Transcurre otro día
Jack se sintió muy solo después de bajar las niñas a la cámara a pasar la noche Se quedó en el patio con «Kiki», aburrido a más no poder.
«Espero que estarán bien ahí abajo las niñas —pensó—. ¡Ah, hola, “Botón”! ¿Aún estás aquí? ¿Por qué no vuelves a Tassie? No podrás llegar hasta donde está Jorge».
El cachorro lloriqueó y se frotó la cabeza contra la pierna del niño, pidiéndole, tan claramente como podía hacerlo un cachorro de zorra, que le condujese adonde se encontraba su muy querido Jorge.
—Escucha: tú vuelve a Tassie con esa nota —dijo Jack, sin acordarse aún de que Tassie no sabía leer—. Anda, «Botón». Una vez llegues a Tassie, se nos arreglarán las cosas porque, en cuanto lea el mensaje, irá en busca de ayuda.
«Botón» se quedó con Jack en el patio casi toda la noche. No perdía la esperanza de encontrar a su amo, y de cuando en cuando marchaba a dar una vuelta en su busca. «Kiki» le trataba con desdén, pero el cachorro no le hizo el menor caso.
Salió la luna, iluminando de una forma rara el lugar. Ululó un búho, y «Kiki» le imitó inmediatamente y a la perfección. El búho voló al patio para buscar al que le había contestado, con gran delicia de «Kiki», que corrió ululando quedamente de un sitio a otro. El búho quedó asombrado de encontrar lo que debió antojársele una verdadera legión de mochuelos que le llamaban desde distintas direcciones. Jack se divirtió de lo lindo.
De pronto vio a los tres hombres a corta distancia y se alegró de no haber andado rondando por ahí, pues, de haberlo hecho, le hubiesen descubierto sin dudar.
Se deslizó por las sombras pegado al muro, hasta acercarse a la enorme puerta que daba a lo que antaño fuera el camino del castillo. Se sentó junto a un matorral grande, sabiendo que éste le ocultaría por completo. De pronto dio un brinco de sobresalto, y se quedó boquiabierto, como si no pudiera dar crédito a sus ojos. ¡La enorme puerta se estaba abriendo! Giró sin hacer el menor ruido y, donde antes estuviera, veíase ahora un ancho espacio iluminado por la luna, portal que daba al mundo exterior.
Medio se levantó, pero volvió a sentarse. Dos hombres entraron en el patio y entonces la puerta volvió a cerrarse silenciosamente tras ellos. Sonó un fuerte chasquido, y los dos individuos pasaron muy cerca del niño. No le vieron, porque se hallaba en las sombras. Se aplastó como un sapo contra el suelo. Aquellos hombres se reunieron con los que aguardaban y entraron todos juntos en el castillo. Jack supuso que se dirigían a la cámara secreta, y no se equivocó en ello. En cuanto hubieron desaparecido se acercó rápidamente a la puerta de la muralla. ¡Si pudiese abrirla! ¡Si lograra salir y bajar la colina, aunque fuera por el peligroso sendero obstruido! Después de todo, por allí debían de haber llegado los desconocidos.
Buscó a tientas y encontró una anilla grande de hierro. La retorció hacia la derecha y hacia la izquierda; pero la puerta no se abrió.
«¡El chasquido que oí debió ser el de una llave! —pensó con rabia—. Es imposible salir. ¡Y ahora qué! ¡Quizá, de haber estado más cerca, hubiera podido escaparme sin ser visto cuando entraban ellos! No hubiese importado que me vieran, porque hubiera echado a correr colina abajo antes de que pudieran detenerme».
Se sentó junto a la puerta, chasqueado.
—Aguardaré aquí, en las sombras, hasta que vuelvan. Saldré entonces con ellos. Quedarán tan sorprendidos, que a lo mejor ni les da tiempo a levantar una mano para pararme.
Conque allí permaneció horas y horas, quedándose casi dormido. Pero los hombres no volvieron.
Dolly hubiese podido decirle por qué. Habían salido por la puerta secreta oculta tras el tapiz. Los otros tres se hallaban en el castillo.
