Capítulo V

Los niños se instalan en Craggy-Tops

Parecieron transcurrir años antes de que tía Polly lograse establecer comunicación con el señor Roy. El preceptor estaba alarmado y lleno de preocupación. Lucy y Jack no habían vuelto, claro está, y, al principio, les había creído dando uno de sus acostumbrados paseos. Jack habría descubierto algún pájaro poco corriente, olvidando por completo el tiempo en su estudio.

Pero a medida que fueron transcurriendo las horas sin que regresaran los niños, empezó a inquietarse muy en serio. No se le ocurrió pensar que hubieran podido marcharse con Jorge. De haberlo pensado, hubiese telefoneado en seguida a los tíos del muchacho.

Experimentó un alivio enorme al oír hablar a la señora Sullivan, la tía de Jorge, y saber que los niños se encontraban sanos y salvos.

—Llegaron aquí con Jorge —anunció ésta, con tono bastante agudo—. No concibo cómo se les puede haber permitido que lo hicieran. Me es completamente imposible tenerles en casa.

Al señor Roy se le fue el alma a los pies. Había confiado, durante un fugaz instante, que el problema de Lucy, Jack y el loro quedaba ventilado. Ahora parecía ser que estaba en un error.

—Lo siento mucho, señora Sullivan —dijo cortésmente, aunque sentía muy pocas ganas de andar con frases corteses—. Los niños fueron a la estación a despedir a Jorge y supongo que su sobrino les induciría a que le acompañasen. Es una lástima que no pueda quedarse con ellos para lo que queda de vacaciones, puesto que, con toda seguridad, se sentirían mucho más felices en su compañía y la de Jorge. Sin duda le habrán dicho ya que su propio tío no puede encargarse de ellos. Me envió un cheque bastante crecido con la esperanza de que podría yo quedármelos. Pero se lo entregaría a usted con mucho gusto si pudiera hacerse cargo de los muchachos y obtuviésemos el consentimiento del señor Trent.

Hubo una pausa.

—¿Por cuánto es el cheque? —inquirió la señora Sullivan.

Hubo otra pausa al decir el señor Roy la cantidad enviada. Era, en efecto, una cantidad generosa. La señora Sullivan pensó aprisa. No costaría gran cosa mantener a los niños. Ella se encargaría de que no estorbasen a Jocelyn. Lucy podría ayudar a Dolly en los quehaceres de la casa. Y podría pagar unas cuantas cuentas pendientes, lo que le proporcionaría un gran alivio.

El señor Roy aguardó, esperanzado, a que le respondieran. No podía soportar la idea de tener que cargar con el loro otra vez. Jack era soportable, Lucy agradable. Pero «Kiki» resultaba de todo punto imposible.

—Pues verá… —apuntó la señora Sullivan con voz que indicaba que estaba dispuesta a ceder—. Pues verá… Déjeme que piense… Va a ser un poco difícil…, porque tenemos poco sitio aquí. Quiero decir que, aunque la casa es enorme, la mitad se encuentra en ruinas y en la mayor parte hay demasiadas corrientes de aire para que se la pueda habitar. Pero quizá podamos arreglarlo. Si vuelvo a usar el cuarto del torreón…

Jorge y los otros, que oían todo lo que decía la señora Sullivan, se contemplaron con regocijo.

—¡Tía Polly está cediendo! —susurró Jorge—. Y, ¡oh, Jack! Apuesto a que nos tocará el cuarto del torreón a ti y a mí. Siempre he tenido deseos de dormir allí y de que fuera mi alcoba; pero tía Polly nunca me quiso dejar.

—Señora Sullivan, me haría usted un grandísimo favor si pudiera usted quitarme de las manos a esos niños —aseguró el señor Roy—, telefonearé inmediatamente al señor Trent. Déjelo todo de mi cuenta. Le mandaré el cheque sin perder momento. Y si necesitara usted más dinero, tenga la bondad de avisarme. No sabe hasta qué punto le estaría agradecido si pudiese hacer esto en mi obsequio. Lucy es muy buena. Pero ese loro tan terrible…, tan grosero… Quizá pueda encontrarle una jaula, no obstante.

—Oh, el loro no me molesta —contestó la señora Sullivan, cosa que sorprendió enormemente al preceptor.

«Kiki» soltó en aquel momento un chillido que se oyó por el aparato. ¡Vaya! ¡Tenía que ser una mujer sorprendente la señora Sullivan si le gustaba el pajarraco!

Poco más se dijo. La señora Sullivan anunció que escribiría al señor Trent en cuanto hubiese vuelto a tener noticias del señor Roy. Entretanto, se comprometía a tener a los niños allí durante lo que quedaba de las vacaciones.

El auricular dio un chasquido cuando colgó. Los niños exhalaron un suspiro de alivio. Jorge se acercó a su tía.

—Gracias, tía Polly —le dijo—. Será una delicia para Dolly y para mí el tener aquí amigos. Procuraremos quitarnos del paso del tío y ayudarte a ti en todo lo que podamos.

—¡Querida Polly! —murmuró afectuosamente «Kiki».

