los fonemas consonánticos presentan, como en castellano, la dualidad sordo/sonoro en los labiales (p/b), dentales (t/d) y guturales (k/g), con realización oclusiva a comienzo de palabra o en posición posconsonántica, y fricativa en posición intervocálica. La fricación constituye un rasgo fonológicamente pertinente en los fonemas /s/, /z/, /x/, /j/. Hay tres fonemas africados, representados por las grafías ts, tz y tx. Los fonemas sonantes son, como en castellano, los nasales /m/ y /n/, y los líquidos /l/ y /r/. Existe, asimismo, una distinción fonológica entre el vibrante simple /r/ y el múltiple, representado por la grafía rr.

El eusquera rechazó la /f/ inicial latina, sustituyéndola por una /p/ (fonte>ponte, “pila bautismal”), o por una aspiración glotal (/h/), que desapareció en casi todos los dialectos, conservándose únicamente en los nororientales (forma>horma>orma).

No todos estos veintisiete fonemas están presentes en todas las variedades locales de la lengua. Algo parecido puede decirse respecto al acento prosódico, aunque existe una tendencia a la acentuación llana. En el dialecto de Soule, sin embargo, es general la acentuación aguda. Aunque no hay una norma general, puede sostenerse que las palabras bisílabas, en sus formas declinadas, llevan el acento siempre en la primera sílaba; las polisílabas en la segunda, y en las de más de tres sílabas, sobre todo en las compuestas, al acento en la segunda sílaba suele añadirse un acento secundario en la sílaba final, como ya observó Unamuno a propósito de la pronunciación eusquérica de su propio apellido: /unámunò/.

LÉXICO

Aunque el eusquera conserva un elevado número de voces patrimoniales, gran parte de su vocabulario es de origen románico. En las variedades orales de la lengua domina claramente el léxico románico sobre el patrimonial, mientras en las escritas un prejuicio purista ha tendido, desde el siglo XVII hasta nuestros días, a privilegiar lo castizamente vasco en detrimento del fondo romance. Este, sin embargo, es y sigue siendo el más abundante, lo que ya advirtió Unamuno en su estudio juvenil acerca de “El elemento alienígena en la lengua vasca”. Son románicas casi todas las palabras relacionadas con la esfera espiritual y religiosa y con la cultura letrada: arima (alma), izpiritu (espíritu), pekatu, bekatu (pecado), pake, bake (paz), ohore (honor), zeru (cielo), deabru (diablo), eliza (iglesia), liburu (libro), ponte (fuente, pila bautismal), abade (sacerdote), apezpiku (obispo), birjin (virgen), abokatu (abogado), aingeru (ángel), santu (santo), martiri (mártir), bataiatu (bautizar), komekatu (comulgar), aitortu (confesar, de autorgare), eskola (escuela), mundu (mundo), etcétera. Incluso cabe dudar de que algunas palabras tenidas por patrimoniales lo sean realmente, lo que sucede, por ejemplo, con el nombre de la divinidad: jainko, una derivación clara de jaun (señor, amo).

Así como los términos relacionados con la caza y la ganadería son casi todos patrimoniales, otros referentes al cultivo de cereales, hortalizas y frutales son romanismos: izkanda (escanda), arbola (árbol), gaztain (castaña), kerexa (cereza), meloi (melón), mertxika (albaricoque), mezperu (níspero). Lore (flor) tiene origen latino (florem). Entre los árboles no frutales solo se consigna algún raro nombre románico, como el del haya, pago (del latín fagu). Mucho más abundantes son los nombres románicos de cetáceos y peces: bale (ballena), aingira (anguila), atún (atún), bixigu (besugo), txitxarro (chicharro), xardin (sardina), sapu (rape, pejesapo), bokart (bocarte), makailu o bakailu (bacalao), etcétera. No son raros los dobletes léxicos, es decir, la existencia de dos mismos términos, patrimonial y románico, para un mismo concepto: zuhatz / arbola (árbol), mende / sekula (siglo), zeru / ortz u ost (cielo), ontzi / barku (barco), y otros muchos.

El fondo léxico procedente de otras lenguas es mucho menor. Los arabismos como alkate (alcalde), alkondara (camisa), azoka (feria) o gutun (carta) llegaron probablemente a través de los romances circundantes. Los celtismos son muy pocos: maite (amor, amado), mando (mulo), izokin (salmón) y algún otro. Los germanismos anteriores a los que entraron a través de las lenguas románicas se limitan al nombre del tilo, urki, y a la palabra gudu, lucha o guerra.

