Un descubrimiento extraño
De no haber sido por Jo-Jo, la vida en Craggy-Tops, luego de haberse aclimatado como quien dice los niños, hubiese resultado muy agradable. Parecía haber tantas cosas divertidas que hacer…; el andar en la resguardada caleta, donde el agua era tranquila, resultaba delicioso. El explorar las húmedas y oscuras cavernas del acantilado no podía ser más divertido. El pescar desde las rocas también resultaba emocionante, porque se podían coger peces muy grandes.
Pero Jo-Jo parecía echarlo todo a perder con sus miradas torvas y sus continuas intervenciones. Aparecía siempre donde se encontraban los niños. Si se bañaban, el negro rostro asomaba por entre las rocas. Si pescaban, surgía de pronto a decirles que estaban perdiendo el tiempo.
—Oh, déjanos en paz, Jo-Jo —dijo Jorge con impaciencia—. ¡Obras como si fueses nuestro guardián! ¡Anda y vete a cuidarte de tu trabajo y déjanos a nosotros hacer lo que nos dé la gana! No estamos haciendo ningún daño.
—La señorita Polly me ha dicho que les vigile —respondió con hosquedad el negro—. Me ha ordenado que no les deje meterse en peligro, ¿comprende?
—No, no comprendo —contestó el niño—. Lo único que comprendo es que no haces más que aparecer dondequiera que nos encontramos, estropeándonoslo todo. Hazme el favor de no volvernos a espiar. No me gusta eso ni pizca.
Lucy rió. Le pareció un acto de valor por parte de Jorge hablarle de aquella manera a aquel hombrazo. Desde luego, el negro era una verdadera lata. ¡Cuánto hubieran podido divertirse de haber sido Jo-Jo alegre y bien humorado! Hubiesen podido irse de pesca y de excursión en su barco, pescar como era debido en su compañía, haber salido en el coche de merienda…
—Pero como es tan estúpido y tiene tan mal genio, no podemos hacer ninguna de esas cosas —quejóse Lucy—. ¡Si hasta hubiésemos podido salir de excursión a la Isla Lóbrega, como quiere Jack, para ver si hay muchos pájaros allí! De haber sido Jo-Jo más tratable, quiero decir.
—Como no lo es, no hay más que hablar. Jamás iremos a la isla. Y, si llegamos a ir algún día, apuesto a que no encontraremos pájaros en un sitio tan desolado —intervino Jorge—. Andad, vamos a explorar esa caverna tan grande que descubrimos ayer.
Resultaba divertido en verdad explorar las cuevas de la costa. Algunas de ellas se prolongaban muy lejos acantilado adentro. Otras tenían en el techo agujeros que las ponían en comunicación con grutas situadas encima. Jorge dijo que, en tiempos antiguos, las habían usado los hombres para esconderse o para almacenar contrabando. Ahora, sin embargo, no se veía en ellas nada más que algas y conchas marinas.
—Lástima que no tengamos una buena lámpara de bolsillo —observó Jack, al apagársele la vela por sexta vez aquella mañana—. Pronto me quedaré sin velas. ¡Si hubiese habido una tienda a la vuelta de la esquina donde comprar una lámpara! Le pedí ayer a Jo-Jo que me consiguiera una cuando saliera de compras, pero no quiso.
—¡Oooh!… ¡Qué estrella de mar más grande! —exclamó Jorge, acercando la vela al piso de la húmeda caverna—. Fijaos…, es una estrella gigante.
Dolly soltó un chillido. Las cosas pegajosas y reptantes le producían tanto horror como placer a Jorge.
—No la toques. Y no me la acerques.
A Jorge, sin embargo, le gustaba hacer rabiar a la gente. Conque cogió la estrella de mar y dio un paso hacia Dolly con ella en la mano. La niña se enfureció, alejándose asustada.
—¡Bruto! ¡Te dije que no me la acercaras! La mataré si la traes.
—A una estrella de mar no se la puede matar —le respondió el otro—. Si se la corta por la mitad, le crecen puntas nuevas; conque se convierte en dos estrellas completas. ¡Anda! ¡Échale una mirada, Dolly!… ¡Huélela!… ¡Tócala!
Se la acercó a su hermana a la cara. Alarmada, Dolly alzó la mano y dio tal empujón a Jorge, que éste se tambaleó, perdió el equilibrio y cayó al suelo de la caverna. Se le apagó la vela, dio un grito, se percibió un ruido extraño, como de algo que resbalase, y luego…, silencio.
