EL PRIMO JEFF
—Me gustan los perros —dijo acariciando la cabeza de Tim—. Éste es muy listo, ¿verdad?
Jorge asintió con la cabeza, complacida. Ella quería a la persona que elogiaba a Tim.
—Es muy inteligente. Puede llegar a ser muy fiero si cree que alguien nos va a atacar. ¡Mire! Le ofrece la pata otra vez. ¿No es divertido?
Jeff de nuevo le estrechó la pata y entonces Tim se sentó a su lado como si le considerara su dueño. Jorge no recordaba cosa igual. Ella ya quería al primo Jeff tanto como a Tim.
—Cuéntenos algo sobre el campo de aviación —rogó Dick—. Nunca hay nadie. Es algo raro, ¿no?
—El comandante en seguida se entera de quién ha estado por ahí. Bueno, os diré que… hemos tomado las máximas precauciones.
—¿Quiere usted decir que ya saben que «hemos estado allí»? —preguntó Jorge.
—Naturalmente —repuso Jeff riéndose—. A estas horas ya habrán descubierto quiénes sois y qué intenciones teníais. Supongo que os habrán estado vigilando sin que os dierais cuenta.
—¿Vigilando? ¿Cómo, quién, dónde, por qué?
Dick hizo todas las preguntas precipitadamente, pero Jeff negó con la cabeza y le contestó:
—Lo siento, pero no puedo decir nada. De todos modos, no tenéis por qué preocuparos. «Todo» va bien.
La señora Thomas llamó a las chicas para que le ayudaran a servir el té. Trajeron las tazas y los platos y mientras tanto los muchachos hablaron con el primo Jeff y le hicieron preguntas sobre aviones.
—¿Nos subirás algún día en uno de ellos? —preguntó Toby, por fin.
—No creo que esté permitido. Veréis, los aviones que hay allá son un poco especiales y no se puede ir de paseo con ellos porque…
—Comprendemos —dijo Julián apresuradamente, temiendo poner en un compromiso al amable joven—. ¿Cuándo volará? ¿Podremos verle desde nuestro campamento?
—Podréis verme con prismáticos —dijo Jeff—. Os diré el número de mi avión. Está pintado bajo las alas.
—Le haremos señales —dijo Dick entusiasmado.
Ya estaba preparada la merienda y Benny andaba por allí con su cerdito bajo el brazo, que puso en la cesta del gato, donde se quedó tranquilamente dormido.
—¿Y al gato no le importa? —preguntó Jorge.
—Creo que no —repuso la señora Thomas—. El año pasado ocuparon el cesto dos gansos, y el anterior…
—Un cordero —dijo Toby.
—Tinky, la gata, tiene muy buen carácter. No se enfada nunca.
La merienda transcurrió felizmente y Toby gastó alguna de sus bromas. Puso una cucharada de azúcar en los rábanos de Ana y una de sal en las fresas de Jorge.
Ambas muchachas estaban tan interesadas escuchando al primo Jeff que no se dieron cuenta y Toby casi se cae de la silla de tanto reírse cuando vio la cara que ponían.
—Ha sido Toby —dijo Jorge, furiosa por haberse dejado engañar—. ¡Espérate y verás!
Pero como el primo Jeff estaba hablando sobre cosas muy interesantes, hubo que dejar la venganza para después.
Los ojos de Toby brillaban de alegría. Volar era su gran pasión y deseaba hacerlo tan pronto como fuera posible.
Benny no escuchaba. A él le interesaban más los animales que los aviones. Cuando acabó de comer fue a ver a su cerdito.
—Rizado se ha escapado otra vez —le dijo a su madre tocándole el brazo—. Ha ido hacia el bebedero de los caballos.
—Ya te dije que no fueras por allí —le advirtió su madre—. La última vez te caíste dentro.
—Pero Rizado ha ido allí y tengo que ir a buscarle. Es mi cerdito —dijo Benny con sus grandes ojos muy abiertos.
—Está bien; zurraré a Rizado si va a los sitios que yo te he prohibido ir. No quiero que seas desobediente. ¿Está claro?
