—¡Canastos! ¡Un paseo en helicóptero! —gritó Ricky, saltando de alegría.
Tío Russ propuso que Sue, Jean, Holly y Pam fueran las primeras en subir en helicóptero con «Atmosférico» Larkin. Las niñas subieron al aparato y el piloto cerró la portezuela.
Los grandes motores se pusieron en funcionamiento, elevando al helicóptero por el aire. Durante su paseo por las alturas, horizontalmente a la orilla del mar, Pam y Jean buscaron con la vista cualquier peñasco que pudiera tener la forma de una rana, pero no pudieron ver nada. Quince minutos más tarde estaban de regreso. Cuando aterrizaron, las cuatro niñas saltaron alegremente a la arena.
—¡Ha sido maravilloso! —declaró Pam, emocionada—. ¡Ya veréis cómo os gusta!
Ahora fueron Pete, Ricky, Teddy y tío Russ quienes subieron al helicóptero. Cuando el aparato iba tomando altura, «Atmosférico» Larkin preguntó:
—¿Les gustaría dar un paseo sobre el océano?
—¡Sí, sí! —respondieron los chicos al unísono.
Desde aquella altura el agua parecía de color verde y la espuma de las olas era igual que un precioso encaje. De pronto Pete señaló algo que surcaba las aguas.
—¿Será un submarino?
Algo negro sobresalía de la superficie del agua. Un momento después del extraño objeto brotaba un penacho de agua.
—¡Es una ballena! —anunció Pete.
—Es cierto —asintió «Atmosférico»—. ¿Queréis que descendamos un poco para verla más de cerca?
—¡Sí! ¡Sí!
«Atmosférico» condujo al helicóptero de manera que fue quedando directamente encima de la ballena y cada vez a menor distancia del agua.
—Esperemos que el ruido no asuste a la ballena —deseó Teddy, mientras se aproximaban.
Pero el gigantesco mamífero no hizo el menor movimiento. Pronto estuvieron a muy poca distancia de él y el piloto dijo:
—Pete, ven aquí, si quieres verla mejor.
El muchacho se adelantó y sacó la cabeza por la ventanilla del piloto. Estaba contemplando aquel inmenso ser, cuando «Atmosférico» exclamó:
—¡Que nos salpica!
Otro penacho de espuma se elevó desde la cabeza del animal, dirigido hacia el helicóptero. ¡Antes de que Pete hubiera podido apartarse, la fuerte ducha de agua salada le alcanzó en plena cara!
—¡Agg! —protestó Pete, apresurándose a meter la cabeza.
Aunque su aspecto era lastimoso, Pete no había sufrido daño alguno y los demás se echaron a reír. En seguida le ofrecieron pañuelos con que secarse, pero Pete no los quiso, diciendo que lo que necesitaba era un buen baño en agua limpia.
—Total, no ha sido esto tan malo como si hubieras estado en el vientre de la ballena, igual que Jonás —bromeó Teddy.
Y Ricky, con una sonrisa pícamela, añadió:
—Tendrías que estar orgulloso. Seguro, que eres el único chico del mundo al que ha salpicado una ballena.
—Pues te aseguro que me habría gustado cederte mi puesto —contestó su hermano.
Ahora la ballena se había sumergido y no volvió a aparecer. «Atmosférico» condujo el helicóptero nuevamente a la playa, sus pasajeros saltaron a tierra y él se marchó. Mientras los Hollister regresaban a casa, tío Russ comentó:
—Mañana es el gran día, ¿no? Deseo que encontréis el tesoro pirata.
—¿Verdad que sería maravilloso? —exclamó Pam.
«Trotaplayas» no faltó a la cita. Al día siguiente, por la mañana detuvo a «Jenny Saltitos» ante la casa de los Hollister, y todos los niños, así como «Zip», entraron en el extraño armatoste con ruedas. El viejecito les llevó a varios kilómetros a lo largo de la playa hasta que, al fin, detuvo a «Jenny».
—Es por aquí —anunció—. La vieja Roca Rana está en alguna parte de estos alrededores.
Era la marea baja y la playa parecía extenderse hasta lo más profundo del océano. «Trotaplayas» señaló varias rocas, grandes y oscuras, que yacían muy cerca de la actual orilla del agua.
Todos los niños, que iban en traje de baño, chapotearon alrededor de las resbaladizas rocas. Las fueron examinando una tras otra, pero ninguna parecía tener forma de cabeza de rana.
—Vaya… —se lamentó «Trotaplayas», entornando los ojos para escudriñar el horizonte—. Puede que mi vieja memoria esté fallando. Tenía la certeza de que era éste el lugar en donde «la Roca Rana se asomaba hacia España».
Los niños habían estado tan preocupados en su búsqueda que no prestaron atención a «Zip». El perro había estado jugueteando con un pequeño cangrejo, pero al cabo de un rato echó a andar playa abajo.
De repente el hermoso perro pastor empezó a ladrar. Los niños se vivieron a mirar; «Zip» estaba muy lejos. Sus patas delanteras descansaban en una enorme roca y por encima de ella «Zip» contemplaba una gaviota posada en el borde.
—Vamos allí —dijo Ricky—. A lo mejor aquélla es la Roca Rana.