—¡Eh, Copete! ¿Te has hecho daño? —inquirió Jack, alzando la vela.
Con gran estupefacción suya, descubrió que Jorge había desaparecido. La estrella de mar yacía sobre las algas del suelo. Pero el muchacho no se encontraba a su lado.
Los tres niños contemplaron con asombro las matas de algas que colgaban de las paredes de la gruta y se extendían por el piso. ¿Adónde había ido a parar Jorge?
Dolly estaba asustada. Su intención había sido darle un buen golpe a Jorge, desde luego, pero no hacerle desaparecer de la faz de la Tierra. Dio un grito.
—¡Jorge! ¿Te has escondido? ¡Haz el favor de salir, idiota!
Una voz ahogada llegó a sus oídos.
—¡Eh!… ¿Dónde estoy?
—La voz es la de Copete —observó Jack—. Pero ¿dónde está? No se le ve en la caverna.
Los niños juntaron las tres velas y examinaron la pequeña gruta de techumbre baja. Olía a mustia. La voz de Jorge volvió a surgir de alguna parte, con algo de susto esta vez.
—¡Oíd! ¿Dónde estoy?
Jack avanzó con cautela por las resbaladizas algas hasta el sitio en que cayera Jorge al empujarle Dolly. Y, de pronto, pareció perder el equilibrio y, con gran sorpresa de las niñas, desapareció a su vez, hundiéndose, al parecer, en el suelo.
A la luz vacilante de sus dos velas, las muchachas intentaron ver qué le había sucedido a Jack. Entonces descubrieron la explicación del misterio. Las frondas de las algas ocultaban una abertura en el suelo de la caverna y éstas se habían apartado bajo el peso de los niños, precipitándoles en otra cueva más baja. ¡Qué cosa más extraña!
—Por ahí cayeron —apuntó Dolly, señalando un hueco oscuro en las algas que cubrían el suelo—. Dios quiera que no se haya roto las piernas. ¿Cómo vamos a sacarlos?
Jack había caído encima de Jorge, casi aplastándole. «Kiki», al verse solo en la caverna superior, lanzó un chillido capaz de hacerle saltar los tímpanos a cualquiera. Le hacían muy poca gracia aquellas cuevas tan oscuras; pero siempre acompañaba a su amo. Ahora éste había desaparecido sin dejar rastro, y el loro estaba alarmado.
—¡Cállate, «Kiki»! —exclamó Dolly, dando un brinco de susto al sonar el grito—. Mira, Lucy, hay un agujero en el suelo…, allí, entre las algas. Anda con cuidado, o desaparecerás tú también. Alza mi vela además de la tuya y veré si puedo descubrir exactamente lo que ha ocurrido.
Lo sucedido era en realidad, muy sencillo. Primero, Jorge había caído por el agujero a la caverna de abajo. Luego, Jack le había caído encima. Jorge estaba asustado y lleno de magulladuras. Asió fuertemente a Jack y no quería soltarle.
—¿Qué ha ocurrido? —preguntó.
—Hay un agujero en el suelo de la caverna —respondió el interpelado, extendiendo los brazos y buscando a tientas para averiguar el tamaño de la gruta en que se encontraban. Topó por paredes rocosas a ambos lados inmediatamente—. Oye, ¡sí que es pequeña esta gruta! ¡Eh, muchachas! ¡Asomad las velas al agujero para que podamos ver!
Apareció por encima de los niños una vela, disipando levemente las tinieblas.
—No estamos en una cueva —exclamó Jack, asombrado—. Esto es un pasadizo. O, por lo menos, nos encontramos en la entrada de él. ¿Adónde irá a parar? Supongo que acantilado adentro.
—Dadnos una vela —gritó Jorge, que se sentía mejor ya—. ¡Santo Dios! ¡Aquí está «Kiki»!
—¿No sabes cerrar la puerta? —inquirió el loro con aspereza, posándose en el hombro de Jack, la mar de feliz de ver a su amo otra vez.
Se puso a silbar. Y luego se ordenó a sí mismo que no lo hiciese.
—Cállate, «Kiki» —le dijo Jack—. Mira, Jorge…, sí que hay un pasadizo que sube…, es la mar de oscuro y estrecho. ¡Y qué olor! Dolly, ¡danos pronto esa vela!
