¡El mapa de un tesoro!
Lo primero que sintió Jack al oír estas palabras fue una excitación tremenda. Luego se desanimó. Sabía dónde estaba el tesoro. Detrás de aquel desprendimiento de rocas. ¿De qué servía saberlo? Nadie podría alcanzarlo.
—Sé dónde está el tesoro —dijo, intentando hablar despacio y con sencillez—. Vi cómo les enseñaba algo a esos hombres esta mañana…, pero las rocas habían obstruido el paso y no pudieron llegar a la caverna.
El hombre soltó una risita seca. Pareció comprender las palabras del muchacho.
—Son imbéciles —dijo—. Imbéciles muy grandes. No haber tresoro allí.
Jack le miró con sorpresa.
—¿Quiere decir con eso… que les tomó el pelo? Usted sabía que se habían desprendido las rocas por aquel lado, y les llevó allí, y fingió que la entrada a la cámara del tesoro se había cegado, ¿no es eso? ¿No está el tesoro detrás de esas rocas después de todo?
El hombre había arrugado la frente en su esfuerzo por comprender todo lo que el niño iba diciendo. Sacudió la cabeza.
—Tresoro no ahí —anunció—. Engañé a Juan y a Pepi. ¡Ja, ja, cómo se estropear manos tirando rocas!
Jack sonrió a pesar suyo. ¡Qué jugarreta más magnífica! Bueno, pues, ¿dónde estaba el «tresoro» entonces?
—Yo hacerte mapa —dijo Otto—. Y decirte salida valle también. Por Desfiladero de los Vientos. Iréis por allí, tus amigos y tú, a llevar mapa buen amigo mío. Es momento ya de encontrar tesoro escondido.
—Pero ¿por qué no puede usted venir con nosotros? —exclamó Jack—. Nos podría enseñar el camino. Otto… el desfiladero… y encontrarse con su buen amigo.
—Yo ser hombre muy enfermo —contestó Otto—. Si no conseguir doctor y… ¿cómo decir?… ¿medicina?
—Sí, medicina.
—… medicina pronto, yo muero. Tengo mal corazón, muy mal. Yo tener dolor muy mal. No andar mucho ya. Conque tú tomar mapa, buen niño, y salir del desfiladero del valle, e ir a Julius, mi buen, buen amigo. Entonces todo estar bien.
—Bueno —respondió Jack—. Siento mucho lo suyo, Otto. Ojalá pudiera yo hacer algo. Haré todo lo posible por llegar a Julius a toda prisa y traerle a usted ayuda. ¿Cree usted que podrá andar hasta nuestro escondite mañana y quedarse en él cuando nos vayamos nosotros?
—¿Perdón? —dijo Otto—. Hablar tú muy de prisa. No comprender.
Jack habló más despacio. Otto asintió con un gesto, comprendiendo la segunda vez.
—Tú dejarme aquí hoy; y mañana quizá más fuerte para acompañarte —repuso—. Veremos. Si no, ir vosotros por desfiladero encontrar Julius. Yo hacerte mapa ahora, y también de camino al desfiladero. Desfiladero de los Vientos. Ser muy, muy estrecho, pero no demasiado difícil de… de…
—¿De atravesar? —dijo Jack.
Otto movió afirmativamente la cabeza. Encontró un lápiz y un librito de notas y empezó a dibujar. Jack le observó con interés. Apareció la cascada en el mapa. Igualmente una roca de forma rara. Entró en su composición un árbol curvado y un manantial. Fueron dibujadas unas flechitas señalando la dirección que debía seguir. Resultó en verdad emocionante.
Otto dobló el mapa. Se lo dio a Jack.
—Julius sabrá —dijo—; él leer mapa. Otro tiempo, vivir él casa labor grande no lejos de aquí. Nuestros enemigos quemarla, y todas las demás casas también, y llevarse nuestras vacas, nuestros caballos, nuestros cerdos, todo. Muchos matar. Sólo pocos de nosotros salvarse.
—Ahora, dígame por dónde se va al desfiladero —solicitó Jack.
Otto dibujó otro mapa. Apareció en él la cascada. Jack puso el dedo encima.
—Conozco esta agua —dijo, hablando despacio, para que le comprendiera Otto—. Nuestro escondite está cerca… muy cerca.
—¡Vaya! —murmuró Otto, con satisfacción—. Camino a desfiladero por encima cascada. Tener vosotros que subir hasta donde sale por agujero de montaña. Ten… ya dibujado el camino.