¡Y abandonó el hombro de Jack para posarse en el de la mujer! Los niños contemplaron el suceso con asombro. ¡Buen loro «Kiki»! Le estaba haciendo la rosca de verdad a tía Polly.

—¡Qué pájaro más bobo! —exclamó tía Polly, tratando de disimular lo encantada que estaba.

—¡Dios salve al Rey! —clamó inesperadamente «Kiki».

Y todos se echaron a reír.

—Jorge, tú y Jack os instalaréis en el torreón —dijo tía Polly—. Venid conmigo y veremos lo que puede hacerse. Dolly, ve a tu cuarto y decide si prefieres compartirlo con Lucy, o si prefiere ella usar el cuarto de Jorge. Se comunican los dos, conque quizás os gustará quedaros con ambos.

Dolly marchó muy satisfecha con Lucy a examinar el cuarto. A ésta le hubiese gustado dormir más cerca de su hermano. El torreón estaba bastante lejos del lugar en que dormían ellas. Jack tomó a «Kiki» y fue a sentarse al pie de un alto ventanal para observar a las aves que describían círculos en el aire y planeaban sin cesar.

Jorge se dirigió al cuarto del torreón con su tía. Se sentía muy feliz. Les había cobrado mucho afecto a Lucy y a Jack y casi le parecía imposible que hubiese tenido la suerte de que le hiciesen compañía durante unas semanas.

Bajaron por un frío corredor de piedra. Llegaron a una estrecha escalera de caracol, y empezaron a subir los pendientes escalones. La escalera, tras dar vueltas y más vueltas, desembocaba en el cuarto del torreón. Este cuarto era completamente redondo y de paredes muy gruesas. Tenía tres ventanas estrechas —una de ellas de cara al mar—. No tenían cristales, por lo que abundaban las corrientes y el rumor de las olas y los gritos de las aves poblaban la estancia.

—Me temo que esta habitación va a ser un poco fría para vosotros —dijo tía Polly.

Pero Jack se apresuró a negar con la cabeza.

—Eso no nos importará. Dejaríamos las ventanas abiertas de par en par si hubiera cristales. Estaremos divinamente. Nos va a gustar una barbaridad. Mira… hay un arcén de roble en que meter nuestras cosas… y un taburete de madera… y podemos subir una alfombra. Sólo necesitaremos un colchón.

—No podemos subir una cama por esta escalera tan estrecha, desde luego —dijo tía Polly—, conque tendréis que conformaros con un colchón, en efecto. Hay uno de matrimonio que os irá a maravilla. Mandaré a Dolly con una escoba y un paño para que limpie esto un poco.

—Gracias otra vez por haberlo arreglado todo, tía Polly —murmuró el muchacho con cierta timidez. Le inspiraba cierto temor su tía. Aun cuando pasaba todas las vacaciones con ella, no creía conocerla muy bien en realidad—. Espero que el cheque del señor Trent bastará para cubrir todos los gastos; pero estoy seguro de que Lucy y Jack no te costarán gran cosa.

—Mira, Jorge —dijo la lía, cerrando el arcén de roble y contemplando al muchacho con cara de preocupación—, no quiero que creas que estoy poniendo demasiados obstáculos. Lo que pasa es que tu madre no ha estado muy bien y no ha podido mandar tanto dinero como otras veces… ¿Y comprendes? Vuestros gastos de colegio son bastante elevados… y me preocupan hondamente las cosas. Ya eres lo bastante grande para darte cuenta de que tío Jocelyn no sirve mucho para cargar con las responsabilidades de una casa… y el poco dinero que tengo se va muy pronto.

Jorge le escuchó, alarmado. ¡Estaba enferma su madre! A tía Polly no le había mandado el dinero de costumbre… Aquello le llenó de inquietud.

—¿Qué le pasa a mamá? —quiso saber.

—Pues… está muy delgada y exhausta y tiene mucha tos, según dice —respondió la otra—. Los médicos aseguran que debe descansar una larga temporada… junto al mar, si es posible…, pero ¿cómo puede ella abandonar su trabajo?

—No regresaré al colegio —atajó inmediatamente el niño—. Me buscaré trabajo. No puedo permitir que mamá se mate trabajando para nosotros.

—No puedes hacer eso. Pero ¡si aún no has cumplido los catorce años siquiera! No… el dinero del señor Trent nos aliviará la situación bastante de momento.

—Esta casa es demasiado grande para ti —dijo Jorge, fijándose de pronto en el agotamiento que se reflejaba en el semblante de su tía—. ¿Por qué vivimos aquí, tía Polly? ¿Por qué no tomamos una casita en alguna otra parte, donde no tengas que trabajar tanto ni te encuentres tan sola?

—¡Qué más quisiera yo! —aseguró la mujer con un suspiro—; pero ¿quién iba a comprar un sitio como éste, medio en ruinas, y en lugar tan solitario y tan barrido por el viento? Aparte de que jamás conseguiría que saliese de aquí tu tío. Ama esta casa, ama toda esta costa, y sabe más de ella que ninguna otra persona del mundo. Bueno, es inútil desear esto o aquello. Hemos de continuar hasta que Dolly y tú tengáis edad para poderos ganar la vida.

