Capítulo IX

El nido de las águilas

Los niños se abrieron paso por el patio. Tenía un aspecto verdaderamente selvático ahora, aun cuando, con un poco de imaginación, podían adivinar el aspecto que habría tenido en otros tiempos: un vasto patio pavimentado de losas, abierto en la propia ladera de la colina, y en cuyas extremidades se alzaban altos riscos.

—Yo creo que es en uno de esos sitios rocosos donde tienen su nido las águilas —dijo Jack—. Tassie, toma a «Kiki» y no le sueltes. No quiero que estorbe en estos momentos.

Tassie tomó con orgullo a «Kiki» y se detuvo, mientras los otros se dirigían a una de las rocas del patio, cubierta en algunas partes de brezo. Lucy no tenía muchas ganas de acercarse a las águilas; pero quería estar junto a Jack.

—Vosotros quedaos al pie del risco —ordenó Jack—. Jorge y yo vamos a escalarlo. No creo que las águilas nos ataquen, Jorge… Es más, estoy bastante seguro de que no lo harán. Pero anda con ojo por si acaso.

Los niños empezaban ya la ascensión, cuando un grito les hizo detenerse y agarrarse el uno al otro, asustados. Las niñas dieron un violento salto. «Botón» buscó la madriguera de conejos más cercana y se ocultó en ella. El único que no parecía sentir miedo era «Kiki».

A Tassie se le ocurrió la idea de que aquel grito lo habría lanzado uno de los prisioneros del malvado viejo del cuento. Quizá no hubiese muerto. Quizá se hallaba allí todavía. Los otros niños no fueron tan ingenuos para creer una cosa así; pero el grito no dejó de helarles la sangre en las venas.

—¿Qué fue eso, Jack? —susurró Lucy—. Vuelve. No subáis. El grito salió de allá arriba.

Sonó de nuevo, más alto, un ruido curioso, casi un gruñido. «Kiki» carraspeó, para imitarlo. ¡Qué sonido más hermoso para repetir! Lo hizo con tanto acierto, que hizo dar un brinco a todos otra vez. Tassie por poco se cayó al suelo, porque tenía el loro posado en el hombro.

—¡Qué mal pájaro eres! —exclamó Jack en voz baja, con ferocidad.

«Kiki» le miró. Salió de su garganta el grito otra vez y, casi en el mismo instante, un águila enorme, que por lo visto se encontraba en la roca aquélla, se alzó batiendo las enormes alas y pasó por encima del pequeño grupo, como para ver de dónde había partido el sonido. A continuación, surgió de la garganta del águila el grito que oyeron los muchachos.

—¡Troncho! ¡Sólo era el águila que gritaba! —exclamó Jack, con alivio—. ¿Por qué no se me ocurriría esa posibilidad? Nunca había oído gritar a una hasta ahora. Eso demuestra que deben de tener el nido por aquí. ¡Vamos, Jorge!

El águila no cayó sobre los niños. Se limitó a planear sobre ellos, mirándolos. Tenía centrado el interés en «Kiki», que, emocionado de haber descubierto un ruido nuevo tan hermoso, volvió a emitirlo.

El águila respondió a él y voló más bajo. «Kiki» voló a su encuentro, minúsculo en comparación con la gigantesca ave. Los niños veían claramente las largas plumas amarillas de la nuca que brillaban como el oro bajo el sol.

—Sí que es un águila real —dijo Lucy—. Tenía razón Jack. ¡Fijaos en esas plumas tan doradas! ¡Oh…, Dios quiera que no baje más!

Contemplaron todos a «Kiki» y al águila. Por regla general, a los pájaros les extrañaba, les asustaba, o les enfurecía el loro. Pero al águila no le sucedió ninguna de estas cosas. Pareció, más bien, estar experimentando una curiosidad muy grande, estarse preguntando cómo era posible que aquel pajarito tan raro, tan poco semejante a un águila, lanzaba gritos como si de una de su especie se tratara. «Kiki» estaba disfrutando. Voló alrededor del águila, gritándole. Luego, de pronto, cambió de táctica y le ordenó que se limpiara la nariz. Al oír aquella voz, aparentemente humana, el águila se apartó un poco, mirando aún con interés al loro. Por fin, sin hacer el menor caso de los niños, se alzó hasta un punto saliente del risco, y se posó sobre él, mirando hacia abajo con aspecto verdaderamente majestuoso.

