Un descubrimiento… y una buena idea
Los hombres regresaron al día siguiente con sus cuatro aviones, no tardando en presentarse en las cavernas, donde se pusieron a examinar libros y documentos antiguos, desenrollando los lienzos y mirando los cuadros. Pero antes fueron en busca de los muchachos y de los viejos, porque habían descubierto que alguien se había llevado comida de la cabaña, y no acababan de comprenderlo. ¿Acaso no habían encerrado a todos en las cuevas?
Los niños adivinaron en seguida que era Jorge quien había tomado la comida. Pero no tenían la menor intención de decirlo. Por eso puso Jack cara de aturdido y respondió estúpidamente las preguntas, y Dolly hizo lo propio. Lucy se echó a llorar, y los hombres pronto renunciaron a interrogarla.
Los ancianos, por su parte, no sabían, claro está, ni una palabra. Ni siquiera parecían haber echado de menos a Jorge. Los hombres dejaron de hacer preguntas al cabo de un rato y volvieron a su trabajo.
Elsa se puso muy triste al ver llorar a Lucy. La tomó de la mano y la condujo a la «alcoba». Quitó un cuadro que había colocado sobre una repisa y le enseñó a la niña el hueco que había detrás. Lucy se lo quedó mirando.
—¿Qué es? —preguntó. Luego llamó a Jack.
—¡Jack! —dijo—. ¡Ven aquí y tráete al viejo! ¡Esta señora no entiende lo que le digo!
Acudieron todos, y cuando Jack vio el hueco de detrás del cuadro, le preguntó al anciano:
—¿Qué es esto? ¿Un escondite?
—Nada más que un agujero en la pared —respondió el hombre—. A mi mujer no le gustó, conque lo tapó con un cuadro.
La anciana soltó un raudal de palabras. El hombre interpretó:
—Mi mujer está triste porque tu hermana está asustada de esos hombres. Dice que puede esconderse en este agujero y no la encontrarán.
—Deje que vea yo cómo es palmo a palmo —contestó Jack. Y se metió dentro.
Era algo más que un agujero. Era un minúsculo túnel redondo que en otros tiempos daría paso a un riachuelo subterráneo. ¿A dónde conduciría… si es que conducía a alguna parte?
—¡Es un túnel pequeño! —anunció el niño—. ¡Muy parecido al que conduce desde nuestra caverna del helecho hasta la gruta de los ecos! Voy a ver si conduce a alguna parte.
Se arrastró por él un buen trecho, encontrándose de pronto con que se inclinaba de una forma tan pendiente, que hubiese podido resbalar por él de no haber sido tan estrecho. Terminaba en un agujero que parecía abierto en el techo de un corredor mucho más grande. Encendió la lámpara. ¡Sí! ¡Se trataba de un corredor, en efecto! Volvió al lado de las muchachas.
—Seguidme —dijo—. Es posible que haya encontrado un medio de huir. Sin embargo, tendremos que usar una cuerda.
Se arrastraron uno tras otro hasta llegar al agujero. Jack desenrolló la cuerda que siempre llevaba a la cintura. La ató a una roca y dejó caer el otro extremo por el hueco. Luego se deslizó por ella.
Las niñas le siguieron. Jack barrió el corredor con la luz de su lámpara de bolsillo.
—¿En qué dirección vamos? —preguntó.
—Oigo un ruido muy raro —anunció Lucy—. ¡Creo que se trata de la cascada!
Bajaron por el corredor hacia el ruido y, con gran sorpresa y alegría suya, salieron a la repisa de roca situada detrás de la cascada, aquella en la que Lucy y Dolly bailaron días antes para llamar la atención de Pepi.
—¡Troncho! —exclamó—. ¡Es la repisa de la catarata! ¡Y ese corredor conduce a la gruta de los ecos! ¡Parece increíble! Podemos regresar a nuestra caverna y no ser ya prisioneros en las cuevas del tesoro. Vamos a buscar al matrimonio también.
Volvió a bajar por el pasadizo, gateó por la cuerda, recorrió el túnel y saltó a la habitación de los viejos. Le dijo al anciano a dónde conducía el hueco.
—Vengan ustedes también —agregó—. Les llevaremos a un lugar seguro.
El viejo rió con tristeza.
—No podemos arrastrarnos ni escalar como vosotros —repuso—. Es imposible. Marchaos vosotros y nosotros nos quedaremos aquí. No diremos adonde habéis ido. Volveremos a colocar el cuadro en su sitio, y nadie adivinará por dónde os fuisteis.
Jack regresó con las niñas, acompañado de «Kiki».
—Es una lástima que no nos pudiéramos llevar a «Marta» también —dijo—. Le había cogido afecto. Pero los viejos la echarían de menos. Se niegan a venir con nosotros. Y creo que tienen razón; jamás conseguirían arrastrarse por un túnel ni descolgarse por la cuerda… ni tampoco pasar por el agujero de la caverna del helecho. ¡Vamos! ¡Ardo en ganas de verme otra vez en nuestra cueva! ¡Ja-ja! ¡Nos hemos escapado después de todo! ¡Lo furiosos que estarán esos hombres!
