«Kiki» da un espectáculo
Allá en el patio del castillo, Tassie había pasado una noche emocionante. Había intentado dormirse en el corazón del matorral y llegó a dormitar incluso. Pero «Kiki» empezó pronto a sentir desasosiego. Le clavó las uñas a Tassie, despabilándola.
—¡Quieto, «Kiki»! —le dijo la gitanilla, soñolienta—. ¡Haz el favor de estarte quieto!
«Kiki», sin embargo, estaba aguardando a Jack y no comprendía por qué no regresaba. Empezó a murmurar en voz baja y Tassie le dio un golpe en el pico.
—¡Cállate, «Kiki»! ¡Duérmete! ¡Mira lo bien que se porta «Botón»!
Se oyó un ruido en el patio. El loro ladeó la cabeza, escuchando. Creyó que era Jack.
—¡Pon el agua al fuego! —gritó alegremente saliendo del matorral—. ¡Pon el agua al fuego!
Hubo un silencio de estupefacción en el patio. Luego se encendió una lámpara de bolsillo, y el haz luminoso barrió los alrededores. Pero «Kiki» estaba detrás de una roca y no podía vérsele.
Eran los dos hombres de abajo. Habían oído la voz de «Kiki» e, ignorando que hubiese un loro en la vecindad, creyeron que se trataba de un ser humano.
—¡Límpiate los pies! —gritó «Kiki»—. ¿Cuántas veces he de decirte que te limpies los pies?
Los hombres empezaron a hablar entre sí en voz baja, haciendo planes para capturar al que hablaba en voz tan alta. «Kiki» empezó a darse cuenta de que no era Jack el que se encontraba abajo y la desilusión le hizo enfadarse soberanamente.
—¡Piiip, suena el pito! —dijo con voz melancólica.
Uno de los hombres se agachó en la oscuridad, buscó a tientas una piedra y la tiró en dirección o la voz. De haberle dado ésta al loro, le hubiese matado sin duda alguna. Pero le pasó rozando.
«Kiki» se sobresaltó. En su vida le habían tirado una piedra. Desplegó las alas y voló a la muralla, detrás de los desconocidos.
—¡Malo, malo! —dijo en son de reproche—. ¡Eres un niño muy malo!
Los hombres lanzaron gritos de furia y giraron sobre los talones, tratando en vano de descubrir quién era el que se encontraba sobre el muro. Creían ahora que había allí dos personas, una en el risco y la otra en la pared.
—¡Baja de ahí! —ordenó uno de ellos, amenazador—. ¡Os estamos apuntando! ¡No pensamos aguantar más tonterías!
—¡Mohoso, rancio, polvoriento! —cantó el loro.
Y al acabar voló al patio y fue a posarse detrás de los otros, en las tinieblas, gruñendo como un perro.
Los hombres dieron un brinco de susto. El gruñido había sonado detrás de ellos.
—Anda por ahí un perro también —dijo uno—. ¡Ve con cuidado! ¡Dispara si quieres!
Y el otro no se lo hizo repetir. Oprimió el gatillo de la pistola que llevaba en la mano. La detonación repercutió en la noche. Tassie, allá en el matorral, a punto estuvo de morirse del susto. «Botón», alarmado, dio un salto y bajó del risco. Aún llevaba la correa al cuello, y cruzó el patio, arrastrándola y rozando con ella a uno de los hombres al pasar a su lado. Éste, con los nervios de punta ya, volvió a disparar. «Botón» soltó un quejido aunque no le habían tocado, y el otro encendió la lámpara. Vio al cachorro que se alejaba.
—¿Era ése el perro? —exclamó—. ¡Pues bien pequeño es, entonces!
«Kiki» estaba disfrutando de lo lindo. Volvió a un árbol cercano y se puso a maullar. Sabía imitar a un gato tan bien como a un perro.
Los desconocidos escucharon aquel nuevo sonido con asombro.
