Capítulo I

A bordo del aeroplano de Bill

El loro «Kiki» estaba de muy mal humor. Le habían dejado solo el día entero, y hablaba airado, sin nadie en la habitación que le escuchara.

—¡Qué lástima, qué lástima, qué lástima, pobre, pobre lorito! ¡Que llueva, que llueva, la Virgende la Cueva, buenos días, buenos días!

La señora Mannering asomó la cabeza al cuarto.

—«Kiki», ¡no seas tan absurdo! ¡Mira que pasarte el día hablando solo! ¡Los niños no tardarán en regresar!

—Que llueva, que llueva… —torna «Kiki», compungido, haciendo un chasquido con el pico.

—Supongo que echas de menos a Jack —dijo la señora, entrando en la estancia y cerrando la puerta cuidadosamente tras sí—. No tardará ya, «Kiki». Les oirás, a él y a sus compañeros, de un momento a otro. Ahora sé un buen pájaro y no hagas más ruido.

«Kiki» abrió el pico, hinchó la garganta e hizo su famosa imitación de un tren expreso que entra silbando en un túnel. La señora Mannering se llevó las manos a los oídos.

—¡Malo, «Kiki», malo! ¿Cuántas veces te hemos dicho que no hagas eso?

—¿Cuántas veces he de decirte que cierres la puerta, cierres la puerta, cierres la puerta? —respondió «Kiki», encrespando las plumas de una manera tan impertinente, que la señora le dio un golpe en el pico.

—¡Qué pájaro más estrambótico eres! —exclamó—. ¡Ah, escucha…! Suena como si volvieran los muchachos… ¡Han subido en aeroplano, «Kiki»! ¡Imagínate! ¡Por eso tuvieron que dejarte solo todo el día!

—¡Jack, Jack, Jack! —chilló «Kiki», al oír la voz de su amo.

Cuatro niños irrumpieron en la pieza, encendido el rostro de emoción.

—¡Hola a todos! —dijo la señora—. ¿Cómo, os gustó? ¿Resultó divertido encontrarse tan arriba por el aire?

—¡Oh, mamá! ¡Ha sido lo más divertido del mundo!

—Tía Allie, me compraré un aeroplano para mí sola cuando sea mayor.

—Mamá, debiste haber venido. Bill pilotó el avión y lo hizo de maravilla.

—No me mareé, tía Allie, aun cuando Bill me dio una bolsa de papel por si acaso.

La señora Mannering se echó a reír. Los cuatro hablaban al mismo tiempo, y le costaba trabajo distinguir lo que cada uno decía. «Kiki» soltó un chillido de afecto, y voló a posarse en el hombro de Jack.

Los cuatro niños tomaron asiento y se dispusieron a relatar su aventura de aquel día, Jorge y Dolly, hijos de la señora Mannering, de ojos y cabellos oscuros como su madre, los dos con un mechón de pelo que se empeñaba en alzarse por delante, por cuya razón les daban en el colegio el nombre de «Copete»…, y Jack y Lucy, hermano y hermana huérfanos de padre y madre que vivían con la señora Mannering, a quien llamaban tía Allie… Hubiérase dicho que constituían una sola familia los cuatro.

Jack y Lucy Trent eran muy parecidos. Ambos tenían el cabello rojo y los ojos verdes y estaban tan cubiertos de pecas, que resultaba imposible encontrarles en el rostro, los brazos, ni las piernas, un trozo de piel sonrosada. No era de extrañar, por consiguiente, que a Jack le llamaran, con tanta frecuencia, «Pecas». El loro «Kiki» le pertenecía, un loro divertido y parlanchín con el don de repetir cuanto escuchaba y de imitar cualquier ruido, desde el de una máquina de coser hasta el de un tren expreso, con silbido y todo. El pájaro quería con delirio al muchacho, sintiéndose desgraciado cuando no se encontraba junto a él. A Jack le gustaban con locura las aves y Jorge tenía una verdadera pasión por los animales de toda clase, que le obedecían, por cierto, de una manera sorprendente, y le amaban. Siempre llevaba consigo algún bicho extraño, por cuya causa regañaba con frecuencia con su hermana Dolly, a la que asustaban todos los animales, en particular los insectos. Pero, en aquellos instantes, ninguno de los cuatro pensaba en otra cosa que en el maravilloso vuelo que acababan de efectuar a bordo del aeroplano nuevo de su amigo Bill. Bill Smugs era un buen amigo suyo. Juntos habían corrido las más espeluznantes aventuras. En una de ellas habían bajado a unas antiguas minas de cobre para capturar a unos falsificadores muy astutos. En otra dieron con un nido de peligrosos espías. Como decía Bill Smugs, aquellos niños tenían la virtud de «dar siempre de narices con las aventuras». No necesitaban buscarlas, eran éstas las que parecían salirles al encuentro.

