UNA TARDE EMOCIONANTE

—¡Es la pista que nos hacía falta! —gritó Pete con entusiasmo—. Todo lo que hay que hacer es buscar la Roca Rana y excavar hasta que salga el tesoro.

—Mami, ¿de qué habla Pete? —preguntó Sue que no había entendido nada.

—Yo también quisiera que me explicase algo —declaró el granjero que estaba hecho un lío.

Brevemente, la señora Hollister le explicó cuanto sabían del superviviente del «Misterio» y después informó a Sue de que España estaba al otro lado del océano, justamente en frente de la Playa de la Gaviota.

—Supongo —añadió, sonriente— que la roca con forma de rana señalará en esa dirección. El «Misterio» debió de naufragar allí.

Volviéndose al granjero, la señora Hollister preguntó:

—¿Sabe dónde está la Roca Rana?

—Nunca he oído hablar de ella.

—Pues nosotros encontraremos esa roca —declaró resueltamente el pecoso—. ¡Vamos a buscarla!

Tío Russ copió en sus apuntes la inscripción de la lápida que luego los muchachos llevaron a su lugar, en el sótano.

La señora Hollister dio las gracias al granjero por haberles permitido entrar en la casa y en seguida los visitantes reanudaron su viaje a la Playa de la Gaviota. Teddy y Jean estaban entusiasmados por haber llegado en pleno desarrollo del caso detectivesco que sus primos estaban resolviendo.

—¿Por qué no preguntamos a la abuela Alden qué es eso de la Roca Rana? —propuso Pete, cuando llegaron a casa.

Entre él y Teddy llevaron a dentro las maletas y en seguida marchó con Pam y sus primos a casa de la buena ancianita. Tanto la abuela Alden como Rachel estuvieron muy contentas al verles; ante todo, Pete y Pam presentaron a sus primos.

Después de oír las explicaciones sobre la inscripción de la lápida, la señora Alden extendió los brazos, exclamando:

—¡Dios mío! La gente lleva más de cincuenta años buscando esa pista. ¡Y habéis tenido que ser vosotros, los niños Hollister de Shoreham, quienes la habéis descubierto!

Cuando Pam le preguntó por la Roca Rana, a los ojos de la viejecita asomó una expresión de aturdimiento.

—Sí. Recuerdo la Roca Rana. Pero no sé exactamente dónde estaba. Me parece que ocurrió algo allí. Tal vez «Trotaplayas» lo sepa.

—Pues iremos a verle ahora mismo —afirmó Ricky.

—Un momento, hijitos. No creo que debáis ir a su cabaña a buscarle. A estas horas «Trotaplayas» suele venir de compras a la ciudad. Rachel —dijo la señora Alden a su nieta—, ¿quieres ir al mercado y buscarle?

La niña salió corriendo y volvió al cuarto de hora acompañada de «Trotaplayas».

—¿Qué es todo eso de la Roca Rana? —preguntó el viejo con una amplia sonrisa—. Me trae a la memoria los tiempos anteriores a la gran tormenta.

«Trotaplayas» siguió diciendo que la roca, que tenía una forma parecida a la cabeza de una rana, estuvo junto a una alta duna durante muchos años. Luego, en una tormenta, la tierra de debajo se fue minando y la roca cayó al mar.

—¿Sabe usted dónde? —preguntó Pam.

«Trotaplayas» guiñó el ojo izquierdo.

—Sólo aproximadamente. Pero con la marea baja podríais encontrarla.

—La marea bajará mañana por la mañana, a las nueve —dijo la abuela Alden, haciendo un guiño conspirador a los niños.

Ellos miraron interrogadores a «Trotaplayas» que se palmeó la rodilla, exclamando:

—¡Entonces iremos en busca de la Roca Rana mañana a las nueve de la mañana!

El viejecito se marchó para seguir comprando. Estaban los Hollister a punto de irse también, cuando la abuela Alden les preguntó si les gustaría acompañar a Rachel a la Feria de productos alimenticios. Era una simpática fiesta a favor de la escuela de la localidad.

