Capítulo XXII

Tassie es muy valiente

Reconoció de pronto los inconfundibles ladridos de «Botón» y comprendió que parte del ruido por lo menos lo haría el cachorro. Se inclinó sobre el túnel y encendió la lámpara de bolsillo para atisbar por la estrecha boca. Vio un rostro pálido que le miraba y dio un brinco. ¡Era Tassie! Estaba inmóvil. Pero empezó a reptar de nuevo en cuanto le dio la luz.

—¡Tassie! ¿Qué estás haciendo? ¡Tassie! —exclamó Jack en voz baja, pero lleno de estupefacción.

La gitana no respondió. Se arrastró un poco más, hasta que cabeza y hombros quedaron fuera del túnel. Entonces el niño le dio un tirón y la sacó del todo. «Botón» salió detrás muy desanimado. Tassie le llevaba sujeto con una cuerda y no podía escaparse.

La gitana se sentó, respirando dolorosamente. Encogió las piernas y apoyó en las rodillas la cabeza, incapaz, al parecer, de articular palabra. Jack enfocó en ella la luz. Estaba empapada y sucia a más no poder. Tenía la cara, los brazos y las piernas cubiertas de barro. Temblaba de frío y de susto y Jack la obligó a levantarse y a subir al risco. La instaló detrás de una roca y fue en busca de las mantas. Le hizo quitarse el mojado vestido y envolverse de pies a cabeza en dos mantas. Luego se sentó él a su lado para contribuir a hacerla entrar en calor. «Kiki» se le posó en el hombro, apretando el cuerpo contra la mejilla de la niña. Al cabo de unos instantes, la respiración de la gitana se hizo más regular y se volvió a mirarle a Jack, intentando sonreír.

—¿Dónde está Jorge? —susurró por fin.

—Con las niñas —repuso Jack, no queriendo decirlo todo de golpe—. No te alarmes todavía. Recobra el aliento. Estás agotada.

La rodeó con el brazo y sintió cómo le sacudían el cuerpo los violentos latidos del corazón.

¡Pobre Tassie! ¿Cómo había llegado a quedarse tan exhausta? Pero se rehízo pronto al entrar el cuerpo en calor. Se apretó contra Jack.

—¡Tengo un hambre! —dijo.

Jack le dio galletas y salmón de la lata. Luego se bebió lo que quedaba del jugo de los melocotones, mientras «Kiki» imitaba el ruido que hizo al tragar.

—Ahora me siento mejor —dijo—. ¿Qué ha estado sucediendo, Jack?

—Dime tú a mí unas cuantas cosas primero. Y no alces la voz. Hoy enemigos cerca.

Aquello era una noticia que por lo visto, no había esperado la niña. Se le abrieron desmesuradamente los ojos. Miró a su alrededor, atemorizada.

—¿Es ese viejo malvado? —quiso saber.

—¡Claro que no! —repuso Jack—. Tassie, ¿te llevó «Botón» la nota?

—Sí, Jack —contestó ella—. Pero antes conseguí escaparme ayer y vine a pasar unas horas con vosotros y… ¡oh, Jack! ¡El tablón no estaba! ¿Adónde ha ido a parar?

—¡Eso es lo que yo quisiera saber! Bueno, y ¿qué hiciste entonces?

—Volví a casa. Ya estaba angustiada por vosotros. Esta mañana llegó «Botón». Vi el collar del cordel y la carta que alguien le había atado al cuello.

—Sigue.

—Pues… yo no sabía leerla —anunció la gitana, con lágrimas en la boca—; y no había nadie a quien preguntárselo. Mi madre estaba enfadada conmigo y la señora Mannering se había marchado. No me gustaba ir a la granja con ella. Conque se me ocurrió de pronto atar a «Botón». Cuando volviese al castillo en busca de Jorge, yo le seguiría y vería por dónde entraba.

—¡Buena idea! —exclamó Jack.

Y Tassie puso cara de contento.

