Las vacaciones
Dos niñas ocupaban el asiento de la ventana en su estudio del colegio. Una de ellas tenía el cabello ondulado y rojo y tantas pecas, que hubiese resultado imposible contarlas. El cabello de la otra era oscuro y se alzaba por delante, formando un gracioso copete.
—Un día más, y empiezan las vacaciones —dijo la pelirroja Lucy, mirando a Dolly con ojos de un color verde extraño—. ¡Qué ganas más grandes tengo de ver a Jack otra vez! Un curso entero sin tenerle a mi lado me parece una eternidad.
—Pues a mí no me importa nada estar separada de mi hermano —anunció Dolly, riendo—. No es que sea malo Jorge, pero me pone los nervios de punta con todos esos animalitos e insectos que suele llevar encima.
—Menos mal que hay un día de diferencia entre sus vacaciones y las nuestras —dijo Lucy—. Seremos nosotras las primeras en llegar a casa. Podremos echar una mirada a nuestro alrededor y, luego al día siguiente, nos encontraremos con ellos… ¡Hurra!…
—¿Cómo será ese sitio que ha alquilado mamá para pasar el verano? —murmuró Dolly—. Voy a leer su carta otra vez.
Se sacó la carta del bolsillo, y volvió a leerla, aprisa.
—No dice gran cosa. Sólo que quiere que nos limpien y decoren la casa y que por eso ha alquilado otra en las colinas para que pasemos las vacaciones. Toma, lee…
Ofreció la carta a Lucy, que la tomó y leyó con interés.
—Sí…, es un sitio que se llama Spring Cottage, y que se encuentra en la ladera de la Colina del Castillo. Dice que es un lugar bastante solitario, donde hay pájaros silvestres a montones…, conque Jack se pondrá más contento que unas Pascuas.
—Lo que no comprendo es cómo puede estar tu hermano tan chiflado por los pájaros —dijo Dolly—. Le pasa con ellos lo que Jorge con los insectos y todos esos bichos.
—Jorge es una maravilla con los animales —observó Lucy, que sentía una gran admiración por el hermano de Dolly—. ¿Te acuerdas de aquel ratón al que enseñó a tomarle las migas de pan de entre los dientes?
—¡Oh, no me recuerdes esas cosas! —exclamó Dolly, con un estremecimiento. No podía soportar ni la presencia de una araña, y los murciélagos y los ratones le hacían dar gritos de alarma. A Lucy le parecía la mar de raro que, habiendo vivido tantos años con un niño tan enamorado de los animales como Jorge, pudiera seguir teniéndoles miedo.
—Te hace rabiar mucho, ¿verdad? —dijo, recordando con cuánta frecuencia le metía Jorge a su hermana ciempiés debajo de la almohada y cucarachas en los zapatos.
No era necesario que la otra respondiese. Jorge era un verdadero tormento cuando se lo proponía.
Gozaba dando sustos a la niña. Por eso no era extraño que tuviese Dolly tan mal genio.
—¿Cómo le habrá ido a «Kiki» este curso? —murmuró Dolly.
«Kiki» era el loro de Jack, un pájaro la mar de listo que imitaba las voces y los ruidos con una habilidad sorprendente. Jack le había enseñado muchas frases; pero «Kiki» había aprendido muchas más por su cuenta, principalmente las que oyera en boca de un tío muy cascarrabias con el que antaño vivieran Lucy y Jack.
—A «Kiki» no quisieron dejarle estar con Jack en el colegio este curso —contestó Lucy, con tristeza—. Es una lástima… Pero consiguió encontrar en la población a un amigo que se encargara de vigilarle. Y va a verle todos los días. Aunque, la verdad, yo creo que debieran haberle permitido que lo tuviese a su lado.
—Teniendo en cuenta que «Kiki» no hacía más que decirle al director que no respingara, y al maestro de Jack que se limpiara los pies, y que despertaba a todo el mundo por la noche silbando como una locomotora —dijo Dolly—, no me extraña que no quisieran admitirle este curso. Sea como fuere, podremos tenerle con nosotros durante las vacaciones, y eso resultar agradable. Le quiero mucho a «Kiki»…, no parece un pájaro sino igual que uno de nosotros.
El loro era, en efecto, un buen compañero. Aun cuando no sostenía una conversación como es debido con los niños, sabía charlar hasta por los codos cuando le daba la gana y decía las cosas más absurdas, haciendo desternillarse de risa a todos. Adoraba a Jack y, cuando éste se lo permitía, se estaba horas y horas posado en su hombro. Las niñas se alegraban de que estuvieran tan cercanas las vacaciones. Los dos muchachos, ellas y el loro, lo pasarían muy divertido juntos. Lucy, en particular, aguardaba con verdadera ilusión el momento de hallarse con la linda y alegre mamá de Dolly.