—¡Espero que no hagan daño a esos dos viejos! —dijo Lucy con ansiedad—. ¡Ella es una viejecita tan dulce y buena!
Bajaron por el serpenteante corredor y llegaron a la gruta de los ecos, donde «Kiki» les molestó chillando y graznando continuamente, despertando unos ecos que casi les ensordecieron. Pasaron por el túnel, que más que tal parecía una tubería de desagüe, y saltaron a la caverna, dejándose caer sobre las mantas de viaje, tendidas aún allí.
—En casa otra vez —dijo Jack. Y se echó a reír—. Es curioso pensar que esto nos parezca nuestra casa. Pero es lo que me parece a mí.
Se acomodaron para descansar.
—Esos hombres marcharon a alguna parte en sus aeroplanos anoche, descargaron lo que llevaban y emprendieron el vuelo de regreso en seguida… tienen que haberlo hecho así para estar de vuelta tan pronto —dijo Dolly, pensativa—. Yo apenas esperaba verles en las cavernas hoy. No oí volver a los aviones, ¿vosotros sí?
—No…, pero el viento ha cambiado, conque quizá no soplara en nuestra dirección y por eso no lo oímos —contestó Jack—. No hace tanto sol ahora… parece como si fuera a llover otra vez. Sopla un viento la mar de fuerte.
—Tendremos que vigilar por si vienen Jorge y Bill —dijo Dolly—. Jorge no sabrá que estamos aquí.
—¿Os importaría que fuera esta tarde a husmear por los alrededores de la cabaña? —inquirió el niño—. Pudiera darse el caso de que Jorge no hubiera podido marchar, que le hubiesen atrapado y se encontrara ahora prisionero allá. Hay que asegurarse.
—¡Cielos! ¡Ni siquiera se me ocurrió pensar en esa posibilidad! —exclamó Lucy, horrorizada—. ¡Oh, Jack! No creerás que le han pillado, ¿verdad?
—Ni por un instante —respondió alegremente el muchacho—. Pero es mucho mejor estar seguros. Más vale que me vaya ahora, mientras están ocupados los hombres en las cuevas. Y, a propósito, ¿estaban los ocho allí?
—Creo que sí —contestó Dolly, frunciendo el entrecejo—. Pero no estoy segura. ¿Te fijaste tú, Lucy?
—No. No les miré siquiera —contestó la otra—. ¡Me dan no sé qué!
—Bueno, supongo que sí que estarán todos —dijo el niño—. ¡Brrrr! ¡Es frío el viento de hoy! Me pondré otro jersey. ¡Hasta la vista, niñas! ¡Volveré pronto!
Marchó, siguiendo la ya conocida senda, hacia la cabaña. No creía que hubiese sido atrapado Jorge, pero necesitaba tener la seguridad. Exploró cautelosamente los alrededores. La puerta de la cabaña estaba cerrada. Se acercó a ella y atisbo por la ventana. No, Jorge no estaba allí. ¡Menos mal!
—Quizá sea mejor que vaya a la cuadra —pensó—. Pudieran tenerle atado allí. Y fue a la cuadra. Tampoco le encontró. La cuadra estaba desierta. ¡Bien! ¡Magnífico!
Una ráfaga de viento barrió el valle de pronto. Empezó a llover a mares y Jack corrió a refugiarse bajo un árbol, el mismo en el que se guarecieron todos y que, por su corpulencia y la densidad de su follaje, les protegería contra la lluvia. Se acurrucó junto al tronco, mientras el viento soplaba a su alrededor. Era tal el ruido del aire, que no oyó las pisadas que por el otro lado se acercaban, ni se dio cuenta de que Pepi se detenía para contemplarle con asombro.
El hombre dio la vuelta al árbol en un santiamén y agarró a Jack por el hombro. El niño soltó un alarido de susto. Pepi le asió con más fuerza.
—¡Suélteme! —aulló Jack—. ¡Suélteme, bruto! ¡Me está haciendo daño en el hombro! Pepi cogió un palo y sonrió.
—Un poco de jarabe de palo te sentará bien —dijo—. Nos estás dando la mar de trabajo.
¿Dónde están los otros? ¡Vas a decírmelo a te llenaré el cuerpo de cardenales!
—¡Suélteme! —volvió a gritar el niño.
Y le dio un puntapié en la espinilla con toda su alma. El hombre exhaló una exclamación de dolor, y le dio un palo en la espalda. Jack le dio otro puntapié.
Fácil es adivinar lo que le hubiera sucedido al pobre Jack… ¡de no haberle ocurrido algo antes a Pepi! Bramó el viento y sacudió el árbol con violencia. Algo cayó del árbol y dio de lleno en el hombro del ladrón enfurecido. Rodó por el suelo bajo el impacto, dando gritos y llevándose la mano al sitio dolorido. Jack salió corriendo. Volvió la cabeza a los pocos pasos.