—Conque encontré una correa vieja y se la sujeté al cuello. Y adonde fue el cachorro durante el día, fui yo también. Se enfureció una barbaridad. ¡No hacía más que intentar arrancarse la correa con los dientes, y hasta intentó morderme a mí también!

Jack acarició al cachorro, que yacía tranquilamente a su lado.

—Él no comprendía lo que estaba sucediendo —explicó—. Bueno… y te condujo aquí por fin, ¿verdad?

—Sí. Después de haber vagado millas y millas por la colina, subiendo y bajando, bajando y subiendo, hasta agotarme por completo —jadeó Tassie—. Cuando cayó la noche, decidió subir a buscar a Jorge otra vez… ¡y salió disparado como una flecha entonces!

—Me lo figuro. ¡Pobre «Botón»! ¡Debe estarse preguntando dónde se habrá metido Jorge!

—Bueno, pues me arrastró tras él y me hizo subir hasta el manantial. Por debajo del castillo pasa por un túnel estrecho… la mar de estrecho o veces… y, ¡oh, Jack, cruza por debajo mismo de la muralla! ¡Imagínate! Y sale por el otro lado.

—Y, ¿te arrastraste tú por él todo ese camino? —exclamó Jack, estupefacto—. ¡Qué maravillosa eres, Tassie! Pero ¿no te caía el agua encima todo el rato?

—Sí… y casi me ahogaba a veces. Y, ¡estaba tan helada! Pero la mayor parte del camino no estaba mal. Atravesaba la roca, que se había desgastado, y el agua corría por una especie de surco, y había espacio para que pudiera arrastrarme mejor. Era al principio y al fin, donde desemboca en el patio del castillo, allí se estrechaba una barbaridad. Una de las veces me encallé. No podía subir ni podía bajar… ¡y creí que a lo mejor me tendría que quedar allí para siempre, porque sería lo más probable, que nadie sabría dónde estaba!

—¡Pobre Tassie! —exclamó Jack, dándole un apretoncito cariñoso—. ¡Eres una niña muy valiente! ¡Aguarda a que Jorge se entere de todo esto! ¡Dirá que eres maravillosa!

La gitana se puso radiante de alegría. ¡Ojalá estuviese Jorge contento de ella! Había acudido en su ayuda. Y ahora, a su vez, interrogó con ansia al niño, deseosa de saber lo que les había ocurrido a sus cuatro amigos desde que los viera el último día.

Jack le contó la historia. Ella le escuchó con alarma y con asombro. Jorge escondido en una armadura antigua… en una cámara secreta… las niñas prisioneras allá… hombres crueles que vagaban furtivamente sin que nadie supiera por qué… pasadizos secretos… ¡si aquello era como un sueño! Pero, por lo menos, allá estaba Jack con «Kiki», sano y salvo.

—¿Podrías arrastrarte por el túnel conmigo en busca de ayuda? —dijo Tassie.

—Eso es precisamente lo que pensaba hacer —contestó Jack—. Creo que valdrá más que marche esta noche y no esperar a las niñas. En cualquier caso, me temo que ninguna de las dos podría bajar por ese túnel. Se morían de miedo y una de ellas pudiera encallarse. Más vale que vaya a buscar ayuda lo antes posible. Tú puedes quedarte aquí y decirles a las niñas lo que ha ocurrido. Te escondes en el centro del matorral hasta que salgan mañana por la mañana.

Tassie suspiró de alivio. No tenía el menor deseo de volver por aquel terrible camino otra vez.

¡Soñaría con aquello mientras viviese! Tampoco quería quedarse sola en el patio durante la noche en realidad. Pero Jack dijo que la dejaría con «Kiki» y «Botón», y que podrían dormir todos juntos en el matorral.

—Conque sé buena chica y haz eso. Quizá veas a Jorge mañana también. ¡Lo sorprendido que va a quedar al conocer tus aventuras!

Tassie, envuelta en las mantas aún, acompañó a Jack al lugar próximo a la muralla donde el manantial se introducía por el túnel. Jack se maravilló de que pudiera nadie arrastrarse túnel abajo, cuando más túnel arriba, dándole en la cara el agua todo el rato.

