Capítulo XXVI

Se esconden todos

Entraron en silencio. El último cerró la puerta y metió un trozo de madera a modo de cuña junto a la cerradura para sujetarla. Empezaba a iluminarse el patio, porque la luna estaba saliendo, aunque la ocultaban las nubes la mayor parte del tiempo.

—Iré a ver si Tassie se encuentra en el matorral —susurró Jack—. Tendremos que averiguar por ella las últimas noticias, y tendrá que escaparse con las niñas también lo antes posible.

Ella les enseñará el camino hasta Spring Cottage.

Los hombres aguardaron en la oscuridad con Bill mientras Jack se acercaba al risco. Subió hacia el matorral. Una voz bien alta le saludó.

—¡Pon el agua al fuego! ¿Cuántas veces he de decirte que…?

—¡Cállate, «Kiki»! —susurró Jack, con pánico.

Oyó moverse a alguien entre las ramas y preguntó en voz baja:

—¿Eres tú, Tassie? ¡Soy Jack! ¡Ya estoy de vuelta!

Tassie saltó del matorral llena de alegría, porque se había estado sintiendo muy sola y asustada.

—¡Oh, Jack! ¿Volviste por ese horrible túnel como yo? ¿Conseguiste ayuda?

—Sí… está aquí Bill Smugs con algunos de sus hombres —respondió el niño—. Tú y los otras dos chicas tenéis que iros, marcharos a Spring Cottage. Jorge y yo vamos a quedarnos a ver qué sucede… ¡si nos deja Bill!

—Pero ¿cómo vais a sacar a las niñas? Ya sabes que están en la cámara subterránea con Jorge.

—Eso es fácil. Tiraremos del pincho que hay en la pared del vestíbulo y las sacaremos. Entonces, Tassie, tú y ellas tendréis que marcharos lo más aprisa posible.

—Me gustaría quedarme con Jorge —anunció Tassie, testaruda—. Y, en cualquier caso, ha de haber una tormenta tremenda. Yo no quiero bajar la colina con rayas y truenos a mi alrededor.

—Mira, tendrás que hacer lo que Bill te mande. Quizá podréis llegar abajo antes de que la tormenta descargue. ¿Están bien las niñas?

—Sí; pero ya se están cansando de todo esto. Y, oh, Jack, «Kiki» armó un escándalo enorme anoche después de haberte ido tú, y lo oyeron los hombres y… ¡dispararon contra él! ¡Me llevé un susto mayúsculo!

—¡Troncho! ¡Me alegro que no te vieran a ti, Tassie! Hubieran podido herirte.

—Las niñas bajaron a la cámara cuando los hombres las llamaron esta noche —prosiguió la gitana—. Pero les hicieron toda clase de preguntas en tono muy duro y horrible, y le hicieron llorar a Lucy. No comprendían la voz que habían oído anoche, y pensaron que habría aquí alguna otra persona de la que no habían querido hablarles. Conque, por último, Dolly tuvo que decirles que se trataba de un loro, y después de eso ya no hablaron.

—Vamos…, hemos de ir adonde está Bill y contarle todo esto —dijo Jack—. Los hombres están aguardando allá abajo…, los de Bill quiero decir, claro.

La luna salió de entre las nubes cuando se dirigían al grupo de hombres silenciosos, conque procuraron andar al amparo de las sombras para no ser descubiertos. Hubiese sido una verdadera calamidad que delataran su presencia en un momento tan crítico, si es que alguien estaba vigilando.

—¿Dónde están los otros hombres? —le preguntó Jack a la gitana en un susurro—. ¿Lo sabes? ¿Están en la cámara secreta, o andan rondando por el castillo?

—Que yo sepa, no están en ninguna parte del castillo…, ni del patio —respondió Tassie—. Deben estar en la cámara secreta, sin embargo. ¿No tendréis que ir con cuidado si tiráis de ese pincho y abrís el agujero?