A Bill acababan de darle un avión nuevo para ayudarle en su trabajo. Comunicó a los niños la noticia por carta, hallándose éstos en el colegio, y la excitación de los muchachos al enterarse no es para ser descrita.

—Apuesto a que nos lleva a dar un paseo por el aire en él —dijo Jack, emocionado—, apuesto a que sí.

—Le obligaremos —respondió Jorge.

Pero no hubo necesidad de obligarle. Bill se mostró muy dispuesto a enseñarles su aeroplano y demostrarles lo bien que lo sabía manejar después de unas cuantas lecciones.

—Mamá, subimos mucho, mucho más arriba de las nubes —anunció Dolly—. Las miré desde arriba, y no parecían nubes ni pizca. Eran como un campo de nieve grandísimo. No sabes la sensación tan rara que me dieron.

—Yo llevaba sujeto un paracaídas por si me caía, y Bill me enseñó el cordón del que debía tirar en caso de peligro —dijo Lucy, la más pequeña, con los ojos muy brillantes.

—Volamos por encima de nuestra antigua casa Craggy-Tops —dijo Jorge—. ¡Qué rara parecía desde arriba! Y también volamos por encima de ésta, mamá. Desde arriba es como una casita de juguete.

—Tía Allie, Bill dice que es la mar de emocionante volar de noche y ver luces como cabezas de alfiler allá en la tierra —anunció Jack—. Le pedimos y le suplicamos que nos llevara a dar una vuelta por la noche, pero nos dijo que tendría que pedirte permiso a ti. ¡Troncho! ¡Lo que dirán los chicos en el colegio cuando les cuente que he subido en aeroplano de noche y de día!

—De noche y de día —repitió «Kiki»—. ¡Pim, pam, pum! ¡Que llueva, que llueva!

—Tiene «que llueva, que llueva» metido en el seso —dijo Jack—. Hay una vecinita que se pasa el día recitando y cantando cosas infantiles, y «Kiki» la escucha y se aprende trozos. Ayer no hizo más que repetir «Mambrú se fue a la guerra». Hoy le ha tocado «que llueva, que llueva». No sé lo que será mañana.

—Dónde están las claves —murmuró el loro, como si le entendiese.

—Dónde están las llaves —le corrigió Jack—, y no las «claves».

—Dónde están las claves, matarile-rile-rile… —insistió, con solemnidad «Kiki», rascándose la cabeza con una pata—. Dónde están las claves…

—Bueno, bueno, bueno —le interrumpió su amo—. Tía Allie…, ¿podemos subir con Bill de noche? Va a venir a preguntártelo, mamá, conque, por favor, di que sí.

—Supongo que no tendré más remedio —contestó riendo la señora Mannering—. ¡Vosotros y Bill! Mientras no se os ocurra meteros de cabeza en otra de esas horribles aventuras…

—¡Las aventuras no son horribles! —protestó Jorge—. ¡Son una verdadera delicia!

—No para las personas que no las están corriendo —dijo la señora—. Me pongo enferma a veces al pensar en las cosas que os han pasado. No más, por favor.

—Bueno. No nos meteremos en ninguna otra aventura estas vacaciones —aseguró Lucy, dándole a su tía un fuerte abrazo—. No te daremos preocupaciones. De todas formas, yo ya no quiero más aventuras. Ya he tenido bastantes.

—¡Crío!, ¡más que crío! —exclamó Dolly con desdén—. Bueno, pues si llegamos a correr otra, no te llevaremos con nosotros, Lucy.

—Eso lo dices tú —anunció Jorge, dándole un empujoncito a Dolly—; pero no podemos correr ninguna sin Lucy.

—¡Eh, cuidado! ¡No empecéis a regañar otra vez! —intervino la señora Mannering, temiendo que iniciaran los dos hermanos una de sus eternas discusiones—. Estáis cansados todos después de tantas emociones. Id a hacer algo pacífico hasta la hora de cenar.

—¡Cantad por la cena! —intercaló «Kiki».

Los niños se echaron a reír.

—Eres un idiota, «Kiki» —murmuró Jack, con cariño—. ¿Nos echaste de menos hoy? Tuve miedo de que te asustaras y salieras volando del aeroplano si te llevábamos. Pero supongo que hubieras sido un pájaro sensato y te hubieses quedado todo el rato posado en mi hombro, ¿verdad, «Kiki»?

