UN LUGAR DESAGRADABLE
—¿Qué quieres decir con esto de que no significa nada este cartel? —preguntó Julián, sorprendido—. Entonces, ¿por qué lo han puesto ahí?
—Hay muchos como éste alrededor del campo de aviación —dijo Toby alegremente—. Dicen «prohibida la entrada» o «peligro», pero no hay peligro. Sólo son aviones, no hay fusiles, ni bombas, ni nada de eso.
—Sería mejor que preguntases a tu primo «por qué» ponen estos carteles. Debe haber «alguna» razón.
—Deben de estar ahí desde hace un montón de años. Ahora ya no significan nada. Podemos bañarnos tranquilamente y hacer lo que queramos —les tranquilizó Toby.
—Espero que sepas lo que estás diciendo —dijo Julián—. No tiene ningún sentido andar colocando por ahí carteles que no signifiquen nada.
—Bueno, vamos a bañarnos —dijo Dick—. Vosotras os ponéis el bañador tras aquellos matorrales. Os esperamos aquí.
Cuando todos tuvieron puestos los trajes de baño, se zambulleron en el lago, que era profundo, y el agua estaba deliciosamente fría. Los perros siguieron a los chicos y se pusieron a nadar. Tim estaba tan contento que exteriorizó su alegría dando unos cuantos ladridos.
—¡Cállate! —le riñó Toby.
—¿Por qué ha de callarse? —preguntó Jorge nadando hacia él.
—Porque pueden oírle.
—¿Y qué? Tú dijiste que podíamos bañarnos. Que no nos pasaría nada viniendo aquí —le gritó Jorge, y se sumergió bajo el agua, agarrando a Toby por las piernas y tirando de él hacia abajo.
El chico dio puntapiés y luchó bravamente, pero Jorge tenía mucha más fuerza y le dio una buena zambullida. Toby volvió a la superficie con la cara como un tomate.
—Esto va por lo de la araña —dijo Jorge, y se alejó nadando.
Toby se dispuso a perseguirla y dieron la vuelta a la laguna mientras los otros se reían alegremente.
—Jorge sabe nadar mejor que los muchachos —dijo Dick—. Ha dado un buen escarmiento a Toby. Seguro que ya no le gastará más bromas pesadas.
Tim empezó a ladrar cuando vio que perseguían a su amita y Binky le hizo coro, armando entre los dos una algarabía.
—¡Para de ladrar! —le gritó Toby a su perro.
Antes de que Binky obedeciera, ocurrió algo.
Oyeron una voz estentórea que les decía:
—¿Qué diablos estáis haciendo ahí? ¿No habéis visto el letrero?
Los perros dejaron de ladrar y los niños, sorprendidos y asustados, buscaron con la vista quién era el que profería tales gritos.
Por fin lo vieron en la orilla, gesticulando. Llevaba el uniforme de las Fuerzas Aéreas. Era un hombre alto, corpulento y rojo de cara.
—¿Qué sucede? —preguntó Julián nadando hacia él—. No estamos haciendo nada malo. Sólo nos bañábamos.
—¿No habéis visto el letrero? —dijo el hombre.
—Sí, pero no creímos que hubiese peligro —dijo Julián deseando en aquel momento no haber hecho caso a Toby.
—¡Salid de ahí inmediatamente! —bramó el hombre.
Todos salieron del agua, incluso los perros, que se sacudieron echando recelosas miradas al hombre. Ana temblaba de miedo.
—Veo que sólo sois unos chiquillos —dijo ya más tranquilizado—. ¿Sois turistas?
—Los turistas no vienen aquí —dijo Toby.
—Ni tampoco los niños juiciosos —replicó el hombre—. Otras veces he tenido dificultades con otras personas. No hagáis imprudencias andando cerca de los hangares.
—He venido a ver a mi primo, el teniente Thomas —se excusó Toby—. No estoy espiando. Le digo a usted que sólo he venido a ver a mi primo.
—Pues ya le hablaré de ti y le diré que te dé una buena regañina. Tenemos órdenes estrictas. Hay letreros por todas partes.
—¿Es que se trata de algo secreto? —preguntó Toby.