—¿Cómo encontraremos a Julius? —preguntó Jack.
—Al otro lado desfiladero, haber pueblo medio quemado. Preguntar cualquiera dónde estar Julius. Sabrán. ¡Ah, Julius trabajar contra enemigo siempre! Todo el mundo conocer a Julius. Debe ser gran hombre entre los suyos ahora… pero tiempos ser extraños y quizá no ser ya grande, ahora por haber paz. Pero todo el mundo conoce Julius y él saber qué hacer cuando des mapa. También una carta le escribiré.
Escribió rápidamente una nota y se la entregó a Jack también. Iba dirigida a Julius Muller.
—Ahora tú déjame —dijo—, volver con tus amigos. Si estar mejor mañana, ir contigo. Pero mi corazón mal hoy… muy mal. Siempre dolerme aquí… Se oprimió el pecho.
—Bueno, pues adiós y gracias —dijo Jack, poniéndose en pie—. Dios quiera que esté seguro aquí. Aquí dejo una lata de carne y otra de fruta, abiertas las dos. Bueno… hasta mañana.
El hombre sonrió con fatigada sonrisa, se apoyó contra la pared de la cuadra, y cerró los ojos. Estaba completamente exhausto. Jack le compadeció una enormidad. Sería preciso que obtuviera ayuda lo más aprisa posible, si Otto no estaba mejor al día siguiente. Sus compañeros y él saldrían del valle por el desfiladero, y buscarían inmediatamente a Julius. Si éste era amigo de Otto, quizá pudiese conseguirle un médico sin perder instante.
El niño salió de la cuadra muchísimo más animado. ¡Troncho! ¿Qué dirían los otros cuando supiesen que tenía el mapa del lugar en que se encontraba el tesoro… y las direcciones necesarias para salir del valle?
Jorge llegó corriendo, sin aliento.
—Los hombres acaban de abandonar el aeroplano y se dirigen a la cabaña —dijo—. Vamos… más vale que nos marchemos. ¿Está el prisionero seguro en la cuadra?
—Sí. ¡Dios quiera que no se les ocurra a esos hombres buscarle allí! —contestó Jack—. Regresemos al lado de las niñas. Llevamos la mar de rato fuera.
—Tendremos que ir con ojo para no tropezar con Pepi —dijo Jorge, cuando echaron a andar—. A lo mejor se ha cansado ya de vigilar la catarata y ha decidido volver a la cabaña.
—Oye… ¿sabes lo que tengo? —exclamó Jack, incapaz de callarse la noticia un momento más.
—¿Qué?
—¡Un mapa que enseña dónde está el tesoro!
—Pero ¡si ya sabemos dónde está! Detrás de las rocas que vimos esta mañana.
—¡Pues te equivocas! —anunció Jack, con voz triunfal—. El prisionero se llama Otto, por cierto… les tomó el pelo de mala manera. Les hizo creer que el tesoro se encontraba en una cueva detrás de las piedras caídas… Él ya sabía que se habían desprendido aquellas rocas, pero fingió que no estaba enterado para hacerles creer que el desprendimiento había cerrado la entrada de la caverna. ¿Comprendes?
—¡Troncho! —exclamó Jorge—. ¡Y el tesoro estaba en otra parte! Buena treta. ¿De veras tienes el plano del sitio en que está el tesoro? ¿Y descubriste en qué consiste ese tesoro?
—No; se me olvidó preguntárselo. Pero descubrí muchas cosas. Tengo las indicaciones necesarias para encontrar el desfiladero por el que se sale de este valle… y una nota para un hombre que se llama Julius… y sé cómo se quemaron esas casas y por qué Otto dice que, si se siente con fuerzas mañana, él mismo nos llevará al desfiladero…, pero me dio los mapas por si acaso no podía acompañarnos. Están muy claros.
Las noticias eran de verdad muy emocionantes. Jorge estaba que no cabía en sí de gozo. Parecía como si fueran a poder salir del valle por fin y obtener ayuda… y hallarse quizá presentes cuando se descubriera el tesoro.
—¡Ojo! ¡Me parece haber visto moverse algo allí! —susurró Jack de pronto.
Se agazaparon detrás de un matorral. Menos mal que lo hicieron, porque Pepi salió de un macizo de árbol y caminó a paso rápido hacia ellos. Pero era evidente que no les había visto. Sin echar una mirada siquiera hacia el matorral, continuó adelante.
