Se aclaran muchas cosas
—Tengo cosas muy raras que contarles —contestó Jack, con avidez—. En primer lugar, ¿qué cree usted que descubrí? ¡Una cueva llena hasta rebosar de billetes… billetes de Banco! Apuesto a que había miles y miles de libras esterlinas allí… no puede usted formarse ni idea.
—¡Ah! —exclamó Bill Smugs, llena de satisfacción la voz—. ¡Ah! «Sí» que es una noticia. ¡Magnífico, Jack!
—Luego vi funcionar la mar de máquinas —prosiguió el niño, encantado de que Bill encontrara tan interesante lo que tenía que contar—. Y un motor. Creí que era para fundir o tratar el cobre, o lo que sea que hayan de hacer con él; pero una de las máquinas parecía una prensa de las que se emplean para imprimir.
—¡Ah-ha! —dijo Bill, con satisfacción mayor—. Estas son noticias maravillosas. ¡Asombroso! Jack, tú has hallado la solución de un misterio que dura cinco años ya… un misterio que ha desconcertado al gobierno y a toda la policía durante muchísimo tiempo.
—¿Qué misterio? —inquirió Jack.
—Apuesto a que lo sé yo —intervino Jorge, excitado—. Bill, esa maquinaría es para imprimir billetes falsos, ¿verdad? Y el dinero que Jack descubrió es el que han almacenado después de imprimirlo. Se lo llevarán de esta isla y los ladrones o sus amos lo usarán.
—Has acertado —respondió Bill—. Llevamos años tras esta cuadrilla… no conseguíamos averiguar dónde tenían instaladas sus prensas… no descubríamos de dónde partía el dinero… Está muy bien hecho… sólo un experto es capaz de distinguir la diferencia entre un billete bueno y estas falsificaciones.
—Así, ¡no están trabajando la mina después de todo! —exclamó Jack, asombrado—. Nos equivocamos en eso. Escogieron esta mina abandonada, no para sacar cobre, sino para esconder las máquinas y trabajar sin peligro. ¡Qué astutos! Pero ¡qué astutísimos!
—Mucho, en efecto —asintió Bill, sombrío—. Lo único que necesitaban era un intermediario… alguien que pudiese cruzar a la isla con provisiones y otras cosas necesarias… y llevarse pilas de billetes falsos para entregárselos al jefe, quienquiera que éste sea. Bueno… pues fue el intermediario quien descubrió todo el pastel en realidad.
_¿Quién es el intermediario? —inquirió Jack, con interés—. ¿Alguien que conozcamos nosotros?
—Claro que sí. Creí que lo hubieseis adivinado en seguida… Jo-Jo.
—«¡Jo-Jo!» —exclamaron los dos niños a coro.
Y comprendieron al instante cómo encajaba todo.
—Sí. Tenía una embarcación, y le bastaba decir que se iba de pesca para cruzar a la isla y volver —dijo Jorge—. Podía ir de noche también, si lo deseaba. Las señales que vio Jack, las hicieron los de la isla. Y era Jo-Jo el que respondía a las mismas desde el acantilado la noche que Jack se encontró con él allí.
—Claro —asintió Jack, recordando el incidente—. Y, cuando se iba de compras con el coche, seguramente se llevaría parte del dinero falso para entregárselo a sus amos. Ya no me extraña que no nos quisiera llevar nunca consigo en el coche ni en el barco. Temía que pudiéramos sospechar algo.
—¿Recuerdas aquellas cajas y aquellos cajones en el sótano, cuya puerta conservaba oculta tras el montón de cajas? —dijo Jorge—. Apuesto a que eran las provisiones que guardaba Jo-Jo para llevarlas a la isla cuando hiciese otro viaje.
—Esos cuentos suyos de las «cosas» que erraban por el acantilado de noche no tenían más objeto que asustarnos para que no saliéramos en la oscuridad y nos enteráramos de lo que estaba haciendo —prosiguió Jorge—. ¡Troncho! Cómo encaja todo ahora, ¿verdad?
—Sí que lo parece —contestó Bill «Smugs», con cierto regocijo.
Había estado escuchando la conversación con gran interés.
—¿Por qué vino usted a esta costa y se puso a vivir en esa cabaña medio derruida? —preguntó Jack de pronto—. ¿Era, de verdad, un observador de pájaros?
