La invitación de los kásperles

EN la Isla de Kasperlandia estaban todos muy alborotados con la huida de Kásperle, y el rey Tolu no sabía qué hacer; los kásperles le echaban la culpa de la marcha de Bimlín, y se reunieron para pensar cómo podrían hacerle volver. Y después de mucho pensar, y de dar volteretas y decir ¡be! sacando la lengua, porque creían que era una cosa muy bonita, decidieron que el rey Tolu fuera al barco a pedir a Bimlín que volviese.

Y un kásperle viejísimo dijo al Rey:

—Cuando estés con ese kásperle, mirarás a ver si tiene un lunar en forma de corazón en el hombro izquierdo; el príncipe Bimlín tenía esa señal.

—A mí me da miedo ir al barco —dijo el rey Tolu—. ¿Y si los hombres me cogen preso y no vuelvo ya nunca a Kasperlandia?

—Los reyes tienen que sacrificarse por sus kásperles —dijo el kásperle viejísimo.

El rey Tolu no dijo nada más, pero pensó:

«Me llevaré bastante polvo de la risa, para defenderme de los hombres si me atacan».

Se llenó los bolsillos de aquellos polvos maravillosos y se embarcó en una lancha para ir al barco. Los del barco vieron venir la lancha y gritaron:

—¡Que vienen, que vienen a llevarse a Kásperle!

—¡Oh, quizás ellos disparan otra vez! —dijo míster Stopps.

Pero los kásperles no dispararon; iban moviendo una corona de flores blancas, que era su señal de paz, y los del barco lo comprendieron y les preguntaron a gritos:

—¿Qué queréis?

—¡Ya os lo dirá nuestro rey Tolu!

El rey Tolu subió al barco y preguntó a Kásperle:

—Bimlín: ¿tienes un lunar en forma de corazón en el hombro izquierdo?

Era la señal del príncipe Bimlín.

Y resulta que Kásperle no tenía ningún lunar en todo el cuerpo; pero no quería reconocer que les había engañado, y mintió otra vez;

—¡Claro que si! ¡Es igualito que un corazón!

Entonces el rey Tolu pensó:

«No cabe duda; es el príncipe Bimlín, y le toca ser rey».

Pero dijo en alto:

—Bueno, pues seremos reyes a la vez, tú y yo.

—No, gracias —dijo Kásperle—. No quiero ser rey contigo; me vuelvo al país de los hombres, y me casaré con Marilena.

—¡Vuelve a la Isla con Marilena, que no os pasará nada! —dijo el Rey.

En aquel momento, la princesa Gundolfina subió a cubierta con su cara de pocos amigos, y el rey Tolu dijo al verla:

—¡Anda! ¡Si tenéis una kásperla en el barco!

—Claro que sí —dijo Kásperle—. Y además es una Princesa kásperla, y se va a casar con míster Stopps.

La Princesa, que estaba de mal humor, se abalanzó sobre Kásperle para pegarle; y los kásperles de la isla creyeron que estaban haciendo payasadas y se echaron a reír. La Princesa quería tirar a Kásperle al agua, y Kásperle gritaba como un condenado, y míster Stopps regañaba a su querida novia y los kásperles se morían de risa. Y el rey Tolu dijo a Kásperle:

—¡Tienes que venir a la Isla y hacemos una visita, y no te olvides de traer a esa Princesa kásperla tan grandota!

—¡No quiero! ¡La Princesa que se fastidie! —chilló Kásperle.

Estuvieron un rato discutiendo; Kásperle no quería volver a la Isla, y los de Kasperlandia no querían volver a Valrosa sin su príncipe Bimlín. Y el rey Tolu tenía miedo de sus kásperles, que a veces eran peligrosos como fierecillas, y no sabía cómo arreglarlo. Le dijo a Kásperle:

—Haznos siquiera una visita; una sola.

—¡Ni hablar! Luego me pasa como con el Duque que le voy a hacer una visita y me encierra.