Corrieron sobre la arena y al fin llegaron al lugar en donde estaba el perro. La gaviota ya se había ido y el animal olfateaba la arena.
Esperanzados, los niños caminaron alrededor de la roca para ver qué forma tenía.
—No creo que sea ésta. ¿Y vosotros? —preguntó Pam.
Pete contempló la roca desde otro extremo y un momento después llamaba a los demás.
—¡Venid aquí!
Todos corrieron a su lado. Desde allí se veía un mayor contorno del peñasco.
—¡Es igual que la cabeza de una rana! —declaró Ricky.
—¡Lo hemos encontrado! ¡Lo hemos encontrado! —chilló Holly, dando saltos de júbilo.
«Trotaplayas», montado en su «Jenny» acababa de llegar junto a ellos. Pete le enseñó el contorno de la roca y el anciano sonrió, feliz.
—¡Os felicito! ¡Los Hollister han encontrado el lugar en que naufragó el «Misterio»!
—Lo ha encontrado «Zip» —especificó Sue.
—¿Qué haremos ahora? —preguntó Jean—. Seguramente el barco está bajo el agua.
Los niños celebraron una especie de conferencia para ver qué era lo que más convenía hacer. Teddy consideraba que debían ir a advertir a las autoridades, pero los demás le quitaron la idea de la cabeza.
—Más vale que intentemos encontrarlo nosotros primero —dijo Pete.
—Hay que empezar a cavar ahora mismo —gritó el impetuoso Ricky, buscando con la vista algo que le sirviera para abrir un hoyo.
«Trotaplayas» les dijo que necesitarían herramientas sólidas para cavar en la arena, y que debían darse prisa si querían haber hecho mucha tarea antes de que volviera a subir la marea. Además, mucho se temía él que estuviera aproximándose una tormenta…
—¿Por qué no se quedan aquí Ricky y las niñas, haciendo guardia, mientras tú, Pete, vas con Teddy a buscar algunas herramientas a casa, montando en «Jenny», desde luego?
—Estupendo —dijo con entusiasmo Pete. Pero en seguida sonrió, preguntando—: ¿Cree usted que «Jenny» parará cuando sea conveniente?
—Sí, hombre. Ahora la prepararé para que no te gaste jugarretas.
Los dos muchachos subieron a «Jenny» y Pete la puso inmediatamente en marcha. Al llegar a la zona en que había bañistas tuvo que reducir velocidad y tener buen cuidado de esquivar a las gentes que iban y venían.
—Si este trecho es muy largo, la marea empezará a subir antes de que nosotros regresemos —rezongó Pete.
Sin embargo, no tardaron mucho en llegar a casa, corrieron a informar a la familia de lo que ocurría y los mayores quedaron perplejos.
—¿De verdad habéis encontrado el lugar en que naufragó el «Misterio»? —preguntó tío Russ—. ¡Magnífico!
—Os acompañaremos —resolvió tía Marge.
Se recogieron palas, azadones y hasta un enmohecido pico. Pete salió delante de los otros hacia el vehículo de «Trotaplayas».
¡A1 volante se había sentado Homer Ruffly!
—¡Eh, baja de ahí! —le gritó Pete.
—No bajaré —repuso el chico—. Sé conducir esto tan bien como tú.
Pero Homer vio la indignación que reflejaban los ojos de Pete. No quería recibir otra paliza, mas su maligna imaginación le proporcionó una idea. Rápidamente sacó la llave de contacto del coche y se la metió en el bolsillo. En seguida saltó al suelo y echó a correr.
—¡Anda! ¡Intenta poner en marcha ese trasto viejo! —gritó, retador.
Pete comprendió al momento lo que había hecho Homer y echó a correr tras el chico. El entrometido Homer le llevaba un buen trecho de ventaja y, aunque Pete era más veloz, no lograba alcanzar a Homer.
—¡Pues no va a quedarse sin un escarmiento! —resolvió Pete.
Continuó la persecución. Homer corría hacia el río. Al llegar allí saltó a una motora, desató las amarras y oprimió el botón de puesta en marcha. Pero el motor no funcionó en seguida. Homer empezó a ponerse nervioso. Pete iba aproximándose.
Súbitamente el motor empezó a zumbar. En el mismo momento en que Homer puso la motora en movimiento, Pete llegó al embarcadero. De un gran salto aterrizó en la embarcación.
—¡Dame la llave, Homer! —exigió.
El otro no le hizo caso. Ahora la motora avanzaba 3 gran velocidad, Al mismo tiempo que Pete daba unos pasos para ir a colocarse frente a Homer, la motora salió del canal y se internó en el océano.
—¡Dame la llave y vuelve al embarcadero! —volvió a ordenar Pete.
—Ni lo sueñes. ¡Antes tiro la llave que devolvértela!
Pete intentó coger el timón, pero el otro, de un empujón, le apartó. Ya iban dejando atrás el rompeolas y Homer seguía sin ceder.
—¿Adónde vas? —preguntó Pete, haciendo un nuevo intento por dominar el timón.
Y en aquel momento una expresión de miedo asomó a los ojos de Homer.
—¡El timón es… está atascado! ¡No puedo hacerlo girar! —gritó, muy alarmado.