—La PTA está recogiendo dinero para comprar algunos cuadros —explicó la anciana—. Tienen las paredes desnudas.

—Nos gustará mucho ir —dijo Pam, en nombre de sus hermanos y primos. Y sonrió al añadir—: Abuela Alden, ¿ha regalado usted un pastel de almejas?

—Sí, hijita.

—Entonces, yo voy a comprarlo para que Teddy y Jean lo prueben y sepan lo bueno que está.

La viejecita sonrió alegremente con el cumplido de Pam.

—Y yo haré algo por la escuela —anunció Teddy—. Le pediré a papá un cuadro.

Al ver la expresión preocupada de la abuela Alden, el muchacho se apresuró a explicar:

—No. No voy a pedirle una historia cómica, sino uno de los cuadros que dibuja en serio.

—Magnífico —dijo la abuela Alden.

Los Hollister se marcharon entonces, pero regresaron después de comer. Ricky y Holly les acompañaban. En unión de Rachel fueron todos al centro de la ciudad.

¡Qué alegría y bullicio reinaba en la zona adornada de verde, en donde se celebraba la extraordinaria venta alimenticia! Se habían montado varias barracas de colores y además de los puestos de comidas había juegos infantiles.

—¡Oh, yo quiero un premio de la charca de los peces! —exclamó Holly, acercándose a probar suerte.

—¡Y yo quiero apagar todas las velas de aquel puesto con una pistola de agua! —gritó Ricky, corriendo al lugar que indicaba.

Teddy y Pete fueron a buscar a la presidente de la PTA y le entregaron el precioso paisaje que tío Russ regalaba a la escuela.

—Será mejor que vaya a comprar el pastel de tu abuelita antes de que se lo lleve otra persona —dijo Pam, hablando con Rachel.

Se acercaron al puesto en donde estaba el pastel y lo compró. Entonces acudieron al puesto en donde Holly había adquirido una docena de buñuelos. Estaba Rachel preguntando el precio de un pastel con tres capas de chocolate cuando Pam advirtió:

—¡Mirad! ¡Ahí está Homer Ruffly!

—¿De verdad? —preguntó Holly. Y con un suspiró añadió—: ¿Cómo vamos a guardar el secreto de la Roca Rana si él está por aquí?

—Es verdad. Debemos tener mucho cuidado. ¡Oh! ¿No veis lo que está haciendo?

Y dicho esto, Pam echó a correr. Todos vieron lo que ocurría. Homer estaba detrás de uno de los puestos, con una pistola 4e agua en la mano. ¡El chico apuntaba el chorro de agua a Ricky!

La primera vez el agua no alcanzó a Ricky, pero la segunda le dio en una oreja.

—¡Ay! ¡Huy! ¿Qué es esto? —exclamó el pequeño, llevándose la mano a la cabeza.

Homer acababa de agacharse detrás del puesto y Ricky no pudo ver de dónde llegaba el agua. Un momento después el camorrista Homer reaparecía por el otro extremo del puesto y volvía a apuntar al pequeño con su pistola de agua. Pero antes de que pudiera apretar el gatillo Pam le cogió por el brazo. La niña le obligó a variar la dirección de la mano y el agua se estrelló en plena cara del chicazo.

—¡Muy bien, Pam! —aplaudió Ricky, comprendiendo que era Homer quien había utilizado el chorro de agua contra él.

Muy enfadado, el pequeño vació su propia pistola de agua sobre Homer, que chillaba, diciendo que estaba quedando empapado.

—Déjalo ya —dijo Pam a su hermano, al ver que la mujer del juego de las velas acudía a ellos.

Ricky devolvió la pistola a la mujer y, luego, dijo a Homer:

—Creíamos que os habíais marchado a vuestra casa. ¿Qué habéis hecho con el ancla?

—Pues nos la lleva… —De repente Homer guardó silencio, comprendiendo que estaba descubriendo algo que no debía decir—. ¿De qué ancla estás hablando? No sé nada de ningún ancla.