—Claro que no —contestó Bill, riendo—. No contaba yo con encontrarme con un verdadero amante de las aves cuando os dije que estaba observando pájaros. Por poco me hicisteis tirarme una plancha una serie de veces. Tuve que leer la mar de cosas acerca de los pájaros, que no me interesaban ni pizca, para que no sospecharais que no sabía como quien dice nada de ellos, Jack. La verdad es que me encontraba en una situación un poco violenta. No podía deciros lo que en realidad era, claro está… un agente de policía encargado de vigilar a Jo-Jo y ver lo que estaba haciendo.
—¿Cómo sabía usted que estaba haciendo Jo-Jo algo ilegal? —inquirió Jorge.
—Es muy conocido de la policía. No es la primera vez que anda complicado en un caso de falsificación de billetes. Nos preguntamos si no tendría él algo que ver con la nueva falsificación en gran escala que se estaba haciendo en algún lugar para nosotros desconocido.
”En cuanto supimos dónde estaba, decidimos vigilarle. Es muy hábil en eso de desaparecer. Lleva cinco años ya con tu tía, como criado y recadero, y nadie sospechó jamás que pudiera tener antecedentes malos. Pero uno de nuestros hombres le vio en la población un día y averiguó dónde trabajaba. Entonces bajé yo, este verano, con la intención de no perderle de vista.
—¡Qué avispero ha levantado usted! —exclamó Jack—. Bill…, ¿le hemos sido de ayuda en algo?
—En mucho, aunque vosotros no lo sabíais. Confirmasteis mis sospechas de que Jo-Jo era el intermediario. Me hicisteis adquirir el convencimiento de que era a la Isla Lóbrega adonde se dirigía. Conque me acerqué yo en una ocasión también, y exploré la entrada de las galerías. Supongo que fue entonces cuando dejé caer el lápiz. Pero confieso que yo no encontré nada que me hiciera sospechar que había hombres en la mina imprimiendo billetes falsos en máquinas escondidas.
—Pero nosotros sí lo hemos descubierto —dijo Jack, con orgullo—. ¿Qué piensa usted hacer, Bill?
—Anoche hablé por radio con mis jefes. Les dije que estaba bastante seguro de lo que estaba sucediendo aquí, y que iba a cruzar a la isla a rescatar a una persona. Les pedí que hicieran el favor de ponerse en movimiento para dejar aclarado este asunto.
—¿Qué harán? —preguntó Jack, con emoción.
—Eso no lo sabré hasta que regrese y me ponga en contacto con ellos. Creo que será mejor que nos marchemos ya. Volveremos por el pasadizo del mar… por el mismo camino que vinimos Jorge y yo…
—Supongo que sería Jo-Jo el que le desfondó a usted el barco —dijo Jorge—. Debió sospechar algo. Yo creo que sabría que era usted nuestro amigo y eso debía alarmarle sobremanera.
—Jo-Jo es un bribón singularmente astuto —contestó Bill, poniéndose en pie y desperezándose—. Tanto más astuto y listo, cuanto que finge ser estúpido. Vamos.
—Bill… yo quiero rescatar a «Kiki» —dijo Jack, de pronto—. No puedo dejarle aquí. Esos hombres le matarán. O se morirá de hambre o de susto. ¿No podemos ir a buscarle?
—No —respondió Bill—; tenemos cosas más importantes que hacer.
—Vamos a buscarle, Bill —dijo Jorge, que sabía que «Kiki» era para Jack lo que un perro para otra gente—. Sólo tenemos que sacar el mapa, encontrar el túnel principal, y luego deslizamos hasta las cuevas. Jack sabrá cuál es la celda en que está encerrado «Kiki». Suena como si fuera la misma en que nos encerraron a las niñas y a mí.
—Bueno, pues más vale que nos demos prisa, entonces —dijo Bill, dubitativo—. Y oírlo bien: nada de ruido. No nos interesa llamar la atención.
Desplegaron el mapa, localizaron el punto en que se encontraban y la situación de la galería principal, y emprendieron la marcha. No tardaron mucho en hallarse en esta última, caminando cuidadosamente y en silencio.
Bill oyó el ruido metálico. Las máquinas estaban trabajando otra vez. Escuchó con atención, sombrío el rostro. Sí; aquella era una prensa de imprimir, en efecto.