DIALECTOS

La variedad de la lengua vasca, en términos relativos a su extensión territorial, es altísima. Existe una infinidad de dialectos locales. A finales del siglo XVI, el hugonote Joannes de Leiçarraga, traductor del nuevo testamento al eusquera, constataba que la forma de hablar variaba prácticamente entre casas vecinas.

En 1863, el príncipe Louis-Lucien Bonaparte publicó un primer mapa dialectológico del País Vasco en el que distinguía ocho variedades dialectales: vizcaíno, guipuzcoano, altonavarro septentrional, altonavarro meridional, labortano, bajonavarro occidental, bajonavarro oriental y suletino. En estos estaban comprendidos hasta veintiséis subdialectos comarcales y cincuenta variedades locales. Algunas de las variedades locales y comarcales de Navarra identificadas por Bonaparte se han extinguido desde entonces. Así, por ejemplo, el roncalés, cuya última hablante murió en 1991.

El modelo dialectológico más aceptado en la actualidad es el propuesto por el profesor Koldo Zuazo, que distingue cinco grupos dialectales: occidental, central, navarro, navarro-labortano y suletino. De estos, el más alejado del resto es el occidental, que comprende las hablas de Vizcaya y de la franja occidental de Guipúzcoa, aunque también el suletino, hablado en la Soule y del que, según Bonaparte, el roncalés constituía un subdialecto, posee una marcada identidad.

Históricamente, los dialectos que han tenido mayor cultivo literario son el occidental, el central (o guipuzcoano), el labortano y el suletino.

ORÍGENES E HISTORIA

El eusquera no es solo una lengua pequeña. Es también una lengua isla, sin parientes conocidos. Tales circunstancias han desatado la imaginación de muchas gentes, con formación lingüística o carentes por completo de ella, que se han empeñado en encontrarle relaciones genéticas con otras lenguas.

La hipótesis comparativa más antigua y duradera es la que emparenta al eusquera con la lengua de los antiguos iberos. El llamado vascoiberismo obtuvo respetabilidad científica gracias a los estudios de Wilhelm von Humboldt (1767-1835), pero sus antecedentes legendarios se remontan al siglo XVI, cuando el humanista Lucio Marineo Sículo sugirió la posibilidad de que el eusquera hubiese sido la lengua hablada por los primeros pobladores de España.

En tiempos recientes, el paleolingüista Theo Venneman ha sostenido la hipótesis de que una forma muy arcaica del eusquera, bautizada por él como proto-vasconic, fue hablada en grandes extensiones de Europa antes de la invasión de los pueblos indoeuropeos. Pero esta teoría, como otras por el estilo, basadas en el arriesgado comparatismo entre lenguas muy alejadas entre sí, con la esperanza de reconstruir antepasados remotos de las actualmente conocidas, incurre en la especulación fantasiosa.

El eusquera presenta semejanzas muy evidentes, sin embargo, con la onomástica de inscripciones aquitanas de la época romana. Teónimos o nombres de persona como Ilurberrixo Anderexo, Astoilun, Sembetten, Bihoscin, Cisonten, Sembexsonis, Sennico, Harbelex, Harsori, Oxson, etcétera, pueden ser interpretados razonablemente a partir del léxico vasco patrimonial conocido en la actualidad, como andere (mujer), aste (semana) asto (asno), ilun (oscuro), seme (hijo), bihotz (corazón), gizon (hombre), sein (niño), beltz (negro), hartz (oso) u otso (lobo). De ahí que la hipótesis más plausible sea la que emparenta el vascuence con el antiguo aquitano. Sin embargo, el eusquera presenta suficientes rasgos morfológicos románicos y vocabulario de origen latino como para no identificarlo con una forma evolucionada de la lengua de los aquitanos de la época de Julio César. Es más probable que procediera de una lengua mixta, una especie de pigdin o papiamento creado a partir de la fusión de un dialecto aquitano del Pirineo con el latín (o con un protorromance), que habría funcionado como una lengua franca de grupos en diverso grado de romanización cultural antes de convertirse en una koiné regional.