Benny quedóse pensativo, con la cara muy seria, ignorando a todos los demás. Ana le miró regocijada. ¡Qué bien tener un hermanito como él!
—Tengo que marcharme —dijo Jeff cuando acabaron de tomar el té—. Tus meriendas, tía Sara, parecen cenas. Tengo suerte de estar destinado a un lugar tan cerca de tu casa. ¡Adiós a todos! ¡Adiós, Tim!
Fueron hasta la puerta a despedirse y Benny vigilaba a ver si veía a su cerdito.
—¿Os gusta? ¿Verdad que es extraordinario? —dijo Toby con orgullo cuando el apuesto aviador se alejó—. Debe ser uno de los aviadores más inteligentes del mundo. ¿No os parece?
—Yo creo que sí —dijo Dick—. Tienes mucha suerte, Toby.
—Ahora es mejor que volvamos a nuestro campamento —dijo Julián.
Toby salió a prepararles un poco de comida para que se la llevaran y en aquel momento apareció Benny con Rizado andando entre sus pies.
—¿Ya le encontraste? —preguntó Toby.
Benny asintió con la cabeza, y preguntó, anhelante:
—Si va al campamento, ¿podré subir a buscarlo?
—No debes hacerlo —dijo Dick, poniéndose serio.
Benny quería ir donde ellos estaban y después decir que Rizado había ido hasta allí y que él había subido a por el cerdito. Dick lo adivinó y le dijo:
—Podrías perderte si te alejas demasiado.
Benny no contestó y echó a andar con su cómico animalito corriendo delante de él.
Ayudaron a empaquetar la comida que les trajo Toby y, después, los Cinco se pusieron en camino hacia su campamento. Dejaron a Toby porque tenía trabajo en la granja. Tenía que recoger los huevos, lavarlos y clasificarlos por tamaños para venderlos en el mercado.
—Mañana subiré a veros —les dijo a sus amigos—. Si queréis, podremos ir a visitar las cuevas.
Los niños se marcharon, despidiéndose de su amigo, con la esperanza de verse al día siguiente. Los cuatro iban charlando alegremente y Tim andaba delante oliéndolo todo, como era su costumbre.
De pronto, una enorme y bellísima mariposa surcó el aire y vino a posarse sobre una flor, justo frente a Jorge.
—¡Mirad esto! —gritó Ana, gozosa—. ¡Qué bonita es! ¿A qué clase pertenece, Julián?
—No tengo ni idea. Puede ser una «Quelonia gigante». El señor Gringle dijo que esta colonia es famosa por los raros ejemplares que en ella se encuentran. Imagino que ésta es uno de ellos.
Observaron cómo la mariposa abría y cerraba sus magníficas alas sobre la blanca flor.
—Cojámosla —propuso Dick—. Estoy seguro de que el señor Gringle estará muy contento de tenerla.
—Tengo un pañuelo muy fino —dijo Ana—. Creo que podré cogerla sin dañar sus alas y la pondremos en la caja del azúcar. Vacíala, Dick.
En medio minuto la mariposa estuvo dentro de la caja sin haber recibido ningún daño, porque Ana había sido muy diestra al cazarla.
—¡Qué magnífico ejemplar! —exclamó Dick cerrando la caja—. Vamos a darle una sorpresa al señor Gringle.
—¿Y qué ocurrirá cuando nos vea aquella mujer? —dijo Ana—. No quisiera volver a verla.
—Le diremos que salte sobre su escoba y que salga volando —dijo Julián riéndose—. No seas tonta, Ana. No te hará ningún daño.
Fueron bordeando la colina y tomaron el camino por el que el señor Gringle les había llevado a su casa. Al cabo de poco rato vieron los invernaderos. Ana y Jorge vacilaban y Tim se detuvo y puso el rabo entre piernas.
—Está bien. Quedaos aquí —dijo Dick, impaciente—. No tardaremos en regresar.
Los dos muchachos se fueron mientras que Jorge y Ana se quedaron esperándoles.
—Ojalá que no tarden —dijo Ana, preocupada—. No sé por qué siento escalofríos.