—¡Ahora gatos! —dijo uno—. ¡No lo comprendo! ¿Son niños que nos están gastando una broma?
—¡Dios salve al rey; qué estúpido, qué estúpido! —clamó el loro desde el árbol. Y soltó una de sus risas características. Acabó cacareando como una gallina y terminó lanzando un chillido de águila. Fue una representación magnífica; pero no les hizo ni pizca de gracia a los hombres.
—Volvamos adentro —dijo uno de ellos, ya nervioso—. Este sitio está embrujado. No se oyen más que ruidos y voces, sin nada que lo justifique. Volvamos adentro.
«Kiki» soltó uno de sus silbidos de tren expreso, y aquello acabó desencajando a los hombres.
Rompieron a correr en dirección al castillo como si un tren estuviera a punto de atropellarles.
«Kiki» volvió a reír, y su risa sonó de una manera pavorosa en el oscuro patio. Hasta la propia Tassie sintió miedo aunque sabía que lo estaba haciendo todo el loro. Después de aquello hubo paz. «Kiki», tras volar un poco buscando a Jack, volvió al matorral y fue a reunirse con la gitana. La niña se alegraba de su compañía.
—«Botón» se ha marchado —le dijo—. Supongo que se habrá ido por el túnel otra vez. Ahora, «Kiki», haz el favor de estarte quieto y dormirte. Estoy muy cansada.
Aquella vez el loro se estuvo quieto. Metió la cabeza debajo del ala, exhaló un suspiro y se quedó dormido. Tassie durmió también, y reinó un silencio turbado tan sólo por el gorgoteo del agua del manantial.
La despertaron Dolly y Lucy. Habían pasado apaciblemente la noche en la cámara secreta, sin que nadie las molestase, y con Jorge debajo de la cama. Éste se estaba cansando ya de vivir bajo tierra y había querido salir de estampía con las muchachas. Dolly logró persuadirle de que aquello no sólo resultaría peligroso para él, sino que empeoraría la situación para ellas. Conque, gruñendo, había vuelto a meterse debajo de la cama donde las niñas le habían dejado una buena cantidad de provisiones.
—¡Jack! —llamó Lucy en voz baja, al llegar al matorral—. ¡Jack! ¿Estás ahí?
Jack no estaba, naturalmente, pero Lucy no lo sabía. Tassie abrió los ojos y se incorporó, pinchándose con una rama.
—¡Jack! —volvió a llamar Lucy, y apartó la maleza—. ¡Oh, tú, Tassie! ¿Cómo pudiste llegar aquí?
Tassie sonrió. Se sentía divinamente después del descanso. El aspecto de su rostro era terrible. Lo tenía cubierto de barro y arañado, y el cabello era una maraña llena de tierra. Se había puesto el vestido otra vez.
—¡Hola! —dijo—. Vine a ayudaros. Recibí vuestra nota, pero no pude leerla. Conque vine a ver qué pasaba. Pero el tablón había desaparecido. Conque descubrí por dónde entraba y salía «Botón», y vine.
—¿De veras? —exclamó Dolly—. ¿Por dónde entraba «Botón»?
Tassie se lo dijo. Las niñas la escucharon con sorpresa.
—¿Cómo «pudiste» arrastrarte por un túnel tan mojado y horrible? —dijo Lucy estremeciéndose con sólo pensarlo—. Tassie, ¡eres maravillosa! ¡De veras que sí! Jamás hubiera sido yo capaz de hacer eso. ¡Estoy segura de que no!
—Tampoco creo que hubiese sido yo capaz —dijo Dolly—, lo que has hecho ha sido maravilloso en verdad.
Tassie se puso muy contenta y sonrió a las dos muchachas. Era muy agradable que le alabaran a una, así y por ello sintióse satisfecha.
—Pero ¿dónde está Jack? —quiso saber Lucy.
—Marchó por el túnel en busca de ayuda —contestó la gitana—. Me encargó que os dijera que sentía mucho marcharse sin deciros adiós, pero que creía que era mejor no perder instante.