La época de formación de la lengua no debió de ser muy anterior a la Edad Media. En efecto, el eusquera parece un producto más de la turbulenta fragmentación lingüística de la Romania: un caso liminar, como el rumano, en el que la lengua de los colonizadores estuvo en contacto con otra u otras de diferente familia. La mención del rumano no es intrascendente. Entre las lenguas románicas es la más semejante al eusquera en dos aspectos: su carácter aglutinante y la abundancia de dobletes léxicos (románicos y eslavos en el caso del rumano). Las coincidencias léxicas, sin embargo, no son abundantes ni significativas (la más llamativa, porque salta a la vista en el rotulado urbano, es la de la palabra para “calle”, que solo se diferencia en la ortografía: calea, para el rumano; kalea, para el vasco). Algunas semejanzas morfológicas (los participios en -tu, por ejemplo) delatan un análogo conservadurismo, pero las diferencias son, con todo, importantes. El rumano es una lengua de sintaxis más cercana a la de las lenguas flexivas románicas que a la del vasco, a pesar de la permanencia parcial de la declinación latina. Pero resulta curioso que, en España, hasta entrado el siglo XX, fueran vascos quienes mostraron algún interés en el rumano y en Rumania: el licenciado Andrés de Poza, que clasificó por vez primera el rumano entre las lenguas neolatinas, y el diplomático Ramón de Basterra (1888-1928), para quien vascos y rumanos representaban sendas poblaciones campesinas romanizadas (no estrictamente latinas) que conservaban un fondo cultural y espiritual muy antiguo. Basterra observa en su ensayo La obra de Trajano (1921), “como junto a otra ancianísima raza de Europa, los vascos del Pirineo, tenía entre aquellos rústicos [rumanos] la sensación de eternidad”.

ACTITUDES SOCIALES Y LENGUA ESCRITA

Hasta el siglo XVI, el eusquera careció de cultivo literario, si bien existieron una lírica y una épica de tradición oral, algunos de cuyos textos fueron recogidos, en su mayoría fragmentariamente, por cronistas y genealogistas del Quinientos. Entre ellos, destacan las baladas noticieras, de factura romancística, referentes a las luchas de bandos del siglo XV y las endechas o canciones funerarias de la misma época, algunas de ellas en trísticos monorrimos, una forma muy rara en la literatura castellana (en la que se conserva, como único testimonio, la dedicada al caballero Guillén de Peraza, muerto en la conquista de La Palma), aunque bien documentada entre los voceri corsos y en lo poco que se conoce de la tradición oral de los guanches.

Tal incuria denota una actitud de desdén o indiferencia por parte de las minorías rectoras hacia una lengua que se consideraba rústica y bárbara, propia de campesinos. Los documentos notariales, las cartas pueblas y otros textos de carácter público se escribieron en latín macarrónico o en romance. Los escasos testimonios que se conservan del eusquera medieval y que rebasan la referencia ocasional a la toponimia y a la onomástica son las glosas o escolios a textos latinos del monasterio de San Millán de la Cogolla (siglo X); las breves listas de palabras con sus equivalencias, recogidas por viajeros como el peregrino provenzal Aimery Picaud (siglo XII) y el alemán Arnold von Harff (finales del siglo XV), y las frases que ilustran algunos episodios de la guerra de bandos en las Bienandanzas e fortunas, la crónica del vizcaíno Lope García de Salazar, escrita entre 1471 y 1474.

La situación cambia en el siglo XVI como consecuencia de distintos factores: por una parte, la derrota de los linajes nobiliarios de las provincias vascas por la alianza de la corona con las hermandades de las villas, que colapsa el proceso estamental e impone una nivelación a la alta, plasmada en la teoría de la hidalguía universal de los naturales de dichas provincias, que fue recogida en las codificaciones forales de comienzos de la centuria. La hidalguía universal, que extiende la condición nobiliaria a la práctica totalidad de la población, encuentra su justificación en la tesis de la mayor antigüedad de los vascos, supuestos descendientes de los primeros pobladores de la Península, respecto al resto de los españoles, y de su condición de casta limpia de sangre, por no haber sido dominados por ningún invasor. El eusquera vino a ser así la prueba viva de la resistencia e insumisión de los españoles primitivos, los más genuinos y puros, con los que los vascos se identificaron. Ya bajo el reinado de Felipe II vieron la luz diversas apologías de la lengua vasca, escritas en castellano, que utilizaban el argumento de la supuesta antigüedad del eusquera (al que se consideraba una lengua babilónica o babélica, nacida en la confusión de las lenguas durante la construcción de la torre de Babel, que habría sido traída a España por el patriarca Túbal, hijo de Jafet, y de uso general entre sus descendientes hasta la llegada de Hércules y sus griegos). Esta teoría, divulgada primeramente en las obras de Esteban de Garibay, Andrés de Poza, Juan Antonio de Zaldivia y Baltasar de Echave, gozó de amplísima aceptación en la España de los siglos XVII y XVIII. Aunque las élites nobiliarias no cambiaron sus comportamientos prácticos respecto a la lengua (siguieron utilizando preferentemente el castellano), aumentó su aprecio teórico al eusquera, como resto venerable de la España primitiva y garante de sus privilegios.