—Sí que tendremos que ir alerta. Aquí está nuestro amigo Bill Smugs, Tassie. Ésta es Tassie, Bill, la niña de quien le hablé.

Bill le hizo unas cuantas preguntas a las que ella contestó con timidez. Parecía que los hombres se hallaban en la cámara subterránea, en efecto. Bueno, pues, ¡menuda sorpresa iban a llevarse cuando giraron la piedra y viesen quiénes les estaban esperando junto a la escalera!

—Ahora, escuchadme bien —dijo Bill—. Tú has de hacer funcionar la palanca que abre la entrada de la cámara secreta, Jack. Uno de mis hombres estará a tu lado para ver cómo lo haces, por si tenemos necesidad de usarla otra vez. En cuanto gire la piedra, los otros y yo nos colocaremos junto a la abertura y les gritaremos a los hombres que se hallen abajo que suban. Espero que los tendremos apuntados con nuestras pistolas.

—¡Troncho! —exclamó Jack, sintiendo escalofríos de excitación—. ¡Tenga cuidado con las niñas, Bill! ¡Estarán muertas de miedo!

—Les puedo gritar que se quiten del paso —anunció el hombre—. Tú déjalo de mi cuenta. Te prometo que las muchachas no sufrirán daño alguno. Las haremos subir en seguida y tú, Tassie, las llevarás inmediatamente a Spring Cottage. ¿Has comprendido?

—Me gustaría quedarme con Jorge —siguió insistiendo Tassie.

—Bueno, pues no puedes —le contestó Bill—. Jorge estará de vuelta mañana. Bien. ¿Comprendéis todos ya lo que ha de hacerse?

Todos comprendían. Avanzaron en silencio hacia la oscura mole del castillo, perdidos en las sombras. La luna se había ocultado tras gruesas nubes. Retumbó el trueno de nuevo, aún lejano.

Entraron en el vestíbulo. Todos menos Tassie llevaban suelas de goma. La gitana iba descalza, como de costumbre. Ni siquiera llevaba los zapatos colgados al cuello ni a la cintura como otras veces. Los había escondido, porque su madre le había amenazado con quitárselos. Jack, silencioso, se dirigió hacia el fondo del vestíbulo, acompañado de un agente. Tassie le enseñó a Bill dónde estaba la entrada del subterráneo. Jack tiró del pincho empotrado en la pared. Sonó un chirrido, y la losa descendió para girar hacia un lado como siempre. Apareció un agujero, con una escalera de piedra descendente. Se veía desde fuera la luz del quinqué. Bill, de pie junto al borde, escuchó atentamente. Abajo no se oía nada. Jack se acercó a él de puntillas.

—Quizá sólo estén las niñas y Jorge abajo —susurró—. Tal vez se hayan marchado los hombres a alguna parte por la puerta secreta que hay detrás del tapiz.

Bill asintió con un gesto. Gritó por el agujero:

—¿Quién está ahí abajo? ¡Contestad! Respondió una voz aterrada, la de Dolly.

—Sólo nosotros; ¿quién es?

—¡Dolly! ¡Somos yo y Bill Smugs! —gritó Jack, antes que el otro pudiera impedirlo—. ¿Estáis solas?

—Sí. —La voz de Dolly temblaba de excitación ahora—. ¿Está Bill ahí? ¡Oh, qué bien!

Jack bajó corriendo los escalones y Bill y los otros le siguieron, quedando uno de los agentes arriba de guardia. Lo primero que hizo Bill fue buscar el pincho abajo y cerrar el agujero. Aguardó un momento y luego, de acuerdo con lo convenido de antemano, el hombre de guardia arriba abrió de nuevo. Bill quería asegurarse de que le era posible salir y entrar a voluntad.

Lucy corrió a Jack y le dio un fuerte abrazo. Las lágrimas le resbalaron por las mejillas. Dolly le sonrió a Bill, e hizo un esfuerzo por dominar sus deseos de darle un abrazo. Pero no pudo: sentía demasiado alivio al verles.