Cuando se acercaban a la celda en que se encontraba «Kiki» prisionero, percibieron el rumor de voces. Se aplastaron contra la pared, sin apenas atreverse a respirar.
—Ése es Jake —susurró Jorge, pegando los labios al oído de Bill.
Eran tres los hombres, y se hallaban junto a la puerta de la celda del loro. Estaban escuchando, con asombro. Dentro de la celda se alzaba una voz cuyas palabras se distinguían perfectamente.
—¡Te digo que no sorbas! ¿Dónde tienes el pañuelo? ¿Cuántas veces he de decirte que te limpies los pies? ¡Pobre «Kiki», pobre ¡«Kiki», pobre «Kiki»! ¡Pon el agua a calentar!
—Ese chico se ha vuelto loco —les dijo a Jake a sus compañeros.
Era evidente que aún creían tener a Jack encerrado en aquella cueva.
—¡Piii, suena el pito! —anunció, dramáticamente, «Kiki», haciendo a continuación el ruido de una locomotora que atraviesa un túnel seguido de un estridente silbido.
—Ha perdido la chaveta —exclamó Olly, asombrado.
Se oyó un chillido terrorífico y el tercer hombre metió baza de pronto.
—Eso es un loro. Vaya si lo es. Ese chico tiene un loro ahí dentro.
—Abre la puerta y lo veremos —dijo Olly.
Jake introdujo la llave en la cerradura. La puerta se abrió hacia dentro. «Kiki» salió volando inmediatamente, lanzando un grito que hizo dar un brinco a todos. Los hombres iluminaron el interior de la gruta con sus lámparas.
Estaba vacía. Jake se volvió hacia Olly, hecho una fiera.
—¡Imbécil! ¡Metiste al loro ahí dentro y dejaste escapar al muchacho! Mereces que te fusilen.
Olly contempló la cueva vacía. Era cierto. Allí sólo había estado el loro.
—Bueno —dijo—, supongo que el chico se ha perdido para siempre en las minas ya. No se volverá a saber de él. Le está bien empleado.
—Somos unos imbéciles, Olly —dijo Jake, con amargura—. Dejamos que nos engañaran los tres niños primeros, y luego el otro.
Dejaron la puerta abierta y se dirigieron hacia la caverna iluminada. Jack soltó una exclamación. «Kiki» se le había posado, de pronto, en el hombro, y hacía ruiditos afectuosos. Fingió picotearle la oreja, hizo unos chasquidos que querían representar besos y dio, en general, muestras de gran excitación y alegría. Jack le rascó la cabeza, sintiéndose no menos encantado que el loro al verse ya juntos.
—Y ahora, por el amor de Dios, vámonos —dijo Bill en voz baja.
Dejaron el corredor y se alejaron rápidamente, con las lámparas encendidas. No habían recorrido mucho trecho, sin embargo, cuando oyeron claramente que se les acercaba alguien.
—Es alguno que viene del pozo principal, creo yo —murmuró Jack.
Apagaron las lámparas y se detuvieron. El desconocido se fue acercando, con paso fuerte. Llevaba una lámpara muy potente. No les fue posible, como consecuencia de ello, distinguirle con claridad.
Intentaron ocultarse en un corredor sin salida; pero Jack dio un traspiés y cayó, haciendo ruido. «Kiki» soltó un grito.
Una lámpara les deslumbre. Una voz incisiva dijo, desde las sombras:
—¡No se muevan, o disparo!
Bill extendió la mano para obligar a los niños a estarse quietos. El tono de aquella voz aconsejaba la obediencia. El que había hablado no vacilaría en disparar.
Se quedaron los tres inmóviles, parpadeando. Jack reconoció la voz, y Jorge también. ¿De quién era?
Y, de pronto, se acordaron. Claro que la conocían.
—¡Es Jo-Jo! —exclamó Jack—. Jo-Jo, ¿qué estás haciendo aquí?
—Ésa es la pregunta que os voy a hacer yo a vosotros, a los tres —anunció el negro, con voz sombría.
La luz de su lámpara enfocó el rostro de Bill.
—Conque tú estás aquí también, ¿eh? —dijo—. Te deshice el barco. Pero supongo que descubrirías el antiguo pasadizo por debajo del mar… Os creéis muy listos todos. Pero os habéis pasado de listos esta vez. Os espera un rato muy desagradable… un… rato… muy… desagradable en verdad.