—Como si yo fuera a contártelo —dijo el hombre, enfadado—. Iros lejos donde yo no os vea… No tenéis nada que hacer por aquí. Si por mí fuera, dejaría venir a todo el mundo. Pero órdenes son órdenes.
Julián pensó que había llegado el momento de intervenir. El hombre cumplía con su deber y Toby se había portado como un estúpido al haberles dicho que podían bañarse allí.
—Le pedimos disculpas —dijo con su clara y agradable voz—. No volveremos, se lo prometo. Lamento haberle hecho venir hasta aquí para avisarnos.
El guarda miró a Julián con respeto. Había algo en aquel muchacho que gustaba a la gente. Ahora estaba seguro de que el culpable había sido Toby.
—Está bien. Siento haber interrumpido vuestro baño. Y si este pícaro muchacho —dijo señalando a Toby— quiere pedir permiso al teniente Thomas para bañarse en esta laguna, por mí puede hacerlo. Echaré a correr en dirección contraria cuando oiga los ladridos de vuestros perros.
—Muchas gracias —dijo Julián—. ¡Adiós!
—¡Adiós! —dijo el hombre saludándolos militarmente.
Toby estaba verdaderamente avergonzado, pero intentaba justificarse.
—¿Por qué vino a enredar y a estropearnos el baño? Él «dijo» que no había ningún secreto, entonces por qué…
—¡Oh, cállate ya! —dijo Dick—. Ha dicho que «órdenes son órdenes».
—No vamos a seguir hablando de ello —dijo Julián en tono severo—. Has cometido una tontería, Toby. Eso es todo. Ahora vamos a tu casa a buscar más comida. Tengo un hambre de lobo.
Toby se sentía mortificado y miró a Jorge para ver si estaba contenta por su fracaso, pero ella era una niña que no se alegraba del mal ajeno y el chico se sintió aliviado.
—Preguntaré a mi primo si nos da permiso para bañarnos en la laguna.
—Es mejor que no lo hagas —dijo Julián—. Pero me gustaría conocerle.
—Puede subirnos a un avión —dijo Toby, esperanzador—. ¡Oh, mirad! Ya está aquí otra vez Benny y su cerdito…
—Os he venido a buscar porque mi madre dice que vayáis a tomar el té —dijo Benny jadeando.
—Tienes una mamá estupenda —dijo Ana tomándole de la mano—. ¿Por qué no pones el cerdito en el suelo? Debe de pesarte mucho.
—Se escapará —dijo Benny severamente—, por eso lo llevo en los brazos.
—Ponle una cuerda atada al cuello —sugirió Dick.
—No tiene cuello.
Realmente el cerdito no tenía cuello. Era tan rollizo que su cabeza se juntaba con el cuerpo.
Los chicos se dirigieron a la granja por un estrecho sendero. Iban caminando uno detrás de otro y Rizado corría delante de todos dando chillidos. Tim enderezaba las orejas cada vez que el cerdito gritaba y se sentía muy apenado porque creía que le dolía la barriga a aquel estrambótico animal.
La señora Thomas los vio a través de la ventana y salió a recibirlos.
—Pensé que os gustaría tomar el té en casa. Pasad, tengo una visita que os gustará.
—¿Quién es? —preguntó Toby, y se quedó parado en la puerta con la boca abierta—. ¡Eh! ¡Es el primo Jeff! Venid, muchachos, ha venido mi primo, el teniente Thomas. Primo Jeff, he aquí a mis amigos: Julián, Dick, Ana, Georgina… quiero decir Jorge… y Tim.
Primo Jeff estaba de pie sonriéndoles. Era un hombre joven, alto y muy bien parecido. Les gustó mucho a los Cinco. Todos envidiaron a Toby. No era de extrañar que presumiera tanto.
—¡Hola! —saludó Jeff—. Me alegro de conoceros a todos. ¡Eh! Mirad ese perro…
Todos vieron como Tim, que estaba delante del primo, levantaba la pata y se la ofrecía muy serio.
—¡Guau! —ladró, lo cual quería decir: ¡Chócala!
—¿Cómo estás? —le dijo el primo Jeff, estrechándole la pata.
Jorge estaba asombrada:
—¡Qué cosa tan sorprendente! Tim nunca ha hecho esto. Quiere decir que usted le ha gustado muchísimo.