Jack y Lucy Trent no tenían padre ni madre y habían vivido durante muchos años con un tío anciano y de muy mal genio. Hasta que conocieron, por casualidad, a Jorge y a Dolly Mannering. Estos dos últimos no tenían padre, pero sí una madre que trabajaba como una negra para poder mantenerles y educarles. Tanto, tanto trabajaba, que no había tenido ni tiempo para hacerles un hogar. Con que los mandaba a un pensionado y, durante las vacaciones, a casa de unos tíos.
Pero las cosas habían cambiado ya. La madre de Dolly contaba ya con dinero suficiente para formar un hogar y había ofrecido dar casa también a Jack y Lucy. Conque, durante el curso escolar, las dos niñas iban al colegio juntas, y los dos niños a otra escuela. Al terminar el curso, los cuatro se reunirían con la señora Mannering, madre de Jorge y Dolly.
—¡Se acabaron los tíos y las tías! —exclamó alegremente Dolly, a quien el anciano y siempre abstraído tío Jocelyn nunca le había inspirado mucha simpatía—. Ahora…, ¡a disfrutar de una casa preciosa con mi madre!
Durante las próximas vacaciones, iban a estar todos juntos en la casita alquilada por la señora Mannering. Es verdad que Dolly experimentaba cierta desilusión. Hubiese querido ir al hogar que su madre estaba preparando para todos. Sin embargo, no podía menos de aguardar, con cierta ilusión, el momento de encontrarse en Spring Cottage. Daba la sensación de ser un sitio agradable. ¡Y, qué paseos más hermosos darían por las colinas! ¡Qué meriendas más divertidas!
—¿Te acuerdas de esa aventura tan bonita que corrimos el verano pasado? —murmuró, dirigiéndose a Lucy, que miraba, soñadora, por la ventana, pensando en lo magnífico que sería ver a su hermano Jack dos días más tarde.
Lucy movió afirmativamente la cabeza.
—Sí —repuso—. Fue la mar de emocionante. Pero ¡ay, el miedo que pasé a ratos! Esa isla tenebrosa…, ¿la recuerdas, Dolly?
—Sí… Y el pozo aquel que se hundía en las profundidades de la tierra… Y cómo nos perdimos allá abajo…, ¡eso sí que fue una aventura! Y nada me importaría correr otra igual.
—¡Qué rara eres! —exclamó Lucy—. Tiemblas y tiritas cuando ves una araña y, sin embargo, pareces disfrutar corriendo aventuras espeluznantes, que yo tiemblo con sólo recordarlas.
—Bueno…, ya no correremos más —dijo Dolly, no sin cierto sentimiento—. Supongo que una aventura como ésa es lo bastante para toda una vida. Apuesto a que los chicos no dejan de hablar de ella un instante. ¿Recuerdas lo imposible que nos resultó hacerles callar en Navidades?
—¡Oh!…, ¡ya podrían venir más aprisa las vacaciones! —exclamó Lucy, alzándose de su asiento, con desasosiego—. No sé por qué se hacen tan interminables siempre los últimos dos o tres días.
Pero todo llega en este mundo, hasta las vacaciones. Y las dos niñas marcharon al día siguiente con muchas otras compañeras, riendo y charlando hasta por los codos. El equipaje iba en el furgón. Llevaban dos billetes en el portamonedas. El corazón les latía con violencia. La alegría les inundaba el cuerpo. ¡Las vacaciones! ¡Las vacaciones por fin! ¡Lo que iban a disfrutar! ¡Lo que iban a divertirse!
Tuvieron que cambiar dos veces por tren; pero Dolly sabía cómo hacer esas cosas. Lucy era muy tímida y se quedaba siempre cohibida ante los extraños. Dolly, sin embargo, con sus doce añitos, no le aguantaba ninguna impertinencia a nadie. Era una muchacha decidida y llena de aplomo, que sabía defender sus derechos.
Por fin llegaron a la estación de destino. Saltaron a tierra, y Dolly llamó al único mozo, que acudió a recoger su equipaje.
—¡Ahí está mamá! —exclamó luego la niña.
Y corrió hacia la linda señora de ojos brillantes que había salido a recibirlas.
No era muy amiga Dolly de los abrazos ni de las caricias. El beso que le dio a su madre, más pareció un picotazo. Pero Lucy se encargó de compensar a la señora Mannering, dándole un fuerte y prolongado abrazo, además de frotarle la barbilla con la pelirroja cabeza.
