Capítulo XXVI

Un mal rato… y un encuentro sorprendente

Pero Jack no despertó…, y por razones de peso. No estaba dormido ni mucho menos.

Se encontraba completamente despierto, contemplando una fortuna colosal en billetes. Aquello no parecía tener pies ni cabeza. ¿Por qué estaban almacenando todo allí, en aquella cueva bajo tierra? ¿De quién era? ¿Por qué no los metían en el Banco?

—Quizá los que trabajan en esta mina están encontrando la mar de cobre y lo venden en secreto, guardando aquí el dinero que les dan por él —pensó Jack.

Tan estupefacto estaba contemplando la fortuna amontonada allí, que no oyó unas pisadas que se acercaban a la cueva.

El hombre que abrió la puerta y vio allí al niño se quedó aún más sorprendido que el propio Jack. Se le quedó mirando boquiabierto y con los ojos saltones. Luego, rehaciéndose, asió al muchacho y le sacó con brutalidad de la cueva, arrastrándole casi hacia la otra, en la que se hallaba la máquina.

—¡Mirad! —gritó—. ¡Mirad! ¡Me lo encontré en el almacén!

Se paró la máquina al instante. Los hombres se reunieron en torno a Jack y al que le había capturado. Uno de ellos se adelantó: era Jake.

Tenía un aspecto maligno que el parche sobre el ojo acentuaba. Zarandeó tan rudamente al muchacho, que le dejó sin aliento y le hizo caer al suelo en cuanto le soltó el brazo.

—¿Dónde están los demás? —preguntó Jake—. Más vale que me lo digas. ¿Con quién estás? ¿Qué estáis haciendo todos aquí abajo? ¿Qué sabéis?

Jack recogió su pepita, miró a su alrededor en busca de «Kiki», que había volado, con espanto, hacia el techo de la caverna, e intentó pensar qué resultaría la mejor respuesta. Los hombres no hicieron el menor caso de la pepita de cobre, cosa que le sorprendió en extremo. Había temido que se la quitaron en cuanto se la viesen.

—No sé dónde se encuentran los otros —respondió, por fin—. Vinimos juntos a la isla, dos niños y dos niñas, y yo me separé de ellos.

—¿Quién más estaba con vosotros? —exigió Jake—. Vosotros no vinisteis aquí solos.

—Ya lo creo que sí. Oigan… ¿a quién pertenece todo ese dinero que hay ahí dentro?

Los hombres hicieron un ruido amenazador, y Jack miró a su alrededor, inquieto. El rostro de Jake se tornó tormentoso. Miró a los hombres.

—Algo se urde —dijo.

Y los otros hicieron gestos de asentimiento.

Se volvió hacia Jack de nuevo.

—Escucha —le dijo—, tú sabes mucho más de lo que nos has dicho… Has oído algo en boca de otros, ¿verdad? Bueno, tú dinos todo lo que sabes, de lo contrario, quizá no vuelvas a ver más la luz del día, ¿comprendes…? ¿Está bien claro?

Horriblemente claro, pensó el niño. Empezó a temblar. «Kiki» soltó un grito que hizo dar un brinco a todos.

—No sé lo que quiere usted decir —respondió, con desesperación, el muchacho—. Lo único que sabíamos era que alguien estaba trabajando en estas minas otra vez, sacando cobre, y que Bill Smugs se encargaba de cruzar con provisiones para los mineros. Eso es todo cuanto sé.

—Bill Smugs —repitió Jake—. Eso es lo que dijeron los otros niños. ¿Quién es ese Bill Smugs?

Jack le miró, desconcertado.

—¿No es ése su nombre, verdad? —preguntó.

—¿«Cuál» es su verdadero nombre? —quiso saber Jake de pronto, haciendo con tono tan amenazador la pregunta, que Jack dejó caer la pepita en su pánico, creyendo que el hombre iba a pegarle.

Cayó sobre el pie de Jake y éste la recogió y echó una mirada.

—¿Qué es esta piedra que llevas a cuestas? —preguntó, con curiosidad—. ¿Estáis todos locos? Un loro… una piedra pesada… Bill Smugs… minas de cobre… Estáis todos locos de atar.

—Yo creo que este chico sabe más de lo que ha dicho —dijo uno, colocándose al lado de su compañero—. ¿Y si le encerráramos un par de días sin alimentos? Eso le soltaría la lengua. O…, ¿por qué no una buena paliza?