—¡Qué pájaro más magnífico! —exclamó Jack, encantado—. ¡Mira que poder ver un águila tan de cerca! Fijaos en la frente ceñuda y en los ojos penetrantes. ¡Nada me extraña que llamen a esta ave el rey de los pájaros!

El aspecto del águila era espléndido en verdad. Tenía todo el plumaje pardo oscuro, excepción hecha de las plumas de la nuca. Las plumas le cubrían las patas casi hasta las garras. Estaba observando a «Kiki», sin apartar de él la mirada.

—Ahí está la segunda águila, mirad —dijo Lucy de súbito, en voz baja.

Vieron al otro pájaro alzar el vuelo del risco, curioso por saber lo que ocurría. Se elevó muy alto, extendiendo las enormes alas, cuyas extremidades se curvaron. De pronto, la primera águila pareció cansarse de «Kiki», agitó las alas, y fue a reunirse con su compañera.

—La primera águila es el macho —dijo Jack, excitado—. Y la segunda la hembra.

—¿Cómo lo sabes tú? —preguntó con incredulidad Dolly.

Ella no notaba diferencia entre las dos.

—La segunda es más grande que la primera. Y la hembra del águila real es siempre mayor que el macho y tienen sus alas más envergadura también. ¡Troncho! Estoy emocionado.

—Debiste haber fotografiado al águila cuando se posó en el risco —dijo Jorge.

Jack soltó una exclamación.

—¡Caramba! Ni siquiera me acordé de la máquina. Estaba demasiado absorto mirando a esos pájaros. ¡Qué «fotos» más maravillosas podría tomar!

Las dos aves eran ahora simples puntos en el firmamento, tan inmensa era la altura a la que se habían elevado.

—Sería ésta una buena ocasión para explorar el risco en busca de su nido ahora que están lejos —dijo Jack—. Es curioso que no se asustaran de vernos, ¿verdad? Supongo que apenas saben nada de los seres humanos, viviendo siempre aquí arriba.

—¿Qué habrá sido de «Botón»? —murmuró Jorge con ansiedad—. Se metió por ese agujero y no ha salido.

—¡Probablemente le estará dando un susto mayúsculo a alguna familia de conejos! —dijo Jack—. Ya volverá, no te apures. No me extraña que se metiese en una madriguera cuando oyó el grito. ¡Me hubiese metido yo en una también de haber podido! Fue horrible.

Empezaron a ascender otra vez. Resultaba laborioso, porque el risco era muy pendiente. La cima estaba casi tan alta como el vecino torreón. Por el lado Oeste, oculto en un hueco, Jack encontró lo que buscaba: el nido de las águilas.

—¡Mira! —exclamó—. ¡Fíjate! ¿Viste alguna vez cosa tan enorme, Jorge? Debe de tener cerca de dos metros de anchura por el fondo.

Contemplaron ambos el nido. Tendría unos sesenta centímetros de altura y estaba hecho de ramas, con brezo metida en las rendijas. La taza del nido mediría cuarenta y cinco centímetros, y estaba muy bien forrada de musgo, hierba y brezo.

—¡Hay una cría en el nido! —exclamó Jack, excitado—. Y bastante grande. Debe de tener más de tres meses y está a punto de poder volar.

La cría se encogió en el nido al oír la voz del niño. Era tan grande ya, que Jorge apenas se hubiese dado cuenta de que aún no había alcanzado la madurez. Jack, sin embargo, se había fijado en la base inferior blanca de las plumas, indicación segura de que se trataba de un águila joven y no de una adulta.