La niña se tendió sobre las algas y logró entregarle la vela por el agujero. La alzó Jack. El oscuro pasadizo parecía extraño y misterioso.
—¿Y si lo exploráramos? —inquirió Jorge, excitado—. Da la sensación de que debe pasar por debajo de Craggy-Tops. Es un pasadizo secreto.
—Lo más probable es que se trate de una simple grieta de las rocas y que no conduzca a ninguna parte —contestó Jack—. «Kiki», no me picotees tan fuerte la oreja. Saldremos pronto al aire libre. ¡Eh, niñas! Nos parece que subiremos por este pasadizo tan raro. ¿Queréis acompañarnos?
—No, gracias —contestó Lucy, sin vacilar. No le gustaba la idea de un pasadizo lleno de algas que penetrara, oscuro y estrecho, en el acantilado—. Nos quedaremos aquí hasta que volváis. No tardéis. Sólo tenemos una vela ahora. ¿Lleváis cerillas por si se os apaga la vuestra?
—Sí —respondió Jack, tocándose el bolsillo—. Bueno, pues adiós de momento. No os caigáis dentro del agujero.
Abandonaron el húmedo hueco en que se encontraban y se internaron por el pasadizo. Las niñas no podían oír ya sus pisadas ni sus voces. Aguardaban con paciencia allá arriba iluminadas por la vacilante llama de su solitaria vela. Hacía frío y tiritaron, felicitándose por haberse puesto los jerseys.
Los muchachos tardaban mucho tiempo. Las dos niñas perdieron la paciencia y luego acabaron alarmándose. ¿Qué les podía haber sucedido? Atisbaron por el agujero, aguzando el oído. No se percibía sonido alguno.
—¡Oh, Dolly!…, ¿crees tú que deberíamos bajar a buscarlos? —inquirió Lucy, desesperada.
Estaba segura de que sentiría un miedo cerval si se metía por el pasadizo secreto. Sin embargo, si Jack necesitaba ayuda, no vacilaría en bajar y seguirle sin desmayos a donde fuera.
—Más vale que vayamos a decírselo a Jo-Jo y a pedirle que nos ayude —dijo Dolly—. Creo que será mejor que traiga una cuerda. Los niños no conseguirán subir por el agujero a esta caverna sin auxilio.
—No; no se lo digamos a Jo-Jo —repuso Lucy, que le tenía una antipatía y un miedo enormes al negro—. Aguardaremos un poco más. Quizá fuera muy largo el pasadizo.
Lo era mucho más de lo que habían supuesto los muchachos. Torcía y zigzagueaba al internarse en el acantilado, siguiendo siempre una dirección ascendente. La oscuridad era profunda, y la vela poco parecía disiparla. Pegaban con la cabeza contra el techo de vez en cuando porque, a veces, la galería era baja, llegándoles tan sólo a la altura de los hombros.
Se fue haciendo más seca a medida que ascendía. Por fin dejó de notarse el olor a algas; pero la atmósfera se tornó rancia y mustia, haciéndose difícil respirar.
—Yo creo que el aire está viciado aquí —jadeó Jorge—. Apenas puedo respirar. Ha habido un par de veces en que he creído que iba a apagársenos la vela, Pecas. Eso hubiera significado que el aire estaba corrompido. Supongo que no tardaremos mucho en llegar al fin de este túnel ya.
No había hecho más que decir estas palabras cuando la pendiente del pasillo se hizo más pronunciada, y encontraron escalones tallados en la roca viva. La corta escalera murió de pronto ante una pared de roca. Los niños se miraron, desconcertados.
—Así, pues, no es un pasadizo en realidad —dijo Jorge, desilusionado—. No es más que una grieta en el acantilado como tú dijiste. Pero éstos parecen escalones, ¿eh?
La luz de la vela cayó sobre las gradas. Si…, alguien había tallado, deliberadamente, aquellos escalones… Pero…, ¿para qué?
Jack alzó la vela por encima de su cabeza… y lanzó un grito.
—¡Mira! ¿No es ésa una compuerta por encima de nosotros? ¡A eso conducía el pasadizo… a la compuerta! Escucha…, vamos a abrirla si podemos.
En efecto, había una compuerta de madera en el techo. ¡Si les fuera posible alzarla! ¿Dónde se encontrarían?