Jack palideció, pero procuró disimular su temor.

—No sé más de lo que ya les he dicho —contestó—; y, ¿qué hay que saber si a eso viene? ¿Qué misterio existe?

—Llévatelo —ordenó rudamente Jake—. Ya hablará cuando esté medio muerto de hambre.

Olly asió al muchacho del hombro y le sacó a empujones de la caverna.

Le condujo a la misma cueva en que habían estado encerrados los otros niños. Y en el preciso instante en que se disponía a meterle, «Kiki» cayó sobre él desde arriba, dirigiéndole a la cara un formidable picotazo.

Olly alzó la mano para protegerse. La lámpara cayó al suelo. Reinaron las tinieblas.

Jack aprovechó el momento para echarse a un lado, agacharse junto a la puerta por fuera y guardar silencio. «Kiki», ignorando dónde se hallaba su amo, entró en la celda y se posó, en la oscuridad, sobre la mesa.

—¡Vamos, vamos! —exclamó—. ¡Qué lástima!

Olly cerró la puerta de golpe, creyendo que era Jack el que hablaba dentro. Ni siquiera sabía que fuera capaz el loro de articular palabra.

Hizo girar la llave en la cerradura. «Kiki» aún hablaba quedamente, aun cuando ni Jack ni Olly conseguían distinguir las palabras. Cuando Olly se disponía a alejarse, llegó Jake.

—¿Le encerraste? —preguntó, iluminando la cerrada puerta.

—Sí… y está hablando solo ahí dentro… Yo creo que está loco.

Escucharon los dos hombres. La voz de «Kiki» se oyó claramente de pronto, diciendo:

—¡Qué lástima! ¡Qué lástima!

—Se está compadeciendo a sí mismo, ya, ¿eh? —dijo Jake. Luego soltó una risa tan terrible, que a Jack se le heló la sangre en las venas—. Aún se compadecerá más dentro de poco.

Los hombres regresaron a la caverna de la máquina y ésta se puso en marcha de nuevo.

Jack se alzó. «Kiki» le había salvado de un castigo terrible. ¡Pobre «Kiki»! Él no sabía que le había salvado. Se acercó a la puerta con la intención de abrirla y poner en libertad al loro.

Pero la llave no estaba en la cerradura. Se la debía de haber llevado uno de los dos hombres. Conque «Kiki» estaba preso de verdad, y tendría que quedarse allí hasta que alguien le abriese.

Fuera como fuese, Jack se encontraba de momento libre por lo menos.

—Hay algo que no está bien en todo este asunto —pensó el niño—. Ese dinero me huele mal… y esas máquinas tan raras también. Esos hombres son malos. No pueden ser amigos de Bill. Nos hemos equivocado.

Bajó por el corredor con cautela, sin atreverse a encender la lámpara. Si pudiera encontrar el pozo y subir… Quizás estuvieran los otros arriba, aguardándole. O…, ¿se habrían vuelto a casa, dejándole solo? ¿Era aún de día, o era de noche?

Se metió por túnel tras túnel, echando muy de menos la compañía de «Kiki». Se sentía muy solo y atemorizado ahora. Deseaba tener alguien con quien hablar. Quería ver a los otros.

Por fin, quedó tan cansado que no pudo continuar. Se echó en un rincón de una gruta pequeña, cerró los ojos, y se sumió en incómodo e inquieto sueño. Durmió horas y horas, agotado, quedándosele entumecidos los miembros. Y «Kiki» durmió también, en la celda, desconcertado y furioso echando tan de menos a su amo, como su amo a él.

Jack, al despertarse, alzó la mano para tocar a «Kiki», como solía hacer. Pero no se encontró al pájaro en el hombro. Luego se acordó. «Kiki» estaba prisionero. Gracias a él y a su habilidad de hablar como un ser humano, él, Jack se encontraba en libertad.

Sabía mucho. Estaba enterado de la existencia del tesoro oculto. Había visto las extrañas máquinas, tan bien escondidas en aquellas cavernas por algún motivo siniestro. Sabía que los hombres que las hacían funcionar eran malos. Si ellos creían que su secreto —fuera éste cual fuese— había sido descubierto por alguien, no se detendrían ante nada.