—No hay tiempo que perder —anunció Bill—. ¿Dónde está Jorge?

—¡Oh, Bill, se ha ido! —exclamó Lucy, volviéndose hacia él y asiéndole del brazo—. ¡Cuando bajamos aquí esta noche ya no estaba! Y no sabemos dónde se ha ido ni cómo. No sabemos si le descubrieron los hombres, o si se marchó por su cuenta, o qué. No dejó ninguna nota ni nada. Pero hemos pensado que quizá se le ocurriera explorar el camino secreto que hay detrás del tapiz.

—Bill, esos hombres van a volver ahora —adivinó Dolly, acordándose de pronto—. Le oí a uno decirle a otro en inglés que celebrarían su última reunión aquí esta noche. Conque pueden estar de vuelta en cualquier momento, porque es aquí donde se reúnen y donde guardan sus mapas o lo que sea que estudian con tanta atención.

—¿Dónde los guardan? —inquirió inmediatamente Bill.

Dolly señaló los cajones cerrados.

—Ahí dentro. Pero los tienen bajo llave. Bill, ¿qué va usted a hacer? Qué misterio tan grande, ¿verdad?

—Empiezo a ver claro —anunció Bill—. Escucha, Dolly, tú y Lucy os tenéis que marchar inmediatamente a Spring Cottage con Tassie y quedaros allá hasta que volvamos nosotros, ¿habéis comprendido? Podéis salir por la puerta lateral de la muralla que ahora está abierta. El hombre que he dejado arriba os acompañará hasta allí para encargarse de que salgáis sin peligro. Una vez fuera…, ¡derechas a casa!

—Pero…, pero… —empezó Dolly, a quien le hacía muy poca gracia marcharse sin Jorge.

—No hay pero que valga. Aquí quien manda ahora soy yo, y vosotras obedeceréis sin rechistar mis órdenes. Ahora…, ¡andando! ¡Nos reuniremos con vosotros mañana!

Dolly, Lucy y Tassie subieron sumisas la escalera y salieron al vestíbulo. El agente de guardia las acompañó hasta la puerta del muro y las vio salir a la colina.

—¿Estáis seguras de que conocéis el camino? —les preguntó.

Porque él, desde luego, hubiese sido incapaz de encontrarlo en la oscuridad. Pero Tassie lo conocía tanto y tan bien, y tenía tanta seguridad en los pies, que casi hubiera podido encontrarlo y seguirlo con los ojos cerrados.

Las niñas desaparecieron en la noche. El hombre regresó a su puesto. La entrada a la cámara se hallaba cerrada ya. Abajo, Bill, Jack y los otros se estaban poniendo apresuradamente las armaduras. Bill tenía el propósito de asistir a la reunión de Cuello Cortado y sus hombres. Jack se alegró de ver que todos llevaban armas. Los agentes poco dijeron. Eran la gente menos habladora que había conocido el niño en su vida.

A Jack se le obligó a usar la armadura que estaba en el fondo del cuarto. Bill no quería tenerle demasiado cerca por si, como dijera, había jaleo. El niño estaba temblando de excitación.

«Kiki» no se encontraba allá abajo. Tassie se lo había llevado, a pesar de sus gritos de ira porque le separaban de Jack otra vez. Pero no era posible tener allí un loro: hubiese descubierto toda la jugada. «Botón», no obstante, se encontraba en la cámara aunque nadie estaba enterado. Se había metido debajo de la cama, donde notaba el olor del amo, a quien tanto quería. Jack se había olvidado por completo de él.

A los pocos minutos, todas las armaduras se encontraban nuevamente sobre sus respectivos pedestales. Sólo quedaban vacías tres de ellas. Todas las otras tenían ocupante, aunque uno de los hombres, bastante corpulento, se quejaba amargamente de que la suya no le iba bien ni mucho menos.

—¡Silencio, ahora! —ordenó Bill—. ¡Ni una palabra! ¡Creo haber oído algo!