—¡Te doy mi palabra de honor de kásperle! ¡No te encerraré, ni haré daño a esa niña, y quiero que venga con vosotros la Princesa kásperla!

Los kásperles dijeron entonces:

—El rey tiene que cumplir lo que promete. ¡Ven a la Isla, Bimlín!

Y el pillo de Kásperle pensaba: «No soy Bimlín ni tengo lunares en los hombros, pero ellos no lo saben, así que da lo mismo». Y dijo a Marilena:

—¿Te vienes conmigo a la Isla, sólo un ratito?

Marilena no quería ir. Y entonces el rey Tolu empezó a llorar muchísimo, y Marilena, como era tan buena, dijo que iría a la Isla un ratito. Los kásperles gritaron entonces:

—¡Queremos que venga también esa kásperla tan grande!

La princesa Gundolfina estaba furiosa de que la tomaran por una kásperla, pero como era tan curiosa, quería ver Kasperlandia y dijo que iría a la Isla. Y el bueno de míster Stopps dijo que la acompañaría.

Se subieron a la lancha de los kásperles y llegaron a la playa; allí les recibieron con muchos gritos de alegría, y fueron con ellos, cantando muy mal, por el camino de Valrosa; delante iba el Rey con Kásperle y con la princesa Gundolfina, que había dicho:

—Como soy una Princesa, tengo que ir al lado del Rey.

—¡Oh, tú eres mi novia, tú tienes que ir a mi lado! —decía míster Stopps.

Pero la Princesa no le hacía casó, y echó a andar muy tiesa y a grandes zancadas, y el pobre pequeñajo del rey Tolu casi no la podía seguir, y tenía que dar saltos todo el rato. Llegaron a Valrosa, y los vecinos de la ciudad se les quedaron mirando muy asombrados; y todos querían ver bien a aquella Princesa que era una kásperla tan grande. A la Princesa le molestaba que la miraran de aquel modo, y les ponía cara horrorosa, y los kásperles se morían de risa al verla. Y en esto, el kásperle bobo dijo:

—¡Que se case con ella!

—¿Quién?

—¡Bimlín! ¡Qué se case con la Princesa kásperla! Kásperle se puso hecho una fiera, y míster Stopps le consoló diciendo:

—¡Oh, mi buen Kásperle, no te enfades tú! ¡Tú no tienes que casarte con la Princesa, yo me caso con ella!

—¡No! ¡Yo soy el que se casará con ella! —gritó de pronto el rey Tolu, y se tiró de rodillas delante de la Princesa y le dijo—: ¡Hermosa Princesa, eres una kásperla graciosísima! ¿Te quieres casar conmigo?

—Bueno… la verdad… —dijo la Princesa sin pensarlo.

Y el rey Tolu gritó:

—¡Pues ya eres mi mujer! ¡Has dicho que bueno! ¡Cuando uno dice que bueno en Kasperlandia es que sí, y ahora eres mi mujer y te quedas conmigo!

La Princesa se echó a llorar, y míster Stopps también, aunque se le habían pasado las ganas de casarse con ella desde que volvió Kásperle. Y el rey Tolu dijo con muy mal genio:

—¡Basta de llantos! ¡Ahora ya eres mi mujer, y la Reina de Kasperlandia!

Y todos los kásperles gritaron:

—¡Viva el rey Bimlín, y viva el príncipe Tolu y viva su mujer la Kasperlota!

El rey Tolu se enfadó de que le llamaran sólo príncipe, y a Kásperle le remordía la conciencia. Había engañado a los kásperles, y además le daba pena la pobre Princesa que tenía que quedarse allí, y míster Stopps que se quedaba sin novia. Y a míster Stopps le daba también pena la Princesa, y dijo a Kásperle:

—Oh, tú haz algo para librarla de Tolu…

—¡Siempre tengo que estar librando a alguien! —dijo Kásperle—. ¡Lo que yo quiero es volver de una vez al barco!