Capítulo XIV

EL SEÑOR GRINGLE SE ENFADA

Los dos policías se dirigieron hacia la casa de las mariposas y los muchachos se quedaron a esperarles.

Tim también estaba triste como ellos. No sabía bien lo que sucedía, pero estaba seguro de que se trataba de algo muy desagradable.

—Apuesto a que ni el señor Brent ni el señor Gringle se dieron cuenta de nada. Ellos no ven más que sus mariposas.

Al poco rato se oyeron unos gritos que provenían de la casa.

—Debe de ser la señora Janes —dijo Dick.

Se acercaron más a la casa para oír lo que pasaba.

—Vamos… vamos… señora… no se ponga así —decía uno de los policías con amable voz—. Hemos venido a hacerle unas preguntas.

—¡Fuera!… ¡Fuera!… —gritaba la vieja golpeándoles con sus huesudas manos—. ¡Les digo que se marchen!

—Escuche, señora, queremos hablar con los señores Brent y Gringle.

—Han salido. ¡Estoy sola y no quiero ver a más gente extraña!

—¿Estuvieron fuera anoche estos dos señores?

—Por la noche estoy en la cama. ¿Cómo voy a saberlo? —contestó ella—. Váyanse y déjenme en paz…

Los policías se miraron y sacudieron la cabeza. No iban a sacar nada en claro de aquella testaruda mujer.

—Ya nos vamos, señora. Sentimos haberla molestado.

Cuando los policías llegaron junto a los niños, Julián les dijo:

—Hemos oído gritar a la señora Janes e íbamos a ver qué pasaba.

—El señor Brent y el señor Gringle están fuera y no hemos sacado nada en claro. Ha sido imposible hablar con la señora Janes.

—Yo sólo sé que no ha sido Jeff quien ha robado los aviones —insistió Toby.

Los policías se encogieron de hombros y se despidieron de los chicos.

—Será mejor que comamos algo —propuso Julián—. Quédate con nosotros, Toby.

—No puedo comer nada. No tengo apetito.

Todos estaban silenciosos y abatidos. Nadie tenía ganas de comer, pero cuando tuvieron la comida delante se dieron cuenta de que estaban hambrientos, excepto el pobre Toby, que estaba pálido y desesperado.

En mitad de la comida, Tim se puso a ladrar y todos se levantaron para ver quién venía.

En efecto, un hombre con una red colgada del hombro se dirigía hacia ellos.

—Creo que es el señor Gringle —dijo Julián.

—Está subiendo hacia aquí —observó Dick.

Tim corrió alegremente a su encuentro y, al poco rato, apareció el señor Gringle.

—Quería veros —exclamó jadeante—. Me gustaría tener otra polilla como la que visteis el otro día: la «Pimpinela Escarlata». ¿Os acordáis? ¿Me ayudaréis a buscarla? Tiene las alas de color carmesí y…

—Ya me acuerdo —le interrumpió Julián—. La buscaremos, no se preocupe. Nosotros también queríamos verle a usted para explicarle por qué dos policías estuvieron en su casa. Pensamos que la señora Janes no podría aclararle nada y por eso…

El señor Gringle se puso intensamente pálido.

—Pero… pero… ¿por qué fueron dos policías a mi casa?

—Para preguntarle si anoche vio usted algo sospechoso cuando inspeccionaba las trampas. Verá: dos aviones…

—Pero… querido… querido muchacho, anoche yo no salí… ¡En una noche como aquélla!…

—Vimos a su amigo, el señor Brent, y dijo que estaba usted con él.

El señor Gringle miró fijamente a Julián y abrió la boca asombrado.

—¿El señor Brent? —dijo por fin—. Pero si Pedro, es decir, el señor Brent, estaba en casa conmigo…

Hubo un profundo silencio tras esta sorprendente declaración. Julián le miró frunciendo el ceño. ¿Qué era todo aquello? ¿Estaba el señor Gringle intentando ocultar el hecho de que él y su amigo habían estado en la colina la pasada noche?

—Yo vi al señor Brent —dijo—. Admito que era ya muy de noche, pero vi su red y las gafas oscuras.

—Él no lleva gafas oscuras —dijo el señor Gringle aún más atónito—. ¿Qué es este cuento? ¿Se trata de un juego? Si no podéis hablar con más sentido común, me voy ahora mismo.

—¡Espere! —dijo Dick—. Usted dice que el señor Brent no lleva gafas oscuras; entonces, ¿quién era el hombre que nos dio cinco chelines por una mariposa? «Él dijo» que era el señor Brent. Le vimos ayer tarde en su casa.

—¡Todo esto no tiene sentido! —exclamó el señor Gringle enfadándose—. ¡Estoy malgastando mi tiempo con un juego tonto! Brent no lleva gafas oscuras, y os aseguro que ayer tarde no estaba en casa, así que no es posible que le vierais. ¿Qué queréis decir con todas estas sandeces? Gafas oscuras… cinco chelines por una mariposa… ver al señor Brent cuando no está…

—Todo esto es muy enigmático y… —dijo Julián.

—¡Enigmático!… No sois más que una pandilla de mentecatos sin modales —les gritó el señor Gringle.

El señor Gringle había perdido la paciencia y se marchó irritado, pisando la hierba con rabia. Los chicos le oyeron refunfuñar mientras iba alejándose y se miraron unos a otros con gran asombro.

—No entiendo nada —dijo Julián—. ¿Estaría yo soñando anoche?… Yo vi a aquel hombre y él dijo que era el señor Brent. Pero… si no era el señor Brent, ¿quién era? ¿Y qué estaba haciendo por aquí en una noche de tormenta?

—Quizás el hombre que viste está mezclado con el asunto del robo de los aviones —observó Toby.

—Imposible —aseguró Julián—. Sería demasiada casualidad. Además, no parecía un hombre que se dedicara a robar aviones…

—Entonces, ¿quién era el tipo que nos dio cinco chelines? —preguntó Dick, perplejo.

—Puede que fuera el hijo de la señora Janes y os dijo que era el señor Brent para gastaros una broma… —aclaró Jorge.

—Yo conozco a Will Janes. ¿Cómo era ese hombre? —dijo Toby.

—Era bajo y delgado y llevaba gafas oscuras… —empezó Dick.

—Entonces no era Will Janes —le interrumpió Toby—. Él es alto y grueso y no lleva gafas nunca.

Todos estaban confundidos, pero a nadie se le ocurría quién podía ser aquel individuo.

—Dejémoslo ya y sigamos comiendo —dijo Jorge.

Masticaron en silencio, pensativos. Toby suspiró.

—Me gustaría saber si los dueños de la casa de las mariposas tienen algo que ver con el robo de los dos aviones.

—Tenemos que espiarles —propuso Dick, muy serio—. Algo raro está ocurriendo.