—¡Oh! —exclamó, pensando por centésima vez cuan afortunada era Dolly en tener madre propia—. ¡Qué alegría verla otra vez!
Le agradecía enormemente a su amiga que le permitiese compartirla. No era muy agradable no tener padres que le escribiesen a una y le dieran la bienvenida a casa. Pero la señora Mannering siempre le daba la sensación de que la quería y de que deseaba tenerla a su lado.
—Tengo el coche esperando fuera —dijo ésta—. Vamos. El mozo cuidará del equipaje.
Salieron de la minúscula estación rural a un camino con terraplenes cubiertos de flores primaverales. Estaba azul el cielo, y el aire era suave y cálido. Lucy se sintió muy feliz. Era el primer día de las vacaciones. Se hallaba junto a la linda madre de Dolly. Al día siguiente se reunirían los niños con ellas.
Ocuparon el automóvil que aguardaba. El mozo cargó los baúles. La señora Mannering se sentó al volante.
—Spring Cottage se encuentra algo distante —dijo—. Tenemos que bajar al pueblo cuando nos hace falta algo… salvo los huevos, la mantequilla y la leche, que obtengo en una granja vecina. Pero es una comarca preciosa y podréis dar unos paseos magníficos. En cuanto a los pájaros se refiere…, bueno. ¡Jack va a disfrutar de lo lindo!
—Y ahora es cuando hacen los niños… No hará otra cosa que pensar en ellos —dijo Lucy, un tanto celosa de las aves que acaparaban hasta tal punto la atención y el tiempo de su hermano.
Las muchachas miraron a su alrededor por el camino. La comarca era lindísima, en efecto, montañoso el terreno, azules y emocionantes las colinas en la lejanía. El vehículo bajó un camino por el valle de un río serpeante, y luego empezó a ascender una pendiente ladera.
—¿Está nuestra casita en esta colina? —preguntó Dolly, con emoción—. ¡Qué vistas más bonitas habrá!
—Las hay, en efecto —asintió la madre—. Se ven las colinas del otro lado del valle, y una serie de montañas más que se alzan detrás.
El automóvil tenía que ir muy despacio ahora, porque el camino era empinado. A medida que iba ascendiendo les era posible ver más y más del otro lado del valle. Lucy alzó de pronto la mirada para ver a qué altura se hallaban, y exhaló una exclamación:
—¡Mira! ¡Mira ese castillo que hay en la cima! ¡Oh, míralo, Dolly!
La niña miró. Se trataba de un castillo viejo, que imponía en verdad. Se alzaba un torreón a cada lado, y los muros daban la sensación de ser muy gruesos. Tenía aspilleras y ventanas muy anchas también, cosa que resultaba chocante.
—¿Es un castillo antiguo de verdad? —inquirió alegremente Lucy.
—No…, no del todo —respondió la señora Mannering—. Parte de él es antiguo; pero el resto se ha restaurado y reconstruido, de forma que resulta una verdadera mezcolanza. Nadie lo habita en la actualidad. Ni sé a quién pertenece tampoco…, nadie parece saberlo ni parece importarle a ninguno. Está cerrado, y por lo que oigo decir no tiene muy buena fama.
—¿Por qué? ¿Es que ha ocurrido algo terrible allí alguna vez? —preguntó Dolly, emocionada.
—Creo que sí. Pero no sé una palabra de él, en realidad. Más vale que no os acerquéis, sin embargo, porque el camino que conduce arriba es peligroso como consecuencia de un corrimiento de tierras o algo así. ¡Dicen que parte del castillo está a punto de resbalar por la colina!
—¡Caramba! ¡Espero que no irá a caérsenos encima de la casa! —exclamó Lucy, algo asustada.
La señora Mannering se echó a reír.
—Claro que no. Está demasiado apartado… Mirad…, ésa es nuestra casita, oculta allá entre los árboles.
Era una casita preciosa, con techumbre de bálago y de emplomadas ventanas. Las niñas se enamoraron de ella en cuanto la vieron.
—Se parece un poco a la casa que compraste para nosotros —dijo Dolly—. También ésa es bonita. ¡Oh, mamá! ¡Vamos a pasarlo muy bien aquí! ¡Cómo se emocionarán los niños!
Había un cobertizo bastante grande junto al edificio y en él metió la señora Mannering el coche. Todos se apearon rápidamente.
—Dejad el equipaje de momento —dijo la mamá de Dolly—. El hombre de la granja lo meterá en casa. Y, ahora…, ¡bien venidos a Spring Cottage!