«Kiki» voló hacia el nido, a husmear. Soltó un grito parecido al del águila. La cría alzó la mirada, interrogadora, reconociendo el sonido, pero no a quien lo hacía.

—¡Tu máquina, pronto! —susurró Jorge.

Y Jack se puso a ajustarla a toda prisa.

—¡Aprisa! ¡Las águilas vuelven! —anunció Jorge.

Jack dirigió una mirada hacia arriba. Las águilas se habían acordado de su cría y, viendo a los niños tan cerca del nido, regresaban a ver qué sucedía.

Jack sacó la «foto» justamente a tiempo, porque «Kiki» voló al encuentro de los pájaros, gritando la bienvenida.

—Más vale que bajemos ahora —dijo Jorge. Las águilas le parecían bastante feroces—. ¡Cuánto me hubiese gustado poder sacar unas instantáneas de esa cría cuando estuviese aprendiendo a volar! Parece estar a punto de salir del nido de un momento a otro ya.

Bajaron tan aprisa como pudieron, mientras las águilas se cernían sobre ellos.

—¿Sacaste una fotografía? —preguntó Lucy. Jack movió afirmativamente la cabeza. Estaba muy excitado.

—Tendré que volver —dijo—. ¿Sabéis que a lo mejor consigo fotografías de las águilas tomadas desde mucho más cerca de lo que ha conseguido nadie tomarlas hasta ahora? ¡Imaginaos! Seguramente me darían mucho dinero por ellas y las publicarían en toda clase de revistas.

—¡Oh, Jack! ¡Toma más instantáneas entonces! —exclamó Lucy, con los ojos muy brillantes.

—Casi tendría que vivir aquí arriba para tomarlas buenas —dijo el niño—. Es inútil subir nada más que para ver si se le presenta a uno la oportunidad. ¡Si pudiese pasarme unos días aquí!

—Hombre…, supongo que sí que podrías si quisieras —le contestó Jorge—. Quizá mamá te dejaría si le hablases de las águilas. Aquí no correrías ningún peligro, y podríamos traerte comida.

—¿No podemos venir todos a pasar aquí unos días? —dijo Lucy, que no quería que su hermano se separara de ellos—. ¿Por qué no hemos de poder?

—No podemos dejar a mi madre sola allá abajo —contestó Jorge—. Le parecería muy poco considerado.

—¡Ah, sí…, claro! —murmuró Lucy, poniéndose colorada—. No se me había ocurrido pensar en eso. ¡Si seré despreocupada!

—De todas formas, no veo por qué no he de venir yo aquí a pasar unos días —dijo Jack, encontrando la idea más emocionante a medida que pensaba en ella—. Podría hacerme un escondite y…

—¿Un escondite? —repitió Tassie, hablando casi por primera vez aquella mañana.

—Sí; un sitio en que esconderse con la máquina fotográfica preparada. Luego, cuando las águilas se hubiesen acostumbrado a verme, podría sacarles todas las fotografías que me diera la gana sin asomar yo, ni alarmarlas. Me colocaría en este mismo risco, en un sitio desde el que pudiera ver bien el nido. ¡Troncho! ¡Si podría hacer toda una serie de instantáneas de ese aguilucho cuando aprendiera a volar!

—Bueno, pues pregúntale a mamá si puedes subir, entonces —dijo Jorge—. Yo subiría contigo; sólo que creo que uno de nosotros debiera quedarse abajo para ayudar a entrar leña para el fuego y cosas así.

—Podría encargarme yo de eso —anunció Dolly, viendo ocasión de deshacerse del sapo durante unos días. No quería acercarse a Jorge mientras llevara el animal encima.

—No puedes —le respondió su hermano—. Jack tendría por compañero a «Kiki», y nosotros subiremos a verle todos los días. Vamos…, exploremos la parte baja del castillo un poco más.

Conque cruzaron el patio y pasaron a las habitaciones bajas del castillo, esperando encontrarlas tan vacías como las de arriba. Pero ¡qué sorpresa se llevaron!