Pepi intentaba levantarse, gimiendo El viento volvió a bramar y el corpulento árbol escupió otra cosa que le dio a Pepi en la cabeza. Cayó de nuevo, y no se movió ya.
—¡Troncho! —exclamó el niño, boquiabierto—. ¡Son dos de las maletas que dejamos en el árbol! ¡Han ido a caer en el momento más oportuno! Dios quiera que no le hayan matado.
Retrocedió cautelosamente hasta el caído. No; no estaba muerto; sólo sin conocimiento. Jack vio su oportunidad en seguida. Se quitó la cuerda de la cintura, le sujetó fuertemente lasmanos y los pies, y le ató luego al árbol.
—Ahora no podrás perseguirme, mi querido Pepi —murmuró Jack, dirigiendo una rápida mirada a las ramas, por si se desalojaban las otras dos maletas también—. Supongo que los otros te dejaron de guardia aquí hoy, puesto que sabían que alguien os había quitado comida. Bueno, pues no vas a servir gran cosa como guardián durante el resto del día. Pero no te preocupes; el árbol te protegerá contra la tormenta.
De súbito, se le ocurrió una idea tan extraordinaria, que se quedó completamente inmóvil y boquiabierto. Luego dio una palmada y gritó:
—¡He de hacerlo, he de hacerlo, he de hacerlo! Pero ¿tendré tiempo? ¿Tendré tiempo?
Empezó a correr todo lo aprisa que pudo a través del viento y de la lluvia.
—¿Por qué no se me ocurriría antes? Si esos hombres están en las cuevas del tesoro, puedo echarle los cerrojos a la puerta como nos hicieron ellos a nosotros, y dejarles prisioneros.
¿Por qué no se me ocurriría antes? Quizá sea demasiado tarde ya.
Corrió y corrió, jadeando, sin aliento, ardiendo a pesar de la lluvia y del aire.
—No va a servir de nada. Habrán salido de las cavernas ya —pensó—. Quizá los vea de un momento a otro. ¡Oh! ¿Por qué no se me ocurriría antes? ¡Hubiera podido ir a encerrarles antes de dejar a Lucy y a Dolly!
Era una maravillosa idea, en efecto. Los hombres se convertirían en prisioneros. No conocían el paso oculto tras el cuadro y jamás se les ocurriría buscarlo allí. Los ancianos no se lo darían a conocer, desde luego. ¡Oh! ¡Si aún estuvieran en las cuevas…!
La lluvia caía a cántaros. El viento soplaba como un Huracán. Afortunadamente, le venía ahora por la espalda, ayudándole a correr. Estaba calado hasta los huesos; pero le tenía sin cuidado. No vio ni rastro de los hombres. Aflojó el paso al acercarse a la catarata. No quería darsede manos a boca con ellos. Empezó a pensar con más serenidad.
—Quizá no salgan hasta que deje de llover y la tormenta cese. La lluvia estropearía los libros, los documentos y los cuadros. Sí; es seguro que aguardarán. Quizá llegue a tiempo aún. Hasta es posible que decidan pasar la noche allá si el tiempo no se aclara.
Jack tenía razón. Los hombres, al asomarse a la ladera de la montaña y ver la tormenta, habían decidido no aventurarse fuera con sus tesoros. Quedarían estropeados.
—Más valdrá que pasemos la noche aquí —dijo uno de ellos—. En ese cuarto en que están las mantas. Echaremos a los niños y a los viejos.
Sólo encontraron allí a los ancianos. Contestaron con vagos gestos cuando les preguntaron adonde habían ido los niños, señalando hacia el pasillo que conducía a la repisa soleada.
Los hombres se acomodaron sobre las mantas y uno de ellos sacó una baraja. Colocó el quinqué de suerte que todos pudieron ver bien, y empezó a dar las cartas. Los ancianos pasaron a la «sala comedor», tristes y asustados. ¡Cómo rogaron al cielo que no se les ocurriera a aquellos individuos mirar detrás del cuadro!
Cuando llegó Jack a las cuevas, apenas podía andar por los corredores. Avanzó, dando traspiés. Cruzó la gruta de las estalactitas y la de las estrellas. No vio a ninguno de los hombres. Se le fue el alma a los pies. ¿Se habían marchado después de todo? ¿Se habría cruzado con ellos sin verles? Continuó adelante con cautela. Cuando llegó a la sala comedor, se asomó sigilosamente, y vio a los ancianos y a la gallina «Marta».
Luego oyó el ruido que hacían los hombres en el cuarto contiguo. Llamó al matrimonio con un gesto. Marido y mujer se pusieron en pie silenciosos, y le siguieron. Jack no habló hasta estar lo bastante lejos para que no pudieran oírle los desvalijadores.
—Vengan —dijo, conduciéndoles fuera de la cueva de las estatuas—. Voy a encerrar a estos individuos; pero no quiero encerrarles a ustedes también.
Corrió todos los cerrojos con gesto triunfal. ¡Rrrrrrac! ¡Rrrrrrac! ¡Rrrrrrac! ¡Lo había conseguido! ¡Lo había conseguido!