—¡Oh! —murmuró Lucy, consternada—. Me hubiera gustado que no se marchase sin mí.
—Acabas de decir tú misma que no serías capaz de bajar por este túnel —dijo Dolly—. Me alegro una barbaridad que vinieras, Tassie, para que supiese Jack el camino. Conseguirá ayuda y la traerá aquí, estoy segura.
—Pero ¿cómo se las arreglará para entrar? —preguntó Lucy.
—Podrían traer otro tablón si quisieran, ¿verdad? —observó Tassie.
«Kiki» intervino en la conversación.
—No des esos respingos —murmuró con voz agradable—. ¿Dónde tienes el pañuelo?
—¡Oh, tuvo una gracia «Kiki» anoche! —exclamó Tassie, recordando lo ocurrido.
Cuando contó cómo habían disparado los hombres contra «Kiki», Lucy se alarmó.
—¡Cielos! —dijo—. ¡Qué hombres más peligrosos! No me gustan ni pizca. Yo quiero escaparme también. Creo que me arrastraré por ese horrible túnel después de todo, Dolly. Ven tú también. Y Tassie. Nos iremos todos.
—¡Cómo! ¿Y dejarle a Jorge solo aquí? —exclamó la gitana indignada—. Marchaos vosotras si queréis, que yo no me voy.
—Sí, claro… no podemos dejar a Jorge —asintió Dolly—. Oh, Tassie, ve a lavarte la cara. ¡La tienes horrible! ¡Pareces un deshollinador! ¡Y… la ropa! ¡Cielos! ¡Estás muy sucia y rota!
—La culpa no es mía —repuso Tassie—. Fue terrible el paso por el túnel. No hacía más que engancharme en cosas. Bajaré a lavarme si creéis que no hay peligro.
—Pues… quizá sí lo haya —dijo Dolly, reflexionando—. Pudieran salir los hombres y verte y darse cuenta de que no eres ninguna de nosotras dos. Te subiremos agua y puedes limpiarte un poco fuera del matorral.
—Y después desayunaremos todos —dijo Lucy, que tenía apetito.
Resultaba difícil limpiar a Tassie, porque de lo único que disponían para transportar agua era de una botella de gaseosa vacía y de una taza de cartón. Pero con un par de pañuelos y el agua, consiguieron limpiarle un poco de cara y las manos. Luego desayunaron.
«Kiki» comió con ellas. De «Botón» no se vio ni señal. Supusieron que habría bajado por el túnel durante la noche y que se hallaría con Jack ahora.
—¡Mirad! ¡Ahí están las águilas otra vez! —dijo Dolly de pronto.
Tassie volvió la cabeza con interés, porque no las había visto aquella mañana. Los tres pájaros descendieron a la repisa, desde donde contemplaron majestuosamente el patio.
—El aguilucho vuela ahora tan bien como sus padres, ¿verdad? —dijo Lucy.
Y le tiró una galleta. Pero el pájaro ni la miró siquiera. Continuó con la misma impasiva mirada, como si tuviese el entrecejo fruncido.
—¡Lástima que no esté aquí Jack! —dijo Lucy—. Le hubiese gustado retratarlos a todos juntos así. Aún está aquí la máquina; pero no me gusta usarla. ¿Supongo que no le pasará nada si llueve, Dolly?
—No parece como si fuera a llover —contestó Dolly.
Pero Tassie no se mostró de acuerdo con ella.
—Hay bochorno —anunció—. Yo creo que habrá una tormenta con truenos y relámpagos y tal vez torrentes de lluvia. Espero que no estaremos aquí, en la cima de la colina, si es que hay tormenta, porque resultaría terrible. El trueno retumba todo alrededor y los relámpagos parecen resbalar por las laderas.
—Supongo que nos habrán salvado a todos antes de que la tormenta descargue —dijo Dolly—. Espero ver a Jack de un momento a otro ya… ¡con ayuda de una clase u otra!