Otro de los factores de cambio fue el conflicto religioso entre el protestantismo y la contrarreforma. Hasta la conversión de Enrique IV de Francia, la Navarra francesa y el Bearn fueron un bastión del calvinismo. La primera traducción del nuevo testamento al vasco se debió a un clérigo hugonote, Joannes de Leizarraga, y fue publicada a expensas de la reina Juana de Albret en 1571. Sin embargo, la gran mayoría de los textos eusquéricos impresos entre el siglo XVI y el XIX fue obra de clérigos católicos y consistió sobre todo en catecismos y traducciones de clásicos espirituales, destinados fundamentalmente a la formación de predicadores. Las excepciones son muy escasas: el primer libro eusquérico, Linguae Vasconum Primitiae, impreso en Burdeos en 1545, tuvo por autor a un clérigo católico, el bajonavarro Bernard Dechepare, pero no muestra la combatividad de la primera literatura religiosa contrarreformista. Se trata de una colección de poemas escritos en la forma típicamente medieval de la cuaderna vía, y divididos en un compendio de la doctrina cristiana (un catecismo en verso), un pequeño conjunto de poemas en alabanza del eusquera y uno más amplio de desinhibidos poemas amatorios. En la segunda mitad de siglo, un hidalgo alavés, Juan Pérez de Lazarraga, compuso una novela pastoril a imitación de la Arcadia de Sannazaro. Quedó inédita. Solo los poemas del caballero suletino Arnaldo de Oihenart, en el XVII, un curioso recetario de veterinaria de un farmacéutico suletino, y la apología del idioma y el método para aprender latín a partir del vasco que compuso el médico labortano Joannes Etcheverry de Sara a comienzos del XVIII (y que quedaron asimismo inéditos al no recibir el autor ayuda para su publicación por parte de las juntas del Labort) representan el magro porcentaje de literatura secular en un sistema orientado a la edificación religiosa de los campesinos vascohablantes. Unamuno comparó la literatura vasca de los siglos XVI al XIX con la producida en guaraní por los jesuitas en las misiones del Paraguay. Literatura escrita por clérigos para clérigos, que nunca se dejaba en manos de los laicos. En rigor, esta caracterización es injusta. Durante el periodo clásico de la literatura eusquérica, a lo largo del siglo XVII, existió en los puertos del Labort un público secular, una clase acomodada de armadores y patrones que prosperó gracias a la pesca de la ballena, y que leyó con fruición las obras ascéticas de la llamada escuela de Sara, un conjunto de clérigos de las parroquias labortanas que produjo textos religiosos en prosa y verso y un buen número de traducciones.

El tercer factor que influyó decisivamente en la valoración literaria del eusquera fue la fascinación que las élites cultas del renacimiento europeo sintieron ante las lenguas vernáculas y la tradición oral de los estamentos campesinos, tendencia que el erasmismo fomentó en los países católicos y que se tradujo en recopilaciones de canciones, apólogos y refranes. También en Vasconia se hizo notar este interés por lo popular en las minorías cultas, como se advierte en las colecciones de refranes eusquéricos que se publicaron en los siglos XVI y XVII, entre las que destacan los Refranes y sentencias de 1596 y los de los suletinos Oihenart y Bela. Pero el rápido declive del erasmismo y el endurecimiento de la ortodoxia contrarreformista dejó las letras vascas en manos del clero y de las órdenes religiosas. Solo a finales del XIX, la aparición de los movimientos regionalistas y, posteriormente, del nacionalismo vasco auspició el despegue de una literatura secular y, lo que fue aún más decisivo para el futuro de la lengua, las primeras tentativas rigurosas de gramaticalización de los dialectos literarios. De esa misma época arranca la filología vasca moderna, cuyos precursores fueron el dialectólogo Luis Luciano Bonaparte y el orientalista francés Julien Vinson, pero que debió su institucionalización a dos figuras de la generación vasca del fin de siglo, el erudito y mecenas Julio de Urquijo, fundador de la Revista Internacional de Estudios Vascos y editor de los autores clásicos de los siglos XVI al XVIII; y el sacerdote Resurrección María de Azkue, folclorista, filólogo y musicólogo, que presidió desde su fundación en 1919 la Real Academia de la Lengua Vasca (Euskaltzaindia).