—Vuelve inmediatamente al matorral con «Botón» y con «Kiki», envuélvete bien en las mantas, y duerme —dijo el niño—. No le dejes a «Kiki» verme desaparecer por aquí, o querrá seguirme.

Conque Tassie regresó obediente al matorral y se introdujo en el centro. Se hizo un ovillo dentro de las mantas, como un animalito, con «Botón» a los pies y «Kiki» encima, aguardando a Jack. Confió en que el loro no se iría en cuanto viera que Jack no regresaba. ¡A lo mejor armaría un escándalo terrible cuando se diera cuenta de que su amo había desaparecido!

Jack se metió de cabeza en el agua fría. Entró en el túnel. Olía a humedad. Arrastró el cuerpo, usando manos y codos como palanca. Distaba mucho de ser aquello agradable.

«Lástima que no encontrase “Botón” otro medio de entrar y salir del castillo —pensó—. ¿Cómo pudo Tassie subir por aquí, dándole el agua en la cara la mitad del tiempo? ¡Es una verdadera heroína!».

Cuando hubo recorrido un trecho, el túnel de tierra se hizo de roca dura. Supuso que se hallaría debajo de la muralla ya. El túnel se ensanchó considerablemente, y el niño se sentó en una repisa a descansar. Estaba preocupado por los rollos de película. Los había envuelto cuidadosamente en un sombrero impermeable que uno de los niños llevara al castillo, atadas bien prietas las cuerdas. Sería un verdadero desastre que se echaran a perder las preciosas fotografías.

Empezó a tiritar de frío, porque estaba ya empapado de agua. Mientras estaba arrastrándose, tenía calor, porque el trabajo era duro; pero en cuando se detenía, el frío se apoderaba de él y temblaba como una hoja.

Reanudó la marcha. La oscuridad era completa y tenía que avanzar a tientas. Siguió arrastrándose por el acuoso pasadizo, contento cuando éste se presentaba ancho y alto, lleno de ansiedad cuando se estrechaba, casi impidiéndole todo avance. Le pareció que transcurrían horas antes de que llegara a la salida. Pero ¡la alcanzó por fin! Salió y se sentó, jadeando, en un brezal. Confió que jamás, mientras viviese, tendría que arrastrarse por un túnel como aquél. Estaba seguro de que las niñas se hubieran quedado encalladas por el miedo, sin poder avanzar ni retroceder al cabo de un rato. Había hecho bien en decidir que no utilizaran ellas aquel camino.

Empezó a tiritar de nuevo y se puso en pie. Le entrechocaban las rodillas. No estaba tan exhausto como Tassie, pero la faltaba poco.

«Pescaré un resfriado formidable si no entro en calor», pensó, al iniciar el descenso de la colina, encantado de que brillara la luna.

Avanzó dando traspiés, buscando con avidez su mirada Spring Cottage cuando llegó al camino que a la casa conducía. Sí, allá estaba, negra, al destacarse contra la luz de la luna, plateada y brillante su techumbre.

De pronto se detuvo. Había visto algo que se le antojaba extraño.

«¡Humo!… ¡Sale humo de la chimenea! —se dijo, apoyándose contra un árbol—. ¿Qué significa eso? ¿Es posible que tía Allie esté de vuelta? No. Lo hubiera sabido Tassie. Pero entonces, ¿quién ha encendido la cocina? ¿Quién está allí? ¿Será posible que uno de esos hombres haya bajado a ver si descubría algo relacionado con las niñas?».

Se acercó cautelosamente a la casita. Llegó al jardín. ¡Brillaba una luz en una de las ventanas! Se aproximó de puntillas, perplejo y lleno de ansiedad. Atisbo con cuidado. Había alguien sentado en un sillón de respaldo alto y de espaldas a Jack. ¿Era la señora Mannering? De pronto se elevó por encima del sillón una nube de humo, ¡humo espeso de pipa!

—Es un hombre —murmuró para sí el muchacho—. ¿Quién será?