Ricky y las niñas miraron severamente a Homer. Pam pensaba que podría averiguar algo más del ancla, si seguía insistiendo, pero prefirió hablar de otra cosa.

—¿Dónde habitáis ahora? —preguntó.

—Intenta averiguarlo —respondió groseramente el chico—. Pero vamos a encontrar el tesoro en seguida. Está en un sitio secreto.

Homer se marchó, corriendo, y las niñas y Ricky se quedaron mirándose unos a otros, muy desilusionados. Pero cuando llegó Pete con Teddy y los demás le contaron lo ocurrido, el mayor de los Hollister dijo que estaba seguro de que todo eran fanfarronerías de Homer, que seguía sin saber nada del tesoro.

—No hay que pensar más en ese tonto. Vamos a comprar caramelos —apremió Ricky.

Y echó a andar muy decidido, hacia un bonito puesto amarillo y azul, donde quedó contemplando con ojos golosos los apetitosos dulces caseros. Se compró dos bolas hechas de melaza y cacahuete y los demás adquirieron arrope y pirulís.

—No podemos cargar con nada más —dijo Pam, riendo alegremente—. Será mejor volver a casa.

Los Hollister se despidieron de Rachel y fueron a su casa. Allí encontraron a Sue, mientras contemplaba una historieta que tío Russ había acabado recientemente.

Representaba un concurso de cometas y un niño pequeñito con una cometa inmensa, salía volando por los aires.

—Claro que esto no puede suceder en la realidad —admitió tío Russ—, pero sería muy emocionante, ¿verdad?

—Me gustaría dar un paseo así —declaró Ricky—. ¡Volar alto, alto!…

—Tal vez puedas —le dijo su tío.

—¿Qué quieres decir, tío Russ?

El tío pasó un brazo por los hombros de Ricky y explicó:

—No quería decíroslo hasta más tarde, pero tengo una sorpresa para vosotros a las siete de esta tarde.

Aunque todos los niños pidieron repetidamente que se les dijera cuál era la sorpresa, tío Russ rehusó complacerles.

—¡Anda, papaíto! —rogó Jean—. ¡No guardes tanto secreto! ¿Va a ser un paseo en barca?

Cuando tío Russ respondió que no, Ricky preguntó:

—¿Acaso vas a construir una cometa gigante para que nos levante a todos por el aire?

—Tú eres quien más se acerca a la realidad —rió el tío—. Pero para saberlo exactamente tendréis que esperar y ver.

Cenaron temprano y los niños no cesaban de mirar el reloj. Cuando las manillas estaban a punto de marcar las siete, tío Russ ordenó:

—¡Todos a la playa conmigo!

Muy extrañados, los niños caminaron tras él por la arena. Mientras esperaban, nerviosísimos, vieron al dibujante consultar varias veces su reloj.

De repente sonrió, levantando la cabeza. Sobre ellos se produjo un ruido fortísimo, como el que habrían hecho una docena de motocicletas.

—¡Es un helicóptero! —exclamó Teddy.

—¿Ésta es la sorpresa? —preguntó Pam, a quien la voz le temblaba de emoción.

—Ésta es —asintió tío Russ.

El helicóptero empezó a descender. Sus hélices se movían con tal rapidez que parecían las alas transparentes de una libélula. El aparato se posó en la playa a unos seis metros de donde los Hollister aguardaban. Se abrió la puerta de la cabina y el piloto bajó a tierra.

—Aquí estoy, para recoger sus trabajos, señor Hollister —dijo a tío Russ.

—Has viajado de prisa, «Atmosférico» —repuso tío Russ, acercándose a estrecharle la mano.

Luego presentó a los niños. El piloto se llamaba John Larkin, pero todos sus amigos le llamaban «Atmosférico», Tío Russ envió a su hijo en busca del paquete de historietas que había dejado preparado sobre la mesa. Y cuando el muchacho volvió con ello, tío Russ dijo:

—¿Qué os parece si dais un paseo en helicóptero? A lo mejor podéis descubrir la Roca Rana.