Cuando, allá por oriente, empezó a platearse el horizonte, comprendió que había llegado el momento de regresar al matorral. Tenía a «Kiki» sobre el hombro, profundamente dormido. El loro se había cansado del búho muchas horas antes. «Botón» había desaparecido también. No le había visto marchar. Se había olvidado de él por completo al ver abrirse la puerta. Se preguntó dónde habría ido a parar.
«Dios quiera que haya vuelto con Tassie —pensó—. Podemos esperar auxilio durante el día de hoy si lo ha hecho. ¡Ya va siendo hora! Estoy harto de este lugar. No queda ningún águila ya. Y las dos niñas están en peligro, sin contar al pobre Jorge. ¿Cómo le habrá ido a él? Quizá me lo digan hoy las muchachas».
Las niñas salieron de la cámara secreta a eso de las ocho de la mañana, echadas por los tres hombres. Dolly había suplicado a Jorge que se metiera en la armadura antes de que los desconocidos llegaran, sin conseguir que su hermano le hiciera caso.
—Prefiero quedarme debajo de la cama —le repuso, decidido—. Con haber pasado un día completo dentro de un traje tan duro, tengo suficiente y de sobra. Antes caer en manos de esos hombres que pasar otro día así. Metedme algo de comida debajo de la cama, y me quedaré aquí. Siempre me queda el recurso de estirar las piernas cuando no haya nadie en el cuarto.
—Bueno… ¡la fortuna favorece a los audaces! —citó Dolly, que estaba convencida de que, de hallarse ella en el caso de Jorge, haría exactamente igual—. Es una cosa la mar de atrevida esconderse debajo de la cama en que a lo mejor duermen esos hombres hoy. Pero quizás estés seguro ahí. ¡No estornudes, sin embargo!
Al parecer, los hombres tenían la intención de dormir todo el día en aquella cama. Bajaron al cuarto y echaron a las niñas. El barbudo se echó. Los tres hombres parecían cansados y la cara sin afeitar de los otros dos no tenía un aspecto muy agradable.
—Ya os llamaremos esta noche —les dijo el barbudo a las niñas desde la cama, bostezando—. Tomad la comida que queráis de ese montón de botes. Hay un abrelatas encima de la mesa. Ahora, largaos y dejadnos en paz. ¡Sois un par de estorbos!
Las niñas cogieron una lata de sardinas, otra de salmón, otra de melocotones y la cuarta de albaricoques y subieron corriendo la escalera. No bien llegaron al vestíbulo, la losa se cerró tras ellas.
—¡Que duerman bien! —dijo Dolly, burlona.
Y marcharon las dos en busca de Jack. Éste se encontraba en el centro de su matorral, esperándolas.
—¡Jack! ¿Te encuentras bien? Puedes salir un poco, porque los hombres están en la cámara subterránea —le dijo Lucy—. ¿Quieres sardinas… o melocotones? Tenemos las dos cosas.
—¡Hola! —exclamó el muchacho, encantado de verlas—. ¿No hay peligro en que salga? Bueno, pues ahora voy. Nos sentaremos detrás de esta roca. Tengo ganas de comer algo. ¿No trajisteis galletas cuando vinisteis ayer?
Dolly encontró la lata de galletas e hicieron un cómico desayuno de sardinas, galletas y melocotones, regado todo con gaseosa. Comieron muy a gusto e intercambiaron noticias. Jack escuchó con mucho interés todo lo que Jorge les había dicho.
—¡Un camino secreto detrás del tapiz! —exclamó, con los ojos relucientes—. Pero ¿adónde conduce?
—¡Cualquiera sabe!… Colina adentro con toda seguridad —respondió Dolly, mojando una galleta en el jugo de los melocotones.
—Un momento… ¿en qué lado de la cámara está la puerta secreta? —preguntó Jack—. Ah… frente al sitio en que se colocó Jorge… Bueno, vamos a ver… Eso significa que la puerta conduciría a la colina por la parte de detrás del castillo… ¡Detrás del castillo! ¡Qué raro! ¿Si habrá mazmorras o algo por allí?