—Lo que tengo que hacer, lo que es «necesario» que haga es escapar de aquí y contar lo que sé —pensó Jack—. Me parece que debería ir a la policía. Me gustaría írselo a decir a Bill… porque ahora no creo que esté en liga con esos hombres… pero aún no estoy seguro del todo. En cualquier caso, tengo que decírselo a «alguien».

Conque el niño dio principio de nuevo a su errante marcha por las galerías de la mina. Subió y bajó largos corredores, y la lámpara le daba muy poca iluminación ya.

Y, de pronto, se apagó por completo.

La golpeó un poco. Desenroscó y volvió a enroscar la tapa. Pero la pila estaba agotada. Aquella lámpara no daría luz ya hasta que le pusiera una pila nueva, cosa que, en aquellos momentos, no podía hacer, desde luego.

Entonces sí que sintió miedo de verdad. Ya no le quedaba más que una esperanza: encontrar, por pura suerte, el pozo que conducía al exterior. Y las probabilidades de conseguirlo eran bien pobres, por cierto.

Siguió andando a tientas, extendida la mano delante de la cara, con la pepita debajo del brazo y sujetándola con la otra mano. De pronto le pareció oír algo. Se detuvo a escuchar. No; no era nada.

Se echó a andar otra vez, y se paró de nuevo. Tenía el presentimiento de que había gente cerca. ¿Oía respirar a una persona? Contuvo el aliento para escuchar mejor. Pero nada oyó.

—Quizá —pensó—, la otra persona está conteniendo el aliento y escuchando también.

Avanzó. Y, de pronto, tropezó con fuerza contra alguien. ¿Era Jake? ¿Era Olly? Empezó a forcejear, desesperado, y la otra persona le sujetó fuertemente, haciéndole daño en el brazo. La pepita se le cayó debajo del brazo, aterrizándole encima del pie.

—¡Ay mi pie, mi pie! —gimió el pobre.

Hubo un silencio de asombro. Luego su aprehensor encendió una lámpara potente y una voz dijo, estupefacta:

—Pero… ¡si es Jack!

—¡Pecas! —sonó la voz de Jorge, que corrió a él y le dio un golpe afectuoso en la espalda—. ¡Pecas! ¡Qué suerte topar contigo de esta manera!

—¡Copete! ¡Y Bill! —exclamó el niño, quebrándosele la voz de alegría y alivio.

¡Oh, la delicia de escuchar una voz conocida después de tantas horas de soledad y tinieblas! ¡La alegría de ver a Jorge, con el mechón de pelo tieso por encima de la frente, como de costumbre! Y Bill, con su familiar sonrisa, los ojos risueños, y su tranquilizadora adultez. Jack se alegraba de tener una persona mayor que le ayudase. Los niños podían meterse en las cosas hasta cierto punto; pero llegaba con frecuencia un momento en que no tenían más remedio que apoyarse en las personas mayores.

Tragó el nudo que se le había hecho en la garganta, y Bill le dio una palmadita cariñosa.

—Es una satisfacción el verte, Jack. Apuesto a que tienes muchas cosas que contarnos.

—Vaya si tengo —respondió el niño. Sacó el pañuelo y se sonó con fuerza la nariz. Luego se sintió mejor—. ¿Dónde están las niñas?

—Sanas y salvas en casa —respondió Jorge—. Nos separamos de ti ayer no sé cómo, y nos hicieron prisioneros, Pero logramos escaparnos, subir al pozo, llegar al barco, y huir a media luz. Fui en busca de Bill, y aquí está. No pudimos venir en su embarcación, porque alguien se la desfondó. Y el barco de Jo-Jo había desaparecido también.

—Entonces, ¿cómo habéis venido? —preguntó con sorpresa Jack.

—Hay un camino por debajo del mar desde Craggy-Tops hasta aquí —contestó Jorge—. ¿Qué te parece esto? Lo encontramos en un libro antiguo que habla de Craggy-Tops. Tardamos una barbaridad en llegar. Fue una travesía muy extraña. No creas que la encontré muy agradable. Pero aquí estamos.

Jack estaba verdaderamente asombrado. Les interrogó con avidez. Pero Bill tenía algunas preguntas que hacerle a Jack.

—Esto es mucho más importante de lo que tú te figuras —anunció—. Sentémonos. Tengo la idea de que podrás tú darme la solución de un gran misterio.