—Apuesto a que tiene hambre y quiere comer —sonrió Jack—. Suerte hemos tenido con que yo le distinguiera. Dos segundos más, y nos hubiésemos dado de narices con él. Bueno, es buena cosa. Ahora podemos caminar a toda prisa sin temor a ser vistos. ¡Troncho! ¡Qué apetito tengo!
Le sucedía lo propio a su compañero. Hacía mil años que no comían. Empezaron a ver con la imaginación sardinas, lengua, salmón, albaricoques, melocotones y peras en conserva. Apretaron la marcha todo lo que les fue posible.
Exhalaron un suspiro de alivio cuando apartaron por fin las frondas de la entrada y vieron a las niñas sentadas en la caverna. Dolly tenía preparada una magnífica comida.
—¡Viva Dolly! ¡Hurra! —exclamó—. ¡Te mereces un gran abrazo!
La niña sonrió.
—Pepi se ha ido —dijo—. ¿Os lo habéis encontrado?
—Casi chocamos con él —contestó Jorge—. ¡Troncho! ¡Sería capaz de comerme una lata de salmón entera yo sólito! ¿Cómo os han ido las cosas a vosotras? ¿Bien?
—No hubo nada de particular —contestó Dolly—. Nos limitamos a danzar un poco de vez en cuando detrás de la cascada para mantener vivo el interés de Pepi. ¡Los esfuerzos que llegó a hacer por encontrar un camino! Hubo un momento en que Lucy y yo creíamos que le había arrastrado el agua. Resbaló, cayó y desapareció durante veinte minutos. Sentimos un alivio enorme cuando le volvimos a ver.
—¿Y vosotros? —inquirió Lucy—. Parecéis muy alegres. ¿Traéis buenas noticias? ¿Y el pobre prisionero?
Los niños contaron con la boca llena todo lo que habían hecho aquel día. Las muchachas les escucharon con avidez. Cuando Jack sacó los mapas, se le echaron encima llenas de alegría.
—¡El mapa de un tesoro! —exclamó Lucy—. Siempre he tenido ganas de ver uno de verdad. ¡Oh, aquí está nuestra cascada, mirad! No estará el tesoro en su vecindad, supongo.
—¿Cuándo vamos a buscar el tesoro? —preguntó Dolly, con los ojos muy brillantes.
—No vamos a buscarlo —respondió Jack.
El rostro de la muchacha expresó al instante su desilusión. Jack le explicó por qué.
—Tenemos que salir de este valle —dijo—, y encontrar a ese Julius. Al parecer, será él quien se encargue de desenterrar el tesoro, sea éste el que fuere. Lamento desilusionaros, niñas; pero la verdad es que creo que debemos salir de aquí lo más aprisa que podamos; y mandar aviso a tía Allie y a Bill. Perderíamos mucho tiempo buscando el tesoro y creo que ahora que nos han dicho dónde debemos buscar el desfiladero por el que se sale del valle, deberíamos aprovecharlo y buscar ayuda para nosotros y para el pobre Otto también. Está muy enfermo.
Jack tenía razón. Dolly exhaló un suspiro de sentimiento.
—¡Me hubiera gustado tanto ir a buscar el tesoro! —dijo—. Pero da igual. Quizá ese Julius, quienquiera que sea, nos permita acompañarle a buscar el tesoro. ¡Podríamos quedarnos para eso!
Casi era de noche ya. Los niños estaban agotados. Se echaron en la «cama» que había preparado Dolly ya. Tenían mucho sueño. Pero las niñas deseaban hablar, y «Kiki» también. Habían pasado un día muy aburrido.
—«Kiki» se ha pasado el día haciendo viajes a la gruta, aullando con toda la fuerza de sus pulmones —anunció Lucy—. Ya no le asustan los ecos. Y… ¡había que oírlos cuando se le ocurrió imitar el silbido de un tren expreso!
—No sabes cuánto me alegro de no haber tenido ocasión de escucharlo —aseguró Jack, soñoliento—. Callaos ya, niñas. Dormíos, que nos aguarda un día muy movido mañana…, hemos de ir por Otto, dirigirnos al desfiladero… y buscar a Julius.
—Me parece —dijo Lucy—, que esta aventura está ya a punto de terminarse. Pero estaba equivocada. Tardaría en finalizar todavía.