—¡Oh! —exclamó Lucy—. ¿Crees tú que tendrán a gente prisionera allí dentro, y que quizá la estén matando de hambre, como hacía el viejo malvado? Oh, Jack, ¿tú crees que puede estar vivo aún ese viejo, y vivir como una araña en su castillo, haciendo todavía cosas malas?
—¡Claro que no, tonta! ¿No te he dicho ya que murió hace muchos años? Quítate esas ideas tan estúpidas de la cabeza. Ahora deja que piense un poco. No quiero que me interrumpas.
Mordisqueó una galleta y meditó unos instantes.
—Sí —murmuró por fin—, creo que no me equivoco. La puerta ésa debe conducir bajo tierra a través de la colina de detrás del castillo. ¡Me gustaría bajar por ese pasadizo y ver qué hay! ¡Apuesto a que lo hará Jorge, tarde o temprano!
—Espero que tendrá suficiente sentido común para no salir de debajo de la cama —observó Lucy—. Puesto que los hombres no hacen más que entrar y salir por estas puertas secretas, podría tropezar sin advertirlo con uno de ellos y caer prisionero.
—¿Se marchó «Botón» anoche? —preguntó Dolly, de pronto—. ¿Dónde está?
—Sí, se marchó por fin. Pero no sé adonde. Dios quiera que haya encontrado a Tassie a estas horas y que haya visto el mensaje.
—Jorge dice que esa nota no va a servir para nada —le anunció Lucy, melancólica—. Nos olvidamos que Tassie no sabe leer.
—¡Repámpano! —exclamó Jack—. Claro que no sabe. ¡Qué estúpidos somos!
—Qué estúpidos, qué estúpidos, qué estúpidos —repitió en seguida «Kiki»—. ¡Pip suena el estúpido!
—Tú no vas a hacer ¡pip!, sino ¡pum!, como comas más melocotones —dijo Jack—. ¿Está vacía la lata, Dolly? Aléjala de «Kiki», por lo que más quieras. Ha estado tragando sin parar mientras nosotros hablábamos.
—¡Pobre estúpido! —dijo «Kiki», compungido, al quitarle Dolly la lata y darle un golpe en el pico.
—¿Qué vamos a hacer hoy? —preguntó Lucy.
—Y, ¿qué quieres que hagamos salvo esperar?
—Y confiar que Tassie tenga el sentido común de enseñarle el mensaje a alguien —dijo Dolly—. Yo creo que hará eso, por lo menos. Sabe que no puede venir a nosotros ella… o lo sabría si se acercase y viera que el tablón ha desaparecido.
El día transcurrió lentamente. No había nada que hacer, ni siquiera un águila que observar.
—Ojalá pudiera aprovechar el tiempo revelando —suspiró Jack, tocándose el bolsillo para ver si aún llevaba los rollos de película—. Pero no puedo. Tengo unas ganas enormes de ver qué tal han salido las águilas.
No tenían nada que leer. Las niñas pasearon un rato, preguntándose si debían atreverse a subir al torreón y hacer señales desde allí. Pero ¿quién iba a verlas? Nadie más que Tassie, y no sabría qué interpretación darles.
—De todas formas, si subieseis al torreón pudiera castigaros alguno de esos hombres —dijo Jack—. No vale la pena correr el riesgo. Hemos de armarnos de paciencia y esperar a que Tassie nos mande ayuda.
Por fin pasó el día y llegó la noche. Los hombres llamaron a las niñas para que bajaran a la cámara secreta otra vez. Se despidieron apresuradamente de Jack y obedecieron. Tenían demasiado miedo a aquellos individuos para no hacer lo que ellos les mandaron.
Jack no se escondió en el matorral. Cuando anocheció lo bastante, bajó al manantial del pie de la muralla para beber. No se atrevía a entrar en la cocina a hacerlo, por si acaso se encontraba con uno de los desconocidos o le oían éstos achicar agua con la bomba. Se agachó junto al manantial, y luego escuchó, con verdadero asombro. Se oía un ruido la mar de curioso en la especie de túnel por el que el agua desaparecía.
—¡Uuuuf! ¡Au! ¡Uuuuuf!
Y como si algo se arrastrara y raspara además. Algo subía por el túnel. Jack retrocedió, alarmado. ¿Qué sería aquello, cielos?