«Y cuando ese momento llegue —pensaba Jorge—, crearé un hogar para mamá. Y ella, Dolly y yo, viviremos muy felices juntos».

Bajó su tía en busca del colchón. Llamó a Jack y entre los dos lograron subir el colchón por la estrecha escalera, jadeando. «Kiki» les animó con chillidos y gritos. Jo-Jo frunció el entrecejo al escuchar el ruido. Parecía creer que el loro le dirigía a él sus gritos, y «Kiki», en cuanto descubrió que sus berridos le molestaban, se dedicó a hacerle dar brincos de sobresalto, largándole inesperados graznidos a la oreja.

Jo-Jo subió una mesita y el baúl de Jack. Lo depositó todo en el cuarto del torreón y atisbo por la ventana. Parecía estar de un humor de mil diablos, pensó Jorge. Y aunque no podía decirse que tuviese buen genio en ningún momento, aquel día su hosquedad era mayor que de costumbre.

—¿Qué ocurre, Jo-Jo? —inquirió el muchacho, que no le tenía el menor miedo al criado—. ¿Estás viendo visiones, acaso?

Porque la idea del negro de que hubiera «cosas» errando por la vecindad durante la noche había provocado la risa de los niños.

Jo-Jo frunció el entrecejo.

—La señorita Polly no debiera hacer uso de esta habitación —dijo—. No debiera, no, y ya se lo he dicho. Es un cuarto malo. Y se ve desde él la Isla Lóbrega cuando la niebla se alza… No es bueno ver la isla Lóbrega, por añadidura…

—No seas tonto, Jo-Jo —dijo Jorge, riendo.

—No seas tonto, Jo-Jo —replicó «Kiki», imitando con sorprendente exactitud la voz del niño.

Jo-Jo miró torvamente al muchacho y al pájaro.

—Usted hágame caso a mí, señorito Jorge —dijo—, y no mire a la Isla Lóbrega si puede evitarlo. Éste es el único cuarto desde el que puede verse y precisamente por eso es un cuarto maléfico. De la Isla Lóbrega nunca vino nada bueno. Allí vivieron hombres malos, y allí se cometieron actos malos, y sólo cosas malas han salido de esa isla desde que la gente recuerde.

Con tan extraña advertencia, el negro se retiró escaleras abajo, haciendo girar los ojos en las órbitas al volver la cabeza para dirigir una mirada torva a los niños.

—¡Qué tipo más agradable!, ¿eh? —murmuró Jorge, arreglando el colchón con ayuda de Jack—. Yo creo que está medio loco. Desde luego ya ha de ser un loco idiota para continuar aquí haciendo un trabajo por el que podría ganar mucho más dinero en cualquier otra parte.

—¿Cuál es la Isla Lóbrega de que habla? —preguntó Jack, acercándose a la ventana—. ¡Qué nombre más extraño! Y no veo ninguna isla, Copete.

—Apenas se la ve nunca. Está allá, al Oeste, y hay a su alrededor un arrecife de rocas contra el que rompen continuamente las olas, alzándose en nubes de agua pulverizada. Siempre parece hallarse suspendida sobre ella una bruma espesa. Nadie vive en ella, aunque estuvo habitada hace años y años.

—Me gustaría visitarla. Debe haber centenares de pájaros en esa isla…, completamente dóciles y amistosos. Sería maravilloso verlos.

—¿Dóciles y amistosos? ¿Qué quieres decir con eso, Pecas? —inquirió Jorge, con sorpresa—. ¡Fíjate en los pájaros aquí…!, ¡hasta a «Kiki» le tienen miedo!

—Ah, pero es que las aves de la Isla Lóbrega no habrán conocido al hombre. No habrán aprendido a prevenirse y andar con cautela. Podría obtener unas fotografías maravillosas. ¡Troncho! ¡Cuánto me gustaría ir allí!

—Pues no puedes. Nunca he estado yo en ella, ni ha estado nadie, que yo sepa —le contestó Jorge—. Escucha…, ¿tú crees que será éste el mejor sitio en que colocar el colchón? No nos interesa que esté demasiado cerca de la ventana, porque la lluvia lo mojaría… y llueve con frecuencia aquí.

—Ponlo donde quieras —respondió Jack, soñando en la brumosa isla y en sus desconocidas aves.

Quizá pudiera ver allí pájaros que jamás viese antes… Quizás encontrara nidos y huevos raros… Tal vez pudiese tomar las más maravillosas fotografías de aves del mundo. Estaba decidido a ir a la Isla Lóbrega si era humanamente posible, a pesar de todos los cuentos de miedo de Jo-Jo.

—Vamos a reunirnos con los demás —anunció Jorge por fin, metiendo las últimas prendas en el cofre—. No has sido una gran ayuda que digamos. Andando, «Kiki».

Bajaron la escalera de caracol, pensando, con agrado, en las semanas que les aguardaban sin trabajo, sin lecciones, nada más que bañándose, escalando, entregándose al deporte del remo, ¡vaya si pasarían unas vacaciones divertidas!