¡NADIE SABE DÓNDE ESTÁN!
El señor Gringle siguió hablando muy enfadado, pero los Cinco ya tenían suficiente.
—Ya nos vamos, señor Gringle —dijo Julián fríamente—. Estaremos «muy contentos» de hablar con la policía. Han pasado muchas cosas aquí de las que usted no está enterado. Sólo se ocupa de sus mariposas y de sus polillas.
—Aquí no ocurre nada, ¿te enteras, muchacho grosero? —gritó el señor Gringle.
—Sería mejor que se enterara de que Will ha pegado a su pobre madre. ¿No ha visto el cardenal que tiene en el ojo? Puede que la policía tenga que hacerle a usted algunas preguntas sobre cuatro forasteros que han estado escondidos en su casa.
—¿Qué?… ¿Qué es lo que dices?… ¿Qué significa esto?… —tartamudeó el señor Gringle—. ¿Hombres?… ¿Dónde?… ¿Quiénes?…
—No tengo ni idea —repuso Julián.
Los Cinco se marcharon muy dignamente dejando al señor Gringle sumido en un mar de preocupaciones.
—¡Pensar que no se ha dado cuenta de lo que pasa entre Will y su madre! ¡Aún no le ha visto el ojo morado! —dijo Julián—. ¡Dejémosle que vuelva con sus dichosas mariposas!
—¿Qué quiso decir la señora Janes cuando nos indicó que eran cuatro los hombres que se escondían en su cuarto? —dijo Ana, muy inquieta—. ¿Y qué debían esperar en la ladera de la colina? Debía de ser uno de ellos el que se hizo pasar por el señor Brent aquella noche.
—Tienes razón —dijo Julián—. Ahora recuerdo que estaba mirando hacia el campo de aviación. ¡Eso es! Vigilaban noche y día…
—Podría… podría ser posible que tuvieran algo que ver con los aviones robados —dijo Jorge con excitada voz.
—Creo que sí —dijo Julián—. Pero, entonces, ¿cómo es que estaban a bordo de los aviones Jeff y Ray? Esto no encaja de ningún modo. De todos modos estamos sobre una pista. Vamos a la granja de Toby. Tenemos que explicarle a su padre todo lo que pasa.
—De acuerdo —dijo Ana, complacida—. Necesitamos ayuda.
—Vamos entonces —apremió Julián.
Tomaron el camino de la granja y cuando ya estaban llegando llamaron a voces a su amigo Toby.
Éste apareció en la puerta del granero. Estaba pálido y demacrado porque había pasado muy mala noche.
—Hola, muchachos —los saludó—. No puedo dejar de pensar en Jeff.
—¿Dónde está tu padre, Toby? —le preguntó Julián—. Tenemos algo que decirle. Él sabrá qué hacer.
—Vamos a llamarle —dijo Toby corriendo hacia un campo donde estaba trabajando su padre.
—¡Papá!… ¡Papá!… Ven urgentemente.
Su padre salió del campo y se dirigió hacia ellos.
—¿Qué pasa? ¿Por qué me llamas de este modo?
—Dick y Julián tienen que decirte algo, papá.
—Está bien. Vamos a ver de qué se trata, mozalbetes —dijo el señor Thomas volviendo su tez morena hacia los muchachos—. ¿Tenéis problemas?
—No es exactamente eso —dijo Julián—. Verá, se lo contaré en pocas palabras.
Julián le explicó todo lo que había ocurrido en la casa de las mariposas. Le hablaron también del hombre que se había hecho pasar por el señor Brent y de la señora Janes y su hijo. El señor Thomas sacudió la cabeza.
—Will ha cambiado mucho de un tiempo a esta parte y es debido a las malas compañías.
—Nosotros conocimos esas malas compañías —dijo Julián, y le contó también la aventura de la noche anterior y lo que la anciana les había relatado aquella misma mañana.
—Mala cosa es maltratar a una madre. Tendrá que decir quiénes son esos hombres que ha albergado en su casa y qué es lo que hacían. Puede ser que tengan algo que ver con el robo de los aviones.
Toby enrojeció y dijo muy excitado:
—Seguro que son ellos los que los robaron. Eran cuatro, ¿no es así? Pueden haber raptado a Jeff y a Ray y haberlos escondido en alguna parte y dos de los cuatro hombres pilotar los aviones.
—Puede que sea así, hijo. Tenemos que comunicarnos en seguida con la policía.
Toby bailaba de contento.
—¡Sabía que no había sido Jeff! Estoy seguro que fueron aquellos hombres. Papá, llama en seguida.
El señor Thomas así lo hizo y les contó todo lo que sabía. Le escucharon con sorpresa y en seguida se dieron cuenta de la gran importancia de la información.
—Ahora mismo iremos a hacer unas preguntas a Will Janes. Lo hemos cogido porque había robado, así es que está en nuestras manos. Le llamaremos dentro de media hora, señor.
Aquella media hora fue la más larga de toda su vida. Julián miró un montón de veces el reloj. Nadie podía permanecer sentado. Ana, para entretenerse, quería jugar con Benny, pero ni el niño ni el cerdito estaban allí.
Cuando, por fin, el teléfono sonó, todos dieron un salto. El señor Thomas se precipitó a cogerlo.
—Diga… ¿es la policía?… sí… escucho… ¡Oh!… sí… sí…
El granjero tenía el auricular pegado a su oreja y escuchaba atentamente. Los niños le miraban sin pestañear, esperando adivinar algo por la expresión de su cara.
—Ya veo… Lo lamento muchísimo —oyeron que decía el señor Thomas, y a los niños les cayó el alma a los pies—. Gracias… Adiós.
Colgó el teléfono y se quedó pensativo.
—Dime, papá, ¿fue Jeff quien robó el avión? —le preguntó Toby sin poderse contener.
—No… no fue él.
Toby dio un salvaje aullido para expresar la enorme alegría que sentía al oír estas palabras.
—¡Entonces ya nada importa! Sabía que no había sido Jeff.
—Espera un momento —le interrumpió su padre—. Hay algo muy desagradable.
—¿Qué pasa? —preguntó Toby, alarmado.
—Will Janes ha confesado que aquellos cuatro hombres habían sido enviados para robar los aviones. Dos de ellos eran pilotos extranjeros. Los otros eran dos criminales enviados para raptar a Jeff y a Ray. Les sacaron del campo de aviación y los tienen escondidos en alguna parte. Los pilotos subieron a los aviones y huyeron. Cuando dieron la alarma, ya era demasiado tarde.
—Entonces fueron esos dos los que se ahogaron —dijo Julián.
—Sí, pero a Janes no le dijeron dónde habían escondido a Jeff y a Ray. No quisieron pagarle por su ayuda porque los aviones se habían estrellado y sus planes fallaron. Tampoco quisieron decirle dónde habían escondido a primo Jeff y a su amigo Ray…
—Supongo que los bandidos habrán huido y Ray y Jeff morirán de hambre porque nadie podrá jamás encontrarlos —dijo Toby dejándose caer en una silla presa de desaliento.
—Exactamente —dijo el señor Thomas—. A menos que los encontremos pronto, las cosas irán mal para ellos. Probablemente los ataron de pies y manos y les dejaron sin comida y sin agua.
—¡Oh papá!… ¡Tenemos que encontrarlos! —exclamó Toby, horrorizado.
—Esto es lo que la policía cree que debemos hacer. Y también lo pienso yo, pero nadie sabe dónde están.
«Nadie sabe dónde están», estas palabras quedaron grabadas en las mentes de todos.
«¡Nadie sabe dónde están!».