«Kiki» le dio un golpecito cariñoso con el pico en la oreja, e hizo un ruido arrullador. Se pegó a él todo lo que pudo. Los niños empezaron a hablar de la emocionante jornada.

—Qué bien estuvo eso de poder ir al aeródromo, entrar gracias a nuestros pases, y poder acercarnos adonde estaba Bill como si fuéramos personas mayores, ¿verdad? —dijo Jorge—. Y…, ¡troncho!, ¡qué estupendo es el aeroplano de Bill!

—Yo no creí que fuese tan grande —aseguró Lucy—. Y, ¿sabes?, ¡qué raro fue…! Contuve el aliento cuando arrancamos, creyendo que sentiría algo extraño cuando despegáramos del suelo, igual que me ocurre cuando subo en ascensor y… ¡ni siquiera me enteré de cuando dejábamos tierra y empezábamos a volar! Me llevé un susto cuando miré por la ventanilla y vi que íbamos ya por encima de los tejados.

—Parecía la mar de fácil conducir un aeroplano —dijo Jack—, más fácil que conducir un automóvil. ¡Ojalá me dejase Bill probar a mí!

—Pero no te dejará, conque no te hagas ilusiones —le respondió Jorge—. Oíd, ¿verdad que fue la mar de curioso cuando nos metimos en un bache de aire y el avión cayó de pronto sin previo aviso? A mí se me subió el estómago a la garganta.

Los otros se echaron a reír.

—A mí me ocurrió igual —contestó Lucy—. Me alegro de que no me mareara. Esa bolsa tan bonita y tan fuerte se desperdició; pero me alegro de no haber necesitado usarla.

—Debimos volar centenares de millas —dijo Jack—. Me sentí la mar de raro cuando pasamos por encima del mar. ¡Parecía tan enorme y plano! ¡No me gustaría caerme en él! ¡Menudo salpicón!

—Apuesto a que mamá dirá que podemos hacer un vuelo de noche con Bill —anunció Dolly—. Vi en su cara que iba a decir que sí. ¡Oh! ¡Si pudiéramos…! Bill dijo que podríamos volar hasta su casa, aterrizar al amanecer, y dormir todo lo que quisiéramos en dos habitaciones libres que tiene… Podríamos quedarnos en la cama hasta las doce si no queríamos levantarnos antes. ¡Imaginaos eso! ¡Volar toda la noche y acostarse al amanecer!

—Y luego haríamos el vuelo de vuelta por la tarde, supongo —dijo Jack—. ¡Troncho! ¡Cuánto me alegro de que tengamos a Bill por amigo! Es un hombre la mar de emocionante. Siempre husmeando para descubrir algún secreto mortal. ¿Estará trabajando en algún caso ahora?

—¡Apuesto a que sí! —exclamó Jorge—. Por eso tiene ese aeroplano. Quizá tenga que estar preparado a volar de un momento a otro en persecución de espías o de algo. ¡Ojalá esté yo con él cuando eso ocurra!

—Pero no estarás —aseguró Dolly—. Bill nunca nos metería en peligros.

—Pues a mí nada me importaría que lo hiciese —repuso Jorge—. ¡Hola! ¡Ahí suena la llamada para la cena! ¡Tengo un hambre…!

—Eso no es nada nuevo —advirtió Dolly—. Vamos…, veamos lo que hay. Huelo a jamón con huevos.

Fueron a cenar. Todos tenían apetito, y liquidaron en pocos momentos los huevos, el jamón y el pastel que les dieron después. «Kiki» también participó de este último hasta que la señora Mannering protestó.

—¡Jack! ¿Quieres hacer el favor de impedir que «Kiki» le vaya sacando todas las pasas a este pastel? ¡Mira cómo lo está poniendo todo! ¡No va a dejar nada comestible! ¡Dale un golpe en el pico!

—¡Malo, «Kiki», malo! —dijo Jack, dándole un golpe en el pico al loro—. ¡No te lo comas todo!

—¿Cuántas veces he de decirte…? —empezó el pájaro.

—No discutas —dijo Jack—. Tengo tanto sueño que no tendré más remedio que irme a la cama.

A todos les pasaba lo mismo. Conque se retiraron, no tardando en hallarse dormidos, soñando con que volaban por encima de las nubes, rizando el rizo y dando volteretas de una manera asombrosa, pero sin el menor peligro.